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“He hecho lo que he creído buscando no hacerle daño a nadie”: Beethoven Herrera

Para esta nueva entrega de Memorias conversadas, Isabel López Giraldo entrevistó al economista y filósofo Beethoven Herrera, quien recordó a su padre como uno de sus grandes referentes de vida, además de hablar sobre sus orígenes y la creación de la Escuela Nacional Sindical.

Isabel López Giraldo
05 de marzo de 2024 - 07:52 p. m.
Beethoven Herrera fue uno de los cofundadores de la Facultad de Finanzas en la Universidad Externado de Colombia.
Beethoven Herrera fue uno de los cofundadores de la Facultad de Finanzas en la Universidad Externado de Colombia.
Foto: Leo Queen
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Soy un profesor universitario que, una vez jubilado, sigue enseñando y aprendiendo pues a mis 73 años adelanto un posdoctorado. Tengo la concepción de que en la vida llegan oportunidades que hay que tomar y retos que hay que asumir, que uno debe montarse a los trenes y buses que pasan, pues a algún lugar nos llevan, aunque asumiendo riesgos.

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Beethoven, ¿usted quién es?

Con el paso de los años he ido descubriendo que soy más tributario de mi padre que de nadie más en la vida. Esto es así, aunque tuve maestros muy importantes como Salomón Kalmanovitz, Absalón Machado, Antonio García. Pero mientras más vivo, más reconozco que lo que mi padre me brindó fue tan definitivo que apelo a sus enseñanzas, pues me invitó a reflexionar, a pensar sobre la vida. Entonces comienzo a abordar mi historia desde la rama paterna.

Hábleme de sus orígenes...

Soy de un pueblo fundado por colonizadores en la mitad del siglo XIX con la característica de ser excombatientes de una guerra civil perdida que, como el abuelo de García Márquez, había salido de ella con una serie de ilusiones.

El Líbano, Tolima, fue fundado por gente del Peñol – Antioquia, dirigida por el general Isidro Parra quien viajó con un grupo de personas hasta un sitio en el que se encontró con dos quebradas y un valle muy fértil con cedros que le hicieron recordar a los del Líbano, de los que tomó el nombre para bautizar al nuevo asentamiento.

Es un pueblo trazado geométricamente en calles y carreras, como lo es Washington en los Estados Unidos. Sus habitantes eran librepensadores, no sé si rosacruces o espiritistas. Lo fundaron sin cura, sin cementerio católico y sin iglesia, estos vinieron después con la religión. Fue, además, el primer pueblo no fundado por españoles.

Al cabo del tiempo se convirtió en un centro educativo con seis colegios, públicos y privados, con bachillerato. Allí se disfruta de un clima templado-tibio, 21º, entonces la gente de la zona caliente del Río Magdalena, Alvarado, Venadillo, Roncesvalles, Piedras, subía al Líbano a estudiar, pues era un lugar tranquilo con esta única vocación. Pero también lo hacían otros que viajaban desde Tumaco para estudiar técnica industrial con profesores chocoanos.

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Tuvo revolución bolchevique en el año 28, cuando hizo la revuelta que no logró el resto del país, aunque fracasó al quedar incomunicado. Fue un centro de ebullición cultural que me marcó muchísimo para luego estudiar historia, filosofía, y para ser muy crítico.

¿Quiénes son sus padres?

Mi papá, Jesús María Herrera Pérez, fue mi gran referente. Nunca lo vi borracho ni fumando ni jugando plata ni golpeando a mi mamá ni con deudas ni ofendiendo a nadie, pero tampoco nadie le faltaba al respeto a él. Su carácter fue muy pacífico pese a que lo agredían. Alguna vez una vaca amaneció muerta por una herida con machete que le propiciaron, y él no reclamó; también le robaron, pero nunca ejerció la violencia. Se mantuvo firme pese a la época tan crítica que se vivió durante los años 50 y 60. Era liberal en un pueblo de mayoría liberal, y en el que había matones.

No fue a la escuela, pero sí tenía mucha información y fue muy culto. Mi padre fue liberal, librepensador y republicano en lo político, agnóstico en lo religioso, asistía a tertulias de rosacruces y creía en el espiritismo. Si en las ideas no le hice caso, en las conductas sí.

Mi mamá fue una mujer alta, bonita, elegante y mi padre tenía joroba en la espalda debido a un problema de columna pues se la había partido cargando bultos en el mercado. Que una mujer joven y linda aceptara casarse con un hombre mayor, sin atractivos físicos y con la espalda partida, supone que había otro tipo de identidad entre ellos.

