José Saramago, en palabras de Pilar del Río
Por el centenario del natalicio del escritor portugués, que será el próximo 16 de noviembre, presentamos un texto con algunos recuerdos y reflexiones de quien fuera su esposa.
Andrés Osorio Guillott
Sin nostalgias. Pensar que todo tiempo en el que hubo escritores como José Saramago fue mejor puede ser la reacción inmediata a la reflexión sobre su muerte, pero basta detenerse para leer su obra y conocer su legado en toda su extensión para comprender que defender su testimonio libera de toda melancolía, que no hay saudade, que no hay dramas o tragedias, palabras que, para Pilar del Río, están tachadas.
Saramago escribió en El cuaderno: “No habrá ninguna sorpresa para quien recuerde lo que sobre ella he dicho y escrito en el ya casi cuarto de siglo que llevamos juntos. Esta vez, sin embargo, quiero dejar constancia, y supremamente lo quiero, de lo que ella significa para mí, no tanto por ser la mujer que amo (que eso son cuentas de nuestro rosario privado), sino porque gracias a su inteligencia, a su capacidad creativa, a su sensibilidad, y también a su tenacidad, la vida de este escritor ha podido ser, más que la de un autor de razonable éxito, la de una continua ascensión humana. Así nació la Fundación, en todo y por todo obra de Pilar y cuyo futuro no puede concebirse, a mi entender, sin su presencia, sin su acción, sin su genio particular. En ella confío como en ninguna otra persona sería capaz. Casi me apetece decir: este es mi testamento. Pero no nos asustemos, no voy a morir, la presidenta no me lo permitiría. Ya le debí la vida una vez, ahora es la vida de la Fundación la que ella deberá proteger y defender. Contra todo y contra todos. Sin piedad, si llegara a ser necesario”.
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El final de su vida en Lanzarote. La importancia de la isla para su obra, no solo como inspiración, sino también como escenario para sus cuentos. “Saramago nació tierra adentro. No vio el mar tan pronto. No era fácil viajar en los años 20. De pronto fue también en la pandemia cuando me puse a pensar que Saramago había puesto a navegar la Península Ibérica en el libro La balsa de piedra. Separa a España y Portugal de Europa y las pone a navegar hacia América Latina. Hay algunos poemas que hablan de islas, pero él escribió El cuento de la isla desconocida y de pronto pienso qué había en Saramago, qué intuición de isla había. Me pongo a mirar la obra, a descubrir cosas, y estoy segura de que él no lo sabía, pero tenía que vivir en una isla. Nosotros fuimos a visitar a mi hermana y le encantó Lanzarote y decidimos quedarnos a vivir ahí, eso es una anécdota sin importancia, pero lo que sí es importante es que si él puso a navegar a su país entero hacia América, él tenía que hacer una balsa en la mitad del océano para que se juntaran gentes de América, de África y de Europa, para que ahí se encontraran y celebraran la posibilidad del encuentro sin colonialismos”.
Dijo Saramago en una entrevista en 2003 que “Hay una soledad ontológica -el ser está ahí- que nos dice que somos islas, quizás en un archipiélago, pero islas de todos modos. En las islas de un archipiélago se pueden establecer comunicación, fuentes, correos, pero la isla está ahí, frente a otra isla. Tal vez el símil es fácil, banal. Las personas viven con esa soledad sin darse cuenta, o dándose cuenta de ella a ratos. (…) Hasta ahora hay dos únicas formas que hemos inventado, que a veces funciona y, otras, no funciona más, pero que nos sacan de la soledad: la amistad y el amor”. Y sobre las amistades, también sobre las influencias literarias, habló Del Río. “Ernesto Sábato y Carlos Fuentes tuvieron una influencia humana, en las relaciones de amistad de José, que llegó al mundo de la literatura muy tarde, mientras que ellos llevaban ya muchos años. Se sintió muy conmovido de ser aceptado en esos grupos a los que él no pertenecía. Él había sido un hombre que se había estado ganando la vida con mucha dificultad hasta los 60 años, y empezó a publicar y a moverse por el mundo casi con 70. Qué influencia él tuvo en la literatura, no creo que haya sido grande, aunque él dijo una vez que tuvo que dejar de leer a García Márquez en un momento determinado porque se había sentido como si lo hubieran atropellado. “A mí me atropelló su literatura”, fue lo que afirmó. Sus influencias eran otras, y en otro momento lo comentó: pudieron ser Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Fernando Pessoa, Michel de Montaigne, Voltaire, el padre Vieira, un jesuita que escribía muy bien. Tenía influencias, pero sobre todo fueron Sábato y Fuentes grandes asideros de amistad, más que influencias literarias”.
