Gonzalo Mallarino: “En la voz femenina estoy a salvo de la vanidad”
La vejez, el amor y la soledad son conceptos transversales en “Parque El Virrey”, la nueva novela del escritor bogotano, que encierra una trilogía que él define como la parábola del ciclo vital.
Andrés Osorio Guillott
Quizás escribir una novela es exponer entre líneas y pequeños rasgos ciertas inquietudes y características particulares de quien la construye. Gonzalo Mallarino, quien va dando detalles de Parque El Virrey, su más reciente libro, mientras los pájaros de su casa cantan y el sol se cuela cada vez más en sus ventanas, va reconociendo que en Malela, personaje principal, hay preguntas que él se hace en este presente y que la voz de ella y las otras mujeres de sus obras anteriores le permiten escapar de la impostura y de la herencia cultural de los hombres.
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Quizás escribir una novela es exponer entre líneas y pequeños rasgos ciertas inquietudes y características particulares de quien la construye. Gonzalo Mallarino, quien va dando detalles de Parque El Virrey, su más reciente libro, mientras los pájaros de su casa cantan y el sol se cuela cada vez más en sus ventanas, va reconociendo que en Malela, personaje principal, hay preguntas que él se hace en este presente y que la voz de ella y las otras mujeres de sus obras anteriores le permiten escapar de la impostura y de la herencia cultural de los hombres.
“Cuando escribí Canción de dos mujeres no tenía ni idea de que la cosa iba a ser una trilogía. Tenía el interés de ahondar en la relación amorosa de ellas. Desde ahí seguí con la exploración del mundo femenino. La voz femenina tiene un valor y una característica muy importantes, y es que me pone a salvo de mis propios defectos y fallas de carácter. Desconfío de mí mismo y de la herencia cultural de los hombres. El asunto está en el ámbito personal al momento de escribir. En la voz femenina estoy a salvo de la vanidad, de la impostura o la simulación. Entonces, hecha Canción de dos mujeres pensé en un proyecto de tres libros a toda la parábola de la edad, del ciclo vital, entonces arranqué con Juan y Lucía en Matrimonio y faltaba la parte de la vejez, en este caso con una mujer que enviuda a los 59, relativamente joven, pero que aparece en la novela con 70 años viviendo en El Virrey, un parque que ha sido tan emocionante y tutelar”.
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En varias ocasiones hay una metáfora de la vejez con la casa donde vive el personaje. ¿Qué simboliza para usted como autor el hogar?
Ella dice varias veces que la casa es vieja, pero que la quiere mucho. Empiezo a envejecer, tengo 62 años. Básicamente lo que uno hace todos los días es tratar de arreglarse la mente y la piel para que el tiempo no las vuelva añicos, que igual va a terminar pasando. Es lo mismo que pasa con una casa. Y el hogar del personaje es como el lugar final de protección, de utilidad, de soledad y tristeza.
Hay un giro en la novela que tiene que ver con el desarraigo. ¿Qué reflexión quería dejar en ese cambio?
Hay una liberación y un alivio muy grandes. Los años de viudez y de distancia con el hijo fueron brutalmente dolorosos para ella. Ella dice que siente el silencio como una gaza alrededor de la cabeza, y creo que eso le dejó marcas. El corazón ya terciopelo ajado, que decía Miguel Hernández. A pesar de que está la ilusión del amor, la fuerza del hijo es tremenda y ella se pregunta si dejar todo o no. Me parece un gran alivio que no se sepa que es una persona que anduvo con tanto dolor, que llevaba sobre su espalda la soledad, la viudez y la privación del amor. Es una persona innominada, tranquila.
La soledad es un concepto muy presente en la novela, y quisiera saber qué relación tiene usted con ella...
