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                                                                                                                                Hace 60 años, en abril, llegó la Mamá Grande

                                                                                                                                Leer Los funerales de la Mamá Grande a 60 años exactos de su publicación resulta un ejercicio de inobjetable interés.

                                                                                                                                Joaquín Mattos Omar

                                                                                                                                Portada de Los funerales de la Mamá Grande, el primer libro de cuentos de Gabriel García Márquez.
                                                                                                                                Foto: Editorial Sudamericana
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Sus lectores debieron haberse llevado una sorpresa: en el libro no figura ninguno de los 14 cuentos de la etapa inaugural mencionada, salvo “Un día después del sábado”, con el que había obtenido por cierto el primer premio literario de su vida. ¿La razón? Él estimaba que esos cuentos “poco o nada tenían que ver con su realidad auténtica: la de su infancia”, y los juzgaba como “relatos intelectuales”, “kafkianos”, según señala Eligio García Márquez, su hermano, en Tras las claves de Melquíades (2001). Sin embargo, tampoco incluyó “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”, que había sido publicado por la revista Mito en el número de octubre y noviembre de 1955, es decir, casi seis meses después de la aparición de su primera novela. Y quizá no lo hizo justamente porque ese texto era de hecho en su origen un capítulo que había excluido a última hora de La hojarasca.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Sin embargo, ¿qué tal si le restituimos su condición de obra sustantiva y autónoma, y abordamos su existencia ingénita y sus valores intrínsecos? En ese caso, el lector se encuentra con una colección de cuentos que se distingue por su madurez artística y a la que una serie de rasgos precisos dotan de coherencia: la concisión y sobriedad del lenguaje, el uso de la elipsis y del hemingwayano recurso del iceberg, la destreza técnica, el dialogismo frecuente, los temas de la pobreza, la dignidad y la violencia política, y la observación detallada de los movimientos y gestos de los personajes para revelar con precisión actos de su vida emocional, de su sensibilidad o de su voluntad. En un artículo publicado en The New Yorker en 2003 (“The Challenge”), García Márquez recordaba que, después de publicar “La tercera resignación”, al releer el cuento, se dio cuenta de que, como escritor, tenía un grave defecto: su ignorancia del “corazón humano”. Pues bien: el profundo conocimiento de éste es una de las virtudes por las que sobresale Los funerales de la Mamá Grande.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Hay algunos cuentos que son particularmente espléndidos: “La siesta del martes”, “Un día de éstos”, “En este pueblo no hay ladrones”, “La prodigiosa tarde de Baltazar” y “Rosas artificiales”. En “En este pueblo no hay ladrones”, es admirable la manera en que el relato presenta el gradual proceso de arrepentimiento de Dámaso, el joven ladrón nocturno, que lo lleva de un estado inicial cercano a la fanfarronería al trauma emocional final mediante el cual alcanza de paso, en un tránsito brutal, la madurez. De ahí que, cuando entra al salón de billar para devolver las bolas hurtadas, al ser descubierto por el propietario, él siente “como si algo infinito hubiera por fin terminado”. “Rosas artificiales” es de una composición casi perfecta en la que, con diálogos magistrales, se desarrolla una tensión que no se resuelve y se lleva el arte de la sugerencia a su nivel más alto.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Los críticos han dicho que, en este libro, hay una clara línea fronteriza que separa los siete primeros cuentos del octavo y último que le da título al volumen. Tal división, según ellos, se fundamenta en un doble contraste: mientras los siete primeros son realistas y de una economía absoluta de lenguaje, el cuento de “la verídica historia de la Mamá Grande” es magicorrealista y exuberante en su prosa.

                                                                                                                                Le podría interesar: Plinio Parra: de la infancia y lo supremo (Letras de feria)

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                                                                                                                                Apenas menos de cuatro años después de la publicación de este libro, García Márquez se encerró en su estudio e hizo pedazos esa camisa de fuerza.

                                                                                                                                Portada de Los funerales de la Mamá Grande, el primer libro de cuentos de Gabriel García Márquez.
                                                                                                                                Foto: Editorial Sudamericana
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Sus lectores debieron haberse llevado una sorpresa: en el libro no figura ninguno de los 14 cuentos de la etapa inaugural mencionada, salvo “Un día después del sábado”, con el que había obtenido por cierto el primer premio literario de su vida. ¿La razón? Él estimaba que esos cuentos “poco o nada tenían que ver con su realidad auténtica: la de su infancia”, y los juzgaba como “relatos intelectuales”, “kafkianos”, según señala Eligio García Márquez, su hermano, en Tras las claves de Melquíades (2001). Sin embargo, tampoco incluyó “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”, que había sido publicado por la revista Mito en el número de octubre y noviembre de 1955, es decir, casi seis meses después de la aparición de su primera novela. Y quizá no lo hizo justamente porque ese texto era de hecho en su origen un capítulo que había excluido a última hora de La hojarasca.

                                                                                                                                Read more!

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