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Una trilogía que abarca en buena parte la visión del mundo que tenía Saramago a los 70 años. La rebeldía o la rebelión como conceptos que podrían encerrar varios libros del portugués, que dejan entrever una posible fijación sobre el anhelo de una humanidad que confronte los problemas de su tiempo, de ver a una ciudadanía activa e incómoda con su realidad. Todo esto después de haber enfrentado y cuestionado la historia de Jesucristo. “El ensayo sobre la ceguera fue un libro que le costó trabajo escribirlo. Venía con la sensación del vacío enorme de haber escrito El evangelio según Jesucristo. Enfrentarse al hecho del misterio religioso y del momento fundacional de nuestra civilización hace que una persona se quede vacía. Saramago pasó un tiempo como en un silencio y un desconcierto interior. Había tocado el misterio, y cuando llega a Lanzarote y empieza a recomponerse, solamente podía escribir El ensayo sobre la ceguera. Ciegos que viendo no vemos. Hemos reflexionado sobre el fundamento de nuestra civilización y estamos aquí, en esto que somos, y ese libro le cuesta mucho. Hubo capítulos que él no pudo volver a leer nunca, como la violación de la ciega por parte de los ciegos. Fernando Meireles le confesó a José que él no había podido filmar, que tuvo que poner unos cristales sucios entre los ciegos violando a las ciegas, pero que había sido demasiado fuerte esa escena, ese capítulo. Años después, Saramago volvió a la misma ciudad donde la gente había tenido una ceguera blanca y allí es donde los seres humanos votan en blanco, y en esa misma ciudad (es una trilogía involuntaria que la crítica todavía no se ha dado cuenta que lo es) la gente un día deja de morir. Es una trilogía que se hace involuntaria, pero que es muy significativa por la forma en que se reflexiona sobre el mundo”.
Del Ensayo sobre la lucidez y la postura política del portugués: “Saramago decía que democracia no es que salgamos a votar cada cuatro años. La democracia no acaba con tu voto. La democracia es una actividad diaria, es una gestión, delegas en alguien que tiene un programa para que cumpla, pero tú tienes que ser vigilante. Si te han prometido que va a haber escuelas, tienes que estar viendo si se está cumpliendo. La democracia no son los que los ciudadanos delegamos, somos nosotros, todos. Saramago se divertía mucho con los partidos de izquierda, derecha y centro”.
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De Las intermitencias de la muerte: “La muerte es una consecuencia natural de la vida y no se puede romper, porque viviríamos cada día un poco más viejos, pero la muerte también es un negocio, lo es para las religiones, para los Estados y todo el mundo que vive amenazando. En ese libro se ve. A partir de cierto momento en este hay una persona que se niega a la docilidad. Así como los jóvenes se niegan a la docilidad en El ensayo sobre la lucidez y como la mujer en El ensayo sobre la ceguera. Cuando ese muerto no acepta la carta de la muerte, la muerte se transforma en mujer y la muerte tiene otro sentido con el amor. Ya no hay tragedia”.
