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Siempre me gustó leer, pero ahora lo hago con más ahínco. Llevo cuatro meses desempleada, y para matar los días de aburrimiento, en los que no hay nada que hacer, excepto preocuparse por los ahorros que cada vez son menos, me pongo a leer. Paso tardes enteras leyendo y la de hoy es una más de tantas. Sin embargo, mientras estoy entregada a la magia de las letras algo interrumpe violentamente mi concentración. Algo tan estridente y desagradable como el sonido de una fresa dental, como el taladro que no para, como el rechinar odioso de las motos. Volteo la cabeza para todos lados tratando de ubicar el origen del ruido. No veo nada. Repito la acción y allí está. Posada sobre la ventana, negra como el carbón, haciéndoseme tan grande como una pepa de guama. Silenciosamente me levanto de la cama, y ante la ausencia de un matamoscas tomó el almohadón donde previamente había reposado mi cabeza y camino en puntillas. <Estas desgraciadas son muy hábiles> digo en voz baja. Con toda la rapidez y la fuerza que me son posibles lanzo mi arma contra la ventana con la ilusión de que fuera fatal. Pero la maldita mosca logró escapar velozmente enloqueciéndome con su chirrido infernal y como si quisiera vengarse, me pasa junto a los oídos y hace que me estremezca.
Dejo abierta la ventana, paro de escucharla y me reconforto. <Seguramente se salió>, pienso. Vuelvo a mi lectura y no he avanzado más allá de dos páginas cuando la escucho de nuevo. Revoloteando por todo el cuarto, provocándome, pidiéndome que la enfrente. Busco un mejor instrumento de defensa y tomo la escoba. Espero a que descanse en algún lugar y finalmente la veo sobre la moldura cerca del techo. Nuevamente le descargo un golpe con toda la fuerza, pero lo único que consigo es destruir la moldura. <¡Mierda!, quién sabe cuánto me irá a cobrar el dueño del apartamento por este hijueputa daño> digo con visible frustración mientras que el sonido de la mosca musicaliza fatídicamente mis palabras hasta que la veo salir del cuarto. Cierro la puerta con premura con la tranquilidad de que ahora podré leer en paz. Regreso a la comodidad de mi cama y retomo el libro, pero me es imposible continuar. Dentro de mi cabeza no paro de escuchar ese rechinar de la mosca. Busco los audífonos y espero que la música me saque de la cabeza el fastidioso sonido, lo consigo y todo vuelve a ser ameno. Pero una vez más, el chirrido regresa. Me quito los audífonos y lo escucho latente, claro, me estremezco de nuevo y veo a la pepa negra dar vueltas por todo el lugar. Me quito la chaqueta y trato de atinar a derribarla, después de algunos intentos logro mandarla al suelo y me apresuro a dar un pisotón, pero se vuela. Otra vez tiro golpes al aire y la siento tocarme en las piernas, pego un chillido de asco, las moscas son repugnantes y cochinas. No paro de dar golpes al aire y la veo ponerse sobre la ventana y lanzo un chaquetazo, tumbo las cortinas sin dar en el blanco, quedando en el ambiente una lluvia de polvo. La mosca pareciera deleitarse con mi fracaso y su retumbar se hace más fuerte, me produce dolor de cabeza. Me ofusco más que antes y tomo todo lo que encuentro a mi paso y lo lanzo contra el endemoniado animal. Ahora tarjo la ventana, tumbo el televisor y la imagen de Audrey Hepburn desaparece entre líneas de colores, tiro las cosas del peinador rompiendo el único perfume que me queda. Me siento exhausta, pero el ruido ha desaparecido. Me quedo estática esperando la revancha de la mosca, <seguramente está jugando conmigo otra vez, espera que baje la guardia para molestarme de nuevo> digo para mis adentros, evito pensar en voz alta porque creo que puede escucharme, entenderme. Pasan diez, veinte, cuarenta minutos. Nada. Empiezo a creer que se ha ido o que a lo mejor logré atinarle esta vez y ahora su cuerpo reposa en alguna esquina del cuarto. La tarde termina y todo es tranquilidad y al llegar la noche logro dormir apaciblemente. Al despertar, el día empieza idéntico a los demás, las mismas acciones a las mismas horas, y al llegar la tarde, después de hacerme el algo, me acomodo en la cama para leer y entonces empieza el chirrido.