Mi padre la idolatró, en la casa se hacía lo que mi mamá decía y él nunca la contradijo, jamás nos dijo nada contra mamá, mucho menos permitió desacatarla, fue la reina del hogar.

Le sugerimos leer la historia de vida de Beethoven Herrera en la página www.isalopezgiraldo.com.

Mi mamá tuvo un don de mando que le permitió dirigir un ejército de veinte personas y asegurar que todo funcionara a la perfección. Y presumió de esto. Tuvo una capacidad de organización enorme.

Con una familia tan numerosa, no le era posible expresar su afecto a través de abrazos o besos, pero se aseguraba de que no nos faltara la comida puntual, de que tuviéramos la ropa al día, de que estudiáramos, de que celebráramos los cumpleaños y de que estuviéramos todos en casa. Zurcía medias con un bombillo, les marcaba los nombres a los pañuelos y en lugar de hilo usaba cabello. Pero también sembraba zanahorias, arriaba las vacas, cuidaba las ollas y nos regañaba: todo lo hacía al tiempo.

Las señoras que me cuidan recuerdan que en las conversaciones que tuvieron con mi madre, antes de su Alzheimer, ella les decía que fui quien más le ayudó con las tareas domésticas.

Se alfabetizó a los cincuenta años cuando asistió a la escuela, siendo todos sus hijos ya profesionales.

Usted adelantó un posdoctorado, pero hablemos desde la escuela. ¿Dónde estudió?

En 1956, cuando por fin llegué a la escuela urbana de varones con siete años cumplidos, era el más alto de todos, el más grueso, con manos muy grandes por el ordeño, pues, debía ordeñar las vacas y dejar alimentados a los cerdos antes de irme a estudiar. Pero también debía recoger los desperdicios de comida de los hoteles para alimentar a los cerdos y reclamar sangre de res en el matadero.

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Lo hacía cruzando el parque del pueblo. Vestía pantalón corto y por unos años caminaba descalzo mientras que mis compañeritos lucían su camisa elegante pues siempre estaban bien vestidos dando vueltas y hablando babosadas.

Nadie podría pensar que tengo una psicología y una ética fundadas en las vacas. Ellas no tienen domingo, porque el día que no se les ordeñe se enferman, les da mastitis por la leche concentrada en la ubre. Para mí no había fecha especial en que no tuviera que madrugar a ordeñarlas y repetir la labor al final de la tarde, además de limpiar su excremento. Esto me dio un estilo de vida, un rigor en el trabajo.

A mis ocho años, en el primer día de escuela, a la profesora la llamó el director entonces ella me delegó para que cuidara el salón. Fui dirigente, sapo, líder, metiche, lambón, desde el primer día de estudio hasta hoy. Conté con buenos profesores porque en el colegio había altas competencias académicas.

Como era tan grande, nadie nunca me puso una mano encima, también por mis resultados académicos con los que infundía respeto. He gozado de muy buena memoria para todo, algo innato y no trabajado.

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Estaba escrito en mi mente con plomo por mi padre que tenía que estudiar. Mi padre fue un hombre práctico y proyectó que cada uno de nosotros estudiáramos cosas técnicas como carpintería, mecánica, electricidad. Pero mi mamá dijo: “¡De ninguna forma! Mis hijos serán profesionales”.

Mi hermano mayor estudió ingeniería en Manizales; el segundo, agronomía en Ibagué; el tercero, electrónica en los Estados Unidos; Tirsa bacteriología en Bogotá.

Quedarme en el pueblo me habría frustrado, aunque no tenía recursos para pagar la universidad ni tampoco familia en Bogotá, viajé gracias a la comunidad religiosa.

Ya graduado estudié filosofía por tres años en el Seminario de Valmaría de Usaquén, regentado por los padres eudistas, congregación a la cual pertenecía el padre Rafael García Herreros y donde me brindaron alojamiento, alimentación y estudio. Estaba dirigida por un sacerdote, pero con algunos estudiantes laicos.

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El hacerme sentar días enteros a leer, lo que no hice en la infancia, me permitió ponerme al día en lo que tenía pendiente en lecturas para mi vida. Expandí mi capacidad analítica gracias a libros de inmensa dimensión.

Comencé a estudiar Historia en la Universidad Javeriana cuando el rector era el padre Borrero, pero manejada por el padre Giraldo.

