Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Florencia Aguirre era una periodista desencantada del oficio. Se había endeudado hasta el pescuezo para pagarse la carrera que ahora en el ejercicio le parecía ingrata, ganando un salario mucho menor a lo que invertía semestre a semestre en el estudio, perdiendo batallas contra la censura de sus editores, escribiendo historias impuestas desde el amarillismo de sus superiores que desde la moral y la ética. Estaba cansada. Con la certera decisión de que debía retirarse de la causa antes de que ésta la consumiera para siempre detrás de un escritorio incómodo, aborreciéndose eternamente por una vida que no quería vivir, Florencia Aguirre pensó que era momento de despedirse para siempre del periodismo con una gran historia, una que de verdad le satisficiera, la hiciera sentir orgullosa. Y fue así como decidió que quería entrevistar a Dios. Muchas historias, leyendas y relatos se han contado del tan mentado y alabado ser supremo, pero nadie lo había entrevistado. Nadie lo había tenido en la portada de un periódico o una revista. Y Florencia Aguirre quería ser la primera. Sin embargo, la tarea no sería fácil, el primer gran obstáculo a superar sería el viaje de ir hasta el cielo. Gastó mañanas, tardes y noches, y varias cajas de cigarrillos, pensando en los transportes aéreos que podrían llevarla hasta su destino. Después de semanas de reflexión sintió que ya tenía la respuesta correcta.
Le invitamos a leer: La mosca (Cuentos de sábado en la tarde)
Fue hasta la casa de Eustaquio Torres, un viejo exmilitar de piel tostada y aceitosa y cabello ceniciento, que se había montado una empresa de viajes en globo y le pidió prestado uno de sus instrumentos de trabajo con la promesa de que le daría el crédito del préstamo en su artículo y después le lloverían turistas de todas partes para viajar en aquel mismo globo, protagonista de tan ambiciosa aventura, lo que le daría mucho dinero si se ponía a pensarlo bien. Eustaquio Torres terminó aceptando la propuesta encomendándole que le cuidara como a la niña de sus ojos el viejo globo que la periodista bautizó momentáneamente como El Paraíso. Con gran disciplina y perseverancia aprendió a controlar su elegido medio de transporte de tela de nylon pintada con los colores del arcoíris y canasta fabricada con junco, y parecía como si este no fuera su primer viaje, como si por muchas vidas y por muchos años hubiera estado dentro de aquel globo haciéndolo volar por entre las montañas y las aguas.
Ahora, con esta tarea resuelta Florencia Aguirre se dispuso a preparar el equipaje que llevaría hasta el cielo, debía ser ligero y preciso para que no le estorbara. De modo que se decidió a llevar solo la muda puesta que constaba de un blue jean, una camisa blanca, y añadió un traje de gala. <Ante Dios hay que estar presentable, no faltaba más>, pensó en voz alta. Entonces guardó su mejor prenda, que, aunque un poco pasada de moda le servía para situaciones importantes, un vestido de paño azul de corte recto y manga sisa y unos zapatos negros de charol con un tolerable tacón de cuatro centímetros. También incluyó un abrigo de piel falsa muy parecido a la chinchilla para resguardarse del frío si hacía falta. Luego se preocupó por la comida, no sabía cuánto tiempo tardaría en llegar al cielo y empacó varias botellas de agua y algunas cajas de leche, atún y sardinas enlatadas, cereales, pan, huevos tibios y varias frutas, entre manzanas, naranjas, fresas y uvas. No se olvidó de guardar la colonia de olor amaderado. <Quién sabe cuántos días pasaré sin bañarme, no vaya uno a oler feo ante Dios>, pensó de nuevo para luego empacar el cepillo de dientes y la crema dental. Y en un morral aparte llevó la cámara canon de lente 18-55 y la grabadora Sony que la había acompañado desde su época de universidad. Con todos los preparativos en su punto, Florencia Aguirre cogió rumbo en una fresca y clara mañana de marzo con las bendiciones de su madre, el escepticismo de su jefe y los buenos deseos de Eustaquio Torres. En la tierra todos se quedaron moviendo sus manos de un lado al otro en señal de despedida, mientras la ambiciosa periodista desde las alturas repasaba en su mente el cuestionario que le recitaría a Dios. El primer día transcurrió con normalidad, Florencia Aguirre fue llevando el globo cada vez más alto pendiente del momento en que viera alguna puerta que le revelara la entrada al cielo. Pero hasta el momento no había más que nubes a su alrededor. No desesperó. Pensó que sería mejor comer un poco y dedicarse a la lectura de la biblia para llegar bien informada. Y así murieron las horas hasta que el sol escondió sus poderosos rayos para dar paso a la luz de la luna. El frio le hizo titiritar los huesos y buscó calor en el