“Jericó, el vuelo infinito de los días”: un caleidoscopio de la memoria
Catalina Mesa, directora del documental “Jericó, el vuelo infinito de los días”, ha vinculado sus procesos creativos con un camino espiritual. Para la cineasta, la consciencia en la creación debe plantearse desde lentes que no limiten la mirada y la complejidad de nociones como la memoria.
María Paula Lizarazo
Era agosto cuando Catalina Mesa llegó a Jericó y el municipio se preparaba para lo que sería el siguiente Festival de las Cometas. Lo primero que hizo fue sentarse en medio de la plaza a observar, en silencio, viendo la gente pasar e inmiscuyéndose, desde la escucha atenta y la imaginación, en la cotidianeidad del lugar. De ese primer día guarda una fotografía que tomó del cielo: los rayos del sol sobre Antioquia, naciendo entre las nubes, evocaban sus primeros años en París, una época en la que la incertidumbre constituía su día a día.
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Era agosto cuando Catalina Mesa llegó a Jericó y el municipio se preparaba para lo que sería el siguiente Festival de las Cometas. Lo primero que hizo fue sentarse en medio de la plaza a observar, en silencio, viendo la gente pasar e inmiscuyéndose, desde la escucha atenta y la imaginación, en la cotidianeidad del lugar. De ese primer día guarda una fotografía que tomó del cielo: los rayos del sol sobre Antioquia, naciendo entre las nubes, evocaban sus primeros años en París, una época en la que la incertidumbre constituía su día a día.
De aquellos años recuerda que lo que más serenidad le daba ante el agobio era “sentarme en un parque a contemplar y esa contemplación me inició en la fotografía, el esos largos periodos de observar, observar, leer y observar, leer y observar. Hay veces de periodos de angustia de los que pueden emerger cosas muy bonitas. Me inició otro tiempo, a no querer estar haciendo y haciendo, sino siendo: aprender a ser. Fue un periodo de búsqueda espiritual, de yoga”.
Estudió Historia de las artes escénicas de Oriente y Occidente, y luego hizo una maestría en Literatura, en La Sorbona. Tristes trópicos, de Claude Lévi-Strauss y El mono gramático, de Octavio Paz, fueron algunos de los faroles que la fueron acompañando y que, junto a las filmografías de Raymond Depardon, Alain Cavalier y la nouvelle vague, la fueron llevando a no concebir ningún proceso creativo sin una escritura previa, sin la consciencia de impedir que algún detalle del proceso se le escape: “Las palabras han sido mi compañía desde siempre. Hay veces que no tengo tiempo de escribir, de construir ideas, pero puedo hacer una lista de palabras de lo que veo y después con esa lista me voy para mi casa y si tengo tiempo lo construyo y si no, no importa: yo le llamo el campo semántico de los espacios, las palabras que emergen de un espacio así no estén organizadas”.
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Cuando terminó de estudiar Literatura montó una productora. Era ella sola, en París, armando catálogos de ventas de diferentes líneas, cuando las cámaras empezaban también a hacer videos. Y sola se fue formando en edición. Después de tres años en sectores comerciales, arrancó algunos proyectos audiovisuales hasta que decidió irse una temporada a Jericó, de la que además le terminó surgiendo un sentido de activismo ambiental: “Estamos en un relato tan antropocéntrico y no nos damos cuenta de que convivimos con otras especies que no estamos cuidando porque estamos tan ocupados con nuestro drama humano. Empezar a crear relatos más biocéntricos, que no estén enfocados sólo en lo humano sino también en toda esa vida que somos, es un llamado urgente a entendernos en un todo más amplio que nuestra ciudad. Yo aprendí que Jericó no es sólo un pueblito sino un corredor de vida cuando me di cuenta de dónde está Jericó en el planeta, es esa perspectiva amplia de dónde estamos parados en el planeta y qué responsabilidades tenemos en este momento. Si tú me preguntas mi sueño, es que Colombia sea patrimonio de biodiversidad en el planeta, es decir, no fracking y no minería”.
Desde el primer momento en el municipio, le fueron surgiendo más preguntas sobre las preguntas que ya llevaba. Ir a Jericó implicaba ir hacia sus raíces. De ese lugar ubicado en las montañas antioqueñas, en el que nació su tía abuela Ruth Mesa, viene toda su familia. Fue para reconocerse en su propia memoria, pero el viaje la llevó a reconocer -y reconocerse en- la memoria de otras mujeres con las que se cruzó.
