La “barandilla salvadora” de Wislawa Szymborska
Se cumplió el pasado 2 de julio el centenario del natalicio de la poeta polaca Wislawa Szymborska, una de las más recordadas del siglo XX.
Andrés Osorio Guillott
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial en 1945, Wislawa Szymborska fue a la redacción de la revista Dziennik Polski y entregó dos poemas que según cuentan fueron tan largos que solamente publicaron uno y recortado. La joven poeta no dejó ninguna información para que fuera contactada. Bajo el título “Busco la palabra”, un poema que constaba de dos páginas pasó a ser de una y salió publicado gracias a que Witold Zechenter, uno de los redactores del medio, creyó que en su escritura había algo para destacar.
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Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial en 1945, Wislawa Szymborska fue a la redacción de la revista Dziennik Polski y entregó dos poemas que según cuentan fueron tan largos que solamente publicaron uno y recortado. La joven poeta no dejó ninguna información para que fuera contactada. Bajo el título “Busco la palabra”, un poema que constaba de dos páginas pasó a ser de una y salió publicado gracias a que Witold Zechenter, uno de los redactores del medio, creyó que en su escritura había algo para destacar.
Años después, Szymborska reconoció en una entrevista que de no haber sido por la publicación de ese poema ella no habría seguido escribiendo. Inevitable no preguntarse por los casos que no prosperaron y que deben ser cientos de cientos, por las posibilidades del azar para que ese día los poemas de Szymborska, sin demeritar su virtud para la poesía, terminaran en manos de alguien que creyó que la poesía de una mujer de 22 años podía prosperar en una época en la que precisamente las artes y la cultura podían recobrar la esperanza en una nueva humanidad y un nuevo tiempo.
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Szymborska reconoció que ella también empezó escribiendo poemas “malos”, y una vez en una entrevista para El País explicó que tuvo que formarse en poesía, pues lo que leía en su casa era novela. “En mi casa había sólo dos libros de poemas del siglo XIX. Y tampoco los leía. Siempre quise escribir novelas gordas. Al principio creía que si alguien aspiraba al título de escritor tenía que ser autor de novelas de varios tomos y cientos de páginas. No pasé de relatos mediocres. Un día escribí un poema, horroroso, y se lo pasé a la gente que trabajaba conmigo en el periódico. Me preguntaron: ¿pero tú qué lees? Resultó que no conocía los poetas contemporáneos. Había leído mucha narrativa, a Thoman Mann, a Proust, a Dostoievski, pero de poesía, ni idea. Me tuve que formar un poco”.
Los primeros poemas los escribió por su papá, que le pedía que lo hiciera basándose en la felicidad y en la diversión, auspiciando así esa única alegría que se vive en la infancia y que nunca más vuelve en esa forma tan pura y libre de todos los condimentos del mundo y sus sociedades. Entre libros y más libros se fue construyendo esa intuición por la escritura, que en los primeros años de vida parecía verse derrotada por el gusto al dibujo.
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Sin embargo, la poesía fue ganando terreno, y lo hizo cuando al parecer empezó a darse cuenta de que por medio de la poesía seguiría cultivando el asombro por el mundo, y que con la poesía encontraría siempre el principio y el fin de la curiosidad y la inquietud. En el discurso que presentó cuando recibió el premio Nobel de Literatura en 1996, Szymborska dijo: “También el poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente «no sé». Con cada verso intenta responder, pero en el momento en que pone el punto final, le asaltan las dudas y empieza a advertir que su respuesta es temporal y en ningún caso satisfactoria. Entonces prueba otra vez y otra vez, para que a las sucesivas muestras de su insatisfacción consigo mismo los historiadores de la literatura las sujeten con un clip enorme para denominarlas «La Obra»”.
Críticos, lectores, escritores suelen coincidir en que uno de los valores de la poesía de Wislawa Szymborska es la sencillez de su lenguaje, la forma en la que hizo universal la cotidianidad y la logró exprimir para hacer de cada detalle un motivo para escribir, para detenerse un segundo más y contemplar aquello que por normal parece carecer de belleza o de interés. Incluso fue lo común, lo que puede resultar ordinario, el tema con el que la poeta polaca culminó su discurso tras recibir el Nobel: “De acuerdo, en el habla cotidiana, la cual no recapacita sobre cada palabra, usamos expresiones como «la vida común», «los acontecimientos comunes»… Sin embargo, en la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo. Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo”.
Hay muchos ejemplos para hablar de esa capacidad de detenerse ante la normalidad del mundo, pero pongo el poema Cebollas para reflejar cómo de un objeto tan cotidiano puede surgir una reflexión sobre la vida y la condición humana: “La cebolla es otra historia. / No tiene entrañas la cebolla. / Es cebolla absoluta / de la más alta cebollosidad. / Acebollada por fuera, / cebollosa hasta la médula, / podría mirarse adentro / la cebolla sin arrepentimiento (...) Lo de la cebolla lo entiendo: / la barriga más bonita del mundo. / Sola se envuelve en aureolas / y todo para su propia gloria. / En nosotros -grasas, nervios, venas, / secreciones y secretos. / Y se nos ha denegado / la imbecilidad de lo perfecto”.
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Nunca fue indiferente a la guerra y a la política, incluso renegó de su ingenuidad cuando en su juventud permitió la influencia del estalinismo. Vivió las tragedias de la Segunda Guerra Mundial y sintió como muchos otros artistas y escritores el llamado a escribir sobre lo que dejan los escombros, los duelos, las muertes y la desolación de haber visto los límites de la condición humana, su desolación, su crueldad y su dolor.
Ejemplos de esto también hay muchos, pero quizá uno de los más bellos sea Fin y principio: “Después de cada guerra / alguien tiene que limpiar. / Digo que las cosas / no se van a ordenar solas. Alguien debe echar los escombros / a la cuneta / para que puedan pasar / los carros llenos de cadáveres...”.
En la Antología poética de Wislawa Szymborska, de Visor Libros, que contiene en nueve secciones la obra de la polaca, Elzbieta Bortklewicz, traductora, dijo en el prólogo que: “La primera dama de la poesía polaca decía que la lucha de un poeta es enfrentarse con la hoja en blanco, sentado, ante el escritorio, en soledad. Así lo hacía ella, de noche, creaba pocas o muchas líneas que la mayoría de las veces no pasaban la prueba del alba y terminaban en la papelera (por cierto, en una de las veladas con jóvenes lectores dijo que la herramienta más importante para un poeta era la papelera)”.
Szymborska, como bien lo dijo cuando recibió el Nobel, no era dada a hablar de poesía, pero en la colección de Fin a principio (1993) se aventuró a escribir sobre ella con el poema “A algunos les gusta la poesía”: “A algunos, / es decir, no a todos. / Ni siquiera a la mayoría, sino a los menos. / Sin contar las escuelas, donde es de rigor, / ni a los mismos poetas, / serán dos por cada mil personas. / Les gusta, / como también les gusta la sopa de caldo, / como les gustan los cumplidos y el color azul, / como les gusta la vieja bufanda, / como les gusta salirse con la suya, / como les gusta acariciar al perro. / La poesía, / pero, qué es la poesía. / Más de una vacilante respuesta / se ha dado a esta pregunta. / Y yo no sé, y sigo sin saber, y a esto me aferro / como a una barandilla salvadora”.
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