“No hay nada más verdadero que la naturaleza”: Daniel Gaitán
Desde 2020, Gaitán se ha dedicado al cuidado de árboles bonsái desde la galería y taller Casa Bonsái Bordeaux.
Andrea Jaramillo Caro
¿Cómo nació Casa Bonsái Bordeaux?
Como cualquier gran cosa útil para la vida de uno, salió de la necesidad. En pandemia tuve un emprendimiento con una exnovia y vendíamos orquídeas para el Día de la Madre. Nos fue muy bien, pero terminó el noviazgo, y quería hacer algo distinto. En esa época trabajaba como entrenador de crossfit y no podía dar clases por la situación mundial. Luego, para el Día del Padre, quería mostrar algo interesante y me topé con un arbolito que no era un bonsái, pero me pareció interesante. Lo ofrecí y se vendió. Me empezó a ir bien, pero no sabía si lo que estaba haciendo eran bonsáis o si representaban lo que creía. A partir de eso decidí ir a Manizales a instruirme con mi maestro y ahí aprendí a hacer bonsáis en el método más tradicional. Este tipo de prácticas japonesas deben de hacerse guiado y ese tipo de conexión con el maestro trae muchos beneficios, porque no es solo tomar una clase, sino seguir aprendiendo de él todo el tiempo. Son maestros para toda la vida. Yo estudié filosofía en la Nacional y me pareció que esa era una buena manera de aportar filosofía a través del diálogo con la gente y mostrarles un poco este camino de vida que proviene del budismo zen.
¿Qué le llamó la atención de los bonsáis para dedicarse a ellos?
Seguí vendiendo orquídeas después del noviazgo, pero quería algo especial para el Día del Padre, y pensé que el regalo perfecto sería un árbol, por la sabiduría y fortaleza que representa. Lo primero que hice fue ir a la plaza de Paloquemao y buscar algo, y luego venderlo. El acercamiento a esta práctica fue un poco por el lado comercial. Pero es como un poema de Pessoa que decía: “Cómo quisiera ser como la flor y la mariposa, porque la flor y la mariposa no tienen ni color ni forma. Son y ya está”. Por ese lado, veía a las orquídeas, en cambio, los árboles tienen siempre el potencial de ser diferentes cada día, de transformarse, de entristecerse, de florecer, de expandirse, y eso se expresa a través del bonsái.
¿Qué fue lo más desafiante de la formación con su maestro?
Quería llenar sus expectativas muy rápido y que no podía ser paciente. Él me decía que los árboles hablan y hay que escucharlos; le entendía, pero parcialmente, y no podía escucharlos. Creo que se refería a que toda la naturaleza se ofrece a nuestra imaginación, como diría Mary Oliver, y está en nosotros escuchar su llamado y decidir ser parte de la familia de las cosas. Era muy difícil en ese entonces entender lo que él tenía en su cabeza y toda su calma y paciencia. Fue duro aprender que todo no podía estar perfecto en el ahora. Mi maestro nos propuso en la primera clase el principio del Wabi Sabi, que dice que nada es perfecto, nada está completo y nada dura. No hay nada más verdadero que la naturaleza, y lo más desafiante fue entender la visión de ella de mi maestro y poder compartirla.
¿Qué atributos fundamentales debería tener un artista bonsái?
El bonsái, como cualquier técnica que se desprende del budismo, como la meditación en sí misma, debe ser un trabajo de distanciamiento del ego, un trabajo del distanciamiento del yo y una constante reflexión más allá de mi mente y de mí mismo. Eso se puede hacer fenomenológicamente, pero también tiene sus retos. Algo que he visto en muchos maestros y con los que me formé es su humildad. Uno debe ser una persona sencilla, creo que el problema está en si uno intenta controlar todo y tener la razón o acaparar el arte por ser el mejor. La humildad es lo más importante en esto, entender que uno es una gota de agua que es parte del mundo y nunca está encima de él. No me puedo adjudicar todo el crédito de algo porque a mí también me hicieron, por lo que soy parte siempre de un colectivo. Es muy lindo decir que los árboles son ellos mismos y que el más hermoso lo es por su intención, voluntad y el carácter, uno puede ayudar en ese proceso, pero el foco no va a estar ahí. Mi maestro siempre dijo que el bonsái es el arte sin firma porque realmente uno trata de emular la naturaleza y ella no tendría por qué tener firma.
