Andrés Bayona: “Soy el resultado de una persona que no ha estudiado cine”
Andrés Bayona, director del Bogotá International Film Festival (BIFF) habló sobre esta 10.ª edición, en la que se seleccionaron películas como la ganadora de la Palma de Oro en Cannes, Anora, y otros de los principales festivales del mundo, como Emilia Pérez y Megalópolis.
Mateo Medina Escobar
Este año el Bogotá International Film Festival (BIFF) llega a su 10.ª edición. El festival se ha posicionado como uno de los más importantes de su tipo en el país. 77 películas, repartidas en 11 secciones, son parte de la programación que se hará entre el 10 y el 16 de octubre.
“Emilia Pérez”, que tuvo su estreno mundial en el Festival de Cannes, será la encargada de abrir el evento. La cinta, dirigida por Jacques Audiard, se llevó el premio de Mejor actriz en el festival, otorgando los galardones a cuatro de sus actrices: Zoe Saldaña, Karla Sofía Gascón, Selena Gómez y Adriana Paz.
Otras películas que se destacan en la selección del BIFF son Anora, dirigida por Sean Baker y ganadora de la Palma de Oro en Cannes; Megalópolis, del director Francis Ford Coppola; El Jockey, película ganadora del premio Horizontes en el Festival de San Sebastián; All We Imagine As Light, Grand Prize en Cannes; y The Seed of the Sacred Fig, premio del jurado y Fipresci en Cannes, por mencionar algunas.
Andrés Bayona habló para El Espectador sobre esta nueva edición del festival, los retos que se encuentran cada año y lo que significa reunir lo mejor del cine mundial en la capital de Colombia.
¿Cómo nació el festival?
Trabajaba en Proimágenes Colombia toda la parte que tiene que ver con las convocatorias de cine y con el Bogotá Audiovisual Market (BAM). El BIFF salió de allá. Bogotá es una ciudad tremendamente demandante en términos de cultura, porque tiene una oferta impresionante en museos, orquestas y festivales de cine, en donde hay de todos los géneros, colores, sabores y formatos, pero nadie había pensado en el festival de cine de la ciudad. Por eso decidimos hacer el BIFF. Hoy en día estos tienen que responder a los territorios en donde se desarrollan. Tienen que atender a sus audiencias, y esa es una de las razones por las cuales nosotros no somos competitivos. Aquí no hay premios de un jurado. Todo lo que hacemos y organizamos está pensado en nuestras audiencias.
Son 10 ediciones del BIFF, ¿cuál ha sido el gran logro del festival?
Con el BIFF ya estamos inmersos en el circuito de los festivales de cine internacionales. A nosotros nos miden de alguna manera en nivel de importancia, donde las películas tienen sus estrenos mundiales, como Berlín, San Sebastián, Venecia y Cannes. Luego está la segunda exhibición de la misma película, que ya no se llama estreno mundial en términos de la industria, sino estreno internacional. La programación del año pasado en Bogotá fue casi del 60 % de estrenos internacionales. Hace unos días terminó el Festival de San Sebastián, y ya tenemos varias películas que tuvieron su estreno mundial allá. Eso también nos ha posicionado en el ámbito regional. Los agentes internacionales y los productores quieren que sus películas tengan su estreno internacional en Bogotá, algo que ya es de grandes ligas.
¿Qué es lo más importante en la organización del BIFF?
Un evento de estas características en lo único en lo que no se puede equivocar es en la curaduría. En los invitados, en la logística o en el transporte usted puede tener tropiezos, pero en la curaduría no. Soy particularmente escéptico y siempre pienso que eventos que se equivocan en esto tienen muy poca posibilidad de subsistencia. Ahí es donde viene el reto. Después de cada edición es muy difícil que nos superemos, pero lo logramos. Este año tenemos una programación muy buena, pero porque empiezan a concluir todos estos factores que te he contado. Los productores quieren estrenar con nosotros, los agentes de venta también. Esto es un montón de siembras que estamos recogiendo. Es lo que nos permite tener de manera exclusiva estas películas.
¿Cómo evalúan su desempeño y éxito?
Hoy en día la diferencia de este tipo de eventos está en los detalles. Nosotros nos medimos todo el tiempo. Tenemos las encuestas a los espectadores a la salida de cada función. Las encuestas de seguimiento permiten tener indicadores tanto cuantitativos como cualitativos de lo que estamos haciendo. Los chicos que van a los talleres igual. Mido las instalaciones, la calidad de los talleristas y la pertinencia de los contenidos. Por el lado de las salas: el aseo, la puntualidad en las proyecciones y la calidad técnica de los subtítulos. También mido la pertinencia de los contenidos, si le gustó o no a la audiencia, o cuáles son las preferencias. Debo tener una mentalidad desde el punto de vista, no de la dirección artística, sino desde la dirección ejecutiva, de que esto funcione. Mis espectadores son clientes, y como el cliente siempre tiene la razón, pues revisamos la calidad del servicio y mido absolutamente todo. Si no lo puedo medir no tengo ningún argumento para mejorar.
