Ilya Kaminsky: del silencio también nace la poesía
Ilya Kaminsky, poeta ucraniano, es sordo desde su niñez. En los silencios de aquel entonces nació su cercanía por la poesía.
Andrés Osorio Guillott
Escribió el poeta ucraniano Ilya Kaminsky en el New York Times un ensayo llamado En busca de una Odessa perdida y una infancia sorda que empieza así: “Lo que más recuerdo es lavarle las orejas a León Tolstoi. Es el año 1989, las mañanas de la revolución, el año en que mi país natal comienza a desmoronarse. Sus orejas son más grandes que mi cabeza; Estoy parado sobre los hombros de un niño que está parado sobre los hombros de otro niño. Estoy fregando la enorme cabeza barbuda sobre un pedestal, en el centro de la plaza Leo Tolstoy, a una cuadra de nuestro primer apartamento. Así es la infancia: Una vez al año, mis compañeros y yo somos enviados al centro de la plaza. Nuestra tarea es lavar la cabeza de un escritor muerto. Nos subimos uno encima del cuerpo del otro y frotamos las fosas nasales y las orejas de Tolstoi”.
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Escribió el poeta ucraniano Ilya Kaminsky en el New York Times un ensayo llamado En busca de una Odessa perdida y una infancia sorda que empieza así: “Lo que más recuerdo es lavarle las orejas a León Tolstoi. Es el año 1989, las mañanas de la revolución, el año en que mi país natal comienza a desmoronarse. Sus orejas son más grandes que mi cabeza; Estoy parado sobre los hombros de un niño que está parado sobre los hombros de otro niño. Estoy fregando la enorme cabeza barbuda sobre un pedestal, en el centro de la plaza Leo Tolstoy, a una cuadra de nuestro primer apartamento. Así es la infancia: Una vez al año, mis compañeros y yo somos enviados al centro de la plaza. Nuestra tarea es lavar la cabeza de un escritor muerto. Nos subimos uno encima del cuerpo del otro y frotamos las fosas nasales y las orejas de Tolstoi”.
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Odessa en tiempos de guerra. Odessa en silencio. Los pájaros que revolotean porque los disparos rompieron la calma. Kalminsky solo los ve por los aires. “El silencio es la invención del que oye”, dice en las notas finales de República sorda, libro de poemas que publicó hace poco Valparaíso. Sí. Un poeta ucraniano para voltear la mirada a su presente, a este tiempo de gente que huye soñando todavía por la vida, de otros que se quedaron asumiendo el riesgo de morir por el crudo azar de una bomba o una bala. Ver el drama de un conflicto bélico desde la poesía, pero no para romantizar las muertes violentas, sino para ver con otro lente lo mas humano, para que no sean solo las fotos y los testimonios, para que sean cada vez más las formas en las que podemos si quiera comprender que mirarlos a ellos no es olvidar nuestros propios muertos, es, tal vez, pensar que los que no volvieron, tanto los desterrados como los asesinados, son humanos, no son cifras, y no importan los kilómetros o las fronteras, importan las vidas perdidas y las que se pueden salvar.
“La Odessa que conozco es una ciudad silenciosa, donde el idioma está invisiblemente ligado a los labios de mi padre moviéndose mientras observo su boca repetir historias una y otra vez. Él se aleja. La historia se detiene. Me mira de nuevo, pero la historia ya ha avanzado. Décadas más tarde, cuando vuelvo a esta ciudad, no siento que haya regresado del todo hasta que apago mis audífonos”, escribió Kaminsky.
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Aunque desde 1993 vive en Estados Unidos, país que le ofreció asilo político, Kaminsky no ha abandonado su natal Ucrania, que en 1977, año en que nació, no era llamada así, pues Odessa era en aquel entonces parte de la antigua Unión Soviética.
“Nací en la antigua URSS y mi ciudad natal, Odessa, ahora es parte de Ucrania. Vine a los EE. UU. cuando tenía dieciséis años, pero me mantuve en contacto con familiares y amigos en la región. Sin embargo, en lugar de usar este espacio para la reflexión personal, quiero incluir algunas comunicaciones que he tenido con los ucranianos, y particularmente con los poetas, en la región, para dar voz a aquellos cuyo mundo está en crisis y para dar a los angloparlantes un mejor sentido. de los acontecimientos actuales”, dijo Kaminsky en un texto llamado Cartas desde Ucrania, que se publicó originalmente en el sitio web de Poesía Internacional el 7 de marzo de 2014, y en el que expuso la guerra que vivía Ucrania con Rusia, tal como ahora, pero en Crimea.
