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Fútbol sin árbitro: la modesta proposición de un anarquista ateo

La razón de que el juez sea la causa del deterioro ético del fútbol es que, al introducirse un dios fiscalizador en el juego, se despoja a los futbolistas de su responsabilidad moral con el deporte.

Sebastian Giraldo Medina, especial para El Espectador
17 de junio de 2023 - 03:15 p. m.
El árbitro antioqueño Wilmar Roldán, aquí revisando una acción en el VAR.  / AFP
El árbitro antioqueño Wilmar Roldán, aquí revisando una acción en el VAR. / AFP
Foto: AFP - LUIS ROBAYO

¿Hay un trabajo más innecesario que el del árbitro? El árbitro no sólo no cumple con el propósito para el que está hecho –hacer que el partido sea justo– sino que origina todas las injusticias del juego y las peores canalladas de los jugadores. El árbitro convierte a los futbolistas en malos actores, en repulsivas sabandijas solapadas, en menores de edad ineptos, con un código ético pervertido. Acciones que en cualquier otro deporte serían objeto de repulsión y deshonra, se convierten en normas implícitas o signos de audacia en el fútbol. Quizá no hay actitud más degradante en el deporte que crear un penal fingiendo una falta, o hacer expulsar injustamente al rival, o quemar tiempo fingiendo dolores inexistentes, o tirarse al suelo cuando ya no hay posibilidades de meter gol. Sólo en el fútbol he visto normalizada –y a veces exaltada– la figura del solapado y el mentiroso.

La razón de que el juez sea la causa del deterioro ético del fútbol es que, al introducirse un dios fiscalizador en el juego, se despoja a los futbolistas de su responsabilidad moral con el deporte. La dicotomía entre el bien y el mal, el problema del libre albedrío, el conflicto entre las pasiones y el bien común, la cuestión sobre los límites de la libertad… todos son asuntos que ya no les importan a los jugadores porque para eso está la figura paternal del árbitro. Muy lejos ha quedado ya la figura del Sócrates brasileño, que durante las entrevistas lanzaba aforismos amargos como un Emile Cioran sudamericano.

De esta manera, los futbolistas se concentran en otra cosa: sacar ventaja de la ineptitud del que hace cumplir las leyes. Si el árbitro no está pitando correctamente las faltas en el partido, emergen entonces los que se lanzan a cometer faltas a la manera brutal de un karateca ebrio; pero si el árbitro pita hasta el más leve roce o amague mentiroso, los jugadores se convierten en mariposas heridas.

Mientras algunos cuestionan la existencia del VAR, yo voy mucho más lejos. Propongo que se elimine al árbitro del juego. Si esta medida es aplicada, pronto verán la mejora moral del fútbol y la mejora de la sociedad en general. Lo primero es que se acabarán las faltas simuladas. Sin un árbitro pitando, sin un juez sacando tarjetas amarillas y tarjetas rojas, la caída simulada de un jugador se mostrará descarnadamente como es: un acto ridículo e infantil. Nunca he visto una falta simulada en un partido de potrero entre amigos, a menos que sea para provocar voluntariamente la risa de quienes juegan. Terminará también la excusa lamentable de adjudicarle la responsabilidad de la derrota al árbitro. Acabarán los programas deportivos (una de las ventajas más jugosas) en los que los locutores dedican horas interminables a criticar al juez y a formar polémicas inexistentes.

Pero quizá el mayor beneficio de todos será que los futbolistas, al resolver los conflictos del juego dentro del campo, al concertar soluciones entre ellos sin necesidad de un padre protector y castigador, devendrán filósofos… y nosotros, los espectadores, podremos reflexionar sobre cuáles son los mejores argumentos a favor de una determinación dentro de la cancha; cuál es la teoría moral que mejor funciona en un caso particular; cuáles serían los aciertos y desaciertos de la moral kantiana en el juego; de qué manera podemos aplicar el utilitarismo de Stuart Mill en el partido; cuándo es pertinente apelar al consecuencialismo de Bentham; qué tan acertada es la idea de Nietzsche de que es deseable que ganen los más fuertes…

Cuenta Slavoj Zizek que existe una historia muy popular en Europa. Una vez, Yves le Bretón, durante una cruzada, se topó con una anciana que llevaba un plato en su mano derecha, en el que salían llamaradas de fuego. En la otra mano llevaba un cuenco lleno de agua. Cuando Yves le Breton le preguntó por qué llevaba esos dos trastes de loza, la anciana respondió que pretendía quemar el cielo con las llamaradas y apagar el infierno con el agua, “porque no quiero que nadie haga el bien con el fin de ganarse el paraíso o por miedo al infierno, sino sola y exclusivamente por amor a Dios”. Hoy en día ese precepto, como bien apunta Zizek, lo cumplen mejor los ateos. Un fútbol con la máxima atea que dice que no es necesario un Dios fiscalizador para tener una vida recta y justa es un deporte que todos nos inclinaríamos a admirar con asombro filosófico.

Por Sebastian Giraldo Medina, especial para El Espectador

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Carlos(61188)19 de junio de 2023 - 11:01 a. m.
Excelente artículo. ¡Gracias!
luis(76931)18 de junio de 2023 - 09:59 a. m.
Exelente propuesta en un país de sabandijas que nos vivimos dando la bendición y agradeciendo a Diosito lindo antes de hacer la siguiente avivatada
Gilberto(54899)17 de junio de 2023 - 10:11 p. m.
! "Como pedrada en ojo tuerto" . . . (Según mi abuelo).
Rodulfo(d0qac)17 de junio de 2023 - 07:12 p. m.
Por fin alguien da en el punto!!!! Malos actores, sabandijas repulsivas y solapadas con una ética pervertida. En eso se han convertido los futbolistas profesionales. Por eso dejé de consumir fútbol. Felicitaciones por su apreciación. Lamentablemente la propuesta de jugar sin árbitro y las referencias filosóficas confunden y hacen dirigir la atención a otra parte. Prohibir terminantemente hablar con el juez y castigar severamente la simulación serían acciones realizables.
Eduardo(26198)17 de junio de 2023 - 05:37 p. m.
Si aceptan su sugerencia se quedan sin trabajo más de la mitad de futbolistas en el mundo, empezando por el repugnante Neymar ; tambien muchos directores técnicos que alientan la trampa a sus dirigidos.
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