¿Cómo agregaron los talleres y la agenda académica al BIFF?
Nosotros arrancamos con una especie de talleres muy pequeños que se establecieron en las primeras ediciones. La agenda académica responde a la pregunta: ¿dónde está el joven talento que la industria está necesitando, pero que la academia no está formando? Aquí hay una necesidad increíble de talento. Afortunada o desafortunadamente para hacer una película se requieren grandes recursos económicos y que necesita a muchos profesionales. Es un arte costoso, y ahí sale esa pregunta. Nos pusimos a pensar cuáles serían ser los talleres en los que deberíamos insistir para esa búsqueda del talento. Usualmente, programamos los tres más importantes, que son en guion, producción ejecutiva y crítica. Estos tres talleres son inamovibles en el tiempo. Durante las diferentes ediciones hemos venido cambiando algunos, por ejemplo, este año tenemos por primera vez realización documental y actuación para la cámara.
¿Cómo pasó de la ingeniería civil a la gestión cultural?
La ingeniería, a la larga, viene de una necesidad de tratar de entender cómo funcionan las cosas, y la civil te da un montón de herramientas para ese propósito. Pero había una parte creativa que también necesitaba esa respuesta. La vida laboral de ingeniería me duró dos años, y ahí dije: “Esto no es lo mío”. Después terminé haciendo una especialización en gestión y políticas culturales, y luego hice una maestría en administración cultural. Luego me fui metiendo por el lado administrativo.
¿Y cómo fue su llegada dentro de la gestión cultural al cine?
Venía un poco más de las artes escénicas y de la música. Mi primer trabajo dentro de la cultura fue como gerente de la Orquesta Sinfónica de Colombia, en el año 98, y con un ministerio recién creado. Luego por el camino mi primer encuentro con el cine fue justamente en la clasificación de películas. Ese procedimiento estaba en el extinto Ministerio de Comunicación. Mi primer trabajo en cine fue ser el secretario del Comité de Clasificación de Películas, en ese momento me veía tres o cuatro películas al día. Sin tener ni la experiencia ni la educación formal, soy el resultado de una persona que no ha estudiado cine, pero que se ha visto todo el cine del mundo.
Este año el Bogotá International Film Festival (BIFF) llega a su 10.ª edición. El festival se ha posicionado como uno de los más importantes de su tipo en el país. 77 películas, repartidas en 11 secciones, son parte de la programación que se hará entre el 10 y el 16 de octubre.
“Emilia Pérez”, que tuvo su estreno mundial en el Festival de Cannes, será la encargada de abrir el evento. La cinta, dirigida por Jacques Audiard, se llevó el premio de Mejor actriz en el festival, otorgando los galardones a cuatro de sus actrices: Zoe Saldaña, Karla Sofía Gascón, Selena Gómez y Adriana Paz.
Otras películas que se destacan en la selección del BIFF son Anora, dirigida por Sean Baker y ganadora de la Palma de Oro en Cannes; Megalópolis, del director Francis Ford Coppola; El Jockey, película ganadora del premio Horizontes en el Festival de San Sebastián; All We Imagine As Light, Grand Prize en Cannes; y The Seed of the Sacred Fig, premio del jurado y Fipresci en Cannes, por mencionar algunas.
Andrés Bayona habló para El Espectador sobre esta nueva edición del festival, los retos que se encuentran cada año y lo que significa reunir lo mejor del cine mundial en la capital de Colombia.
¿Cómo nació el festival?
Trabajaba en Proimágenes Colombia toda la parte que tiene que ver con las convocatorias de cine y con el Bogotá Audiovisual Market (BAM). El BIFF salió de allá. Bogotá es una ciudad tremendamente demandante en términos de cultura, porque tiene una oferta impresionante en museos, orquestas y festivales de cine, en donde hay de todos los géneros, colores, sabores y formatos, pero nadie había pensado en el festival de cine de la ciudad. Por eso decidimos hacer el BIFF. Hoy en día estos tienen que responder a los territorios en donde se desarrollan. Tienen que atender a sus audiencias, y esa es una de las razones por las cuales nosotros no somos competitivos. Aquí no hay premios de un jurado. Todo lo que hacemos y organizamos está pensado en nuestras audiencias.
Son 10 ediciones del BIFF, ¿cuál ha sido el gran logro del festival?