¿Cómo se hace un bonsái?
En términos esenciales, el árbol se hace con mucha sensibilidad hacia la naturaleza y tratar de tener un entendimiento sobre ella; visitarla, conocerla y mirarla. Un árbol bonsái trata de emular la misma sensibilidad que uno contiene, por eso el árbol es reminiscencia de la naturaleza y también es nuestra forma de conectar. Para un árbol se debe primero seleccionar un buen material, que represente vejez y que tenga buena distribución de ramas. Luego hay que seleccionar la matera y esta debe tener colores y lineamientos estéticos acordes con el árbol en cuanto a dimensiones, grosor del tronco, la altura y la longitud de las ramas. Por otro lado, está el sustrato, que es especial para bonsái. Puede ser kiryu, akadama, algún tipo de piedra volcánica o piedra de río. Finalmente, se planta y después se trata de esperar mucho tiempo para que pueda ser un bonsái y reflejar los sentimientos que nos transmite un árbol de su misma especie en la naturaleza.
¿Cómo ha cambiado su percepción del mundo y de la vida desde que empezó por el camino de los bonsáis?
Esa es una gran forma de ponerlo porque el bonsai do, precisamente el do, significa camino de vida. Creo que mi perspectiva ha cambiado mucho, porque antes me sentía como una persona insegura, incompleta, imperfecta, tratando de aspirar a la perfección, a la pureza y al reconocimiento. Eso ahora no me importa mucho, me interesa más que los que conozco, me conozcan y que los que amo me amen. Eso es muy importante, porque no es que haya dejado de ser una persona ambiciosa, quiero ser el mejor artista bonsái en Colombia y eso no lo haré aparando a otros o estresándome todos los días por eso. Esto se logra construyendo camino y caminando día tras día, dando lo mejor que se puede.
¿Cómo nació Casa Bonsái Bordeaux?
Como cualquier gran cosa útil para la vida de uno, salió de la necesidad. En pandemia tuve un emprendimiento con una exnovia y vendíamos orquídeas para el Día de la Madre. Nos fue muy bien, pero terminó el noviazgo, y quería hacer algo distinto. En esa época trabajaba como entrenador de crossfit y no podía dar clases por la situación mundial. Luego, para el Día del Padre, quería mostrar algo interesante y me topé con un arbolito que no era un bonsái, pero me pareció interesante. Lo ofrecí y se vendió. Me empezó a ir bien, pero no sabía si lo que estaba haciendo eran bonsáis o si representaban lo que creía. A partir de eso decidí ir a Manizales a instruirme con mi maestro y ahí aprendí a hacer bonsáis en el método más tradicional. Este tipo de prácticas japonesas deben de hacerse guiado y ese tipo de conexión con el maestro trae muchos beneficios, porque no es solo tomar una clase, sino seguir aprendiendo de él todo el tiempo. Son maestros para toda la vida. Yo estudié filosofía en la Nacional y me pareció que esa era una buena manera de aportar filosofía a través del diálogo con la gente y mostrarles un poco este camino de vida que proviene del budismo zen.
¿Qué le llamó la atención de los bonsáis para dedicarse a ellos?
Seguí vendiendo orquídeas después del noviazgo, pero quería algo especial para el Día del Padre, y pensé que el regalo perfecto sería un árbol, por la sabiduría y fortaleza que representa. Lo primero que hice fue ir a la plaza de Paloquemao y buscar algo, y luego venderlo. El acercamiento a esta práctica fue un poco por el lado comercial. Pero es como un poema de Pessoa que decía: “Cómo quisiera ser como la flor y la mariposa, porque la flor y la mariposa no tienen ni color ni forma. Son y ya está”. Por ese lado, veía a las orquídeas, en cambio, los árboles tienen siempre el potencial de ser diferentes cada día, de transformarse, de entristecerse, de florecer, de expandirse, y eso se expresa a través del bonsái.
