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El arte de brillar los pies, una labor a punto de desaparecer

Manuel Zambrano lleva 43 años en el oficio de lustrar zapatos, se ubica a un costado de la plazoleta del Rosario, en el centro de la ciudad, y trabaja desde las 7:00 a.m., de lunes a viernes.

Jorge Danilo Bravo Reina
08 de junio de 2024 - 02:00 p. m.
Manuel Zambrano heredó el oficio de lustrador de su abuelo.
Manuel Zambrano heredó el oficio de lustrador de su abuelo.
Foto: Archivo Particular

¿Cómo terminó en este oficio? 

En la época en la que comencé tenía familiares que ya trabajaban por aquí. Prácticamente, es una labor familiar, ya que tanto mi abuelo como mi papá fueron lustradores de calzado. Cuando mi abuelo estaba vivo, trabajaba en la plaza de Bolívar, mientras que mi papá sigue en este oficio, pero en otro sector. Con el tiempo me acostumbré a mi puesto de trabajo y desarrollé una clientela leal, que no busca a otro para lustrar sus zapatos.

¿Cuál ha sido su trayectoria como lustrador? 

Llevo 43 años. En aquella época había más lustradores de calzado, y en esta plaza éramos alrededor de 40 personas. Principalmente, aprendí a lustrar de mi abuelo y luego de mi papá. Observaba cómo lo hacían y comencé de manera empírica. La primera vez que lo intenté me fue bastante regular, porque le eché betún hasta la media del cliente. Cuando comencé a trabajar cobraba $150, pero actualmente el costo es de $3.500. Aquí atendemos a personas de todo tipo, pero hubo una época en la que venían muchos magistrados y senadores. Por ejemplo, cuando el finado Édgar Perea era senador, solía venir aquí, lo lustraba y escuchaba muchas historias interesantes.  

¿Cuál es el proceso para lustrar un zapato? 

Varía según el tipo de calzado, su color y el material del cuero. Por ejemplo, el cuero sintético no se puede hacer brillar, solo se puede embetunar. En primer lugar, se aplica una pulida neutra. Luego se procede con el proceso de lustrado, a veces utilizando varsol para limpiar la suela. Los lustradores tenemos una técnica particular para envolver la franela entre los dedos y pulir el zapato. Posteriormente, se utiliza un instrumento llamado “brilladora”, que es una tela de dril, para darle brillo. Después de una o dos pasadas de pulido se utiliza un cepillo para darle el acabado final. Por último se remata con un trapito. En este arte no es difícil lograr el brillo deseado. 

¿Cuáles son los materiales que usa?

Son principalmente betún de diferentes colores, cepillos, y trapos. Además, cuento con una silla y una caja de lustrar, donde la gente apoya el pie para que pueda lustrarse, se le llama “piano”. Utilizo siempre los mismos betunes, de la misma marca, y tengo alrededor de 12 colores en total. También tengo cintilla, shampoo para gamuza, desmanchador, y varios cepillos para diferentes ocasiones.

¿Hace cuanto tiene su silla y su piano?

La silla tiene alrededor de 35 años y el piano más de 70 años, fue una herencia que ha pasado por varias generaciones de mi familia: primero lo utilizó mi abuelo, luego mi padre, y ahora yo lo estoy utilizando. Para conservarlo en buenas condiciones, realizo mantenimiento regularmente, lo limpio y lo cuido con esmero. Está hecho de buena madera, puro pino, y es un objeto clásico que valoro mucho.

¿Dónde consigue sus implementos?

En San Victorino, donde tenemos nuestro punto de compra establecido. Una caja de betún suele durar aproximadamente una semana y la adquirimos por alrededor de 12.000 pesos, aunque el precio puede variar según el tamaño de la caja. Además, los trabajadores de este sector pagamos por un guardarropa donde dejamos nuestras pertenencias por 3000 pesos al día.

¿Hoy en día la gente hace embolar sus zapatos? 

Muy poco, especialmente después de la pandemia todo cambió. La gente se acostumbró a usar más tenis y zapatillas. Como resultado, la demanda de lustrado ha disminuido significativamente. 

¿Cómo le fue durante la pandemia? 

Estuve en casa encerrado casi cuatro meses. A medida que las restricciones fueron levantándose, la gente comenzó a regresar poco a poco, pero incluso cuatro años después nuestro negocio aún no se ha reactivado por completo. Muchas personas continúan trabajando de manera virtual, lo que ha afectado nuestra clientela. Antes de la pandemia solía tener un flujo de clientes más constante. En un día típico atendía aproximadamente entre 15 a 20 personas. Ahora la cantidad ha disminuido y atiendo alrededor de 10 a 12 clientes por día. Los lunes y miércoles suelen ser más movidos, mientras que los viernes son más lentos.  

¿Cree que su oficio desaparecerá? 

Es posible que esté gradualmente desapareciendo. Anteriormente, era una tradición familiar, pero hoy en día los jóvenes muestran menos interés en este arte y se inclinan por otros oficios.

Jorge Danilo Bravo Reina

Por Jorge Danilo Bravo Reina

Comunicador con formación humana dirigida al trabajo con comunidades. Interesado por la investigación del sector cultural y la fotografía digital y análoga.jbravo@elespectador.com

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