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Fernando Valverde: “Quise escribir un libro que pusiera nombre al dolor”

Conversación con el poeta español a propósito de la reciente aparición de su libro Desgracia (Visor, 2022).

Federico Díaz-Granados
11 de agosto de 2022 - 11:21 p. m.
Fernando Valverde nació en Granada, España, en 1980.
Fernando Valverde nació en Granada, España, en 1980.
Foto: Agenda Cultural del Gimnasio Moderno.
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Fernando Valverde (Granada, 1980), camina por el campus de la Universidad de Virginia en Charlottesville (la ciudad que se convirtió en símbolo de la resistencia contra los supremacistas blancos) y conversa con algunos de sus estudiantes sobre los versos de Federico García Lorca o de algún otro poeta de la Generación del 27. También va a la librería Barnes & Noble del Barracks Road o a New Dominion y se dirige con prisa a la sección de poesía para hojear algunas de las novedades. Le interesa estar al día con las nuevas tendencias de la poesía norteamericana, pero de igual forma le inquietan las reediciones de los clásicos en inglés o traducciones de poetas hispanos a la lengua de Walt Whitman. Compra algún libro que le falta a su extensa y completa colección bibliográfica sobre el romanticismo inglés y luego en el café sintoniza el partido del Granada CDF que acaba de descender a la segunda división de la liga española del fútbol. Eso no distrae el regreso a casa para no perderse la hora del baño de su hijo Percy Gordon quien llegó hace dos meses a este mundo. Estados Unidos es, desde hace varios años su casa, el lugar seguro y de los afectos. Mira con atención y preocupación la realidad política y social de España donde acaba de aparecer su reciente libro Desgracia que ya empieza a circular en los países de América Latina.

Su último libro publicado en España fue La insistencia del daño en el año 2014. Han pasado ocho años desde la aparición allí de este libro y cinco desde la publicación de Poesía reunida. ¿Qué significa volver a publicar en España y América Latina y en la editorial Visor después de tantos años?

Para mí la editorial Visor es mi casa. Soy muy afortunado de que alguien como Chus Visor, tal vez el mayor conocedor de la poesía en lengua española haya confiado siempre en mi obra. Tuve que marcharme de España en busca de una oportunidad, para cumplir un sueño que la corrupción y el amiguismo me negaban. La vida habría sido otra de no ser un inmigrante, pero no hay tiempo para pensar en si habría sido mejor. Lo cierto es que al menos tengo la oportunidad de regresar con mis poemas y en ese sentido soy un privilegiado.

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Siento que sus dos recientes títulos marcan un cambio en su retórica. En America (publicado primero en edición bilingüe en Estados Unidos) y ahora en Desgracia hay un giro importante en su registro poético ¿Hacia dónde apuntan sus nuevas búsquedas poéticas?

En primer lugar, estaba cansado de la música de la poesía española, que empezaba a sonarme toda igual. El descubrimiento del ritmo de la poesía en lengua inglesa me abrió nuevas posibilidades. Luego he sufrido muchos desengaños que han modificado mis temáticas, mi visión del mundo. También la distancia de mi país, de mis raíces, me ha ayudado a atreverme a decir lo que la presión social me habría impedido. Y por último está la certeza de haberme equivocado pensando que la poesía juvenil podía acercar la verdadera poesía a la gente. No se trataba de rebajar el tono y la profundidad, nuestro trabajo no era hacernos entender, sino revelar. Ahora, como decía Shelley, siento la ambición de escribir para personas poéticas.

Desgracia es un libro desgarrador. Allí apela al mito bíblico y a la lectura de algunos clásicos para hablar de las fracturas familiares y los profundos dolores que esto deja.  ¿Siente que como en el mito de Sísifo y la parábola del eterno retorno aquellos temas siempre están presentes en la poesía y vuelven vestidos de un tiempo diferente?

Sísifo fue condenado a empujar una piedra hasta lo alto de una montaña de modo que cayera una y otra vez y fuera necesario comenzar el esfuerzo a perpetuidad. Tal vez es el modo en el que funcionan la Historia y la maldad. He hablado con muchos inmigrantes y casi todos tienen experiencias similares. Fueron engañados por sus familias, perdieron todo lo que tenían en sus países, fueron calumniados sin tener la posibilidad de responder, descubrieron traiciones innombrables. La pandemia dio una oportunidad de oro a quienes quieren vivir de la desgracia ajena. Yo diría que vuelven disfrazados de forma diferente, de salvadores, de profetas, de frailes, de doctores, de desinteresados… tal vez Machado estaba en lo cierto y por los páramos de España no deja de cruzar errante la sombra de Caín.

La escritura de Desgracia se da de una forma paralela a tu rigurosa investigación sobre el romanticismo inglés que se materializó con la publicación del libro La muerte de Adonais. Siento que la lectura profunda de Shelley, Keats y Byron tiene unos ecos poderosos en Desgracia. ¿Cómo vincula el signo trágico de los románticos en este libro?

Sin duda me sentí identificado con ellos por muchos motivos. En primer lugar, porque tuvieron que abandonar su país entre calumnias en busca de una esperanza, de una vida posible. Luego descubrí que su época fue tan parecida a la nuestra que me hablaban como si fueran mis contemporáneos. Estos jóvenes visionarios creyeron que la tecnología iba a destruirnos porque nos falsificaba y nos apartaba de la vida natural. Shelley se preguntó qué iba a suceder cuando la tecnología superara a la realidad. Ese momento ha llegado, los jóvenes pasan más tiempo en el falso mundo de las redes sociales que en la vida real. La vida se ha falsificado, hasta la poesía se ha falsificado. Se acerca el momento de dar una respuesta a aquella pregunta de Shelley y nos corresponde a nosotros.

