La libertad de los pájaros con alas rotas
Dos poetas, dos hijos llamados Daniel que optaron por acabar con su vida de la misma forma un día de primavera. Como resultado, un libro en defensa de la autodeterminación a la hora de la muerte y en honor a dos vidas amadas.
Daniela Cristancho Serrano
Para Albert Camus, solo hay “un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. En El mito de Sísifo, el pensador francés expresa que “juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. Al encuentro con este dilema filosófico han llegado autores desde todas las aristas, entre ellas, la poesía. Así lo relacionó la poeta y filósofa española Chantal Maillard en entrevista con RTVE: “este tipo de situaciones no pueden comunicarse realmente en toda su amplitud de ninguna manera, pero como mejor pueden comunicarse es con un lenguaje que no sea el común, el usual”.
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Para Albert Camus, solo hay “un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. En El mito de Sísifo, el pensador francés expresa que “juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. Al encuentro con este dilema filosófico han llegado autores desde todas las aristas, entre ellas, la poesía. Así lo relacionó la poeta y filósofa española Chantal Maillard en entrevista con RTVE: “este tipo de situaciones no pueden comunicarse realmente en toda su amplitud de ninguna manera, pero como mejor pueden comunicarse es con un lenguaje que no sea el común, el usual”.
Maillard no es ajena al tema en lo absoluto. El suicidio de su hijo, Daniel, ha marcado el desarrollo de su obra, como es el caso de su poemario Hilos. La poesía ha constituido un lugar para ahondar en los sentimientos que detonó esta muerte repentina, pero también, gracias a los versos, Maillard encontró a una mujer que había transitado por una situación casi idéntica: Piedad Bonnett.
En junio de 2017, la poeta española nacida en Bélgica recibió en su correo un libro que le llamó su atención: Los habitados. La lectura de Maillard se detuvo ante las palabras de Bonnett. Sus ojos se desorbitaron, se cerró su tráquea. Tuvo que cerrar el libro. “Era en mi propia vida su propia muerte lo que allí se decía”, cuenta. En las letras de la poeta colombiana se desenvolvía la historia que ella ya había vivido en carne propia. Bonnett había sufrido la pérdida de un hijo. Uno que también se llamaba Daniel y que, al igual que el suyo, se había quitado la vida un día de abril, saltando al vacío desde la misma altura.
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“Las resonancias, a veces, se disfrazan de coincidencia. Algunas, extremadamente poderosas, nos dejan sin aliento y resulta imposible desatenderlas”, afirma Maillard, quien, después de entender los paralelos entre ambas vivencias, se puso en contacto con Bonnett. “Tenía que averiguar si aquello era delirio, un extraño desdoblamiento en el espacio-tiempo o simplemente el ejercicio de una estadística sombría”.
Bonnett recibió el mensaje de su homóloga española con sorpresa y conmoción. Además del contenido, la colombiana conocía su obra e incluso había trabajado en clase su libro La creación por la metáfora. “Era una conexión que ya tenía una resonancia importante, incluso antes”, expresó la poeta. Las unía la tragedia, pero también la poesía. “Chantal escribió unos versos que eran muy parecidos a un poema mío. Las dos habíamos expresado el dolor a través de una imagen muy similar: la de un pájaro cayendo”, cuenta Bonnett en la mencionada entrevista.
La vida les propició otro camino de unión, uno que comenzó con una invitación al festival de poesía Irreconciliables, en Málaga, España. Allí surgió la oportunidad de que Bonnett y Maillard hicieran una lectura conjunta, pero aquella iniciativa evolucionó en mucho más. Durante meses, revisaron sus textos e hilaron cuidadosamente sus poemas y, a partir de aquel ejercicio hicieron un performance que luego devino en el libro Daniel, voces en duelo. Así describe Maillard, en el prólogo de la obra, el momento en que las dos poetas se dispusieron a compartir sus versos hilvanados ante el público español: “En el escenario a oscuras, dos sillas frente a frente. En medio, el abismo. Dos voces, trazando puente sobre la nada. Proyectados, la pena es menos pena, el dolor es menos propio. Al fin y al cabo ¿no habitamos todas acaso el mismo cuerpo? Y allí donde la mente se resiste el poema encuentra”.
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Daniel, voces en duelo se compone de apartados de otros libros, como Hilos y La herida de la Lengua, de Chantal Maillard; y Lo que no tiene nombre y Los habitados, de Piedad Bonnett; pero parece un solo poema. Las autoras lo llaman un Oficio, poético y funerario, contra el tabú del suicidio, por la libertad que aquel acto implica, por el coraje del suicida y como homenaje a dos vidas amadas.
Se leen las palabras de Piedad Bonnett:
La primavera es la estación que acoge los suicidas.
Lo dicen los que en la morgue anotan ‘edad, sexo, lugar
y método empleado’.
Desde lo alto yo vi brilllar el sol de mayo
que atrás dejaba al pájaro enfermo del invierno,
su mirada de escarcha
que antes ensombrecía las ventanas.
Pude también oír decir al viento:
“se ha roto la promesa del invierno.
Nada renacerá en la primavera”.
Son implacables, madre, los relojes del mundo.
Desde lo alto yo vi mi sombra como un árbol
abriéndome sus brazos amorosos.
Las dos escritoras coinciden en que el suicidio, aquel único problema filosófico al que se refirió Albert Camus, continúa siendo un tema tabú, un concepto lleno de prejuicios que ha sido despojado de dignidad. Para ellas, es imperativo devolvérsela. Más aún, consideran que quitarse la propia vida es la libertad más grande que poseen los humanos, la libertad de irse ante lo que se siente insoportable. Para Bonnett, es el acto “más fundamental y más humano que se puede cometer”. Su conceptualización del suicidio es, también, algo que repercute en las familias y seres amados de la persona que falleció. “En la medida que aceptemos que ese era un acto de libertad y necesario, porque era liberador, podremos afrontar la pena”, asegura.
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En entrevista con RTV, Maillard cuenta que, dos años antes de la tragedia, su hijo le preguntó, desde el punto de vista ético, qué pensaba del suicidio. “Yo le di la libertad”, cuenta la poeta. “Sabía que él estaba pensando en ello. Éticamente es tu libertad, le dije. Luego, me arrepentí de habérsela dado”. A manera de paralelo, y como cuenta Bonnett en Lo que no tiene nombre, su Daniel también le preguntó si ella le ayudaría a llegar al final. “Sí, mi amor, te ayudaría”, respondió.
El festival que se llevó a cabo en Málaga se llamaba ‘Irreconciliable’, pero sirvió, en contravía, como un acto de conciliación y sanación de Chantal Maillard y Piedad Bonnett. Fue un ritual. El silencio gobernaba el auditorio mientras las escritoras leían las palabras que habían escrito pensando en sus hijos ausentes, sus pájaros con alas rotas.
Escribe Maillard:
Nada hay con sentido
bajo las alas de los pájaros
- ya la niebla empija las almas hacia el valle -
los témpanos ululan / los infiernos se agitan ¡Aquí estamos / aquí
estamos!
Escúchales / es el sonido de
lo eterno.
La eternidad -aquí
sobre este mismo agujero / cadalso /
que se abrirá mañana
que ya se abrió
¡Salta!
¡SALTA!