Frank Sinatra y una vida a su manera
Con una vida que vivió en sus propios términos, persiguiendo la música a pesar de todo, sacrificando personas y momentos, teniendo altos y bajos, Frank Sinatra se convirtió en “La voz” del siglo XX. El libro Sinatra and me: in the wee small hours, publicado este año por su amigo Tony Oppedisano, ofrece un acercamiento a la vida del ícono de la música.
María José Noriega Ramírez
Ser italoamericano. Tener por las venas sangre siciliana y ser condenado por ello. Caer en el saco que categorizaba a todo aquel, según se leía en The New York Times, de “sicilianos astutos, cobardes, descendientes de bandidos”. Ser objeto de bullying por el hecho de tener raíces extranjeras y por querer verse y sentirse diferente. Recibir burlas por ser un niño a quien le gustaba vestir trajes y sombreros desde muy temprana edad, mostrando elegancia y una imagen impecable desde entonces, siendo bautizado con el apodo de Slacksey. Ser hijo de una madre de carácter fuerte, con la habilidad de llenar el lugar al que llegaba con su sola presencia, y de un padre que, aunque le costaba trabajo expresar su amor por él, lo acercó, sin intención alguna, a la música. Ese, e infinidad de cosas más, fue Francis Albert Sinatra.
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Ser italoamericano. Tener por las venas sangre siciliana y ser condenado por ello. Caer en el saco que categorizaba a todo aquel, según se leía en The New York Times, de “sicilianos astutos, cobardes, descendientes de bandidos”. Ser objeto de bullying por el hecho de tener raíces extranjeras y por querer verse y sentirse diferente. Recibir burlas por ser un niño a quien le gustaba vestir trajes y sombreros desde muy temprana edad, mostrando elegancia y una imagen impecable desde entonces, siendo bautizado con el apodo de Slacksey. Ser hijo de una madre de carácter fuerte, con la habilidad de llenar el lugar al que llegaba con su sola presencia, y de un padre que, aunque le costaba trabajo expresar su amor por él, lo acercó, sin intención alguna, a la música. Ese, e infinidad de cosas más, fue Francis Albert Sinatra.
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Creciendo en soledad, a la que trató de huir a lo largo de su vida y con la que no pudo conciliarse al final de ella, a la que le dedicó los versos de A man alone, encontró en Marty O´Brien, el bar de su padre, un refugio, un lugar seguro. Con megáfono en mano, a falta de un micrófono, y sentado encima del piano, mientras escuchaba las melodías que brotaban del instrumento, deleitaba a los espectadores con las canciones que le pedían. Y es que el canto siempre fue lo suyo. Cada verso y cada nota fueron su vida misma. “He vivido una vida completa. Recorrí todas y cada una de las carreteras, y más, mucho más que eso, lo hice a mi manera” no fueron simples letras, fueron las palabras guía de su existencia. Negándose a la vida que sus padres planearon para él, ya fuera trabajando de tiempo completo en la compañía Todd Shipyard o como arquitecto, Sinatra optó por seguir el camino de la música, a pesar de todo. Llegando a sus 20 años, cuando se esperaba que tuviera un trabajo fijo y formal, Francis Albert abandonó su casa, siguiendo la determinación de su papá de dedicarse a la música siempre y cuando no viviera bajo su techo. Así, el camino lo llevó a encontrarse con las big bands de Harry James y Tommy Dorsey, y a darse a conocer con el nombre de Frank Sinatra en mayúsculas y en medio de las ovaciones del público, en el Paramount Theatre de Nueva York, cantando Night and day y All or nothing at all, en medio de un estado de histeria colectiva, en tiempos en los que tal cosa no se conocía.
Admirar la ópera y sentir fascinación por ella. Recurrir a Luciano Pavarotti o a Maria Callas en busca de consejos para mejorar su técnica vocal y recordar que el tenor italiano, cuando le preguntó si tenía alguna sugerencia con respecto a cómo trabajar en su diminuendo, le dijo: “Eso es simple: tú solo cierra la boca”. Hacer de las piscinas públicas, y luego de las propias, el lugar para desarrollar el control de la respiración. Dar vueltas bajo el agua y correr letras para sí mismo en tempo (mientras nadaba) fue la rutina que le permitió adquirir el control de la respiración que lo llevó a convertirse en el cantante del siglo XX, llenando cada espacio al que llegaba con su voz profunda. “En lugar de cantar dos o cuatro compases de música a la vez, como la mayoría lo hacía, pude cantar hasta ocho compases sin respirar de manera visible o audible. Esto le dio a la melodía una cualidad fluida e ininterrumpida, y eso, en todo caso, fue lo que me hizo sonar diferente”.