Con el BIFF ya estamos inmersos en el circuito de los festivales de cine internacionales. A nosotros nos miden de alguna manera en nivel de importancia, donde las películas tienen sus estrenos mundiales, como Berlín, San Sebastián, Venecia y Cannes. Luego está la segunda exhibición de la misma película, que ya no se llama estreno mundial en términos de la industria, sino estreno internacional. La programación del año pasado en Bogotá fue casi del 60 % de estrenos internacionales. Hace unos días terminó el Festival de San Sebastián, y ya tenemos varias películas que tuvieron su estreno mundial allá. Eso también nos ha posicionado en el ámbito regional. Los agentes internacionales y los productores quieren que sus películas tengan su estreno internacional en Bogotá, algo que ya es de grandes ligas.
¿Qué es lo más importante en la organización del BIFF?
Un evento de estas características en lo único en lo que no se puede equivocar es en la curaduría. En los invitados, en la logística o en el transporte usted puede tener tropiezos, pero en la curaduría no. Soy particularmente escéptico y siempre pienso que eventos que se equivocan en esto tienen muy poca posibilidad de subsistencia. Ahí es donde viene el reto. Después de cada edición es muy difícil que nos superemos, pero lo logramos. Este año tenemos una programación muy buena, pero porque empiezan a concluir todos estos factores que te he contado. Los productores quieren estrenar con nosotros, los agentes de venta también. Esto es un montón de siembras que estamos recogiendo. Es lo que nos permite tener de manera exclusiva estas películas.
¿Cómo evalúan su desempeño y éxito?
Hoy en día la diferencia de este tipo de eventos está en los detalles. Nosotros nos medimos todo el tiempo. Tenemos las encuestas a los espectadores a la salida de cada función. Las encuestas de seguimiento permiten tener indicadores tanto cuantitativos como cualitativos de lo que estamos haciendo. Los chicos que van a los talleres igual. Mido las instalaciones, la calidad de los talleristas y la pertinencia de los contenidos. Por el lado de las salas: el aseo, la puntualidad en las proyecciones y la calidad técnica de los subtítulos. También mido la pertinencia de los contenidos, si le gustó o no a la audiencia, o cuáles son las preferencias. Debo tener una mentalidad desde el punto de vista, no de la dirección artística, sino desde la dirección ejecutiva, de que esto funcione. Mis espectadores son clientes, y como el cliente siempre tiene la razón, pues revisamos la calidad del servicio y mido absolutamente todo. Si no lo puedo medir no tengo ningún argumento para mejorar.
¿Cómo agregaron los talleres y la agenda académica al BIFF?
Nosotros arrancamos con una especie de talleres muy pequeños que se establecieron en las primeras ediciones. La agenda académica responde a la pregunta: ¿dónde está el joven talento que la industria está necesitando, pero que la academia no está formando? Aquí hay una necesidad increíble de talento. Afortunada o desafortunadamente para hacer una película se requieren grandes recursos económicos y que necesita a muchos profesionales. Es un arte costoso, y ahí sale esa pregunta. Nos pusimos a pensar cuáles serían ser los talleres en los que deberíamos insistir para esa búsqueda del talento. Usualmente, programamos los tres más importantes, que son en guion, producción ejecutiva y crítica. Estos tres talleres son inamovibles en el tiempo. Durante las diferentes ediciones hemos venido cambiando algunos, por ejemplo, este año tenemos por primera vez realización documental y actuación para la cámara.
¿Cómo pasó de la ingeniería civil a la gestión cultural?
La ingeniería, a la larga, viene de una necesidad de tratar de entender cómo funcionan las cosas, y la civil te da un montón de herramientas para ese propósito. Pero había una parte creativa que también necesitaba esa respuesta. La vida laboral de ingeniería me duró dos años, y ahí dije: “Esto no es lo mío”. Después terminé haciendo una especialización en gestión y políticas culturales, y luego hice una maestría en administración cultural. Luego me fui metiendo por el lado administrativo.
¿Y cómo fue su llegada dentro de la gestión cultural al cine?
Venía un poco más de las artes escénicas y de la música. Mi primer trabajo dentro de la cultura fue como gerente de la Orquesta Sinfónica de Colombia, en el año 98, y con un ministerio recién creado. Luego por el camino mi primer encuentro con el cine fue justamente en la clasificación de películas. Ese procedimiento estaba en el extinto Ministerio de Comunicación. Mi primer trabajo en cine fue ser el secretario del Comité de Clasificación de Películas, en ese momento me veía tres o cuatro películas al día. Sin tener ni la experiencia ni la educación formal, soy el resultado de una persona que no ha estudiado cine, pero que se ha visto todo el cine del mundo.