El anhelo de Saramago de una ciudadanía activa la expresó justamente en la Carta universal de los deberes y obligaciones de las personas: “El compromiso con los otros y con la sociedad en la que se vivía fue pospuesto en la búsqueda de la afirmación individual. Nada hubo de reprochable en momentos tan dolorosos. Sin embargo, el pasar de los años ha mostrado la necesidad de que las personas como individuos y parte de colectividades luchen por afirmar sus derechos y condición social. Igualmente se ha puesto de manifiesto la urgencia de aceptar a plenitud la observancia de su precondición: el cumplimiento de los deberes y obligaciones que a cada cual le corresponden jurídica y moralmente. (…) El panorama vigente y previsible lleva a preguntarnos por las posibilidades de liberación y emancipación y, en concreto, nos hace plantearnos si todo pasa por la exigencia de nuevos y mayores derechos o si, antes bien, tal exigencia debe ir acompañada de la plena asunción de un conjunto básico de deberes y obligaciones con especificación de distintos grados de responsabilidad”.
Esa convicción por una sociedad con personas activas, dueñas de su libertad y exigentes con sus realidades, también lo expresaba, según Pilar del Río, con la idea que tenía de los lectores, en parte sustentada en el “juego” de la puntuación que tanto nos ha obligado a quienes lo hemos leído a mantener la concentración para entender los giros y el sentido de sus frases. “Saramago consideraba que los lectores eran gente adulta, que no había que llevar muletas. Decía que el lector es inteligente, que sabe cuándo cambian las voces. Es un diálogo. Basta con que lea una página y se dará cuenta. No necesitamos muletas. Podemos leer sin esa distracción. Cuando tuve que traducir Claraboya la pasé fatal. Efectivamente todo eso me confundía, quiero la narración continuada, pero no podía porque tenía que respetarlo. Su manera de jugar con la puntuación era una forma de respetar la libertad del lector, de que él se encargara de la entonación. Insisto en que él aseguraba mucho que no quería lectores resignados y conformados, que fueran activos, que dijeran no y pusieran su personalidad, que si era necesario que rompieran el libro”.
Pilar del Río, quien escribió La intuición de la isla, los días de José Saramago en Lanzarote, habla con propiedad de los recuerdos que tiene sobre el autor portugués, y en este caso habló con mayor certeza, pues hoy en día sigue siendo parte del grupo de lectores de la obra de Joselito, como le decían algunas personas en España. “Llamemos las cosas por su nombre. No aparezco en el libro, pero el acto de amor es porque amo a José Saramago, pero también por las lectoras y lectores. Formo parte de esa comunidad. Me siento ciudadana de muchas patrias, pero hay una que es indiscutible, la de los lectores”.
En Lanzarote, en A casa, el lugar donde vivieron Saramago y Pilar del Río, dicen que las paredes hablan, o eso le dijo una vez el decano del Colegio de Arquitectos de Andalucía cuando visitó el lugar. “Estas paredes hablan. Nunca había visto paredes que hablen tanto”, le dijo. “Pensé que había que mantener las voces y que el paso del tiempo no las vaya apagando. Quiero que las paredes sigan hablando”.
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En esa casa, en la que se construyeron estanterías con madera de pino cuando llegó Saramago en 1992, hay una biblioteca que también habla sobre cómo era el escritor. “En la biblioteca hay amigos. José Saramago decía que cada libro tenía adentro a una persona, que es el escritor, pero creo que tiene varias, tiene a los lectores. Había amigos, los que lo habían formado. De niño no tenía libros, de joven muy pocos, pues iba a leer a las bibliotecas públicas. La biblioteca de José Saramago es una que carece de valor, pues son libros baratos -no podía comprar caros-, pero en líneas generales están los autores que lo formaron, los autores a los que leía y hay una característica: están los libros que le iban regalando en sus viajes. Da igual qué autores fueran, siempre se los llevaba y los ponía en su biblioteca. Él decía que dentro de cada libro hay un ser humano, hay que cuidarlos. Cuidar los libros es cuidar también a sus autores”.