Su música es casi que autobiográfica. “Si quieres entender a Frank Sinatra, escucha sus canciones, ahí está su vida: el amor, la pasión, el dolor, la pérdida y la emoción”, dice Tony Oppedisano, autor del libro Sinatra and me: in the wee small hours. “El verdadero hombre se revela a sí mismo: sus fortalezas, sus debilidades, sus amores, sus arrepentimientos y su humor, todo eso está en su música”, añade quien fue también su compañía incondicional en los momentos altos y bajos, hasta ser una de las personas que tomó su mano en el lecho de su muerte. Night and day, Forget to remember, The man in the looking glass, Barbara, I love my wife y How do you keep the music playing son algunas de las canciones inspiradas en las mujeres de su vida (Nancy Barbato, Ava Gardner, Mia Farrow y Barbara Ann Blakeley), porque cuando de decisiones en dicho terreno se trataba, Sinatra no las pensaba mucho: se aventuraba a vivir lo que fuera, en el tiempo que fuera.
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El espectáculo era su vida y él le daba vida al escenario. Su vida estaba en el canto, en los shows, en su performance, tanto así que Frank Sinatra no existía, no podía hacerlo, sin su música, sin su orquesta, sin su público. Con precisión, creaba el viaje emocional que ofrecía a todo aquel que lo escuchaba. Con Come fly with me, I´ve got the world on a string y The lady is a tramp rompía el hielo. Strangers in the night y Moonlight in Vermont le permitían adentrarse con su audiencia en momentos de tristeza y arrepentimiento, alcanzando con My way un punto de éxtasis, de ovación, que cerraba con New York, New York, canción que, de hecho, fue la última que entonó en su vida. Allí, arriba, no estaba solo. El intercambio de gestos con los miembros de la orquesta le permitía hacer uno que otro movimiento espontáneo en sus conciertos, además de haber tenido la oportunidad de compartir tarima con Sammy Davis Jr. y Dean Martin, bajo el grupo The Rat Pack, así como con Ella Fitzgerald, Natalie Cole, Louis Armstrong, Elvis Presley, entre otros artistas más.
Alcanzar la cumbre en la música implicó sacrificios, muchas veces relacionados con su vida personal. Sus hijos, Nancy, Tina y Frankie Jr. (bautizado así en honor a Franklin D. Roosevelt, a quien Sinatra admiró), crecieron con su ausencia, y ese fue su gran dolor. Con el tiempo, entendieron que ese fue el precio que todos tuvieron que pagar para que su padre, “Don Quijote de la mancha en esmoquin” o “Poppa”, como le decían, siguiera siendo Frank Sinatra: el cantante, el actor, la estrella, que llegó a ser lo que fue gracias a la relación de amor y lealtad que construyó con sus seguidores, con gente del común que lo esperaba en las entradas de los hoteles o con artistas del momento, como Madonna, que ante su presencia se convertían en simples mortales.
Vivir el secuestro de su hijo y el sentimiento de culpa de la muerte de su madre en un accidente de avión, hasta el punto de conservar en el cajón de su mesa de noche, durante meses, el informe sobre lo ocurrido. Ser asociado con la mafia italiana, aceptando que compartió tragos y eventos casuales con ellos, pero negando las acusaciones que lo vinculaban con una posible participación en la Cumbre de la Mafia en la Habana de 1946, más allá de una presentación, mientras era el objetivo de la prensa amarillista y sensacionalista, pues el potencial de su vida ficcional superaba el alcance mediático que su vida real podía tener. Retirarse de los escenarios por un tiempo, pero morir como la leyenda de la música del siglo XX. Ese fue Frank Sinatra, el mismo que cantó: “Arrepentimientos he tenido unos pocos, pero, igualmente, muy pocos como para mencionarlos. Hice lo que tenía que hacer y llegué al final sin deber nada a nadie. Planeé cada ruta, cada cuidadoso paso a lo largo del camino, y más, mucho más que eso, lo hice a mi manera”.