Juan Carlos Méndez Guédez: la literatura como el boxeo, una pelea perdida
El escritor venezolano publicó recientemente “Round 15″, una novela sobre boxeo, bajo el sello de la editorial Caballito de Acero.
María Paula Lizarazo
A Juan Carlos Méndez Guédez suelen decirle que tiene la mejor ventana de Madrid. Desde su oficina en pleno centro, atiborrada de libros, se ven algunos edificios de la Calle de Alcalá y la Gran Vía. Cada vez que se asoma termina caminando por los corredores de su memoria.
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A Juan Carlos Méndez Guédez suelen decirle que tiene la mejor ventana de Madrid. Desde su oficina en pleno centro, atiborrada de libros, se ven algunos edificios de la Calle de Alcalá y la Gran Vía. Cada vez que se asoma termina caminando por los corredores de su memoria.
Ir viendo el cambio de las estaciones cada cuatro meses es como volver a recorrer los mismos senderos por los que ha pasado desde hace 25 años, el tiempo que lleva en España. “Cuando una persona tiene una vida repartida en dos países no existe un afuera, nunca estás afuera porque en ambos sitios te sientes parte de ambos, entonces vas mirando las cosas con distancia. No estás completamente sumergido y tienes la capacidad de desdoblarte y eso para la escritura puede ser muy positivo en el sentido de relativizar todo lo que vives, lo que experimentas, lo que sucede”.
Y aunque es consciente de que al estar distante de Venezuela ocupa un entre-lugar que sólo la escritura le permite, sentarse a escribir, lejos y con un océano de por medio, es regresar a la Venezuela dejada: la Venezuela que dejó hace dos décadas y la Venezuela que dejó junto al niño que alguna vez fue. En sus libros ha escrito sobre cultura y música popular, sobre la memoria, sobre boxeo, sobre las tardes en Caracas, sobre recuerdos y nostalgias. Escribir, para Méndez, es encontrarse con sus propios caminos ya recorridos: “Los temas no se eligen. Hay quienes dicen que los temas te eligen a ti, eso también me parece muy abstracto. Simplemente comienzas a trabajar y a hurgar dentro de ti y comienzas a descubrir que hay cosas que te importan, que te conmueven, que te sacuden. Para escribir hace falta una carga de sentimentalidad y de afectividad importante, que tú quieras meterte en esa historia. Los temas no los eliges, sino que un día descubres que son como una explosión de sentido dentro de ti. Y que ese tema, si te acercas allí, van a surgir cien historias. No hablemos de elección, hablemos de una suerte de autoconocimiento”.
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Su infancia fue solitaria, o así la recuerda. Vivía con su madre en el barrio Jardines del Valle, en Caracas, lejos del resto de la familia. Entre sus lecturas más viejas hay algunas fábulas rusas, Cervantes, el Werther de Goethe, Dostoievski. Los libros estaban sobre un armario y para alcanzarlos debía usar unas escaleras; fue entonces que empezó a ver la lectura “como un ascenso a lo desconocido, a las palabras de los otros”.
Cuando tenía 13 años participó en un concurso de cuento en el colegio. Se lo ganó ese año y por los tres siguientes también. Desde ese tiempo supo que tomaría “muchas decisiones, de mucho tipo, pero todas ellas irían destinadas a facilitar que yo pudiera escribir y así ha sido la vida”. Hoy en día trabaja en la oficina de actividades culturales del Instituto Cervantes.
Llegó a España para doctorarse en literatura hispanoamericana en la Universidad de Salamanca. Tras más de veinte años como lector asegura que literatura no tiene ningún para qué. “Es la necesidad que tiene el ser humano de darles a las palabras una función distinta a la de la comunicación cotidiana: jugar con el pasado, jugar con la memoria, inventar futuros posibles. La literatura es lo que permite que los adultos sigamos jugando. Para mí es la vida entera. La respiración y el oxígeno y la lluvia y el sol y la noche. No soy un hombre de fe. Pero esas personas que han descubierto el sentido de la vida en una religión o un dios, probablemente experimentan algo como lo que yo siento por la literatura, lo que le da sentido al mundo, lo que lo organiza, lo que le da luz, lo que le da fulgor”.
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Ve que lo común entre lo literario y el juego no es sólo la ficción. Es también el azar y el destino, aquello que Borges habría denominado como “el vago azar o las precisas leyes”. En su novela Round 15 relató las derrotas del boxeador venezolano Leonel Hernández, el hombre del mechón amarillo, que en los años setenta ganó todas las peleas, menos algún campeonato mundial. Hernández era un boxeador que se salía del round y bailaba luego de pegar.
De este personaje le cautivó ese estar a punto, siempre a punto de ganar. Luego de la quinta final fallida dijo en la radio: “Yo no nací para ser campeón mundial”. “Ahí hay un tema casi griego… La tragedia… El destino”, agrega Méndez. Y es que cuando le piden un consejo para escribir siempre recomienda ver la pelea de Thomas Hearns vs Luis Primera, de 1980.
Relata la pelea de memoria: “Thomas Hearns fue uno de los grandes campeones de los años ochenta, un hombre con unos brazos gigantescos. Y Luis Primera es un modestísimo boxeador venezolano que le dan la oportunidad de luchar por el título mundial con este fenómeno que ya se veía que era un fuera de serie. Luis Primera se planteó allí y lo dio todo en esos seis rounds, que fue lo que pudo aguantar. Cuando lo tiraron al suelo furioso golpeaba los guantes contra el ring y se paraba y seguía peleando. Él no se había dado cuenta de que la pelea ya terminó. Entonces yo digo que la literatura es exactamente como la pelea: Luis Primera somos los escritores y Thomas Hearns es la tradición, la memoria, las grandes obras. Sabemos que vamos a perder, sabemos que es imposible, pero hay que darlo todo en esos seis rounds, entregarnos aunque nos tiren y nos tumben, no hay que tener esperanza de ganar”.
No pasa un día de su vida en el que no escriba siquiera una línea. Y suele leer de a tres y cuatro libros, ahora mismo está con Liliana Lara y Roberto Calasso.
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Su vida la ha pasado entre las dos orillas del Atlántico: las geográficas y las literarias. Pero, con el paso de los libros -y de los años- se ha dado cuenta de que esas orillas literarias se desvanecen entre sí desde hace un tiempo y, más bien, se integran y se expanden entre sí: “Creo que cada vez es más obvio que no se puede hablar en este momento contemporáneo de literatura española y literatura latinoamericana. Creo que fueron unas etiquetas útiles y necesarias en el pasado. Pero en este momento, sobre todo a partir de la irrupción de Internet, me da la impresión de que existe un conjunto, que es la literatura en español, que la imaginación tiene demasiados lazos comunicantes como para establecer esa antigua diferenciación metrópoli-antiguas colonias, porque la literatura latinoamericana mostró su vigor y su empuje infinito a partir de los años sesenta y setenta, y por otro lado porque yo creo que las obsesiones, la búsquedas de los escritores hoy en día son bastante parecidas en uno y otro lugar. Creo que en el momento contemporáneo somos un mismo conjunto”.