Del Río, sin nostalgia y como quien se sabe defensora de su obra, habla de Saramago y asegura que “es un gran escritor, creador de mundos, que nos obliga a ser activos en la lectura. Él decía que no quería lectores conformados, pasivos, sino lectores que se metan, que discutan. Aparte de ser una gran obra literaria, Saramago es un humanista, una voz oral que necesitamos. Leerlo, tal vez, nos ilumina, nos ayuda a pensar, a tener disposiciones propias. Él no es dogmático, no hay un solo dogma. Siempre daba una opinión y daba la contraria. Si nos ayuda a pensar, a empoderarnos, a ser nosotros mismos como las grandes potencias. Él decía que en el mundo hay dos grandes potencias, una era Estados Unidos (lo decía en la guerra con Irak) y cada uno de nosotros. No nos lo creemos, pero que si actuáramos, el mundo no habría llegado a este estado de declive”.
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Sin nostalgias. Pensar que todo tiempo en el que hubo escritores como José Saramago fue mejor puede ser la reacción inmediata a la reflexión sobre su muerte, pero basta detenerse para leer su obra y conocer su legado en toda su extensión para comprender que defender su testimonio libera de toda melancolía, que no hay saudade, que no hay dramas o tragedias, palabras que, para Pilar del Río, están tachadas.
Saramago escribió en El cuaderno: “No habrá ninguna sorpresa para quien recuerde lo que sobre ella he dicho y escrito en el ya casi cuarto de siglo que llevamos juntos. Esta vez, sin embargo, quiero dejar constancia, y supremamente lo quiero, de lo que ella significa para mí, no tanto por ser la mujer que amo (que eso son cuentas de nuestro rosario privado), sino porque gracias a su inteligencia, a su capacidad creativa, a su sensibilidad, y también a su tenacidad, la vida de este escritor ha podido ser, más que la de un autor de razonable éxito, la de una continua ascensión humana. Así nació la Fundación, en todo y por todo obra de Pilar y cuyo futuro no puede concebirse, a mi entender, sin su presencia, sin su acción, sin su genio particular. En ella confío como en ninguna otra persona sería capaz. Casi me apetece decir: este es mi testamento. Pero no nos asustemos, no voy a morir, la presidenta no me lo permitiría. Ya le debí la vida una vez, ahora es la vida de la Fundación la que ella deberá proteger y defender. Contra todo y contra todos. Sin piedad, si llegara a ser necesario”.
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El final de su vida en Lanzarote. La importancia de la isla para su obra, no solo como inspiración, sino también como escenario para sus cuentos. “Saramago nació tierra adentro. No vio el mar tan pronto. No era fácil viajar en los años 20. De pronto fue también en la pandemia cuando me puse a pensar que Saramago había puesto a navegar la Península Ibérica en el libro La balsa de piedra. Separa a España y Portugal de Europa y las pone a navegar hacia América Latina. Hay algunos poemas que hablan de islas, pero él escribió El cuento de la isla desconocida y de pronto pienso qué había en Saramago, qué intuición de isla había. Me pongo a mirar la obra, a descubrir cosas, y estoy segura de que él no lo sabía, pero tenía que vivir en una isla. Nosotros fuimos a visitar a mi hermana y le encantó Lanzarote y decidimos quedarnos a vivir ahí, eso es una anécdota sin importancia, pero lo que sí es importante es que si él puso a navegar a su país entero hacia América, él tenía que hacer una balsa en la mitad del océano para que se juntaran gentes de América, de África y de Europa, para que ahí se encontraran y celebraran la posibilidad del encuentro sin colonialismos”.