¿Qué fue lo más desafiante de la formación con su maestro?
Quería llenar sus expectativas muy rápido y que no podía ser paciente. Él me decía que los árboles hablan y hay que escucharlos; le entendía, pero parcialmente, y no podía escucharlos. Creo que se refería a que toda la naturaleza se ofrece a nuestra imaginación, como diría Mary Oliver, y está en nosotros escuchar su llamado y decidir ser parte de la familia de las cosas. Era muy difícil en ese entonces entender lo que él tenía en su cabeza y toda su calma y paciencia. Fue duro aprender que todo no podía estar perfecto en el ahora. Mi maestro nos propuso en la primera clase el principio del Wabi Sabi, que dice que nada es perfecto, nada está completo y nada dura. No hay nada más verdadero que la naturaleza, y lo más desafiante fue entender la visión de ella de mi maestro y poder compartirla.
¿Qué atributos fundamentales debería tener un artista bonsái?
El bonsái, como cualquier técnica que se desprende del budismo, como la meditación en sí misma, debe ser un trabajo de distanciamiento del ego, un trabajo del distanciamiento del yo y una constante reflexión más allá de mi mente y de mí mismo. Eso se puede hacer fenomenológicamente, pero también tiene sus retos. Algo que he visto en muchos maestros y con los que me formé es su humildad. Uno debe ser una persona sencilla, creo que el problema está en si uno intenta controlar todo y tener la razón o acaparar el arte por ser el mejor. La humildad es lo más importante en esto, entender que uno es una gota de agua que es parte del mundo y nunca está encima de él. No me puedo adjudicar todo el crédito de algo porque a mí también me hicieron, por lo que soy parte siempre de un colectivo. Es muy lindo decir que los árboles son ellos mismos y que el más hermoso lo es por su intención, voluntad y el carácter, uno puede ayudar en ese proceso, pero el foco no va a estar ahí. Mi maestro siempre dijo que el bonsái es el arte sin firma porque realmente uno trata de emular la naturaleza y ella no tendría por qué tener firma.
¿Cómo se hace un bonsái?
En términos esenciales, el árbol se hace con mucha sensibilidad hacia la naturaleza y tratar de tener un entendimiento sobre ella; visitarla, conocerla y mirarla. Un árbol bonsái trata de emular la misma sensibilidad que uno contiene, por eso el árbol es reminiscencia de la naturaleza y también es nuestra forma de conectar. Para un árbol se debe primero seleccionar un buen material, que represente vejez y que tenga buena distribución de ramas. Luego hay que seleccionar la matera y esta debe tener colores y lineamientos estéticos acordes con el árbol en cuanto a dimensiones, grosor del tronco, la altura y la longitud de las ramas. Por otro lado, está el sustrato, que es especial para bonsái. Puede ser kiryu, akadama, algún tipo de piedra volcánica o piedra de río. Finalmente, se planta y después se trata de esperar mucho tiempo para que pueda ser un bonsái y reflejar los sentimientos que nos transmite un árbol de su misma especie en la naturaleza.
¿Cómo ha cambiado su percepción del mundo y de la vida desde que empezó por el camino de los bonsáis?
Esa es una gran forma de ponerlo porque el bonsai do, precisamente el do, significa camino de vida. Creo que mi perspectiva ha cambiado mucho, porque antes me sentía como una persona insegura, incompleta, imperfecta, tratando de aspirar a la perfección, a la pureza y al reconocimiento. Eso ahora no me importa mucho, me interesa más que los que conozco, me conozcan y que los que amo me amen. Eso es muy importante, porque no es que haya dejado de ser una persona ambiciosa, quiero ser el mejor artista bonsái en Colombia y eso no lo haré aparando a otros o estresándome todos los días por eso. Esto se logra construyendo camino y caminando día tras día, dando lo mejor que se puede.