La educación filosófica como un pilar para la democracia
La educación filosófica, según Estanislao Zuleta, es relevante para “luchar” por una democracia. Un texto sobre la importancia del saber.
Andrés Osorio Guillott
Dice Estanislao Zuleta en Educación y democracia: “La promoción de una educación filosófica es la forma por excelencia de búsqueda de ampliación de la democracia dentro del sistema educativo. Promover una educación filosófica y no una información cuantificada, masiva, separada, beatificada. Esta última puede servir para trabajar, pero para vivir, no tiene más utilidad que la posibilidad de derivar un ingreso mayor que el que se tendría sin ella. No podemos llevar a efecto nuevas combinaciones del trabajo productivo y el estudio, fuera de las que ofrece la sociedad en que estamos, ni tampoco cambiar la división social del trabajo desde el aula. Pero sí podemos desarrollar desde allí una lucha restringida por la democracia. Un hombre que pueda pensar por si mismo, apasionarse por la búsqueda del sentido o por la investigación es un hombre mucho menos manipulable que el experto de que hablábamos arriba”.
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Dice Estanislao Zuleta en Educación y democracia: “La promoción de una educación filosófica es la forma por excelencia de búsqueda de ampliación de la democracia dentro del sistema educativo. Promover una educación filosófica y no una información cuantificada, masiva, separada, beatificada. Esta última puede servir para trabajar, pero para vivir, no tiene más utilidad que la posibilidad de derivar un ingreso mayor que el que se tendría sin ella. No podemos llevar a efecto nuevas combinaciones del trabajo productivo y el estudio, fuera de las que ofrece la sociedad en que estamos, ni tampoco cambiar la división social del trabajo desde el aula. Pero sí podemos desarrollar desde allí una lucha restringida por la democracia. Un hombre que pueda pensar por si mismo, apasionarse por la búsqueda del sentido o por la investigación es un hombre mucho menos manipulable que el experto de que hablábamos arriba”.
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Tiempos en los que volvemos a hablar de democracia. Tiempos de elecciones y de resultados en los que nos vemos cómo sociedad, en los que los elegidos a representarnos en las altas esferas del poder simbolizan los llamados que hacemos como país para nuestro porvenir y progreso. Más allá de los análisis y las estadísticas, ¿cómo entendemos nuestra democracia? ¿Qué podemos aprender y mejorar? Desde Estanislao Zuleta se puede responder a esta pregunta, al menos desde un ángulo, y esa respuesta podríamos relacionarla con el pedido o crítica de muchos en las calles cuando recordamos la importancia de salir a votar, de ser participativos y activos en la democracia.
“En primer lugar la democracia implica la aceptación de un cierto grado de angustia. (...) Es muy fácil elogiar la democracia, pero es muy difícil aceptarla en el fondo, porque la democracia es aceptación de la angustia de tener que decidir por sí mismo”, dice Zuleta en Educación y democracia.
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La angustia de tener que decidir por nosotros mismos es producto de ese malestar que tenemos como sociedad al desconfiar en el otro, que puede surgir desde una especie de herencia cultural hasta la reafirmación de la corrupción como un problema estructural de la política nacional, de miles de casos de políticos que fueron elegidos con la esperanza de los cambios que añoramos desde hace décadas y que terminan en un nuevo caso de ignominia, de intereses particulares que se impusieron a los colectivos.
Y esa angustia es también un malestar por la falta de esa educación filosófica que señalaba Estanislao Zuleta el siglo pasado. La educación está diseñada para el sistema laboral, para seguir enriqueciendo o perpetuando el orden económico, más no para que seamos individuos que se piensen a sí mismos y, por ende, que piensen en su entorno o sociedad. Una educación filosófica se hace entonces necesaria porque en palabras de Zuleta es la que está encaminada a “vivir”, a concebirnos como parte de un todo y no como la única parte. En este elemento -sin descartar otros-, radica la importancia de esa educación filosófica, pues es a partir de ella que también podemos asumir “La modestia de reconocer que la pluralidad de pensamientos, opiniones, convicciones y visiones del mundo es enriquecedora”.
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De nuevo Zuleta llama democracia “al derecho del individuo a diferir contra la mayoría; a diferir, a pensar y a vivir distinto, en síntesis, al derecho a la diferencia. Democracia es derecho a ser distinto, a desarrollar esa diferencia, a pelear por esa diferencia, contra la idea de que la mayoría, porque simplemente ganó, puede acallar a la minoría o al diferente”.
Y es en la diferencia donde radica en buena parte el pensamiento. En la diversidad ocurren los debates y el enriquecimiento de ideas o propuestas que representan justamente la pluralidad. Darle de nuevo un rol protagónico al pensamiento crítico es apostarle a un proyecto de democracia mucho más sólido, que de verdad acepte las voces que se hallan en la otra orilla, sean muchas o pocas.
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Hace unos años dijo Rodolfo Llinás en la Feria del Libro que el problema de la educación en Colombia es que nos enseñan la ubicación de los ríos, pero no la importancia del agua. Y Estanislao Zuleta, en otras palabras, brindó una idea similar sobre la importancia del pensamiento crítico cuando escribió que: “Una educación filosófica debe poner el acento en la formación. Eso significa que la enseñanza de todo lo que nosotros llamamos materias debe tender a darse en forma filosófica, es decir, como pensamiento, y no como conjunto de información”.