De la imaginación y la búsqueda en la obra de Julio Cortázar
Un texto para recordar al autor de “Rayuela”, que falleció el 12 de febrero de 1984. Camilo Hoyos, de Paredro Podcast, nos ayuda a comprender la obra del argentino y la influencia francesa en ella.
Andrés Osorio Guillott
“A pesar de sus largos años en París, era un argentino esencial”, dijo Carlos Fuentes, que fue uno de sus amigos más cercanos y quizá con el que más comunicación entabló de aquel círculo del llamado boom latinoamericano. Fue “el argentino que se hizo querer de todos”, como dijo Gabriel García Márquez. Julio Cortázar vivió más de tres décadas en Francia, pero no dejó de ser nunca el argentino que cargaba su mate, en las reuniones escuchaba tangos y hablaba lunfardo.
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“A pesar de sus largos años en París, era un argentino esencial”, dijo Carlos Fuentes, que fue uno de sus amigos más cercanos y quizá con el que más comunicación entabló de aquel círculo del llamado boom latinoamericano. Fue “el argentino que se hizo querer de todos”, como dijo Gabriel García Márquez. Julio Cortázar vivió más de tres décadas en Francia, pero no dejó de ser nunca el argentino que cargaba su mate, en las reuniones escuchaba tangos y hablaba lunfardo.
Ese argentino, que con el paso de los años pronunció la erre como un francés más, fue una reafirmación de una era dorada de la literatura latinoamericana. Desde París, Julio Cortázar logró dejarle al mundo una obra que realzó las letras de su país, de un país que quizá no necesitaba otro genio porque ya existía Jorge Luis Borges, pero el tiempo fue diciendo que nunca sobran quienes nos muestran o nos ofrecen otra realidad que nuestros ojos no ven o que nuestra imaginación no concibe.
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Manuel Durand, en su ensayo Julio Cortázar y su pequeño mundo de cronopios y famas, decía que “buscar un sentido simbólico a estos relatos resulta tan tentador como peligroso (...) Todo intento de reducir arbitrariamente la desordenada fantasía de Cortázar a un esquema lógico, a una descripción sociológica, ha de fracasar”. Y a riesgo de caer en este error, decidí aventurarme a buscar un sentido en su obra, y me interesaron dos conceptos que aparecieron en este ejercicio: la imaginación y la búsqueda. No son inquietudes inventadas, ya muchos han respondido a ellas, pero este es un intento, o más bien un pretexto para recordar al autor de Bestiario y Todos los fuegos el fuego, entre otros libros, a 40 años de su muerte.
Perdonarán si la intertextualidad desborda el tiempo y la distancia, pero releyendo a Cortázar recordé a William Ospina, que en su ensayo La lámpara maravillosa afirmaba que “los mejores mundos son los mundos incompletos, lo que está apenas sugerido, lo que nos obliga a completar la historia con nuestra imaginación”. Y esa imaginación es clave en Julio Cortázar, quien dijo en Notas sobre lo gótico en el Río de La Plata que “salvo que una educación implacable se le cruce en el camino, todo niño es en principio gótico. En la Argentina de mi infancia, la educación distaba de ser implacable, y el niño Julio no vio jamás trabada su imaginación, favorecida muy al contrario por una madre sumamente gótica en sus gustos literarios y por maestras que confundían patéticamente imaginación con conocimiento”.
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Muchas de las respuestas de nuestras vidas están en la infancia, quizás otras en la adolescencia, pero es claro que los primeros años de vida resultan determinantes para bien y para mal. Julio Cortázar defendió siempre el rasgo infantil en su personalidad. Alguna vez una mujer le dijo que debía llamarse Peter Pan, personaje con el que años atrás se había sentido identificado. “¿Y usted no cree —es una pregunta que le hago— que si yo no hubiera conservado esa porosidad que tiene el niño sería el escritor que usted conoce?”, le dijo el argentino a Ernesto González Bermejo, en un fragmento publicado en el libro Cortázar de la A a la Z, un álbum biográfico.