Durante tres meses visitó el Centro de Historia. Revisó archivos de prensa y halló desde todos los censos de Jericó hasta los miles de poemas escritos en el municipio desde el siglo XIX, que nunca se volvieron a publicar. Al concluir cada jornada de investigación, se quedaba conversando por los alrededores y conociendo a más gente. Interesada en la idea de la memoria y su vínculo con el presente, empezó a seleccionar poemas y también a documentar el día a día de doce mujeres oriundas de Jericó que fue conociendo. Pero en el proceso concluyó que aquellas mujeres “estaban plenas de su propia poesía y no tenía sentido agregarle otra por fuera de ellas mismas”. Entonces el proyecto de Jericó, el infinito vuelo de los días pasó a tener dos frentes: un documental y una antología poética en los que la memoria del municipio es el eje transversal.
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En el documental aparecen los testimonios de Cecilia Bohórquez, Manuela Montoya, Elvira Suárez, María Fabiola García, Luz González, Licinia Henao, Ana Luisa Molina, Celina Acevedo, Laura Katherine Foronda, Jaime Restrepo, Luz Dora Henao y Rosa Margarita Velásquez. Con conversaciones que atraviesan el día a día, en espacios interiores y tan cotidianos como la cocina, cada una habla de sí, de su vida, de sus caminos, de su pasado, y algunas evocan sus dolores y sus momentos más descarnados; otras comentan cómo se preparan para afrontar la muerte; y otras hablan en rincones en los que sólo hay lugar para el humor. Se trata de un caleidoscopio con el que Mesa entra en intimidades que resultan susurrándole sobre su intimidad y su propia historia.
Para Mesa, su camino tras el lente ha sido “un camino de arte y espiritualidad, imposible separarles. La manera en que abordo mi trabajo tiene mucho que ver con la intención, con el propósito, con que estoy al servicio de qué, qué es lo que la vida quiere de mí”. Y hasta el más mínimo detalle se relaciona con ese propósito: “La pregunta de qué lente elijo, agudiza mi conciencia para saber que soy responsable por la calidad y la naturaleza de mi mirada. Debo limpiar los lentes frecuentemente para poder acoger la vida de la manera más transparente posible”.
Entiende la filmación como un proceso lento, de silencio, en el que la cámara no sólo puede fijarse en el afán de la acción. Ha aprendido que no hay que elegir un lente que limite la mirada. Y eso ha complejizado su idea sobre la memoria. Constantemente se pregunta si el presente se debe crear “¿a partir del pasado? ¿De las heridas y dolores? ¿O del futuro?, de lo que quieres crear: la prosperidad, la paz, el sueño”. Insiste en que hay que liberarse de las narrativas de dolor, para que el presente no sea la repetición de las historias del pasado, y plantearse “en un lugar de silencio en el que se acoge el pasado, se llora y se sana”.
Asegura que la memoria en el país tiene dos caras: “es nuestro tesoro, pero también puede ser nuestra trampa y hay que saber acoger las dos; no es rechazando ninguna, pero sí es poniéndola en un lugar y no dejando que se coma todo el espacio porque sino nuestro presente será siempre una repetición de los espacios del pasado y yo siento que Colombia está enredada en el pasado”.
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¿La memoria ahora es como un no olvidemos el dolor del pasado?
-Sí y está bien, hay que sanarlo, hay abrazarlo, hay que reconciliarnos, pero démonos el espacio para los sueños. Muchas veces estamos tan concentrados en la urgencia, el conflicto, la política, el debate, que nos perdemos de esas dimensiones más profundas de ancestralidad, identidad, conocimiento y de raíz y riqueza, que es lo que nos da sentido, propósito, valor. Ir al encuentro de esa oralidad, ese saber, es ir al encuentro de nuestro tesoro, de nosotros mismos.
Jericó, el vuelo infinito de los días es ese encuentro que propone con la oralidad, con los relatos de esas mujeres. Y esos relatos son una continuidad de los poemas que encontró en el Centro, o bien los poemas hayan sido un eco previo de dichos relatos. En el libro homónimo compiló poemas de Dolly Mejía, Julio Toro, José María Ospina, Carlos Eduardo Mesa, Juan Bautista Jaramillo, José Gómez Montoya, Manuel Mejía Vallejo y Oliva Sossa.
Tanto en el libro como el documental, entre los recovecos del tiempo -el pasado y el presente-, Mesa propone que “a través de la cotidianeidad se revela la trascendencia de la vida de cada uno de los personajes; cómo en el día a día también se revela el infinito”, un infinito que aparece en poesías como la de Oliva Sossa: “Las montañas que rosan el infinito y el infinito entrando en la cabaña” y que se vislumbra en momentos como el estreno del documental en Jericó, en 2016, para el que se dispuso un escenario con cometas y música: “íbamos a ver una película, pero ya estábamos en una”.