Miguel Urrutia: la carrera de un economista colombiano en el escenario global
El economista colombiano Miguel Urrutia, quien falleció el pasado 9 de julio, contó su historia de vida en la serie Memorias conversadas, en 2016, a cargo de Isabel López Giraldo.
Isabel López Giraldo
Mi padre, hijo de diplomático, se graduó de abogado en la Universidad Nacional y creó un bufete con Camilo de Brigard con el nombre de Brigard y Urrutia, el cual cumplió recientemente ochenta años. Pero en el primer gobierno de Alberto Lleras fue nombrado Ministro Plenipotenciario en Bélgica y la familia se trasladó vía New York y París a Bruselas, a una Europa todavía muy afectada por la guerra. Mientras buscaba casa en Bruselas, vivimos en el Hotel Crillon en París con la niñera de Fontibón que llevamos, y recuerdo que el desayuno nos lo llevaban sobre periódicos atrasados en lugar de manteles. Llegamos a Bruselas en primavera, en plena cosecha de ciruelas y mejoró substancialmente la experiencia europea.
Una vieja institutriz que había vivido en el Congo trató de enseñarnos algo de francés y mi hermano y yo entramos al colegio Saint-Michel, que muy posteriormente supe que había sido el colegio de mi suegro. El próximo cargo de mi padre fue en Buenos Aires y entré al colegio francés. A los dos años mi padre pasó a la Delegación ante las Naciones Unidas. Después de unas clases de inglés con una linda joven Norteamericana, entré al Greenvale Schoolen Long Island, N.Y. donde mi madre trataba de traducirme el libro de historia y yo aprendí a jugar fútbol americano. El próximo cargo de mi padre fue en Caracas, y yo entré al colegio Campoalegre de esa capital, pero a los dos años volvió a Naciones Unidas y ya entré interno al Portsmouth Priory School en Rhode Island, donde me gradué de bachillerato.
Al aprender inglés se me olvidó el francés, pero en las clases del colegio me volvió algo de ese idioma, y también por participar como actor en el idioma original en el Bourgeois Gentilhomme de Molière en el colegio. Hoy en día, y sobre todo después de vivir un período en París cuando era empleado del Banco de la República, leo en francés y lo hablo con acento inglés y errores gramaticales.
Me aceptaron en Harvard, donde me gradué Magna Cum Laude con una tesis en economía titulada The Role of the Agricultural Sector in Economic Development, en la cual revisaba los casos de Japón, U.S.S.R., y México. Mis compañeros de cuarto estudiaban literatura y los cursos que más gocé fueron de literatura japonesa, historia y antropología.
Estando todavía en la universidad, un reclutador me ofreció trabajo en Bogotá en la Texas Petroleum Company y volví a Colombia ya con empleo. Contraje una muy virulenta hepatitis y el médico de la compañía me dijo que no me recomendaba volver en el próximo futuro al campamento de la compañía en el Magdalena Medio y renuncié. Una vez recuperado busqué empleo, y un amigo de mi hermano, Hernando Zuleta, me ofreció un puesto de economista en la Corporación Autónoma de la Sabana de Bogotá y de los Valles de Ubaté y Chiquinquirá (CAR). El director del departamento era Óscar Gómez Villegas, que había resuelto estudiar el problema del desempleo en Bogotá. Mis colegas de oficina ya estaban haciendo las encuestas para medir el desempleo cuando yo llegué. Me uní al equipo y acabé haciendo el informe final. Mi primera publicación fue entonces un folleto de la CAR titulado Estudio Económico Social de la Población de Bogotá.
Terminado este, Óscar Gómez, que era decano de economía en la Universidad de los Andes, me invitó a pasarme al Centro de Estudios de Desarrollo Económico (CEDE) y a la facultad. La Fundación Rockefeller apoyaba el desarrollo de la facultad y daba becas para estudios de postgrado, y asesorado por el profesor Atherton, economista laboral visitante en la facultad y asesor de los estudios sobre empleo y desempleo, apliqué a la Universidad de California en Berkeley, que tenía un programa bien conocido de economía laboral.
