Gabriel García Márquez, en recuerdos
El pasado 17 de abril se cumplieron 10 años de la muerte del escritor colombiano. Hoy recordamos este texto que se publicó originalmente para el especial “Diez años de soledad”, que buscó conmemorar la vida y obra de uno de nuestros personajes universales.
Andrés Osorio Guillott
Ya lo había dicho Gabriel García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Paradójicamente, su vida se apagó y sus últimos años carecieron de recuerdos. “Ya no recuerdo que no recuerdo”, les dijo a sus hijos Rodrigo y Gonzalo alguna vez.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Ya lo había dicho Gabriel García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Paradójicamente, su vida se apagó y sus últimos años carecieron de recuerdos. “Ya no recuerdo que no recuerdo”, les dijo a sus hijos Rodrigo y Gonzalo alguna vez.
Tanto se ha escrito sobre García Márquez que para muchos ya se trata de una especie de explotación de su nombre y su legado. También, quizá, parece que nunca será suficiente, pues de la genialidad de su obra siguen brotando análisis y curiosos que no renuncian a encontrar algo nuevo y asombroso en sus libros.
Esta vez no quisimos escribir un perfil o un ensayo de los tantos y tantos que circulan con relativa frecuencia, entre otras cosas porque hay muchos muy buenos y no vemos necesario intentar superarlos o igualarlos. Esta vez quisimos conmemorar a García Márquez desde los recuerdos de algunos conocidos, amigos y familiares. La memoria fue una de sus obsesiones, así como las amistades. Combinar ambos elementos es, quizás, una de las maneras más fidedignas de honrar a un autor que nos haría conscientes de nuestra soledad, la soledad de América Latina.
Así recuerdan algunos allegados, amigos y familiares a Gabriel García Márquez
Jaime Abello Banfi
En noviembre de 2013, estuve en un almuerzo en su casa, donde estuvimos con Mercedes y sus nietos. Ya Gabito estaba con sus facultades disminuidas, pero comió con nosotros, hacia guiños, sonreía, no hablaba. Ya llevaba un buen tiempo ensimismado. Fue un momento en el que tuvo una mirada y una sonrisa muy tierna. En Semana Santa de 2014 fui a México a visitarlo. Llegué el martes, y el miércoles Mercedes me dijo que la situación estaba complicada. El jueves recibí la noticia del fallecimiento. Cuando llegué vi la salida de su cuerpo envuelto en sabanas. Ahí estuvimos con la familia. Recuerdo que Mercedes estaba con un vestido tipo tigresa, con mucha tranquilidad, con ese don de mando que la caracterizaba. Fueron días muy intensos. Lo importante es que él sigue acá con nosotros.
Patricia Lara
Estábamos en Cartagena, en un restaurante popular de comida autóctona, y yo estaba a cargo de la vieja revista “Cambio”, con todas las afugias económicas que eso implicaba, y él estaba al tanto de todo. De pronto se puso a dibujar en una servilleta un autorretrato de él y en frente una imagen que se suponía que era yo, lo firmó y le puso la fecha, y me dijo: “Mire, le regalo este dibujo. El día que usted se vaya a quebrar, lo vende y sale de la quiebra”. Ese dibujo lo tengo enmarcado con mucho cuidado y cariño. De hecho, Heriberto Fiorillo, de La Cueva, le sacó una copia y lo tiene allí.
Beto Murgas
Tengo una imagen de una parranda que se hizo aquí en Valledupar. Estábamos con mi esposa, mi hijo Beto y Gabo, vestido de caribeño, vino y aquí nos conocimos. Le pedí una foto con mi familia y aceptó. En esa parranda vino Nicolás Bolaños, un compositor, e hizo una canción que se llama “Cómo hacer una canción”. Estaba Rafael Escalona también. Ese muchacho que les digo llegó a la parranda y le pidieron que cantara, y empezó: “Para hacer una canción se necesita ser de buenos sentimientos y tener el talento literario que origina la grandeza y la virtud de componer…”, y García Márquez le dijo a Escalona: “Oye, Rafa, nos acaban de joder. Este muchacho en una página está diciendo lo que yo no he dicho en todos los libros que he escrito”.
Rodrigo García Barcha
De la época anterior a su enfermedad, visitarlo siempre era un poco difícil. A mí hermano y a mí ya no nos reconocía. Nos miraba y algo le recordábamos. Nuestras caras como que hacían eco de algo. Reconocía a Mercedes como la persona principal y a la gente que trabajaba en la casa. Siempre fue un paciente de alzhéimer muy tranquilo, muy dócil. Nunca perdió la capacidad para reconocer los objetos, cosas que parecen elementales, pero que para muchos es imposible. Fue una época generalmente tranquila. Fue muy ansiosa esa etapa en la que él estaba consciente de estar perdiendo la memoria. Ya en los últimos años, llegó a decir: “Ya no recuerdo que no recuerdo”.