Aquí me encontré con una explosión de inquietudes, de pensamientos, de corrientes, de personajes como Noemí Sanín, Carlos Vicente de Roux, Gustavo Gallón, Mauricio Cabrera, Archila, Rafael Colmenares, con quienes pasé noches enteras hablando de marxismo y sociología. Pero también me encontré con la obra del pensador Pierre Teilhard de Chardin quien, siendo jesuita, abordó la teoría de la evolución como válida. Lo expulsaron de la cátedra y la Compañía de Jesús le impidió enseñar en la Universidad de Paris, debió exiliarse en los Estados Unidos, donde murió. Cuando conocí su historia prometí visitar su tumba para rendirle homenaje, lo cual ya hice. Mi padre me había advertido, entonces supe que tenía razón.

Estudié economía en la Universidad Nacional desde el año 72 al 79 cuando su rector era Luis Duque Gómez, arqueólogo pastranista. Para lograrlo viví en residencias estudiantiles mientras dictaba clases nocturnas en la Jiménez con décima a adultos mayores para preparación del ICFES, también en colegios de secundaria a diez pesos la hora donde enseñé geografía y lenguaje.

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Viví en Boulevard Niza, trabajé en el INEM de Kennedy y estudié en la universidad desplazándome en transporte público.

En la Nacional llegué al mundo de las marchas, de las asambleas, de las protestas, de lo social. Estuvo cerrada veinticinco meses en tres años. Viví esta experiencia de manera muy intensa, pero nunca fui líder porque he preferido ser el instigador, el asesor, el que opina, el que empuja gente, el que consultan.

Finalmente encontré mi labor como docente de Economía a la que me he dedicado desde entonces.

Ahora cuénteme de su experiencia docente...

Fui echado de cinco universidades en calidad de docente. De la Gran Colombia por apoyar un sindicato que denunciaba, con nombres y evidencia contundente, el abuso sexual de maestros a cambio de calificación. De la Central cuando un profesor pidió aumento y lo hirieron con un teléfono, porque fui a defenderlo. De la Tadeo cuando me llamó el decano para que reprobara a un estudiante que era el mejor de la clase, argumentando que había hecho una huelga; le dije que lo echara por eso sin rajarlo. Le puse cinco y me echaron a mí.

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Se trata del hijo de Apolinar Díaz Callejas, primo de Wilson Borja, quien luego fue ministro de Salud de Barco, secretario de Salud de Lucho Garzón en Bogotá, jefe de sustitución de cultivos ilícitos del presidente Juan Manuel Santos. Y no lo graduaron. Porque preferí siempre que me echaran, a ser arbitrario. Este es mi aporte a la sociedad. Estaba en el asfalto en el año 77 cuando recibí una llamada del Externado para invitarme a enseñar Historia en la Facultad de Hotelería. Cuando les dije que la gente no iba a querer leer, me respondieron que eso dependía de mi método. Me sentí retado.

Luego enseñé en la Facultad de Economía y fui cofundador de la Facultad de Finanzas. Hoy cuento 44 años de vinculación.

Recibió el premio al mejor maestro

Fui postulado por la Universidad Nacional a mejor maestro universitario. Al momento de recibirlo leí que estaba inscrito el nombre de la Universidad Nacional omitiendo el de la Universidad Externado, entonces manifesté que no podía aceptarlo, que me daba por ganador y que buscaran a otro maestro.

Les expliqué que había sido maestro de la Nacional después de haberlo sido del Externado. Fernando Hinestrosa me aceptó como profesor cuando fui despedido de la Universidad Jorge Tadeo Lozano por negarme a reprobar al alumno Eduardo Díaz Uribe, hijo de Apolinar Díaz Callejas.

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En el Externado respetaron siempre mis ideas y no me dijeron nunca qué tenía que enseñar. Y porque pude trabajar en la Nacional gracias a mi experiencia y vinculación precisamente con el Externado. Entonces inscribieron el nombre de la universidad, cosa que Hinestrosa siempre me reconoció como una muestra de lealtad.

Recuerdo que entré a la encuesta de la gente que opinó. Me encontré con que nadie dijo que yo sabía economía, quizás creen que yo no sé o no les importa. Tampoco nadie dijo que yo enseñara bien, quizás creen que enseño mal o no les importa. Lo que sí dijeron fue que yo respondo correos, corrijo textos, presto libros, motivo a leer y a escribir, aconsejo en cómo tratar a la gente y en cómo hablar en público.