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Llega a las manos República sorda, un libro que cuenta la historia de Petya, un niño sordo que es asesinado por unos soldados; también hay poemas que hablan de historias como las de la mamá Galya o la pareja de Sonya y Alfonso. Un libro que habla de la guerra, no con versos pensados en la invasión más reciente de Rusia a Ucrania, pero sí basados en varios momentos de confrontación, de esa violencia que permea las vidas privadas.
Un libro en el que los poemas no solo están compuestos por versos, sino por lenguajes de señas que, en palabras del autor, tienen que ver con que “En Vasenka, la gente del pueblo inventó su propio lenguaje de signos. Algunos de los signos derivan de diversas tradiciones (rusa, ucraniana, bielorrusa, lenguaje de signos estadounidense, etc.). Otros signos podrían haber sido inventados por los ciudadanos, ya que intentaron crear un lenguaje que las autoridades desconocieran”.
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Las dudas que nos atan a los libros. ¿Será Petya, el niño sordo asesinado, una imagen de la infancia de Ilya Kaminsky? Pero, más allá de la curiosidad por lo autobiográfico, la sordera y los silencios aparecen como metáforas de una resistencia a la guerra y al dolor que nace en el temor de escuchar las ráfagas y las botas de los soldados que arrasan con la vida que fue otra, que alguna vez estuvo exenta de las armas y los estallidos. “Nuestro país se despertó a la mañana siguiente y se negó a oír a los soldados. / En el nombre de Petya, nos negamos”, dice el poema La sordera, una insurrección comienza.
La poesía del ucraniano ha sido de alguna forma activista. Junto con Paloma Capanna fundaron Poets for piece, una organización que apoya lecturas de poesía a nivel internacional en tareas humanitarias. Y en un momento en el que el mundo mira la guerra entre Ucrania y Rusia, los escritos de Ilya Kaminsky permiten comprender o hacernos una imagen de lo que ha sido la constante amenaza de la violencia, la invasión y el olvido para su país. Y para eso, dos poemas del autor:
Y sin embargo, algunas noches
Nuestro país se ha rendido.
Años más tarde, alguien dirá que nada de esto sucedió; las tiendas estaban abiertas, éramos felices e íbamos a ver el teatro de títeres en el parque.
Y, sin embargo, algunas noches, la gente del pueblo apaga las luces y enseña a sus hijos lenguaje de signos. Nuestro país es el escenario: cuando desfilan las patrullas, nos sentamos sobre las manos. No tengas miedo, le dice en signos un niño a un árbol, a una puerta.
Cuando desfilan las patrullas, las avenidas se vacían. El aire se vacía, salvo por el chirrido de las cuerdas y el tap tap de la madera contra los muros.
Estamos todavía sentados entre el público, quietos. El silencio, como la bala fallida contra nosotros, gira-.
En tiempos de paz
Como habitante de la tierra durante cuarenta y tantos años / solo una vez me he encontrado en un país pacífico. / Observo a los vecinos abrir.
Sus teléfonos para ver / a un policía que exige un permiso de conducir. Cuando el hombre alcanza su cartera, el policía dispara. En la misma ventanilla del coche. Dispara. /
En un país pacífico.
Nos metemos el teléfono en el bolsillo y nos vamos. / Al dentista, / a recoger a los niños de la escuela, / a comprar champú / y albahaca.
El nuestro es un país en el que un muchacho tiroteado por la policía yace en el asfalto durante horas.
Vemos su boca abierta / la desnudez / de toda la nación.
Nosotros observamos. Observamos / cómo observan otros.
El cuerpo de un muchacho yace en el asfalto exactamente igual que el cuerpo de un muchacho-
En un país pacífico.
Y que sujeta los cuerpos de nuestros ciudadanos / sin esfuerzo, / del modo en que la esposa del presidente se corta las uñas de los pies.
Todos nosotros / tenemos la difícil tarea de conseguir una cita con el dentista, / de recordar cómo se hace / una ensalada de verano: albahaca, tomates, / y una pizca de sal, qué delicia.
Estos tiempos de paz.
No oigo disparos, / pero veo el chapoteo de los pájaros en los patios traseros de los suburbios. Qué brillante es el cielo cuando la avenida gira sobre su eje. Qué brillante es el cielo (perdónenme) qué brillante.
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