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Desgracia es, también, un retrato de un tiempo muy oscuro que vive la humanidad, de una nueva edad media deshumanizada, egoísta donde lo sagrado y los dioses pierden su lugar ¿Cree que Desgracia lleva la marca del tiempo que vivimos?

Vivimos en el mundo de la sonrisa impostada, del marketing, de la banalización de la cultura. Quise escribir un libro sin pensar en su posible recorrido por el vil mercado, en los likes o en la publicidad. Quise escribir un libro que pusiera nombre al dolor, que acercara el llanto y el sufrimiento a los lectores. Nada más alejado de la fórmula del éxito. Pero una gran parte de la humanidad ha sufrido mucho. Me irrita escuchar que la pandemia nos ha hecho mejores, ese tipo de reflexiones de filósofos de Instagram que no suman entre todos la lectura de las rimas de Bécquer. La pandemia lo que debería habernos enseñado es que de esta forma no se puede vivir. Que la desigualdad mata, que la desinformación mata, que la hipocresía mata. Sin embargo, saldremos igual o peores, más egoístas, más ensimismados y avaros. Es un nuevo triunfo del neoliberalismo. Desgracia es un libro para quienes sufren y han sufrido en soledad, porque, tristemente, sufrimos como morimos, solos.

Desgracia y America conversan sobre la fatalidad del destino. En el primero desde el ámbito de lo personal y familiar y en el segundo desde el ámbito de lo nacional, histórico y público. ¿Qué cercanías percibe entre estos dos libros y quizás desde sus escrituras?

La historia de los Estados Unidos ha marcado profundamente nuestras vidas. Antes de que llegáramos a este mundo,1968 fue un año que cambió nuestra suerte, con el asesinato de Martin Luther King y Robert Kennedy. Como dice el poeta Gordon McNeer, desde 1963, con el magnicidio de JFK, la mentira pasó a ser algo legítimo y tolerable. La impunidad de aquellos crímenes sumió al mundo en una sombra porque el triunfo del capitalismo encontró la manera de perpetuarse. Algo parecido sucedió en mi país con el franquismo y las dos Españas. Creo que casi todos nuestros países tienen una historia parecida de impunidad que se perpetua. Es inevitable que todo esto haya contaminado el ámbito familiar y las relaciones afectivas. Mentir no cuesta nada, robar no cuesta nada, incluso matar puede no costar nada. Como poetas, podemos resignarnos o tratar de ponerle nombre a las cosas, porque al nombrarlas se hacen visibles de forma que pueda ser embarazoso y ridículo para los falsificadores. Por todo ello, la poesía se ha convertido en una esperanza.

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Siento que la lectura y cercanía afectiva con poetas, entre otros, como Charles Simic y Raúl Zurita (quienes escriben dos generosos conceptos en la contraportada del libro) también han contribuido a su forma de asumir tu presente poético ¿Cómo percibes que esos diálogos han impactado ese presente poético que vive?

Son dos grandes amigos, pero ante todo dos grandes maestros. De Simic he aprendido la importancia de las cosas pequeñas, de las palabras pequeñas y de los detalles que parecen insignificantes pero que sirven para comprender la realidad. Raúl Zurita tal vez sea el mayor poeta vivo en cualquier lengua. Sentarme con él en Alicante a tomar una horchata o visitarlo en Pavía para cenar juntos me ha hecho sentir un privilegiado, como quien un día estuviera junto a Neruda o Lorca. Raúl me ha enseñado dos cosas que han impactado en la línea de flotación de mi poesía. En primer lugar, que hemos fracasado porque nuestra misión no era otra que hacer de nuestras vidas una obra de arte cuyo propósito único fuera la bondad. No ha sido así, no hemos hecho del mundo algo mejor, no fue la vida nueva. De la conciencia de ese fracaso nacen ahora muchos de mis poemas, siempre con la certeza de que la poesía sólo tiene sentido si es una herramienta para el bien moral. La segunda enseñanza no ha sido menos importante. El día que lo conocí personalmente, Zurita me explicó que las discusiones estéticas estaban agotadas, eran cosa del pasado. En nuestro tiempo, no vale la pena pasar la vida peleando con otros poetas defendiendo un tipo u otro de poesía. Los poetas neobarrocos, que podrían considerarse muy distantes a mi trabajo, son mis hermanos, porque todos estamos dedicando nuestra vida a servir a la poesía. En nuestra época, la única discusión posible es qué es poesía, porque hay quien trata de falsificarla. Hay que desenmascarar a quienes se sirven de la poesía en lugar de dedicar su vida a ella.

¿Qué espera que encuentre el lector en Desgracia?

Algo de bondad. Es un libro que fue escrito por alguien que estuvo en el borde, que se vio traicionado por quienes más quería. Es un libro lleno de poemas escritos con los dientes, muy cerca del misterio, sin apenas ganas de vivir. Cuando estaba escribiéndolo me di cuenta de que no se trataba de una historia personal, sino de un sufrimiento colectivo. Al fin y al cabo, mi desgracia es la de todos: el mal triunfa y el mundo es su escenario.

Por Federico Díaz-Granados

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