José Asunción Silva: el poeta decadente
A propósito del Día del poeta en Colombia, hablamos sobre “De sobremesa”, la única novela de José Asunción Silva, y que refleja el decadentismo que lo ubicó como un escritor modernista.
Andrés Osorio Guillott
Decir que José Asunción Silva fue un poeta decadente no es encasillarlo en el lugar común o en el imaginario de un escritor marginal que vive entre colillas de cigarrillos, mugre y papeles arrugados que contienen los mil y un intentos de textos que buscaban un mejor puerto. Hablar de Silva como poeta decadente es hablar de ese rasgo modernista que guarda su novela De sobremesa y que sitúa al autor colombiano en un tiempo y una estética particulares.
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Decir que José Asunción Silva fue un poeta decadente no es encasillarlo en el lugar común o en el imaginario de un escritor marginal que vive entre colillas de cigarrillos, mugre y papeles arrugados que contienen los mil y un intentos de textos que buscaban un mejor puerto. Hablar de Silva como poeta decadente es hablar de ese rasgo modernista que guarda su novela De sobremesa y que sitúa al autor colombiano en un tiempo y una estética particulares.
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Dice José Fernández, protagonista de De sobremesa, novela de José Asunción Silva: “¿La vida real?… Pero, ¿qué es la vida real, dime, la vida burguesa sin emociones y sin curiosidades?… Cierto que sólo existen para mí diez amigos íntimos que me entienden y a quienes entiendo y algunos muertos en cuya intimidad vivo… Los demás son amistades epidérmicas, por decirlo así; en cuanto a mi vida de hoy, tú sabes bien que, aunque distinta en la forma de la que he llevado en otras épocas, su organización obedece en el fondo a lo que ha constituido siempre mi aspiración más secreta, mi pasión más honda: el deseo de sentir la vida, de saber la vida, de poseerla, no como se posee a una mujer de quien nos hacen dueños unos instantes de desfallecimiento suyo y de audacia nuestra, sino como a una mujer adorada, que convencida de nuestro amor se nos confía y nos entrega sus más deliciosos secretos. ¿Tú crees que yo me acostumbro a vivir?… No, cada día tiene para mí un sabor más extraño y me sorprende más el milagro eterno que es el Universo. La vida. ¿Quién sabe lo que es? Las religiones no, puesto que la consideran como un paso para otras regiones; la ciencia no, porque apenas investiga las leyes que la rigen sin descubrir su causa ni su objeto. Tal vez el arte que la copia…, tal vez el amor que la crea”.
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Hablar de José Asunción Silva como el poeta decadente es hablar justamente de estos fragmentos de De sobremesa, de la voz de un protagonista, muy cercana -pero no igual- a la voz del autor, que se manifiesta contra los ideales y costumbres burgueses. Ese rasgo particular es el que se llama decadentismo y que si buscamos información sobre él nos lleva al modernismo, nos lleva a Francia, nos lleva a poetas como Charles Baudelaire o Paul Verlaine, a los versos que rompieron un molde y que criticaron de frente a un modelo de sociedad determinado por las lógicas de una clase dominante.
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Dice más adelante Fernández: “Ahora analizo fríamente. ¿Por qué cometí esa brutalidad digna de un carretero e intenté un asesinato de que me salvó el tamaño del puñal que es más bien una joya que un arma, yo el libertino curioso de los pecados raros que ha tratado de ver en la vida real, con voluptuoso dilettantismo, las más extrañas prácticas, inventadas por la depravación humana, yo el poeta de las decadencias que ha cantado a Safo la lesbiana y los amores de Adriano y Antínoo en estrofas cinceladas como piedras preciosas? ¿Celos? Sería grotesco… ¿Odio por lo anormal?… No, puesto que lo anormal me fascina como una prueba de rebeldía del hombre contra el instinto… ¿Entonces…? Fue un movimiento irrazonado, un impulso ciego, inconsciente, como el que una tarde del otoño pasado me hizo insultar sin motivo al diplomático alemán que me habían presentado diez días antes, dando ocasión para un duelo estúpido en la frontera belga y para que Marinoni me creyera loco»”.
Aquí pareciera que por medio del diario de José Fernández se sentara el manifiesto y el reconocimiento de esa decadencia. Ese distanciamiento de lo que podría considerarse normal y ese orgullo por la rebeldía no solo es del personaje, también lo fue de Silva, que se fue apartando de los privilegios y el mundo burgués al que pudo pertenecer en su momento por su familia. Y aunque en vida fueron las desdichas las que determinaron el pensamiento y el escepticismo del poeta colombiano frente a su tiempo y sus lógicas correspondientes, también lo fueron sus lecturas, su acercamiento al nihilismo de Nietzsche o al existencialismo de Shopenhauer, de ahí también esa actitud amarga frente a un lugar y un momento en el que no sentía que encajaba, y que más que sentirlo era que las gentes y las dinámicas de las mismas también se lo hacían saber.
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María Mercedes Carranza, una de las referentes de la poesía colombiana en el siglo XX, y quien fundó la Casa de Poesía José Asunción Silva en la década de 1980 en el mismo lugar donde vivió y murió (¿asesinato o suicidio?) el poeta el 24 de mayo de 1986, también habría de rescatar en el artículo José Asunción Silva y el modernismo esa aversión del autor por la burguesía que no solo lo situó a varios kilómetros de distancia de esa clase social, sino que configuró a De sobremesa como una obra modernista por excelencia.
“Si Silva habla de la muerte, los sueños, la infancia perdida, el amor no satisfecho, las sombras del más allá, lo hace, igual que todos los modernistas, como una manera de negar la sociedad burguesa, que los ha excluido. Se afirman como creadores recurriendo a las utopías o -como en el caso de Silva- refugiándose en experiencias, seres y mundos ya desaparecidos y, por tanto, inaccesibles. (...) Silva fue un desadaptado, un rebelde frente a los valores consagrados vigentes y frente a la mediocridad de su medio y no sólo por influencias y circunstancias epocales, sino como reflejo de su crisis personal dentro de ese medio. De ahí también su profundo escepticismo, que algunos críticos han visto como una influencia de Campoamor, poeta que le interesó, según consta en De sobremesa.”, escribió Carranza.
Fernández termina siendo el símbolo de un malestar característico entre los modernistas como Silva con su tiempo, un malestar que es también un temor por el fin del siglo XIX y una crisis venidera tras los cambios de paradigmas. Fernández no es Silva, pero sí es una idea que encarna el rechazo y finalmente una incomodidad que se adhirió al poeta y a su piel y que fue imposible de quitar, que determinó su rebeldía y su caminar distante a una sociedad con la que se excluyeron mutuamente por algo más que una incomprensión de sus ideas y sus costumbres.