María del Pilar Rodríguez
Mi último encuentro con García Márquez fue el 25 de mayo de 2013 a las 11:00 de la mañana, en Cartagena. Nos vimos con el fin de hacer el retrato de las rosas amarillas —para él eran muy importantes estas rosas, porque nunca escribía sin tener una rosa amarilla en su escritorio—, que fue el último retrato fotográfico de carácter artístico de él, que lo hizo Mauricio Vélez. Doña Mercedes nos dijo que escogiéramos el sitio para la fotografía; eso fue en la sala principal, al frente del mural de Alejandro Obregón. Lo primero que le dije a Mauricio es que no le dijera “maestro”, porque a él no le gustaba, que le dijera Gabito, porque algo que aprendí es que para los cachacos era Gabo y para los costeños Gabito. Y apenas lo saludó, le dijo “maestro” igual [risas], él se le metió debajo del brazo y siguió derecho. Me vio y preguntó: “¿Y ella quién es?”. Estar con él en ese tiempo era como estar con un niño genio, con un gran sentido del humor. El caso es que yo me le acerqué para entregarles las rosas, le tomaron la foto y él me invitó a sentarme a su lado, y yo le dije: “Ajá, a ti te gusta es hablar más con las mujeres que con los hombres”, y me dijo: “Sí, porque con las mujeres uno sabe si están bien o están mal, mientras que con los hombres nunca se sabe”. Era muy divertido. El Gabito que me tocó a mí tenía el humor intacto, con una preferencia por lo femenino, amoroso y tierno, como siempre.
José Luis Díaz-Granados
Durante mis años de exilio en Cuba, la relación con Gabo se tornó más cercana, pues nos encontrábamos con mucha frecuencia, ya fuera en su casa de protocolo en Cubanacán o en mi apartamento del Vedado, donde yo vivía con mi esposa Gladys y mi hija Carolina, entonces pionera que cursaba su preparatoria. Conversábamos de todo. Gabo, al contrario de cuando nos veíamos en Bogotá, se veía relajado, tranquilo, con el humor a flor de labios. Al igual, Mercedes, siempre amable y generosa. Hablábamos de política, de la situación colombiana. Y rara vez, tocábamos el tema literario. Cuando llegaba a su casa con el escritor y librero Álvaro Castillo Granada —a quien Gabo apodó el librovejero—, Mercedes llamaba a Gabito con un dejo de humor: “¡Llegaron los intelectuales!”.
María Elvira Samper
Una vez, estando en México, me dijo: “Ven te llevo a mi cuarto que te quiero mostrar algo”, y sacó de un cajón tres paquetes amarrados con cinta o con pita, y dijo: “Esto es para demostrar que sí puedo seguir escribiendo. Son tres novelas cortas”. No sé bien qué novelas eran, no sé si alguna de esas era “En agosto nos vemos”, pero después de eso me dice: “Y para aquellos que están diciendo que voy a escribir un segundo tomo de mis memorias, pues se van a quedar con los crespos hechos porque no lo voy a hacer; si lo hago termino revelando las bambalinas de lo que son mis novelas”. No sé si en ese momento ya sentía que estaba perdiendo la memoria.
Álvaro Castillo Granada
Recuerdo especialmente una de las visitas que García Márquez hizo a la casa en la que vivía en La Habana, en un barrio popular. Recuerdo que dijo que llegaba a las 3:00, y a las 3:00 timbró junto con su chofer, que siempre lo acompañaba. Entró a la casa como si la conociera de siempre, y a los dos dueños de la casa, Miguelito y Betania Peña, que eran hermanos, los saludó como si fueran amigos de toda la vida. Ellos estaban asombrados. Lo más bonito es que fue campechano. Hablamos varias horas de libros, de la vida, del clima. Con él se hablaba de todo, pero era más uno; a él lo que le gustaba era escuchar. A Miguelito, que trabajaba de vigilante en una fábrica, García Márquez cuando se despidió le dijo que le recordara su nombre, y le dijo: “Tienes nombre de hombre bueno”. A Betania, en un momento ella se acercó le preguntó si quería café, y él le dijo en voz baja: “Mira, yo no tomo café, pero no se lo vayas a decir a nadie”. Esa manera de hacer sentir importantes a los demás es inolvidable.
Aura Lucía Mera
Él estaba muy angustiado de recibir el Nobel. En la víspera yo estaba en el gran hotel en Estocolmo, y entró hecho una furia directo hacia mí y me dijo que no iba a recibir el Nobel. “Pues no lo reciba”, le dije. Y era porque no le habían sentado en la mesa del rey a la amiga cuando escribió “El coronel no tiene quién le escriba”. Le dije que yo me había encargado de la parte de Colombia, pero eso ya era asunto del protocolo real. En el periódico de Estocolmo salió al otro día un titular que decía: “Colombia nos enseña cómo se recibe un Nobel”. Fue la primera vez que se rompió el protocolo. Eso fue algo maravilloso. Él estaba muy feliz. Logró lo que quería, que era no estar solo. Él era muy tímido, y también vestirse de blanco en medio de toda la gente de negro. Eso fue muy lindo porque rompió con todo. Ese fue un realismo mágico total a 22 grados bajo cero.