Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El corazón late y libera un veneno ácido. Se mezcla con la sangre. En el estómago se cuece ese brebaje que nace podrido y que, cuando hierve y se riega, mancha los recuerdos y se come vivos los sueños. Son los celos los que llevan a uno de los personajes de Cámara oscura a las sucias calles de un barrio en búsqueda de una bruja, una mujer con aspecto de rata que promete que, con el hueso de un animal desconocido, su esposo desistirá del deseo de divorciarse para estar con otra. Son los celos los que la llevan también a asesinarlo. “Apreté el revólver contra mis muslos. ‘Hasta que la muerte nos separe’, me dije”, escribe Julián Isaza. Esa es la frase que verdaderamente da terror.
No son necesariamente los monstruos ni los fantasmas los que le añaden el componente inquietante a esta literatura. Es quizá la exploración profunda de la condición humana y sus posibilidades los que dejan a los lectores con la garganta seca. La capacidad para ser crueles, insensatos, irracionales. Es ese momento en el que las páginas permiten palpar la soledad, el odio, el abandono y la resignación. Es el asco que genera que un par de adolescentes desentierren a su cantante favorito y se coman su cadáver, como cuenta la argentina Mariana Enríquez en Los peligros de fumar en la cama. Lo sobrenatural se siente más pequeño frente a las narraciones de lo que podemos llevar dentro los humanos, y esa ha sido la apuesta de Isaza.
Le recomendamos: Cámara Oscura: donde lo absurdo es lo posible, y la realidad se fractura
En el cuento Visitante, la aparente llegada de un alienígena al hogar de una anciana termina cuestionando al lector sobre la frontera entre lo paranormal y la sanidad mental de la protagonista de la historia. ¿Quién es en realidad este ser flácido y verde que parece venir del espacio? “En Cámara oscura hay cuentos que bordean la ciencia ficción. En la ciencia ficción y en el terror, en lo personal, me gusta exactamente el mismo elemento: que estén en el borde. Entre lo real y lo absurdo. Que hay un absurdo tremendo en medio de todo, pero no se alcanza a romper completamente el contrato con la realidad”.
La imaginación como puente entre la ciencia ficción y el terror, y las posibilidades que les dan a los escritores para engranar historias inquietantes, como lo que hace la argentina Samantha Schweblin en Kentukis. Una exploración sobre cómo un avance tecnológico, al estilo de Black Mirror, deja en evidencia la decadencia humana.
Para Isaza, la literatura de terror en Latinoamérica en los últimos 10 años se ha vuelto un poco más visible, “y en esa visibilidad ha adoptado una personalidad más definida”. Una personalidad que se nutre, por ejemplo, de las guerras y las dictaduras, como lo hace Enríquez en Nuestra parte de noche. En la novela, la magia, lo sobrenatural o lo inexplicable son dispositivos para explorar lo que sucede en los tiempos de la junta militar.
Le sugerimos: El hechizo de las brujas sobre la historia del arte
“Esa crítica implícita es una intención que era más propia de la ciencia ficción”, como lo hicieron George Orwell y Aldous Huxley en sus grandes distopías.
Pero los argentinos ya se habían atrevido a hacer terror valiéndose del contexto histórico. “Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre”, escribió en 1973 Osvaldo Lamborghini. El niño proletario es un cuento que es difícil de leer por su brutalidad. Su logro está en partir en dos al lector, en agredirlo con sus descripciones.
Isaza ha preferido nutrir sus cuentos de terror y ciencia ficción a partir de elementos de su propia vida. “No creo que sea posible ese desdoblamiento absoluto donde uno escribe sobre cualquier otra cosa que no le roza a uno la vida. Muchos de esos elementos me dan miedo a mí. Incluso el origen de algunas historias tiene que ver conmigo”. Del miedo que vivió en su infancia cuando jugó bruscamente nació el cuento en el que dos amigos matan a otro.
“Por fortuna no pasó, pero recuerdo el momento y empiezo a especular qué habría pasado y siempre se me hiela la sangre. Entonces lo convertí en un cuento, que obviamente va mucho más allá. En todos los cuentos hay unas cuotas espolvoreadas de la vida del autor. Con muchísima especulación y deformación, que hace que sea difícil reconocer el vínculo entre la historia verdadera y el cuento final”.
Porque la gran ventaja de nutrir el terror de los miedos cotidianos que atraviesan las vidas humanas está en la posibilidad de que el sentimiento quede verdaderamente vivo en el papel. “Lo que menos funciona en la literatura, sea lo que sea que escribas, es el artificio, porque uno como lector también está buscando la experiencia humana”. Y así, lo que hace interesante el terror como género son las posibilidades introspectivas que ofrece. “Explorar un poco, devolver aquello oscuro que hay dentro de las personas, convertirlo en parte de la escenografía. Y lo más seguro es que esté controlado, pero uno siempre está temiendo el momento en que se salga de control”, concluye Isaza.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