No la he tenido. Mi vida ha sido en general plena y feliz, con las caídas tremendas que ofrece también con dolores y luchas, pero no puedo hablar de mí mismo como una persona solitaria o condenada a la soledad. Adoro estar solo, pero es una soledad que finalmente está al alcance de la mano. Puedo estar muchas horas solo escuchando música, escribiendo, pensando tonterías, pero ahí termina. La soledad de María Gabriela es terrible, de un tajo la vida la separó de su marido. Además, se da la circunstancia de que el dolor es tan grande y que el naufragio es tan tremendo, que ella y su hijo no hubieran podido estar juntos y verse sufrir. En un segundo se le fue su familia, reconoce ella.
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¿Por qué ese elemento espectral y el sueño de Malela en la novela?
Me parece que el sueño es una instancia final, en este caso tiene un valor simbólico y metafórico. Recuerde Malela que usted era esta niña. Creo que es el tipo de valoraciones o balances que hace uno hacia el final de la vida. El sueño es una conexión con las cosas más hondas de lo que ella ha sido, tal como sucede al final de la vida. Después sucede lo extraordinario. Es la primera vez que se altera esa sábana tersa de la realidad y resulta con un pliegue. Y ese medio cuerpo que aparece también tiene un valor metafórico, puede ser un recurso psicológico y emocional de ella, y para mí un recurso narrativo.
¿Cuál es el valor que tienen los sueños, la percepción de la realidad y el peso de eso en las emociones y sentimientos?
Es muy grande, es muy difícil atreverse a decir qué es verdad y qué es mentira. Aquí lo que funciona es lo que guía nuestras decisiones, nuestros actos, lo que nos comunica, todo eso sucede en lugares muy hondos y ocultos de la condición humana, como los sueños y las visiones.
El amor sin duda es otro elemento transversal...
Ella va y viene, y se pregunta si tiene derecho a enamorarse, luego cree que no por su edad. Evidentemente hay un conflicto. Sus amigas le dicen que eso está mal, pero ella siente de nuevo el aire del amor. Finalmente, lo único emocionante en la vida es eso, el amor, también la libertad, son las dos grandes cosas de la existencia.
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¿Por qué ese interés por retratar a Bogotá en su obra literaria?
Es lo único que conozco y de lo que puedo hablar. Bogotá es una ciudad tremendamente literaria en el sentido de que la relación con ella es intensa, muy equívoca a veces, muy dolorosa. Bogotá es una ciudad de ocho millones, ya tan grande y cosmopolita que hay miles de formas de vida, que es sumamente complicada. Y por eso mi intento de decodificar o cartografiar la ciudad.
Volvamos a la novela: ¿qué pasa con esa fricción de la nostalgia del pasado, cuando se asume todo lo que se vivió y no se añora, y cuando se asume de una u otra forma que se está preparado para la muerte?
Tendríamos que llegar a la vejez o a la senectud con cierta paz, con la habilidad de dejar todo atrás sin dolor y angustias para entrar en un capítulo de serenidad, en el que uno puede llegar con tranquilidad a la muerte. Una persona que puede decir eso vive una paz que es hasta envidiable. Malela intenta entrar en ese episodio mientras hace las cuentas finales.
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Dice Malela: “Una cosa buena de la muerte es no volver a estar triste en Navidad nunca más”...
El ritual de la navidad, que es tan importante para nosotros, nos pone en contacto con ese momento tan alegre de nuestra vida como lo es la niñez. Esa es una dicha. Cuando empezamos a crecer perdemos eso, si acaso se recicla cuando llegan los hijos y los hijos de ellos, pero hay un instante donde la Navidad es para recordar y notar a quienes se han ido, quienes ya no están, empezando por esos niños que fuimos, ese paraíso perdido. Entonces esa época tiende a ser muy triste y melancólica. Y sobre la muerte, ya a esta edad uno empieza a pensar cómo será el final, algo hay en conversaciones sobre mi miedo y mi sorpresa sobre aquello que viene. En palabras de Isabel, la muerte es un gran río. De repente esas son mis indagaciones, ya no soy inmortal como nos creemos cuando éramos niños o jóvenes.