Franz Kafka: amores dispersos, secretos lejanos (Opinión)
Presentamos un texto que recopila la historia de Kafka con las mujeres que marcaron su vida y explora cómo estos amores influyeron en su mente y creatividad.
José Luis Garcés González*
Kafka, el inmenso escritor, picoteó en el corazón de varias mujeres. Quizá le interesaba más el sentimiento como experimento. Y muy poco el sentimiento que lleva a la relación carnal. Murió en 1924, con mucho talento literario pero con escasa experiencia lúbrica. Quizá su tormento vital le ayudó a anular o a disminuir la energía sexual. Como se nota, no lo aseguro. Es un tal vez.
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Kafka, el inmenso escritor, picoteó en el corazón de varias mujeres. Quizá le interesaba más el sentimiento como experimento. Y muy poco el sentimiento que lleva a la relación carnal. Murió en 1924, con mucho talento literario pero con escasa experiencia lúbrica. Quizá su tormento vital le ayudó a anular o a disminuir la energía sexual. Como se nota, no lo aseguro. Es un tal vez.
Ese corazón kafkiano anduvo por varios tiempos y por varias damas. No demasiadas. Los historiadores parecen estar de acuerdo en que, esencialmente, fueron cuatro: Felice Bauer, Julie Wohrysek, Milena Jesenká, y Dora Dyamant. Y por allí, además, se filtra otro nombre y alguna sospecha. Pero echemos una mirada rápida al asunto.
El 13 de agosto de 1912, en casa de Max Brod, su amigo fundamental, conoció a Felice Bauer. Max Brod era su íntimo desde 1902, y por su iniciativa Kafka pudo viajar a París, Suiza, Weimar e Italia. Cuando Kafka conoció a Bauer, él tenía 29 años. En ese tiempo, en el ámbito social e individual, se dieron figuras tormentosas, peligrosas, personas que se quieren y no se quieren, que se comprometen y luego se descomprometen.
En enero de 1914, Kafka estableció una relación con Bauer. Inundó constantemente de cartas a la Bauer. Algunos críticos señalan que esa, más que una relación amorosa, fue una relación epistolar. Estudios al respecto aseguran que a ella le envió más de 350 cartas. Sin embargo, en julio de ese mismo año rompió el compromiso. Hubo un escándalo en el círculo judío.
En enero de 1915 se reencontró con Bauer. En julio de 1917 se comprometió por segunda ocasión con Felice. En diciembre de ese mismo año volvió a romper el compromiso. Ese año le diagnosticaron a Kafka tuberculosis pulmonar. En ese tiempo, Kafka se enamoró de Greta Bloch, amiga de Felice Bauer. También la inundó de cartas, pero de mayores tintes eróticos. Greta, más espectacular y publicitaria, se las mostraba de inmediato a la Bauer.
¿Qué le ocurrió a Kafka? ¿Por qué no se estabilizó sentimentalmente? Él decía que el matrimonio le interrumpiría su literatura. Habrá quienes le crean. Yo no le creo, y no lo hago por el prurito de llevar la contraria, que a estas alturas de mi vida sería una actitud pueril. En el alma y en el cuerpo del escritor bullen muchas tempestades, y estas originan muchos de sus comportamientos.
Respecto a Bauer, la historiografía kafkiana asegura que, después de que le mandó la primera misiva a Felice, la fertilidad escritural de Franz hizo su aparición: en una jornada de 10 horas seguidas escribió “La condena”, luego concluyó “El fogonero” y, más tarde, en ese lapso escribió “La metamorfosis”. En ese aspecto, la relación inicial con Bauer fue de alta creatividad. Entonces, surge la pregunta: ¿en dónde quedó el temor de que ese amor y una posible boda le podían esterilizar la producción literaria? Métanle duda al asunto.
En 1919 se comprometió con Julie Wohryzer. Meses más tarde rompió el compromiso. Se dice que fue el padre de ella el culpable de esa ruptura. En ese mismo año, Milena Jesenka tradujo varios textos de Kafka al checo. Empezó una concreta amistad. Luego, todo fue derivando hacia una relación sentimental, sustentada en decenas de cartas y documentos que ya recoge la historia. Las cosas había que hacerlas con cautela: Milena estaba casada con un intelectual bohemio.