En la época tenía un noviazgo muy serio y a la antigua con Elsa Pombo Kopp, profesora de primaria en el English School de Bogotá, y cuando salió la beca resolvimos casarnos e irnos para California, pasando por México en luna de miel. Llegamos a Berkeley en 1963, cuando la ciudad era el centro más conocido de la cultura hippie, y nos tocó vivir la primera gran huelga universitaria en Estados Unidos por oposición a la guerra de Vietnam, con invasión de la policía al campus. En este ambiente tensionante tuve mis exámenes para el Master y a mi hija Elena en el mismo mes. Los pasé a nivel de PhD y los profesores David Lange y Henry Rosovsky, historiadores económicos, me convencieron de que siguiera un año más para optar por el título de PhD. Elsa me convenció de posponer la vuelta a Bogotá, y nos quedamos en Berkeley para terminar los cursos requeridos por el programa de doctorado con la idea de que volvería al CEDE a hacer la tesis. Me aprobaron el tema de desarrollo del sindicalismo en Colombia, y nombraron a Walter Galenson y Loyd Ulman en el comité asesor. En 1965 volví a Berkeley por unas semanas a presentar el examen oral de la tesis, y dediqué los siguientes años a mis cursos de historia económica y la investigación en la Universidad de los Andes.
Estando de director del CEDE en la Universidad de Los Andes, me ofrecieron la secretaría general del Ministerio de Hacienda. Así pasé al sector público.
Posteriormente, surgió una vacante en la Junta Monetaria y el ministro de la época, Abdón Espinosa, me nombró asesor, creo por recomendación de Jorge Ruiz Lara, que había pasado del CEDE a la Junta Monetaria. Puesto que era apasionante, en el que estuve varios años. El objeto de los asesores era proponer a la Junta Monetaria las medidas que había que tomar en esa materia, pero buena parte del trabajo tenía que ver con hacer documentos oponiéndose a las propuestas de los ministros miembros porque las suyas eran generalmente propuestas de “alguna emisión que solucionara los problemas de sus carteras”, y contradecirlos es complicado siempre. En ese momento los asesores éramos Jorge Luis Lara y yo y, posteriormente, cuando Jorge se fue para Washington, el colega fue Leonel Torres. Contamos siempre con el apoyo del gerente del banco de la época, Germán Botero de los Ríos, manizalita, persona muy conocedora y con experiencia en los asuntos económicos. En la Junta aprendí algo de política monetaria, pues en la universidad no había tomado cursos en la materia.
Con certeza te digo que:
— “Uno aprende es en el trabajo, no en la universidad”.
De ahí fui, como empleado del banco, un tiempo a París, a estudiar el tema de cómo invertir las reservas del país en papeles diferentes al dólar, experiencia que me permitió volver a perfeccionar el francés. Siempre es bueno pasar una temporada en París.
En 1974, volví a Colombia y al Banco de la República de subgerente técnico, y tuve el privilegio de participar en el equipo liderado por Rodrigo Botero, futuro Ministro de Hacienda, grupo que preparó los estudios para las reformas planteadas por el candidato durante la campaña. Ya elegido Presidente, López me nombró Director Nacional de Planeación y ahí estuve unos años. El equipo lo conformaba gente joven, apasionada con ayudar a resolver los problemas del país, ambiente que hizo muy agradable el trabajo y me permitió hacer muchos amigos.
Posteriormente, cuando renunció Jaime García Parra al Ministerio de Minas y Energía, – Juan Naranjo y yo le habíamos ayudado en algunos temas de su campo desde el DNP- el Presidente López me nombró Ministro. Pasé un poco más de un año en un trabajo bastante diferente a los que había desempeñado; es un cargo que te hace miembro de la Junta de Ecopetrol y algunas de las juntas del sector eléctrico, lo que me significó un proceso de aprendizaje bien interesante. En 1977, me tocó vivir el proceso en que Colombia se volvió importador de petróleo y la crisis de balanza de pagos que esto generó. Afortunadamente, durante la emergencia económica, López había sentado las bases para volver a estimular la exportación petrolera y el déficit de producción petrolera tenía posibilidades de solución a mediano plazo. En su gobierno también se negoció el contrato de producción de carbón de Cerrejón, lo cual ayudó a cerrar la brecha cambiaria del sector energético.
Renuncié en una pequeña crisis ministerial y estuve desempleado un tiempo, lo que también es una experiencia interesante. Estuve de asesor del director de Bienestar Familiar, Antonio Ordoñez, por espacio de unas semanas, volviendo así al tema que habíamos trabajado cuando en el DNP diseño el Plan Nacional de Nutrición (PAN).
Los economistas de Fedesarrollo me ofrecieron la dirección que acepté para hacer investigación, pero de manera sorprendente recibí una llamada del rector de la Universidad de Naciones Unidas en Tokio a ofrecerme fuera vicerrector. La razón del ofrecimiento es por lo que desde la universidad siempre estuve muy interesado en el desarrollo económico japonés – como aparece en mi tesis de pregrado que escribí sobre Japón – y un ex profesor de Harvard, que era de la alta dirección de la Fundación Ford, cuando el rector, que era de Indonesia, le preguntó por alguien para el cargo, pues necesitaba un latinoamericano se le ocurrió proponerme.
