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                                                                                    Colombia +20

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                                                                                                                                Contenido Patrocinado
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                                                                                                                                La Esquina Delirante LXXX (Microrrelatos)

                                                                                                                                Este espacio es una dentellada a la monotonía, mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita.

                                                                                                                                Autores varios

                                                                                                                                "My hobby", "Mesías", "Leonor y el mar", "Nube" y "Dormida", son los títulos de las más reciente edición de "La Esquina Delirante".
                                                                                                                                Foto: @diana_bejaranoo_

                                                                                                                                My hobby

                                                                                                                                Era un placer quemar en martes, ver las llamas lamer la agonía de los escombros, oscuros y grotescos. Decían que estaba loco, que era un incendiario, pero yo sólo lo hacía por ayudar a los bomberos que no tenían trabajo.

                                                                                                                                Al Agus

                                                                                                                                Le sugerimos: Colombia baila al ritmo de sus realidades

                                                                                                                                *

                                                                                                                                Mesías

                                                                                                                                Justo cuando termina de comer su fruta, un hombre de aspecto extraño saca un revólver y lo amenaza. Callado, le señala el reloj, los tenis y el celular. Edgardo se arrodilla, se echa la bendición. El ladrón luce desconcertado.

                                                                                                                                “Dios mío, perdona mis pecados, te ruego que no desampares a mi madre. Ha llegado mi hora. Te suplico que te apiades de este señor que quiere matarme, muéstrale el camino del bien. Yo lo perdono, Señor. Padre nuestro, que estás…”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Un solo tiro. Cuando recobra el sentido, ve al ladrón tirado a su lado, ensangrentado. Un balazo que penetró por la oreja derecha lo dejó tendido. Bien muerto.

                                                                                                                                Levanta la cabeza y se encuentra frente a un jovencito de escasos veinte años.

                                                                                                                                — “¿Qué pasó?”, le pregunta asustado.

                                                                                                                                — “Este maldito sordomudo estaba advertido de que por aquí no podía robar”, respondió del muchachito.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                — “No sabe cuánto le agradezco, mijo. Vi llegada mi hora. Dios le pague.”

                                                                                                                                — “Lo único que hice fue eliminar la competencia. Entrégueme el reloj, el celular y la plata. Y no vuelva por aquí”.

                                                                                                                                Javier Arias

                                                                                                                                Le puede interesar: Germán Castro Caycedo y el oficio de narrar la vida

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                                                                                                                                Leonor y el mar

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Leonor por primera vez a sus cuarenta y ocho años conocería el mar, un mar que soñó vertical, sin peces. Se confeccionó un traje de baño. Cuando se vio en el espejo se horrorizó “¡se me marcan los pezones!” ─pensó.

                                                                                                                                ─¡Ya está el pollo y las papas, rápido vamos a la parada del bus! ─gritó Idalia.

                                                                                                                                ─Voy, voy.

                                                                                                                                Cuando bajaron del bus Leonor se desmayó. El cobrador la reanimó echándole agua en la cara. Caminaron hacia la playa, la arena ardía y los pies de Leonor se hundían como si fuera arena movediza. Al llegar a la orilla acomodaron la olla, la nevera portátil, unas esteras, y se quitaron los zapatos, después se sentaron.

                                                                                                                                Leonor contemplaba el mar mientras comía un muslo de pollo y una papa.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                ─ Éste es el mar.

                                                                                                                                ─ ¡Me han engañado, esto es una alberca!

                                                                                                                                ─ ¡Qué alberca ni qué ocho cuartos!

                                                                                                                                ─ El mar no es así. Yo lo he visto en sueños.

                                                                                                                                ─ ¡Allá tú, Leonor! ¡No seas necia!

                                                                                                                                Por la noche el bus las dejó en la puerta de la casa. Desde ese día cada domingo Leonor preguntaba: “¿Cuándo me llevarán a conocer el mar?”.

                                                                                                                                Verónica Bolaños

                                                                                                                                *

                                                                                                                                Nube

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                —Tu cuerpo está repleto de nubes. Si te tiro al cielo en este día de vientos fuertes, fijo llegas a Cartagena y en tu recorrido vas a recoger tanta agua que lloverás en el Caribe.