Gert Wasner, una chica de 18 años, conoció a Kafka en el hospital de Riva. Fueron cercanos 10 días. El escritor aseguró que fue “una de las pocas mujeres con quien tuve una intimidad verdadera”.
Dora Dyamant, judía polaca y ortodoxa, de 19 años, se voló con Kafka a Berlín. En esa ciudad se veían muy enamorados. La relación de Kafka con Milena se mantuvo cierto tiempo, a partir de 1919. El escritor mostraba estar enamorado, y, al parecer, quería algo más sólido con la praguense. Pero Milena, que era una experimentada mujer de mundo, se resistía a abandonar a su marido bohemio.
Las misivas a Jesenka son textos escritos entre 1920 y 1922 y fueron recopiladas bajo el título de “Cartas a Milena”. La historia es más o menos la siguiente: en la primavera de 1939 Milena le entrega ese material a un editor-impresor. A los pocos meses el nazismo inició, con la invasión a Polonia, la Segunda Guerra Mundial. Jesenka fue apresada y enviada al campo de concentración de Ravensbruck, donde sufrió innumerables ultrajes y su salud se deterioró. Fue sometida a una operación renal y falleció en 1944.
Milena sabía que Kafka estaba tuberculoso y padecía una, a veces oculta, aversión al sexo, la cual era develada en algunas de sus cartas. Sin embargo, ella valoraba el inmenso talento narrativo de Kafka, y por eso le soportaba sus titubeos sexuales. Era una mujer apasionada, y Kafka era casi su antípoda: tímido, enfermizo, carecía de entusiasmo y fe.
La muerte de Kafka ocurrió cuando estaba en compañía de la joven Dora Dyamant, a quien le había pedido que quemara todos sus escritos. Igual solicitud le había hecho a Max Brod, que era un amigo de toda la vida. Como sabemos, Brod le prometió que lo haría, pero a la hora de la verdad no atendió ese pedido.
En sus Diarios (1910-1913) hay un valiosísimo material para conocer y, de pronto, entender la atormentada vida de este escritor nacido en 1883. El domingo 10 de julio de 1910 anotó: “… Dormir, despertar, dormir, despertar, perra vida”. ¿Habrá mayor desesperación?
Si usted quiere otra prueba de la infravaloración en que se tenía Kafka, le entrego este párrafo: “Soy el colmo de la estupidez. Leo un libro sobre el Tíbet; al llegar a la descripción de un pueblo en las montañas de la frontera se me oprime de pronto el corazón, tan desolada y abandonada, me parece la aldea, tan alejada de Viena. Pero lo que me parece estúpido es que el Tíbet queda lejos de Viena. ¿Quedaría realmente lejos?”. Hay allí otra prueba de autoflagelación sin mayor análisis. En verdad, el Tíbet sí queda bien lejos de Viena. No está en la otra esquina.
Lo anterior se halla incluido en el volumen “Cartas a Milena”, la periodista de lengua alemana que lo tradujo al checo, y a quien, por la confianza que le tenía, le dio a conocer y a guardar los textos que se titularían “Carta al padre” y otros escritos de sus obras.
Franz Kafka murió el 10 de abril de 1924. Lo mató la tuberculosis. La falta de amor sostenible. Los desajustes con una sociedad que criticó y quizá no comprendió. Los duros y prolongados conflictos familiares.
Pero yo, que no aspiro a ser un bribón, no puedo finalizar estas notas sin decir que cuando profundicé mis lecturas en el drama vital de Franz Kafka, apoyado en las Memorias de Max Brod, debo reconocer que entre las mujeres que conoció y trató, el escritor se destacó por su amor y generosidad totales el nombre de Dora Dyamant. Permaneció con Kafka hasta sus últimos instantes, y este es un decir textual. A su lado, sin ninguna fisura, esa joven que lo valoraba y lo amaba, estuvo con él hasta esa madrugada de abril, cuando se produjo la crisis final que no amainó ni con las inyecciones de morfina. En esa habitación de hospital se quedó ella llorando cuando ya el escritor era un número más en el depósito de cadáveres.