Mi esposa me motivó a que nos lanzáramos e hiciéramos el viaje, y convencimos a nuestros tres hijos para que fueran con nosotros. Fue algo traumático al comienzo, pues aprender el idioma y vivir en una cultura totalmente diferente es todo un reto, pero tuvo magnífico resultado. Algo de japonés aprendieron los niños, a mí me costaba trabajo y me las arreglaba con el inglés. El costo de vida en Japón es altísimo, y Elsa pudo ayudar a sostener a la familia trabajando en la embajada.
A mi hija mayor la inscribimos en la Alianza Francesa porque ella había estudiado en el Liceo Francés, y entonces aprendió a sobrevivir en Tokio con el francés, pero luego entró a una Universidad de los Jesuitas en que hablaban inglés. Todos fueron a maravillosos colegios, se hicieron bilingües y pasaron muy felices durante los cuatro años que permanecimos en ese país. Viajamos mucho y todos los días nos sorprendíamos de algo, era maravilloso. Hace unos tres años viajamos todos a Japón de turistas por espacio de un mes y estuvimos absolutamente encantados.
Con el tiempo los mayores querían entrar a la Universidad. Se devolvieron a Colombia y, por lo tanto, mi esposa y yo también volvimos y lo hicimos a tiempo para casar a la mayor que estuvo de novia por correspondencia, pues en esa época no existían los celulares ni Internet.
En nuestra casa no había muebles, pero fue en ella donde el novio pidió la mano. La casamos y viajamos a Washington, destino al que desviamos el menaje, donde me habían ofrecido una subgerencia en el Banco Interamericano de Desarrollo. Allí vivimos un tiempo con la hija menor que estaba en etapa de colegio, pues la casada se fue a estudiar a la Florida con su esposo, y nuestro hijo varón se quedó a estudiar en la Universidad de los Andes.
Al nacer nuestra primera nieta decidimos que era tiempo de volver a Colombia y así lo hicimos.
Después de la Constitución del 91, el gerente del Banco de la República, Francisco Ortega, que fue amigo y colega de toda la vida, se enfermó, renunció y la Junta me nombró gerente general, cargo que ocupé por espacio de doce años. Desde entonces me he dedicado a la docencia y a la investigación en la Universidad de los Andes.
Mi padre, hijo de diplomático, se graduó de abogado en la Universidad Nacional y creó un bufete con Camilo de Brigard con el nombre de Brigard y Urrutia, el cual cumplió recientemente ochenta años. Pero en el primer gobierno de Alberto Lleras fue nombrado Ministro Plenipotenciario en Bélgica y la familia se trasladó vía New York y París a Bruselas, a una Europa todavía muy afectada por la guerra. Mientras buscaba casa en Bruselas, vivimos en el Hotel Crillon en París con la niñera de Fontibón que llevamos, y recuerdo que el desayuno nos lo llevaban sobre periódicos atrasados en lugar de manteles. Llegamos a Bruselas en primavera, en plena cosecha de ciruelas y mejoró substancialmente la experiencia europea.
Una vieja institutriz que había vivido en el Congo trató de enseñarnos algo de francés y mi hermano y yo entramos al colegio Saint-Michel, que muy posteriormente supe que había sido el colegio de mi suegro. El próximo cargo de mi padre fue en Buenos Aires y entré al colegio francés. A los dos años mi padre pasó a la Delegación ante las Naciones Unidas. Después de unas clases de inglés con una linda joven Norteamericana, entré al Greenvale Schoolen Long Island, N.Y. donde mi madre trataba de traducirme el libro de historia y yo aprendí a jugar fútbol americano. El próximo cargo de mi padre fue en Caracas, y yo entré al colegio Campoalegre de esa capital, pero a los dos años volvió a Naciones Unidas y ya entré interno al Portsmouth Priory School en Rhode Island, donde me gradué de bachillerato.
Al aprender inglés se me olvidó el francés, pero en las clases del colegio me volvió algo de ese idioma, y también por participar como actor en el idioma original en el Bourgeois Gentilhomme de Molière en el colegio. Hoy en día, y sobre todo después de vivir un período en París cuando era empleado del Banco de la República, leo en francés y lo hablo con acento inglés y errores gramaticales.
Me aceptaron en Harvard, donde me gradué Magna Cum Laude con una tesis en economía titulada The Role of the Agricultural Sector in Economic Development, en la cual revisaba los casos de Japón, U.S.S.R., y México. Mis compañeros de cuarto estudiaban literatura y los cursos que más gocé fueron de literatura japonesa, historia y antropología.