                                                                                                                                —Esa puede ser una forma barata de viajar, Memi. Yo en goticas por Cartagena, por todos lados.

                                                                                                                                —Que las nubes te meen sobre la ciudad. Meao de borracho.

                                                                                                                                —Iba bonito lo de la nube...

                                                                                                                                —Ay, pero es solo si en tu estancia en el cielo alguien te ve con forma de búfalo. De ser así lo orinas, que los búfalos orinan mucho. Yo te digo que te voy a ver con forma de Caco, por como eres. El cuerpito de nube. Eres mi nube cartagenera.

                                                                                                                                —Memi, yo prefiero llegar a Santa Marta.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                —¡Que no! A Cartagena primero. Al ser tú las gotas de lluvia que caen en el mar, serás parte de la marea y en tu mar de leva tocarás la arena, el río, la Sierra y los pies descalzos en la orilla.

                                                                                                                                —¿Qué soy yo para ti, Memi?

                                                                                                                                —Nubes y agua. ¿Qué soy yo para ti, Caco?

                                                                                                                                —Mi imaginación.

                                                                                                                                Carlos Alberto Roa Patiño – Caco

                                                                                                                                Le sugerimos: El arte neoyorquino y la posibilidad de existir

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                                                                                                                                Dormida

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Lo peor de todo fue el silencio de después. Cerró la puerta y tras de sí dejó lo que hubiera sido un sueño cumplido, un despertar del letargo más hiriente, una promesa hecha vida. Pero tuvo que marcharse, pues el miedo le llamó una noche de madrugada, sin esperarlo, sin desearlo, sin pensarlo. Él creía que yo dormía y recogió sus cosas en una maleta pequeña. En escasos centímetros cúbicos cupieron todos los minutos que él había sido mío. Mientras oía su traición me preguntaba qué era lo que yo no había sabido darle, qué habría fuera mejor que una vida conmigo, y pensé en levantarme y detenerle, prometerle todo lo que aún no le había prometido. Pero me quedé en la cama con los ojos cerrados, imaginando sus pasos al ritmo del ruido de sus zapatos. La puerta se abrió y entonces él susurró: “Nunca podré quererte como la quise a ella”. En ese momento pensé que había hecho muy bien en hacerme la dormida. Después todo fue silencio.

                                                                                                                                Raquel García Fernández

                                                                                                                                *

                                                                                                                                Bienvenidos todos los microrrelatos a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras. Síganos en Instagram #laesquinadelirante.

                                                                                                                                "My hobby", "Mesías", "Leonor y el mar", "Nube" y "Dormida", son los títulos de las más reciente edición de "La Esquina Delirante".
                                                                                                                                Foto: @diana_bejaranoo_

                                                                                                                                My hobby

                                                                                                                                Era un placer quemar en martes, ver las llamas lamer la agonía de los escombros, oscuros y grotescos. Decían que estaba loco, que era un incendiario, pero yo sólo lo hacía por ayudar a los bomberos que no tenían trabajo.

                                                                                                                                Al Agus

                                                                                                                                Le sugerimos: Colombia baila al ritmo de sus realidades

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                                                                                                                                Mesías

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                                                                                                                                “Dios mío, perdona mis pecados, te ruego que no desampares a mi madre. Ha llegado mi hora. Te suplico que te apiades de este señor que quiere matarme, muéstrale el camino del bien. Yo lo perdono, Señor. Padre nuestro, que estás…”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Un solo tiro. Cuando recobra el sentido, ve al ladrón tirado a su lado, ensangrentado. Un balazo que penetró por la oreja derecha lo dejó tendido. Bien muerto.

                                                                                                                                Levanta la cabeza y se encuentra frente a un jovencito de escasos veinte años.

                                                                                                                                — “¿Qué pasó?”, le pregunta asustado.

                                                                                                                                — “Este maldito sordomudo estaba advertido de que por aquí no podía robar”, respondió del muchachito.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                — “No sabe cuánto le agradezco, mijo. Vi llegada mi hora. Dios le pague.”

                                                                                                                                — “Lo único que hice fue eliminar la competencia. Entrégueme el reloj, el celular y la plata. Y no vuelva por aquí”.

