Germán Castro Caycedo y el oficio de narrar la vida
Germán Castro Caycedo deja un legado en el periodismo y la literatura colombiana. Su pluma nos permitió conocer un país en su diversidad y complejidad máxima. En homenaje a su vida y obra, recordamos sus orígenes, así como sus experiencias y visiones en el oficio.
María José Noriega Ramírez
Andrés Osorio Guillott
“Escribir una crónica es narrar. Narrar la vida, contar historias, pero contarlas bien”, decía el escritor Germán Castro Caycedo. Haber crecido en un hogar en el que su madre, aficionada a la literatura, al arte y a la historia, les enseñó a él y a sus hermanos a leer, así como a sumar y a restar, lo llevó a acercarse en su adolescencia a las crónicas que se publicaban en El Espectador y en El Tiempo. El ritmo y el contraste dentro de una historia eran elementos fundamentales en su narración, pues así veía la vida, como un contraste entre el amor y el odio, la vida y la muerte.
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Los medios de comunicación en Zipaquirá, su pueblo natal, fueron testigos de sus primeros pasos en el oficio. La voz de Cundinamarca, estando aún en el bachillerato, vio nacer Oro y grana, un programa que conducía los lunes a las 7:00 p.m., durante media hora, y que a lo largo de su época universitaria lo acompañó hasta la Emisora Mariana. Pero fue en Deporte Gráfico donde tuvo la oportunidad de recorrer a la par del pedaleo de Cochise Rodríguez la mayor parte de América, conociendo la riqueza cultural del continente, bajo la premisa de que donde estuviera un deportista colombiano debía estar un periodista. La firma de sus columnas en ese medio, con el complemento “colaboración de Deporte Gráfico”, lo llevó a trabajar en El Tiempo.
En esa casa periodística, Castro Caycedo empezó como reportero, cubriendo las noticias de Cundinamarca y remitiéndose a las fuentes comunes: el secretario de Gobierno, de Hacienda, entre otros más. Sin embargo, la noticia del hallazgo por parte de José Bernal, inspector del camino del páramo de Pisba, de calaveras de posibles hombres pertenecientes al Ejército Libertador, cambió su rumbo como escritor. La noticia llegó a las 5:00 p.m. al periódico y Castro Caycedo emprendió viaje a la capital de Boyacá, en compañía de un fotógrafo, una hora después. Su nota sobre el páramo de Pisba, el cual conoció a partir de las narraciones de Bernal, a pesar de la niebla que reposaba sobre sus ojos, lo hizo darse cuenta de que la última hora, lo que sucedía de improvisto e inmediato, no era lo suyo. Hernando Santos Castillo se lo dijo: “No más noticias de Cundinamarca, lo tuyo es esto”.
“Colombia está compuesta por varias naciones culturales diferentes. La cultura son usos y costumbres: vocabulario, culto a la muerte, relaciones hombre-mujer, comida, creencias”, decía. Por eso, la observación y la investigación fueron las herramientas primarias de su periodismo. Creyendo que la crónica no exige “esa maravillosa fatiga” del oficio, Castro Caycedo no creía en la llamada objetividad periodística, pues en medio del ejercicio hay seres humanos. Según él, el periodismo tiene dos rasgos: equilibrio y precisión, no más. Y bajo esos preceptos saltó de la prensa a la televisión, llevando la crónica escrita a un escenario más grande, y a los libros. Así publicó, en 1983, Colombia amarga.
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Germán Castro Caycedo supo responder con disciplina a las preguntas de por qué y para qué se da la vida. La supo ofrecer a su oficio cuando aceptó, por ejemplo, con el temor que reafirma la naturaleza humana, su condición de secuestrado para poder entrevistar a Jaime Báteman, comandante del M-19, y así entender la ideología del movimiento revolucionario y así ofrecerle la explicación a todo el país del sentido de sus acciones; también cuando publicó en Nuestra guerra ajena cómo con la complicidad de Estados Unidos se proliferó la violencia y el narcotráfico en Colombia para luego justificar una especie de intervención política y militar a lo largo y ancho del territorio nacional.
Mi alma se la dejo al diablo, El Alcaraván, El Hueco, Con las manos en alto, Sin tregua, Operación Pablo Escobar, El palacio sin máscara, Tormenta, La bruja, Perdido en el Amazonas, Una verdad Oscura, Huellas, entre otros libros deja un hombre que se aferró siempre a la crónica y a la investigación, que extendió el sentido de la famosa frase de “la noticia es el primer borrador de la historia” al ver en ellas la fuente de inspiración para su próxima obra.
De la noticia a la curiosidad, de la curiosidad a la rigurosidad, de la rigurosidad a la disciplina constante. De escalón en escalón se construye entonces una gran obra, un legado que sirvió a muchos, incluso a quienes escribimos este homenaje, para creer en este camino, para soñar con algo de ingenuidad y con algo de nobleza en que desde el periodismo es posible romper con las verdades que ocultan otras tantas, y que desde eso que estuvo oculto se puede vislumbrar otra sociedad. Leer a Germán Castro Caycedo era, es y será leer al país desde sus problemas estructurales, esos que parecen perpetuarse. Escuchar en la radio que su vida se apagó fue volver a tantas otras veces en que nos enteramos de la partida de otros tan grandes como él, incluso fue sentir de nuevo ese salto al vacío que se percibió hace un poco menos de dos años cuando nos dejó también Alfredo Molano Bravo, otro autor de historias que contaron un país que a veces nos resulta lejano.