Estando todavía en la universidad, un reclutador me ofreció trabajo en Bogotá en la Texas Petroleum Company y volví a Colombia ya con empleo. Contraje una muy virulenta hepatitis y el médico de la compañía me dijo que no me recomendaba volver en el próximo futuro al campamento de la compañía en el Magdalena Medio y renuncié. Una vez recuperado busqué empleo, y un amigo de mi hermano, Hernando Zuleta, me ofreció un puesto de economista en la Corporación Autónoma de la Sabana de Bogotá y de los Valles de Ubaté y Chiquinquirá (CAR). El director del departamento era Óscar Gómez Villegas, que había resuelto estudiar el problema del desempleo en Bogotá. Mis colegas de oficina ya estaban haciendo las encuestas para medir el desempleo cuando yo llegué. Me uní al equipo y acabé haciendo el informe final. Mi primera publicación fue entonces un folleto de la CAR titulado Estudio Económico Social de la Población de Bogotá.
Terminado este, Óscar Gómez, que era decano de economía en la Universidad de los Andes, me invitó a pasarme al Centro de Estudios de Desarrollo Económico (CEDE) y a la facultad. La Fundación Rockefeller apoyaba el desarrollo de la facultad y daba becas para estudios de postgrado, y asesorado por el profesor Atherton, economista laboral visitante en la facultad y asesor de los estudios sobre empleo y desempleo, apliqué a la Universidad de California en Berkeley, que tenía un programa bien conocido de economía laboral.
En la época tenía un noviazgo muy serio y a la antigua con Elsa Pombo Kopp, profesora de primaria en el English School de Bogotá, y cuando salió la beca resolvimos casarnos e irnos para California, pasando por México en luna de miel. Llegamos a Berkeley en 1963, cuando la ciudad era el centro más conocido de la cultura hippie, y nos tocó vivir la primera gran huelga universitaria en Estados Unidos por oposición a la guerra de Vietnam, con invasión de la policía al campus. En este ambiente tensionante tuve mis exámenes para el Master y a mi hija Elena en el mismo mes. Los pasé a nivel de PhD y los profesores David Lange y Henry Rosovsky, historiadores económicos, me convencieron de que siguiera un año más para optar por el título de PhD. Elsa me convenció de posponer la vuelta a Bogotá, y nos quedamos en Berkeley para terminar los cursos requeridos por el programa de doctorado con la idea de que volvería al CEDE a hacer la tesis. Me aprobaron el tema de desarrollo del sindicalismo en Colombia, y nombraron a Walter Galenson y Loyd Ulman en el comité asesor. En 1965 volví a Berkeley por unas semanas a presentar el examen oral de la tesis, y dediqué los siguientes años a mis cursos de historia económica y la investigación en la Universidad de los Andes.
Estando de director del CEDE en la Universidad de Los Andes, me ofrecieron la secretaría general del Ministerio de Hacienda. Así pasé al sector público.
Posteriormente, surgió una vacante en la Junta Monetaria y el ministro de la época, Abdón Espinosa, me nombró asesor, creo por recomendación de Jorge Ruiz Lara, que había pasado del CEDE a la Junta Monetaria. Puesto que era apasionante, en el que estuve varios años. El objeto de los asesores era proponer a la Junta Monetaria las medidas que había que tomar en esa materia, pero buena parte del trabajo tenía que ver con hacer documentos oponiéndose a las propuestas de los ministros miembros porque las suyas eran generalmente propuestas de “alguna emisión que solucionara los problemas de sus carteras”, y contradecirlos es complicado siempre. En ese momento los asesores éramos Jorge Luis Lara y yo y, posteriormente, cuando Jorge se fue para Washington, el colega fue Leonel Torres. Contamos siempre con el apoyo del gerente del banco de la época, Germán Botero de los Ríos, manizalita, persona muy conocedora y con experiencia en los asuntos económicos. En la Junta aprendí algo de política monetaria, pues en la universidad no había tomado cursos en la materia.
Con certeza te digo que:
— “Uno aprende es en el trabajo, no en la universidad”.
De ahí fui, como empleado del banco, un tiempo a París, a estudiar el tema de cómo invertir las reservas del país en papeles diferentes al dólar, experiencia que me permitió volver a perfeccionar el francés. Siempre es bueno pasar una temporada en París.