Dijo Saramago en una entrevista en 2003 que “Hay una soledad ontológica -el ser está ahí- que nos dice que somos islas, quizás en un archipiélago, pero islas de todos modos. En las islas de un archipiélago se pueden establecer comunicación, fuentes, correos, pero la isla está ahí, frente a otra isla. Tal vez el símil es fácil, banal. Las personas viven con esa soledad sin darse cuenta, o dándose cuenta de ella a ratos. (…) Hasta ahora hay dos únicas formas que hemos inventado, que a veces funciona y, otras, no funciona más, pero que nos sacan de la soledad: la amistad y el amor”. Y sobre las amistades, también sobre las influencias literarias, habló Del Río. “Ernesto Sábato y Carlos Fuentes tuvieron una influencia humana, en las relaciones de amistad de José, que llegó al mundo de la literatura muy tarde, mientras que ellos llevaban ya muchos años. Se sintió muy conmovido de ser aceptado en esos grupos a los que él no pertenecía. Él había sido un hombre que se había estado ganando la vida con mucha dificultad hasta los 60 años, y empezó a publicar y a moverse por el mundo casi con 70. Qué influencia él tuvo en la literatura, no creo que haya sido grande, aunque él dijo una vez que tuvo que dejar de leer a García Márquez en un momento determinado porque se había sentido como si lo hubieran atropellado. “A mí me atropelló su literatura”, fue lo que afirmó. Sus influencias eran otras, y en otro momento lo comentó: pudieron ser Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Fernando Pessoa, Michel de Montaigne, Voltaire, el padre Vieira, un jesuita que escribía muy bien. Tenía influencias, pero sobre todo fueron Sábato y Fuentes grandes asideros de amistad, más que influencias literarias”.
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Una trilogía que abarca en buena parte la visión del mundo que tenía Saramago a los 70 años. La rebeldía o la rebelión como conceptos que podrían encerrar varios libros del portugués, que dejan entrever una posible fijación sobre el anhelo de una humanidad que confronte los problemas de su tiempo, de ver a una ciudadanía activa e incómoda con su realidad. Todo esto después de haber enfrentado y cuestionado la historia de Jesucristo. “El ensayo sobre la ceguera fue un libro que le costó trabajo escribirlo. Venía con la sensación del vacío enorme de haber escrito El evangelio según Jesucristo. Enfrentarse al hecho del misterio religioso y del momento fundacional de nuestra civilización hace que una persona se quede vacía. Saramago pasó un tiempo como en un silencio y un desconcierto interior. Había tocado el misterio, y cuando llega a Lanzarote y empieza a recomponerse, solamente podía escribir El ensayo sobre la ceguera. Ciegos que viendo no vemos. Hemos reflexionado sobre el fundamento de nuestra civilización y estamos aquí, en esto que somos, y ese libro le cuesta mucho. Hubo capítulos que él no pudo volver a leer nunca, como la violación de la ciega por parte de los ciegos. Fernando Meireles le confesó a José que él no había podido filmar, que tuvo que poner unos cristales sucios entre los ciegos violando a las ciegas, pero que había sido demasiado fuerte esa escena, ese capítulo. Años después, Saramago volvió a la misma ciudad donde la gente había tenido una ceguera blanca y allí es donde los seres humanos votan en blanco, y en esa misma ciudad (es una trilogía involuntaria que la crítica todavía no se ha dado cuenta que lo es) la gente un día deja de morir. Es una trilogía que se hace involuntaria, pero que es muy significativa por la forma en que se reflexiona sobre el mundo”.
Del Ensayo sobre la lucidez y la postura política del portugués: “Saramago decía que democracia no es que salgamos a votar cada cuatro años. La democracia no acaba con tu voto. La democracia es una actividad diaria, es una gestión, delegas en alguien que tiene un programa para que cumpla, pero tú tienes que ser vigilante. Si te han prometido que va a haber escuelas, tienes que estar viendo si se está cumpliendo. La democracia no son los que los ciudadanos delegamos, somos nosotros, todos. Saramago se divertía mucho con los partidos de izquierda, derecha y centro”.
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De Las intermitencias de la muerte: “La muerte es una consecuencia natural de la vida y no se puede romper, porque viviríamos cada día un poco más viejos, pero la muerte también es un negocio, lo es para las religiones, para los Estados y todo el mundo que vive amenazando. En ese libro se ve. A partir de cierto momento en este hay una persona que se niega a la docilidad. Así como los jóvenes se niegan a la docilidad en El ensayo sobre la lucidez y como la mujer en El ensayo sobre la ceguera. Cuando ese muerto no acepta la carta de la muerte, la muerte se transforma en mujer y la muerte tiene otro sentido con el amor. Ya no hay tragedia”.
