Juan Manuel Roca: “Colombia es el país de Sísifo”
Presentamos una entrevista al poeta Juan Manuel Roca a propósito del premio Vida y Obra que le entregó la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá.
Andrés Osorio Guillott
Juan Manuel Roca, poeta antioqueño de 74 años, recibió hace días el premio Vida y Obra de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá por su aporte a las artes. A propósito de este reconocimiento, El Espectador habló con el autor sobre varias nociones que trata en sus libros y que muchas se reúnen en su Antología Personal, publicada este 2021 por el sello Lumen.
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Juan Manuel Roca, poeta antioqueño de 74 años, recibió hace días el premio Vida y Obra de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá por su aporte a las artes. A propósito de este reconocimiento, El Espectador habló con el autor sobre varias nociones que trata en sus libros y que muchas se reúnen en su Antología Personal, publicada este 2021 por el sello Lumen.
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“Este es el premio más importante que entrega la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte con un recurso de $50.000.000 millones para reconocer y exaltar la trayectoria en el campo artístico y cultural de personas como el poeta Juan Manuel Roca que han aportado a Bogotá, y al país, a través de la literatura”, dijo Nicolás Montero Domínguez, Secretario de Cultura, Recreación y Deporte, antes de entregarle la distinción al poeta nacido en Medellín.
¿Por qué el concepto del ego tiende a ser tan mencionado en su obra poética?
En la antología justamente hay muchas cosas de ese orden autoreferencial que no necesariamente son sacralizadores del oficio, sino que están llenos de dudas, de posibles burlas hacia esa materia prima que es el ego.
¿Y por qué la ironía en la poesía?
La poesía que no tiene humor posee una gran carencia. Se ha sacralizado el drama, las cosas pedregosas de la vida que son tantas, y generalmente cuando se hace poesía epigramática, por ejemplo, se escriben contra otros, no contra uno mismo. Y tengo algunos poemas que son así, claro, y otros que son burlescos, que son de un extrañamiento contra el cuerpo y la vida misma de uno.
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¿Por qué le interesa tanto desarrollar el tema del deseo?
Me gusta mucho recordar una frase que decía André Bretón que era algo como “El sueño y la realidad no son algo distinto”. El sueño está muy emparentado con el deseo y la realidad no siempre lo está. Entonces hay como un litigio entre lo que uno desea ya sea en un orden corporal, amoroso o sexual, o el deseo de un mundo diferente al que vivimos. Escribir literatura o poesía hoy me recuerda a los pianistas del cine que siguen tocando mientras alrededor los espejos y las botellas se están quebrando, o a los músicos del Titanic, amenizando el naufragio. Y sí, en buena parte se habla de cierta inutilidad de las artes y la poesía, pero es una inutilidad aparente ya que la realidad que nos acoge es tan violenta que es imposible sustraerse a ella. Creo mucho en una poesía que no es realista, pero que está sucia, y esa realidad tiene que ver entre otras cosas con el deseo, el sueño, la libertad y cómo el adentro y el afuera dialogan por medio de esa poesía sucia de realidad.
¿Entonces su visión sobre el presente y el porvenir es más pesimista que optimista?
Mark Twain decía una cosa que me parece muy buena y es que “El optimismo es bueno para el desayuno, pero pésimo para la cena”. Nosotros podemos levantarnos y tener un cierto optimismo que se nos va marchitando y lo van pisoteando a lo largo del día, y ya en la noche un poeta optimista está escaso. La realidad que nos toca vivir, el entorno y lo que nos ocurre en los demás no nos permite ese optimismo. Eso no quiere decir que por no ser optimistas vamos a abandonar lo que queremos, que en este caso son las artes o la poesía vistas desde muchos ámbitos. Yo no me canso de decir que donde no hay poesía no hay arte. Pero de todas maneras, el ámbito en el que nos movemos los optimistas está fuera del mapa.
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¿Y cuál es el papel de la poesía entonces, se puede hablar de una misión con respecto a eso que usted plantea?
Misión no. Y yo no soy misionero. Más que misión, es una visión de querer transformar el mundo. Las artes que no intenten transformar el mundo están muertas. Y no es una idea mesiánica o ideologizante como lo vamos a cambiar, lo vamos a hacer porque hay algo y es que aparentemente asistimos a una derrota. Sin embargo, hay otro asunto y es que hay gente que cuando abre las puertas de la poesía y de las artes no vuelve a ser la misma. Hay una resistencia, pero no es una resistencia que sea tan palpable o tan visible como una resistencia puramente política, que además generalmente es un espejismo.
