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Micaela Chirif llegó a la literatura infantil por una casualidad. Quizás, más específicamente, por una fatalidad. Al morir su pareja, un poeta peruano igual que ella, le dejó la semilla que sería clave para todo lo que vendría después. Los puntos se conectan hacia atrás. Durante su último año de vida, José Watanabe se dedicó a escribir libros para niños y, antes de que el cáncer terminara con su vida de manera prematura, le comentó a Chirif una de las ideas que quería desarrollar: la historia entre un farero y un albatros que se negaba a migrar. Cuando él falleció, ella lo escribió y publicó con el nombre de los dos.
Desde esto han pasado 16 años. Chirif realmente ya no recuerda con precisión qué partes del libro fueron fruto de su imaginación o de la de él. “Cuando eso pasó me dio mucha pena que su libro se quedara sin hacer. Entonces escribirlo era como una manera de hacer el duelo, el homenaje, que su idea no se quedara ahí colgada en el aire”, dice la peruana.
Cuando el libro se imprimió, el deseo de seguir jugando con la letra y la imagen seguía ahí. Así que pausó la poesía y se dio a la tarea de hacer libros álbumes, empezando por uno de no ficción. “En Perú no hay mucho libro informativo local y en un momento pensé que me encantaría hacer uno de animales de Perú. No sabía cómo hacerlo, pero descubrí uno de animales argentinos que había hecho una ilustradora chilena que se llama Loreto Salinas. Esa fue mi primera incursión en lo informativo. Básicamente por una cuestión de hacer patria”. Y lo hizo mediante otros libros infantiles: un diccionario quechua-castellano y pronto saldrá uno sobre la leyenda de Manco Capa, que narra la fundación de Perú.
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De la poesía se trajo “el poder usar imágenes mucho más subjetivas”. Por ejemplo, en Sabor (Océano Travesía), un libro sobre el sentido del gusto, describe “el ácido como un frío que te recorre por la espalda, como una electricidad, como puntitas”; y el picante como una montaña rusa para explicar que es el dolor que se siente en la lengua lo que hace que se liberen endorfinas. “Fue traducir un sentido como el gusto en otros sentidos. Entonces, me gustó poder jugar en ese registro más libre, la verdad es que me divertí”.
El libro en efecto tiene elementos de humor y esto se debe a que Chirif piensa que “algo clave en hacer un libro informativo es que uno no está pretendiendo agotar un tema. Uno lo que busca es despertar un interés, una curiosidad”. “¿Para qué leer un informativo si uno googlea cualquier cosa? Porque en el libro das es un criterio, un orden, una verificación y un despertar curiosidad. Puede ser hacia el tema específico o en general hacia la observación científica, que nos permite mirar con atención cosas que están ahí todos los días y no las vemos. Se trata de encontrar el ángulo de interés, el ángulo desde el cual se sienta cercano”.
¿Cómo mantiene esa mirada afilada y encontrar esos ángulos?
“No es siempre fácil. Yo siempre he jugado un poco con los límites entre lo real y lo ficcional, lo real y lo imaginado. Siempre me gustó recuperar esa maravilla de lo cotidiano, lidiamos con la maravilla del mundo todos los días y no nos damos cuenta. Hay un texto muy lindo de Yasunari Kawabata, en el que lo invitan a Hawái a dar una conferencia sobre la belleza y empieza a hablar de cómo le daba la luz del sol a los vasos que estaban en el hotel. Es decir, una cosa que seguramente la gente pasaba por ahí y nadie se detenía a mirar.
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Es muy fácil dejar de ver y yo creo que la poesía hace eso a nivel del lenguaje. Nosotros dejamos de darnos cuenta de que el lenguaje no es meramente funcional o transaccional. La poesía tratar de devolverle al lenguaje esa función de juego”.
De la ciencia trae las preguntas y de la poesía las palabras para jugar con las respuestas. Me muestra su libro El mar, de poesía infantil. “Este poema partía de la pregunta ¿qué forma tiene el mar?, pero no respondí científicamente”.
“El mar es una línea que no termina / El mar es muy pesado y se dobla. / Para los pulpos el mar tiene ocho patas / Para las vacas el mar es verde y se come / Para los tigres el mar no tiene el menor interés / El mar no es un río, el mar no duerme. / El mar no tiene uñas ni pierde las hojas con el frío. / El mar no tiene plumas, el mar no se peina ni sabe subir escaleras. / El mar no viaja, el mar no muere. / El mar suena, suena, suena. / El mar tiene la misma forma de vivir. / El mar es grande como el mar. / Si uno es los puntos verás la forma del mar. / Si no ves nada es porque estás dentro del mar”.
El duelo de su pareja, en 2007, dio vida, entre otras cosas, a un poemario en el que incluye los siguientes versos:
A veces me llama por teléfono un amigo muerto desde hace años,
contrariamente a lo que podría pensarse la conversación es bastante normal:
Yo le cuento los chismes de acá
él me cuenta los de allá,
yo miro el día oscurecerse en la ventana
él se corta las uñas con pereza.
Y así, compartiendo historias pasamos a veces la tarde entera.
Cuando llega el momento de colgar, —que siempre llega—nos da entonces muchísima tristeza y nos ponemos a llorar.
Pero eso sí, por delicadeza, lo hace cada uno por su cuenta.
Y de ese poema nació otro libro álbum, años después, que tituló Una canción que no conozco. En Don Antonio y el albatros, el cuento que escribió Chirif y su pareja, “un hombre que trabaja en un faro y hay un albatros que no quiere migrar, porque le da flojera y dice que no sabe volar. Entonces los albatros van migrando y el farero se desespera un poco y le dice: “Oye, tienes que irte con ellos”. Y el farero empieza a explicarle cómo se vuela, le da lecciones, le hace diagramas, y tanto se empeña en enseñarle, que se construye unas alas. Al final el farero sale volando, porque siempre había querido viajar, y deja al albatros encargado del faro. Cada uno hace lo que quería hacer”, cuenta Chirif.
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