El anhelo de Saramago de una ciudadanía activa la expresó justamente en la Carta universal de los deberes y obligaciones de las personas: “El compromiso con los otros y con la sociedad en la que se vivía fue pospuesto en la búsqueda de la afirmación individual. Nada hubo de reprochable en momentos tan dolorosos. Sin embargo, el pasar de los años ha mostrado la necesidad de que las personas como individuos y parte de colectividades luchen por afirmar sus derechos y condición social. Igualmente se ha puesto de manifiesto la urgencia de aceptar a plenitud la observancia de su precondición: el cumplimiento de los deberes y obligaciones que a cada cual le corresponden jurídica y moralmente. (…) El panorama vigente y previsible lleva a preguntarnos por las posibilidades de liberación y emancipación y, en concreto, nos hace plantearnos si todo pasa por la exigencia de nuevos y mayores derechos o si, antes bien, tal exigencia debe ir acompañada de la plena asunción de un conjunto básico de deberes y obligaciones con especificación de distintos grados de responsabilidad”.
Esa convicción por una sociedad con personas activas, dueñas de su libertad y exigentes con sus realidades, también lo expresaba, según Pilar del Río, con la idea que tenía de los lectores, en parte sustentada en el “juego” de la puntuación que tanto nos ha obligado a quienes lo hemos leído a mantener la concentración para entender los giros y el sentido de sus frases. “Saramago consideraba que los lectores eran gente adulta, que no había que llevar muletas. Decía que el lector es inteligente, que sabe cuándo cambian las voces. Es un diálogo. Basta con que lea una página y se dará cuenta. No necesitamos muletas. Podemos leer sin esa distracción. Cuando tuve que traducir Claraboya la pasé fatal. Efectivamente todo eso me confundía, quiero la narración continuada, pero no podía porque tenía que respetarlo. Su manera de jugar con la puntuación era una forma de respetar la libertad del lector, de que él se encargara de la entonación. Insisto en que él aseguraba mucho que no quería lectores resignados y conformados, que fueran activos, que dijeran no y pusieran su personalidad, que si era necesario que rompieran el libro”.
Pilar del Río, quien escribió La intuición de la isla, los días de José Saramago en Lanzarote, habla con propiedad de los recuerdos que tiene sobre el autor portugués, y en este caso habló con mayor certeza, pues hoy en día sigue siendo parte del grupo de lectores de la obra de Joselito, como le decían algunas personas en España. “Llamemos las cosas por su nombre. No aparezco en el libro, pero el acto de amor es porque amo a José Saramago, pero también por las lectoras y lectores. Formo parte de esa comunidad. Me siento ciudadana de muchas patrias, pero hay una que es indiscutible, la de los lectores”.
En Lanzarote, en A casa, el lugar donde vivieron Saramago y Pilar del Río, dicen que las paredes hablan, o eso le dijo una vez el decano del Colegio de Arquitectos de Andalucía cuando visitó el lugar. “Estas paredes hablan. Nunca había visto paredes que hablen tanto”, le dijo. “Pensé que había que mantener las voces y que el paso del tiempo no las vaya apagando. Quiero que las paredes sigan hablando”.
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Del Río, sin nostalgia y como quien se sabe defensora de su obra, habla de Saramago y asegura que “es un gran escritor, creador de mundos, que nos obliga a ser activos en la lectura. Él decía que no quería lectores conformados, pasivos, sino lectores que se metan, que discutan. Aparte de ser una gran obra literaria, Saramago es un humanista, una voz oral que necesitamos. Leerlo, tal vez, nos ilumina, nos ayuda a pensar, a tener disposiciones propias. Él no es dogmático, no hay un solo dogma. Siempre daba una opinión y daba la contraria. Si nos ayuda a pensar, a empoderarnos, a ser nosotros mismos como las grandes potencias. Él decía que en el mundo hay dos grandes potencias, una era Estados Unidos (lo decía en la guerra con Irak) y cada uno de nosotros. No nos lo creemos, pero que si actuáramos, el mundo no habría llegado a este estado de declive”.
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