                                                                                                                                Javier Arias

                                                                                                                                Le puede interesar: Germán Castro Caycedo y el oficio de narrar la vida

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                                                                                                                                Leonor y el mar

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Leonor por primera vez a sus cuarenta y ocho años conocería el mar, un mar que soñó vertical, sin peces. Se confeccionó un traje de baño. Cuando se vio en el espejo se horrorizó “¡se me marcan los pezones!” ─pensó.

                                                                                                                                ─¡Ya está el pollo y las papas, rápido vamos a la parada del bus! ─gritó Idalia.

                                                                                                                                ─Voy, voy.

                                                                                                                                Cuando bajaron del bus Leonor se desmayó. El cobrador la reanimó echándole agua en la cara. Caminaron hacia la playa, la arena ardía y los pies de Leonor se hundían como si fuera arena movediza. Al llegar a la orilla acomodaron la olla, la nevera portátil, unas esteras, y se quitaron los zapatos, después se sentaron.

                                                                                                                                Leonor contemplaba el mar mientras comía un muslo de pollo y una papa.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                ─ Éste es el mar.

                                                                                                                                ─ ¡Me han engañado, esto es una alberca!

                                                                                                                                ─ ¡Qué alberca ni qué ocho cuartos!

                                                                                                                                ─ El mar no es así. Yo lo he visto en sueños.

                                                                                                                                ─ ¡Allá tú, Leonor! ¡No seas necia!

                                                                                                                                Por la noche el bus las dejó en la puerta de la casa. Desde ese día cada domingo Leonor preguntaba: “¿Cuándo me llevarán a conocer el mar?”.

                                                                                                                                Verónica Bolaños

                                                                                                                                *

                                                                                                                                Nube

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                —Tu cuerpo está repleto de nubes. Si te tiro al cielo en este día de vientos fuertes, fijo llegas a Cartagena y en tu recorrido vas a recoger tanta agua que lloverás en el Caribe.

                                                                                                                                —Esa puede ser una forma barata de viajar, Memi. Yo en goticas por Cartagena, por todos lados.

                                                                                                                                —Que las nubes te meen sobre la ciudad. Meao de borracho.

                                                                                                                                —Iba bonito lo de la nube...

                                                                                                                                —Ay, pero es solo si en tu estancia en el cielo alguien te ve con forma de búfalo. De ser así lo orinas, que los búfalos orinan mucho. Yo te digo que te voy a ver con forma de Caco, por como eres. El cuerpito de nube. Eres mi nube cartagenera.

                                                                                                                                —Memi, yo prefiero llegar a Santa Marta.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                —¡Que no! A Cartagena primero. Al ser tú las gotas de lluvia que caen en el mar, serás parte de la marea y en tu mar de leva tocarás la arena, el río, la Sierra y los pies descalzos en la orilla.

                                                                                                                                —¿Qué soy yo para ti, Memi?

                                                                                                                                —Nubes y agua. ¿Qué soy yo para ti, Caco?

                                                                                                                                —Mi imaginación.

                                                                                                                                Carlos Alberto Roa Patiño – Caco

                                                                                                                                Le sugerimos: El arte neoyorquino y la posibilidad de existir

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                                                                                                                                Dormida

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Lo peor de todo fue el silencio de después. Cerró la puerta y tras de sí dejó lo que hubiera sido un sueño cumplido, un despertar del letargo más hiriente, una promesa hecha vida. Pero tuvo que marcharse, pues el miedo le llamó una noche de madrugada, sin esperarlo, sin desearlo, sin pensarlo. Él creía que yo dormía y recogió sus cosas en una maleta pequeña. En escasos centímetros cúbicos cupieron todos los minutos que él había sido mío. Mientras oía su traición me preguntaba qué era lo que yo no había sabido darle, qué habría fuera mejor que una vida conmigo, y pensé en levantarme y detenerle, prometerle todo lo que aún no le había prometido. Pero me quedé en la cama con los ojos cerrados, imaginando sus pasos al ritmo del ruido de sus zapatos. La puerta se abrió y entonces él susurró: “Nunca podré quererte como la quise a ella”. En ese momento pensé que había hecho muy bien en hacerme la dormida. Después todo fue silencio.

                                                                                                                                Raquel García Fernández

                                                                                                                                *

                                                                                                                                Bienvenidos todos los microrrelatos a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras. Síganos en Instagram #laesquinadelirante.

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