John Fitzgerald: “Escribir es inmanente a la condición humana”
El autor bogotano publicó “Por favor, no leas este libro” (Panamericana), que cuenta la historia de Lorenzo y la llegada de un texto que le costará leer, pero que al final le dará sentido a su infancia.
Andrés Osorio Guillott
Un libro sobre un libro. Al final, el libro del que se habla no tiene nombre porque justamente para cada persona ese objeto que aparece a modo de salvación es diferente. Hay a quienes los ha salvado la poesía, la filosofía, la novela o el cuento. La diversidad de la literatura permite que en su multiplicidad de voces también converjan miles de lectores curiosos que buscan y encuentran en sus historias el sentido que estaba extraviado. Ese es uno de los mensajes de la más reciente publicación de John Fitzgerald con Por favor, no leas este libro.
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Un libro sobre un libro. Al final, el libro del que se habla no tiene nombre porque justamente para cada persona ese objeto que aparece a modo de salvación es diferente. Hay a quienes los ha salvado la poesía, la filosofía, la novela o el cuento. La diversidad de la literatura permite que en su multiplicidad de voces también converjan miles de lectores curiosos que buscan y encuentran en sus historias el sentido que estaba extraviado. Ese es uno de los mensajes de la más reciente publicación de John Fitzgerald con Por favor, no leas este libro.
“Todo texto escrito es el resultado de una actividad humana, de un ejercicio de reflexión, de memoria. En esa medida, ningún libro es ajeno a ningún hombre. Todo ser humano puede encontrar su reflejo en cualquier libro, sin importar de qué sea. Es decir, el acto escritural es inmanente a la condición humana. Es un poco borgiano el asunto. En Por favor, no leas a este libro, por ejemplo, se desliza entre líneas ese mensaje. Es una reflexión a la que se invita a cualquier lector para que entienda la importancia de los libros en la vida”, dijo Fitzgerald.
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El libro cuenta las vacaciones de Lorenzo y la incidencia de un libro que llega a su vida. Su experiencia con la lectura y los personajes que lo rodean despiertan debates relacionados con el epígrafe del libro: “La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz”. La aversión por el hábito de leer y la forma en que subestimamos la importancia de este ejercicio son ideas que propone el autor.
Todo libro que John Fitzgerald ha escrito ha sido dedicado a su familia, la misma que rodea a Lorenzo en la historia y marca un rol importante en las ideas e imaginación del personaje principal: “La familia es el primer entorno en el que uno empieza a reconocer su sensibilidad y el mundo, de manera que es determinante para cualquier persona, independientemente de que se dedique o no a escribir. Para un escritor, claro, ese entorno inicial es decisivo, sin importar cómo haya sido. Todo escritor encuentra en su infancia su patria, como dijo Rilke, y en efecto todo lo que deriva en su producción posterior viene de allí, por lo menos su idea del mundo y la manera en que lo enfrenta deriva de esto. Mi infancia, mi entorno familiar y barrial fueron y siguen siendo decisivos. Muchas de mis novelas recogen experiencias, perfiles y sensaciones que se produjeron en ese entonces. Cuando uno se dedica a escribir para niños y jóvenes, pienso que es más determinante porque cada vez que escribo para un público tengo que hacer una especie de retrospección y me incorporo a la sensibilidad de ese entonces. Y luego, cuando uno es padre, se retoma toda esa infancia y uno empieza a convertirse en hijo de sus hijos. A medida que ellos crecen uno vuelve a esa etapa, aprende y reaprende”.
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¿Por qué la literatura infantil? ¿Por qué pasar de la narrativa para adultos a la de niños y jóvenes? Fitzgerald reconoció: “Creo que se presentaron dos circunstancias para que confabulara ese interés. La primera es que me hice padre. Mis dos hijos, a medida que crecieron, fueron demandando lecturas y ya había incursionado en la literatura para adultos, poesía, relato, etc. Pero empecé a bucear en lo que era la literatura infantil y juvenil, y comprobé que había mucho por hacer. Durante varias décadas la literatura y la poesía infantil en Colombia no fueron reconocidas, no existían autores o editoriales dedicados exclusivamente a ello. Hay enormes vacíos, no porque no se haya hecho nada, sino muy poco entre esa literatura de Rafael Pombo y Jairo Aníbal Niño, por ejemplo. Me di cuenta de esos saldos en rojo y me pareció importante contribuir a esa nómina de autores que ya estaban produciendo hace unos años”.
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Volver a los libros como origen y porvenir. Porque fue por los libros de su casa, en el barrio Kennedy, los que compraba su papá, los que despertaron en John Fitzgerald el deseo de escribir, o la pulsión de hacerlo, como él lo denominó: “Escribir en realidad es una pulsión que aparece en un momento en el que uno tiene plena consciencia. Al menos en mi caso, no tengo claro en qué parte de mi vida, quizás en los primeros años, apareció esa pulsión. Era un deseo irresistible ese y el de acercarme a los libros. Más que escribir, inicialmente me gustaba leer. Tenía los libros como compañía permanente. Y aunque mi casa no era un lugar en el que los libros tuvieran un espacio central, había pocos, pero buenos libros, y sobre todo a mano, a mano mía y de mis cuatro hermanos. Y el paso natural de la lectura a la escritura tampoco fue claro, pero hacia los nueve o 10 años tuve esa urgencia de resolverme ese mundo que veía por medio de historias compartidas. Los libros eran parte de mi entorno, me refugiaba en ellos. Tuve una primera cuarentena personal cuando me dieron paperas y tuve que encerrarme cerca de un mes y medio, y esas colecciones y enciclopedias —que además mi papá vendía— se convirtieron en una compañía y una salvación”.
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