Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Lo peor fueron los gusanos color blanco-pus y regordetes que aparecieron retorciéndose en el marco de la ventana de la sala que acaba de limpiar. Pero, ¿cómo? ¿De dónde? Vació la nevera, desinfectó todas sus esquinas, repitió la limpieza general y todo siguió igual. Hedentina a carroña y más gusanos en los lugares menos esperados.
Podría interesarle leer: No lo podrá usted creer (Cuentos de sábado en la tarde)
Desde que trabajaba desde casa, gracias a la cuarentena, solo salía una vez cada dos semanas a la tienda. Ni mascota tenía. Ya completaba casi dos años de encierro y soledad, solo matizada por las reuniones de la oficina vía zoom o las llamadas a sus padres vía Skype, en una de las cuales interrogó a su mamá sobre las posibles fuentes de un mal olor en el hogar, y sobre cómo erradicarlo.
Un pedazo de carbón en la nevera, unas macetas con flores de lavanda, bicarbonato de sodio con zumo de limón y agua en los lugares donde el olor sea más fuerte, le sugirió, pero nada. ¿Podría ser cierto, acaso, aquello de que enfermedades como el cáncer se manifiestan con olores, sabores o colores que aporrean los sentidos, pero que solo uno percibe como desagradables fantasmas sensitivos? ¿Se estaría muriendo?
Le sugerimos leer “Número cero”, una crítica de Umberto Eco al periodismo
Y la respuesta le llegó de sopetón con la misma delicadeza que suele tener la vida para mostrarnos sus aristas más filosas: como quien abre los huevos con un martillo. Fue de un solo estornudo que vio volar, fuera de su nariz, más de aquellos asquerosos gusanillos. En efecto, se estaba pudriendo en vida envuelta en sus rutinas de ser humano contemporáneo. ¿Por qué no le hizo caso a su psicoanalista y se compró un perro o tomó clases de yoga, aunque fuera en línea? Sí, por Internet, ¿cómo más? Bendita tecnología. Maldito encierro.