En 1974, volví a Colombia y al Banco de la República de subgerente técnico, y tuve el privilegio de participar en el equipo liderado por Rodrigo Botero, futuro Ministro de Hacienda, grupo que preparó los estudios para las reformas planteadas por el candidato durante la campaña. Ya elegido Presidente, López me nombró Director Nacional de Planeación y ahí estuve unos años. El equipo lo conformaba gente joven, apasionada con ayudar a resolver los problemas del país, ambiente que hizo muy agradable el trabajo y me permitió hacer muchos amigos.
Posteriormente, cuando renunció Jaime García Parra al Ministerio de Minas y Energía, – Juan Naranjo y yo le habíamos ayudado en algunos temas de su campo desde el DNP- el Presidente López me nombró Ministro. Pasé un poco más de un año en un trabajo bastante diferente a los que había desempeñado; es un cargo que te hace miembro de la Junta de Ecopetrol y algunas de las juntas del sector eléctrico, lo que me significó un proceso de aprendizaje bien interesante. En 1977, me tocó vivir el proceso en que Colombia se volvió importador de petróleo y la crisis de balanza de pagos que esto generó. Afortunadamente, durante la emergencia económica, López había sentado las bases para volver a estimular la exportación petrolera y el déficit de producción petrolera tenía posibilidades de solución a mediano plazo. En su gobierno también se negoció el contrato de producción de carbón de Cerrejón, lo cual ayudó a cerrar la brecha cambiaria del sector energético.
Renuncié en una pequeña crisis ministerial y estuve desempleado un tiempo, lo que también es una experiencia interesante. Estuve de asesor del director de Bienestar Familiar, Antonio Ordoñez, por espacio de unas semanas, volviendo así al tema que habíamos trabajado cuando en el DNP diseño el Plan Nacional de Nutrición (PAN).
Los economistas de Fedesarrollo me ofrecieron la dirección que acepté para hacer investigación, pero de manera sorprendente recibí una llamada del rector de la Universidad de Naciones Unidas en Tokio a ofrecerme fuera vicerrector. La razón del ofrecimiento es por lo que desde la universidad siempre estuve muy interesado en el desarrollo económico japonés – como aparece en mi tesis de pregrado que escribí sobre Japón – y un ex profesor de Harvard, que era de la alta dirección de la Fundación Ford, cuando el rector, que era de Indonesia, le preguntó por alguien para el cargo, pues necesitaba un latinoamericano se le ocurrió proponerme.
Mi esposa me motivó a que nos lanzáramos e hiciéramos el viaje, y convencimos a nuestros tres hijos para que fueran con nosotros. Fue algo traumático al comienzo, pues aprender el idioma y vivir en una cultura totalmente diferente es todo un reto, pero tuvo magnífico resultado. Algo de japonés aprendieron los niños, a mí me costaba trabajo y me las arreglaba con el inglés. El costo de vida en Japón es altísimo, y Elsa pudo ayudar a sostener a la familia trabajando en la embajada.
A mi hija mayor la inscribimos en la Alianza Francesa porque ella había estudiado en el Liceo Francés, y entonces aprendió a sobrevivir en Tokio con el francés, pero luego entró a una Universidad de los Jesuitas en que hablaban inglés. Todos fueron a maravillosos colegios, se hicieron bilingües y pasaron muy felices durante los cuatro años que permanecimos en ese país. Viajamos mucho y todos los días nos sorprendíamos de algo, era maravilloso. Hace unos tres años viajamos todos a Japón de turistas por espacio de un mes y estuvimos absolutamente encantados.
Con el tiempo los mayores querían entrar a la Universidad. Se devolvieron a Colombia y, por lo tanto, mi esposa y yo también volvimos y lo hicimos a tiempo para casar a la mayor que estuvo de novia por correspondencia, pues en esa época no existían los celulares ni Internet.
En nuestra casa no había muebles, pero fue en ella donde el novio pidió la mano. La casamos y viajamos a Washington, destino al que desviamos el menaje, donde me habían ofrecido una subgerencia en el Banco Interamericano de Desarrollo. Allí vivimos un tiempo con la hija menor que estaba en etapa de colegio, pues la casada se fue a estudiar a la Florida con su esposo, y nuestro hijo varón se quedó a estudiar en la Universidad de los Andes.
Al nacer nuestra primera nieta decidimos que era tiempo de volver a Colombia y así lo hicimos.
Después de la Constitución del 91, el gerente del Banco de la República, Francisco Ortega, que fue amigo y colega de toda la vida, se enfermó, renunció y la Junta me nombró gerente general, cargo que ocupé por espacio de doce años. Desde entonces me he dedicado a la docencia y a la investigación en la Universidad de los Andes.