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                                                                                                                                  Fútbol sin árbitro: la modesta proposición de un anarquista ateo

                                                                                                                                  La razón de que el juez sea la causa del deterioro ético del fútbol es que, al introducirse un dios fiscalizador en el juego, se despoja a los futbolistas de su responsabilidad moral con el deporte.

                                                                                                                                  Sebastian Giraldo Medina, especial para El Espectador

                                                                                                                                  El árbitro antioqueño Wilmar Roldán, aquí revisando una acción en el VAR. / AFP
                                                                                                                                  Foto: AFP - LUIS ROBAYO

                                                                                                                                  ¿Hay un trabajo más innecesario que el del árbitro? El árbitro no sólo no cumple con el propósito para el que está hecho –hacer que el partido sea justo– sino que origina todas las injusticias del juego y las peores canalladas de los jugadores. El árbitro convierte a los futbolistas en malos actores, en repulsivas sabandijas solapadas, en menores de edad ineptos, con un código ético pervertido. Acciones que en cualquier otro deporte serían objeto de repulsión y deshonra, se convierten en normas implícitas o signos de audacia en el fútbol. Quizá no hay actitud más degradante en el deporte que crear un penal fingiendo una falta, o hacer expulsar injustamente al rival, o quemar tiempo fingiendo dolores inexistentes, o tirarse al suelo cuando ya no hay posibilidades de meter gol. Sólo en el fútbol he visto normalizada –y a veces exaltada– la figura del solapado y el mentiroso.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  De esta manera, los futbolistas se concentran en otra cosa: sacar ventaja de la ineptitud del que hace cumplir las leyes. Si el árbitro no está pitando correctamente las faltas en el partido, emergen entonces los que se lanzan a cometer faltas a la manera brutal de un karateca ebrio; pero si el árbitro pita hasta el más leve roce o amague mentiroso, los jugadores se convierten en mariposas heridas.

                                                                                                                                  Mientras algunos cuestionan la existencia del VAR, yo voy mucho más lejos. Propongo que se elimine al árbitro del juego. Si esta medida es aplicada, pronto verán la mejora moral del fútbol y la mejora de la sociedad en general. Lo primero es que se acabarán las faltas simuladas. Sin un árbitro pitando, sin un juez sacando tarjetas amarillas y tarjetas rojas, la caída simulada de un jugador se mostrará descarnadamente como es: un acto ridículo e infantil. Nunca he visto una falta simulada en un partido de potrero entre amigos, a menos que sea para provocar voluntariamente la risa de quienes juegan. Terminará también la excusa lamentable de adjudicarle la responsabilidad de la derrota al árbitro. Acabarán los programas deportivos (una de las ventajas más jugosas) en los que los locutores dedican horas interminables a criticar al juez y a formar polémicas inexistentes.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Cuenta Slavoj Zizek que existe una historia muy popular en Europa. Una vez, Yves le Bretón, durante una cruzada, se topó con una anciana que llevaba un plato en su mano derecha, en el que salían llamaradas de fuego. En la otra mano llevaba un cuenco lleno de agua. Cuando Yves le Breton le preguntó por qué llevaba esos dos trastes de loza, la anciana respondió que pretendía quemar el cielo con las llamaradas y apagar el infierno con el agua, “porque no quiero que nadie haga el bien con el fin de ganarse el paraíso o por miedo al infierno, sino sola y exclusivamente por amor a Dios”. Hoy en día ese precepto, como bien apunta Zizek, lo cumplen mejor los ateos. Un fútbol con la máxima atea que dice que no es necesario un Dios fiscalizador para tener una vida recta y justa es un deporte que todos nos inclinaríamos a admirar con asombro filosófico.

                                                                                                                                  El árbitro antioqueño Wilmar Roldán, aquí revisando una acción en el VAR. / AFP
                                                                                                                                  Foto: AFP - LUIS ROBAYO

                                                                                                                                  ¿Hay un trabajo más innecesario que el del árbitro? El árbitro no sólo no cumple con el propósito para el que está hecho –hacer que el partido sea justo– sino que origina todas las injusticias del juego y las peores canalladas de los jugadores. El árbitro convierte a los futbolistas en malos actores, en repulsivas sabandijas solapadas, en menores de edad ineptos, con un código ético pervertido. Acciones que en cualquier otro deporte serían objeto de repulsión y deshonra, se convierten en normas implícitas o signos de audacia en el fútbol. Quizá no hay actitud más degradante en el deporte que crear un penal fingiendo una falta, o hacer expulsar injustamente al rival, o quemar tiempo fingiendo dolores inexistentes, o tirarse al suelo cuando ya no hay posibilidades de meter gol. Sólo en el fútbol he visto normalizada –y a veces exaltada– la figura del solapado y el mentiroso.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  De esta manera, los futbolistas se concentran en otra cosa: sacar ventaja de la ineptitud del que hace cumplir las leyes. Si el árbitro no está pitando correctamente las faltas en el partido, emergen entonces los que se lanzan a cometer faltas a la manera brutal de un karateca ebrio; pero si el árbitro pita hasta el más leve roce o amague mentiroso, los jugadores se convierten en mariposas heridas.

                                                                                                                                  Mientras algunos cuestionan la existencia del VAR, yo voy mucho más lejos. Propongo que se elimine al árbitro del juego. Si esta medida es aplicada, pronto verán la mejora moral del fútbol y la mejora de la sociedad en general. Lo primero es que se acabarán las faltas simuladas. Sin un árbitro pitando, sin un juez sacando tarjetas amarillas y tarjetas rojas, la caída simulada de un jugador se mostrará descarnadamente como es: un acto ridículo e infantil. Nunca he visto una falta simulada en un partido de potrero entre amigos, a menos que sea para provocar voluntariamente la risa de quienes juegan. Terminará también la excusa lamentable de adjudicarle la responsabilidad de la derrota al árbitro. Acabarán los programas deportivos (una de las ventajas más jugosas) en los que los locutores dedican horas interminables a criticar al juez y a formar polémicas inexistentes.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Cuenta Slavoj Zizek que existe una historia muy popular en Europa. Una vez, Yves le Bretón, durante una cruzada, se topó con una anciana que llevaba un plato en su mano derecha, en el que salían llamaradas de fuego. En la otra mano llevaba un cuenco lleno de agua. Cuando Yves le Breton le preguntó por qué llevaba esos dos trastes de loza, la anciana respondió que pretendía quemar el cielo con las llamaradas y apagar el infierno con el agua, “porque no quiero que nadie haga el bien con el fin de ganarse el paraíso o por miedo al infierno, sino sola y exclusivamente por amor a Dios”. Hoy en día ese precepto, como bien apunta Zizek, lo cumplen mejor los ateos. Un fútbol con la máxima atea que dice que no es necesario un Dios fiscalizador para tener una vida recta y justa es un deporte que todos nos inclinaríamos a admirar con asombro filosófico.

                                                                                                                                  Por Sebastian Giraldo Medina, especial para El Espectador

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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