Camilo Hoyos, director de Paredro Podcast —que halla su nombre en 62: modelo para armar—, nos ayudó en este ejercicio de recordar a Cortázar, e intentando revisar las diferencias entre Cortázar cuentista y Cortázar novelista, Hoyos asegura que “para Cortázar el juego es fundamental, el juego como un instinto vital y por eso Rayuela es la golosa. En los cuentos él está desarrollando siempre esta cuestión de la imaginación, esta cuestión de qué pasaría en este otro lado de la realidad, piensa en la puerta condenada, en las puertas del cielo, siempre es el aspecto fantástico que de repente irrumpe y se queda, entonces está siempre este elemento fantástico. La novela es como una búsqueda mucho más directa, es Oliveira en la novela buscando cómo tener una nueva vida, y los personajes de los cuentos ya desarrollando esa otra vida que pudieron, porque los personajes de los cuentos tienen la apertura a lo fantástico, mientras que los personajes de las novelas desde el escepticismo y la pregunta se están diciendo ‘¿cómo lo cambio?’. Entonces a mí me parece que hay un juego y es que si uno se come todo el cuento de todo lo que dicen los personajes de Cortázar, de búsquedas, de alteración de la realidad, de buscar distintos, termina viviendo en uno de sus cuentos porque eso es la alteración de la realidad, que es lo que siempre busca él: que pensemos distinto, que veamos distinto. Ese es el verdadero compromiso del autor, pensar distinto y ser capaz de ver la realidad desde otra perspectiva”.
Esa intención quizá de plasmar otra realidad viene del surrealismo francés. Hoyos señala con respecto a esto que “es difícil establecer por qué se da una obra como esta, pero sí se puede reconocer cuáles son unas de las más importantes influencias que permiten un reconocimiento de los postulados que maneja Julio Cortázar. Para mí hay uno que es clarísimo, que es la influencia del movimiento surrealista francés, encabezado por André Breton. No con esto quiero decir que el escritor argentino sea surrealista, pero sí tiene una muy grande e importante influencia, o digamos que el surrealismo sí, en su edad temprana, le muestra claramente los caminos que puede recorrer gracias a esa pregunta de este movimiento por buscar cosas que van más allá de la realidad y se meten en una exploración relacionada con lo poético, lo mistérico. Y el surrealismo lo que siempre está intentando hacer es un proceso de búsqueda: se proclama como este método psíquico de comprender el verdadero proceso del pensamiento, como dice Breton en el manifiesto. Y también lo que hace, evidentemente, es invitar a ver las cosas desde otra postura”.
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Y de la imaginación, la búsqueda. Imaginar otra realidad, otro mundo, otro tiempo, es buscar las vías para construirlos, y entonces esa gran búsqueda se vuelve en otras búsquedas más pequeñas para encontrar los detalles que van a configurar esos universos y sus personajes. Cortázar lo llamaba “el sentimiento de no estar del todo”, y lo explicaba también en Viaje alrededor de una mesa cuando decía que “hay que ir mucho más lejos todavía en las búsquedas, en las experiencias, en las aventuras, en los combates con el lenguaje y las estructuras narrativas. Porque nuestro lenguaje revolucionario, tanto el de los discursos y la prensa como el de la literatura, está todavía lleno de cadáveres podridos de un orden social caduco (...) Hay que ser desmesuradamente revolucionario en la creación, y quizá pagar el precio de esa desmesura. Sé que vale la pena”.
Camilo Hoyos, que estará haciendo un homenaje mañana a Julio Cortázar y su obra en su pódcast, hace referencia a la búsqueda como un concepto importante en la obra literaria del escritor argentino al afirmar que “hay un racionalismo, un pragmatismo que de repente con la llegada de la Primera Guerra Mundial, que es cuando surge el surrealismo y los primeros textos, implica ese cambio de perspectiva sobre las cosas y eso está visto claramente, por ejemplo, en la obra Los reyes, de Cortázar, publicada en el 49, en la cual él se imagina un minotauro que no se come a los jóvenes, sino, al contrario, les enseña a vivir una vida distinta. Esto bajo esa influencia siempre reconocida que se entiende al minotauro; es decir, quien recorre el laberinto como el poeta, que es la metáfora de aquel que camina por el lugar y lo atraviesa. Lo que ocurre en un caso como este es que se queda ese ánimo, digamos, de Cortázar, y yo creo que se hace por dos perspectivas. Por un lado, es por esa fascinación de la imaginación y de lo fantástico que encontramos en todos los cuentos, cada uno más fantástico que el otro. Pero esa fantasía está supeditada o está dirigida a ese otro componente tan importante en Cortázar, que está tan claro en Rayuela y en 62: modelo para armar, como es la búsqueda. El sentido de buscar. ¿Qué es lo que hace Oliveira? Buscar otra realidad, otra forma de entenderlo, otra cosa. Y esa búsqueda pues claro que se hace a partir de la imaginación, pero se hace sobre todo a través del análisis y de pensar. Por eso Cortázar lleva las preguntas hasta las últimas consecuencias, pero no escatima imaginación ni poesía al hacerlo”.
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