Acaba de hablar de derrota. ¿Cree que es un concepto que suele asociarse a la poesía?
La derrota es el hombre, no solo está en la poesía. Somos unos derrotados y eso lo podemos notar si vemos la involución que hemos tenido como sociedades. Pero no es una derrota en lo esencial. Un poeta que no piense que tiene que sostener una repulsa con lo que nos ocurre para que eso cambie, pues sencillamente no es poeta sino autista. Yo sí creo en eso y me he jugado muchos años en intentar transformar la realidad por medio del lenguaje de la poesía. No somos los mismos antes de que existiera Kafka que después de que existiera él, que nos hizo ver ese mundo espantoso, pesimista, terrible. Y alguien tan lúcido nos llena de optimismo porque demostró ser capaz de penetrar en esas cavernas y convertirlas en un hecho estético tan extraordinario. El triunfo de las artes no está relacionado con el triunfo en la esfera de los deportes o la esfera política. Es un triunfo anómalo, que está en los grandes derrotados como El Quijote o Gregorio Samsa.
Hablábamos del deseo. Ahora hablemos del cuerpo, otra noción que trata en su poesía y qué relación tendría con el primer concepto en mención...
Eso lo miro y lo asocio de manera diferente. Son otros matices. Arenga del cuerpo es un poema donde me miro desde afuera, hay un tono burlesco no sacralizado. No es el celebro y me canto de Walt Whitman, es el no me celebro y no me canto para llegar a la idea de que el pobre Roca no tiene remedio. Y hay otro poema en el se habla de un cura que me dio una bofetada porque no cantaba el himno de Medellín, y 50 años después no he regresado de ese golpe. Hay convenciones que te llevan a portar ese cuerpo adherido de una u otra manera. También la extrañeza del cuerpo. Habitar y acostumbrarse a un cuerpo es como una anomalía. Todo eso lo resumo en los viejos tratos, los más viejos tratos que he tenido han sido con mi cuerpo, distópicos a veces, algunos utópicos, ensoñados una que otra vez gracias a que el amor es ciego. Eso ahora intento asimilarlo por medio de poemas que son autoironías, no son una sacralización de mi cuerpo. Para mí el cuerpo tiene que ver con ese escudriñamiento de uno mismo y de los que fui. No tengo un retrato hablado de 1984, que a duras penas recuerdo quién era yo.
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En el poema de La Guerra de la amnesia hay versos que dicen “La verdad, la pura verdad, nunca llegué a ver la Patria, como los soldados a Elena”. ¿Cuál es su significado de patria?
Yo creo que muchas veces no somos país sino paisaje, como el país de los yarumos, ese árbol que me gusta tanto, o de Valledupar, o de la Guajira, en fin. Pero hablando de ese poema, sostengo y repito que la historia del país no está contada por la punta del lápiz sino por el lado del borrador. Nos han borrado muchísimas cosas. Y eso es lo que le da origen a ese título. Realmente vivimos haciendo y olvidando, haciendo y olvidando, y así vamos de una manera concatenada, permanente. Ahí intento una reflexión sobre esa guerra de la amnesia que nos lleva a lo que estamos viviendo ahora porque estamos regresando a unos papeles que considerábamos ya superados.
¿Se refiere al regreso de masacres y al recrudecimiento de la guerra en Colombia pese a la firma de los Acuerdos de Paz con las FARC?
Sí. Yo veo el presente con cierta angustia. Y digo cierta porque tengo fisuras por las cuales me escapo de esa angustia y una de ellas es el arte. He vivido con mucho dolor y drama ese país de Sísifo: todos los días subimos la piedra, la vemos caer y al otro día la volvemos a subir. Asumo esa piedra como la paz. Parecía ir en una buena dirección, pero se vio absolutamente torpedeada por este gobierno y los anteriores, que es el mismo gobierno en esencia. Es imposible no sentir angustia.
Volviendo a su metáfora sobre la historia de Colombia y el lápiz, ¿cómo entiende usted la memoria y el olvido?
Este es el país de la dormidera. La dormidera uno medio la toca y se cierra. Este es un país que no es tocado por cualquier cosa, es tocado por la violencia, la tortura, la desaparición, el desequilibrio social, la injusticia y eso hace que esa dormidera se cierre para no ver el entorno. Una de las cosas que intento, y no es un deber ser para nadie, es mantener viva esa memoria porque los pueblos sin memoria -que parece que todos lo son-, son tan manipulables como lo somos nosotros.