Hellman Pardo: “La poesía es una teoría de cuerdas”
En su libro “Física del estado sólido”, el poeta bogotano explora los límites de la ciencia e incluso del deseo. En entrevista para El Espectador, el autor diseccionó parte de su obra.
Valerie Cortés Villalba
Andrés Osorio Guillott
La poesía es el lenguaje natural de Hellman Pardo, un ingeniero electrónico colombiano que hace más de una década decidió cambiar de profesión y dedicarse de lleno a la escritura. No se alejó de la matemática; al contrario, los números son protagonistas de su poesía. Con números, Hellman explica la soledad de dos amantes distanciados. Con números y una concepción del lenguaje que, según sus palabras, es “la materia que moldea la palabra”, logra definir lo inexacto de la belleza que rodea a la poesía, ese universo que puede ser todo, nunca será nada o nunca nos llevará a ella.
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La poesía es el lenguaje natural de Hellman Pardo, un ingeniero electrónico colombiano que hace más de una década decidió cambiar de profesión y dedicarse de lleno a la escritura. No se alejó de la matemática; al contrario, los números son protagonistas de su poesía. Con números, Hellman explica la soledad de dos amantes distanciados. Con números y una concepción del lenguaje que, según sus palabras, es “la materia que moldea la palabra”, logra definir lo inexacto de la belleza que rodea a la poesía, ese universo que puede ser todo, nunca será nada o nunca nos llevará a ella.
“La poesía es una teoría de cuerdas que nadie puede mostrar, que nadie puede predecir. Simplemente es. Se contrae y se expande a voluntad. Nosotros somos su voluntad”, dice Pardo. Una voluntad que nos lleva a pensar en la ética de Immanuel Kant, uno de los filósofos que le interesan al poeta bogotano, y nos lleva a varias de las teorías que se mencionan entre versos que demuestran que el elemento que une lo impreciso de las metáforas y lo exacto de las ciencias es una búsqueda incesante y obsesiva por las verdades de la condición humana.
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En 1755 Kant publicó la Historia general de la naturaleza y teoría del cielo. A partir de este hallazgo, que sorprendió a Hellman como si estuviera viendo el hielo por primera vez, escribió el poema número 24 de su libro Física del estado sólido. Al poeta le sorprendió que el filósofo alemán dedicara su tiempo y palabras para describir a los habitantes de Venus. “Yo no me imaginaba a Kant hablando de extraterrestres, al ser un filósofo que habla tan desde la verdad. En ese tiempo solo existían seis planetas y diez lunas (...) El tiempo y el universo están en constante expansión, como lo hace el conocimiento”, dice Hellman.
En aquel libro, Kant, desde su telescopio invisible, como diría Hellman, resalta la gran influencia del Sol en la vida terrestre y otras. De hecho, describe cómo los habitantes de otros planetas “tienen que ser una especie más liviana y fina, y la elasticidad de las fibras junto con la apropiada disposición de su estructura tiene que ser más perfecta en la medida en que aumenta la distancia del Sol”.
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Es en este espacio de especulación donde se cultivan los poetas y científicos, que para Hellman, no están tan separados, como se suele creer, pues los une la intuición, esa que se manifiesta luego de revisarse, contemplar el mundo y buscar responder las preguntas de la existencia.
Gracias a esta pulsación humana de buscar respuestas es que en Física del estado sólido las vidas de los poetas, físicos, químicos y matemáticos importan tanto como sus teorías y obras. No hay que desprenderlos, porque son producto del ser humano. Desde ahí, Hellman mezcla la verdad, la ironía y la historia detrás de quienes han escrito la historia. Entre ellos, Lise Meitner, quien descubrió la fisión nuclear o, como escribe Hellman, quien “desmoronó el átomo en diminutos glóbulos sin forma”. En homenaje a esta científica judía, que vivió “entre el hambre y las conjeturas”, está el poema “Fisión”.
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Y así entre las páginas de este libro se transita de la ciencia al deseo. En el poema “La excitación de los electrones”, el autor escribe: “El deseo no es una teoría de cuerdas / es el martillo que tiene Dios en sus dedos / para atormentar a los hombres / y provocar su caída”. Sobre esto le preguntamos a Pardo qué significaba el deseo y respondió: “El deseo es una emoción que se nos otorga, que en algunas pasiones no es evidente. Nosotros generalmente deseamos lo que no tenemos, tan pronto lo tenemos dejamos el deseo. Yo siento que esto tiene que ver con lo que nosotros nunca vamos a alcanzar. Es como la imposibilidad, lo inabarcable. Lo sentimos, pero lo vemos tan lejano que su luz nos oculta, no hace que haya un brillo en nosotros, nos opaca. Todos deseamos, pero poco lo alcanzamos”.
La poesía tiene varios senderos que se bifurcan entre la esperanza y el asombro de su belleza, y entre la melancolía que supone crearla basándonos en el dolor. Y en la definición de Hellman Pardo sobre el deseo se asoma lo que Arthur Schopenhauer escribió sobre el aburrimiento en El mundo como voluntad y representación: “El querer y su satisfacción o, en otras palabras, el sufrimiento y el tedio, son los dos extremos entre los que oscila el péndulo de la vida. Mientras queremos, sufrimos por la carencia que ese sufrimiento supone; cuando el querer es satisfecho, surge algo peor que el sufrimiento: el aburrimiento, que nos hace sentir el vacío de la voluntad desocupada”.