Decía Cris Carbone que “cuando muere un poeta, el mundo pierde pedacitos de esperanza”. Que se permita por esta vez adaptar un poema para decir que cuando muere un escritor como Germán Castro Caycedo, el mundo pierde pedacitos de valentía para seguir escudriñando en las verdades que puede que hagan más difícil la vida, pero que seguramente la harán también más interesante de ser realizada.
“Escribir una crónica es narrar. Narrar la vida, contar historias, pero contarlas bien”, decía el escritor Germán Castro Caycedo. Haber crecido en un hogar en el que su madre, aficionada a la literatura, al arte y a la historia, les enseñó a él y a sus hermanos a leer, así como a sumar y a restar, lo llevó a acercarse en su adolescencia a las crónicas que se publicaban en El Espectador y en El Tiempo. El ritmo y el contraste dentro de una historia eran elementos fundamentales en su narración, pues así veía la vida, como un contraste entre el amor y el odio, la vida y la muerte.
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Los medios de comunicación en Zipaquirá, su pueblo natal, fueron testigos de sus primeros pasos en el oficio. La voz de Cundinamarca, estando aún en el bachillerato, vio nacer Oro y grana, un programa que conducía los lunes a las 7:00 p.m., durante media hora, y que a lo largo de su época universitaria lo acompañó hasta la Emisora Mariana. Pero fue en Deporte Gráfico donde tuvo la oportunidad de recorrer a la par del pedaleo de Cochise Rodríguez la mayor parte de América, conociendo la riqueza cultural del continente, bajo la premisa de que donde estuviera un deportista colombiano debía estar un periodista. La firma de sus columnas en ese medio, con el complemento “colaboración de Deporte Gráfico”, lo llevó a trabajar en El Tiempo.
En esa casa periodística, Castro Caycedo empezó como reportero, cubriendo las noticias de Cundinamarca y remitiéndose a las fuentes comunes: el secretario de Gobierno, de Hacienda, entre otros más. Sin embargo, la noticia del hallazgo por parte de José Bernal, inspector del camino del páramo de Pisba, de calaveras de posibles hombres pertenecientes al Ejército Libertador, cambió su rumbo como escritor. La noticia llegó a las 5:00 p.m. al periódico y Castro Caycedo emprendió viaje a la capital de Boyacá, en compañía de un fotógrafo, una hora después. Su nota sobre el páramo de Pisba, el cual conoció a partir de las narraciones de Bernal, a pesar de la niebla que reposaba sobre sus ojos, lo hizo darse cuenta de que la última hora, lo que sucedía de improvisto e inmediato, no era lo suyo. Hernando Santos Castillo se lo dijo: “No más noticias de Cundinamarca, lo tuyo es esto”.
“Colombia está compuesta por varias naciones culturales diferentes. La cultura son usos y costumbres: vocabulario, culto a la muerte, relaciones hombre-mujer, comida, creencias”, decía. Por eso, la observación y la investigación fueron las herramientas primarias de su periodismo. Creyendo que la crónica no exige “esa maravillosa fatiga” del oficio, Castro Caycedo no creía en la llamada objetividad periodística, pues en medio del ejercicio hay seres humanos. Según él, el periodismo tiene dos rasgos: equilibrio y precisión, no más. Y bajo esos preceptos saltó de la prensa a la televisión, llevando la crónica escrita a un escenario más grande, y a los libros. Así publicó, en 1983, Colombia amarga.
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Germán Castro Caycedo supo responder con disciplina a las preguntas de por qué y para qué se da la vida. La supo ofrecer a su oficio cuando aceptó, por ejemplo, con el temor que reafirma la naturaleza humana, su condición de secuestrado para poder entrevistar a Jaime Báteman, comandante del M-19, y así entender la ideología del movimiento revolucionario y así ofrecerle la explicación a todo el país del sentido de sus acciones; también cuando publicó en Nuestra guerra ajena cómo con la complicidad de Estados Unidos se proliferó la violencia y el narcotráfico en Colombia para luego justificar una especie de intervención política y militar a lo largo y ancho del territorio nacional.
Mi alma se la dejo al diablo, El Alcaraván, El Hueco, Con las manos en alto, Sin tregua, Operación Pablo Escobar, El palacio sin máscara, Tormenta, La bruja, Perdido en el Amazonas, Una verdad Oscura, Huellas, entre otros libros deja un hombre que se aferró siempre a la crónica y a la investigación, que extendió el sentido de la famosa frase de “la noticia es el primer borrador de la historia” al ver en ellas la fuente de inspiración para su próxima obra.
De la noticia a la curiosidad, de la curiosidad a la rigurosidad, de la rigurosidad a la disciplina constante. De escalón en escalón se construye entonces una gran obra, un legado que sirvió a muchos, incluso a quienes escribimos este homenaje, para creer en este camino, para soñar con algo de ingenuidad y con algo de nobleza en que desde el periodismo es posible romper con las verdades que ocultan otras tantas, y que desde eso que estuvo oculto se puede vislumbrar otra sociedad. Leer a Germán Castro Caycedo era, es y será leer al país desde sus problemas estructurales, esos que parecen perpetuarse. Escuchar en la radio que su vida se apagó fue volver a tantas otras veces en que nos enteramos de la partida de otros tan grandes como él, incluso fue sentir de nuevo ese salto al vacío que se percibió hace un poco menos de dos años cuando nos dejó también Alfredo Molano Bravo, otro autor de historias que contaron un país que a veces nos resulta lejano.
Decía Cris Carbone que “cuando muere un poeta, el mundo pierde pedacitos de esperanza”. Que se permita por esta vez adaptar un poema para decir que cuando muere un escritor como Germán Castro Caycedo, el mundo pierde pedacitos de valentía para seguir escudriñando en las verdades que puede que hagan más difícil la vida, pero que seguramente la harán también más interesante de ser realizada.