Hice un sondeo en la Nacional en el que pregunté a los alumnos si creían que los profesores realmente leían los trabajos y el 80% coincidió en que recibe una calificación sin que el profesor lea siquiera, mucho menos comenta o recomienda algo.

¿Cuál ha sido su vínculo con los sindicatos?

Con el interés de aplicar mi experiencia pedagógica a la formación de líderes sindicales y sociales, desde muy joven promoví talleres, seminarios y cursillos con campesinos, indígenas, empleados y maestros; y todo ello culminó en la creación de la Escuela Nacional Sindical. Con el paso del tiempo dicha escuela sindical se convirtió en el principal referente en la realización de estudios, asesoramiento a los sindicatos en la negociación colectiva, inclusive es hoy conocido como un referente consultado desde el exterior.

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Gracias a esa experiencia laboral, trabajé largo tiempo como consultor externo y después como funcionario de planta de la Organización Internacional del Trabajo: el ejercicio de concertación tripartita y de elaboración consensuada de documentos, ha sido sin duda alguna una experiencia difícil y aleccionadora.

¿Qué lo define?

Soy demoledor en el debate. Soy cicuta, porque tengo la ironía. Me encanta la controversia. Pero también declamo un poema, canto un vallenato, hablo de historia.

¿Qué sentimientos se generan al hacer este recorrido por su existencia?

Reconozco que nada me fue regalado. No tengo ni el apellido ni el nombre ni la sangre ni el capital para que nadie me señale por eso. Soy hijo de mi trabajo y del ejemplo de mis padres.

¿Es de convicciones?

Sí. Tengo la convicción de que en mi vida las cosas más importantes no las decidí, sino que ocurrieron. Tengo un sentido, no fatalista, sino providencial. Me ocurren cosas de una felicidad inaudita sin haberlas trabajado.

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¿En qué confía?

Mi papá me enseñó a no confiar en la suerte, sino en mi trabajo. Nunca tuve un contrato público, tampoco una empresa, no me he ganado la lotería pues nunca la compro. Y en mi confían los sindicatos, los campesinos, los indígenas porque saben que en una mesa de negociaciones nunca les voy a fallar.

A usted lo consulta mucha gente. Pero usted, ¿a quién consulta?

Dependiendo del tema. En economía confío en Kalmanovitz y en Antonio Hernández Gamarra. Hacemos tertulias privadas de amigos para explicarnos cosas. En derecho a Roberto Insignares, mi abogado de cabecera. En inversiones y finanzas a mis hermanos mayores. En pedagogía a Julián de Zubiría. En política los escucho a todos. Consulto sobre viajes, porque quiero saber cómo llegar a los destinos que no he visitado.

¿Cómo es su vida ahora?

Vivo tranquilo, sin escoltas, porque no le debo nada a nadie. Pero me han matado tres mil amigos sindicalistas. He hecho lo que he creído buscando no hacerle daño a nadie. Uno hace daño sin querer, pero hasta ahí.

Ha materializado sus sueños como ocurrió con los viajes...

Ver fútbol parecía un imposible, pero disfruté viendo jugar a Pelé en el mundial de México del año 70 y a otras figuras. También a Maradona.

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El sentimiento que experimenté en la tribuna futbolística fue media vida para mí. Vivir la explosión de un gol, rabiar contra uno en contra, celebrar con desconocidos, sufrir el dolor de la derrota, fue impresionante. El ritual del estadio para mí fue único.

No fui buen jugador, lo que me hizo entender lo que se siente ser descartado, ser suplente, ser descalificado, ser el emergente, el que tiene que esperar. Esto me enseñó humildad, aceptación y consideración.

¿Qué sueño no se le ha cumplido?

Hablar inglés fluidamente porque escogí vivir con indígenas en vez de irme de intercambio.

¿Qué proyectos tiene?

Viajar a Quito, Lima, Antofagasta, Santiago, por el Pacífico en tierra, y subir por Montevideo, Río, Manaos por el Atlántico. Tampoco he ido a Hawai y Alaska.

¿Cuál es su sentido de la existencia?

Hacer lo que a uno le nace, lo que uno quiere compartiendo el tiempo, el conocimiento y las posesiones.

¿Cuál debería ser su epitafio?

Compartió todo.

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Por Isabel López Giraldo

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Jaime(21584)11 de marzo de 2024 - 04:26 p. m.
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Luz(42117)05 de marzo de 2024 - 10:34 p. m.
No habló de su vida personal....pero es un buen hombre.
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