abrigo de piel falsa encontrándolo sutilmente. Se preocupó que con la oscuridad se pasara del camino y fuera a dar a otra parte. <Pero si Dios todo lo ve, seguramente ya sabe que voy a buscarlo, y si están bueno como su reputación dice, me ayudará a llegar sin problema>, confió. Esa noche no pudo dormir con tranquilidad y al día siguiente se sentía cansada. Continuó subiendo sin perder el ritmo bostezando cada dos por tres y sumergiéndose en la lectura sin orden del Génesis, Eclesiastés, Mateo, Marcos, Juan… hasta que nuevamente llegó la noche. Sentía los ojos pesados y la visión cansada, y esta vez sí cayó como piedra hasta la mañana del tercer día de su viaje. Hubiera seguido durmiendo sin interrupción y plácidamente a no ser porque un bullicio la despertó. Se levantó restregándose los ojos para luego estirar los brazos y la espalda y agudizó la visión para descifrar de dónde provenía el ruido de voces. Vio entonces largas filas de lo que concluyó eran las almas de las personas muertas. Tenían una apariencia transparentosa y ligera como si no tuvieran ningún peso. Hablaban todos al tiempo exponiendo los motivos por los cuales merecían estar en el cielo y apuraban a los guardianes en las puertas para que agilizaran los trámites de entrada. De repente el globo no subió más y se quedó suspendido en un mismo sitio. Florencia Aguirre se sorprendió de lo rápido que había llegado a su destino, pero sospechó que no ocurriría lo mismo con su entrada al lugar. <Y ahora en qué fila me hago si no me he muerto>, se dijo, y sintió desfallecer cuando fue consciente en su totalidad de los grandes gentíos que estaban esperando hacer lo mismo que ella. Sin perder más tiempo decidió cambiarse de ropas dentro del canasto, alistar su cámara cerciorándose de que tuviera la tarjeta y la batería en su lugar, ensayó la grabadora para ver que cumplía con su función sin ningún problema y se bañó en colonia. Luego, con el corazón a mil y un vacío en el estómago se dispuso a bajarse de su medio de transporte temiendo que tras poner los dos pies fuera del canasto cayera en picada, pero para su sorpresa logró sostenerse y caminar sobre el piso de nubes tal y como si estuviera caminando sobre el suelo de su casa. Caminó en línea recta hasta la puerta que encontró más cercana y entre las miradas de escrutinio de las almas. Algunas de ellas le gritaban con fuerza que hiciera la fila como era debido y otras le indicaban el final de la cola, pero Florencia Aguirre entre disculpas les advirtió que debía hacer una consulta en la puerta porque no sabía en qué fila debía hacerse. Fue así como llegó hasta una de las puertas del cielo abierta de par en par y fabricada como en un hierro dorado que parecía de oro. Dos ángeles custodiaban la entrada. Eran tal y como se los había imaginado, de apariencia infantil, piel de porcelana de diferentes tonos y rodeados de un halo de luz enceguecedora. A Florencia Aguirre le lloraban los ojos cada vez que intentaba sostenerles la mirada. Todos tenían su respectiva aureola y unas enormes alas que cambiaban de color entre cada ángel. Se les veía muy entregados a su labor, tomando los datos pertinentes de cada alma y buscando en sus registros, un espejo de agua que al ser tocado por el ser celestial mostraba como si se tratara de una película todas las acciones buenas, malas y regulares, el historial de cada quien. Al final hacían una sumatoria de actos, y depende de lo que pesara más daban paso al cielo o los desterraban ya fuera al purgatorio o a los infiernos. <Buenas, qué pena interrumpo. Es que tengo una preguntica>, dijo Florencia Aguirre por los laditos. Uno de los ángeles volteó a ver quién le hablaba y se sorprendió con la presencia en carne y hueso de la periodista
—Usted no debería estar aquí—le contestó el ángel con una voz casi que cantada.
—Yo sé que es extraño, pero es que vengo a entrevistar a Dios— respondió Florencia Aguirre mostrándole el carné de La Huella, su periódico, que tenía colgado al cuello.
—Dios no concede entrevistas, le gusta el bajo perfil— continuó el ángel.
—Ay yo sé, pero me gustaría escucharlo de él mismo. Al menos me podría dar la oportunidad de preguntarle. Él seguramente sabe que estoy aquí y no hizo nada para detenerme, mi viaje fue muy tranquilo y sin contratiempos. Estoy segura de no tendrá problema en concederme la entrevista—insistió Florencia Aguirre manteniendo una sonrisa forzada que ya le hacía doler los pómulos.
—Lo siento, pero ninguna persona que no haya muerto tiene autorización para entrar en el Reino de los Cielos, son órdenes del Altísimo. Tal vez, cuando usted termine su camino en la Tierra y su alma mantenga tal convicción podremos arreglar una cita con el Santo Padre.
En ese momento se escucharon con más ahínco los berridos y súplicas de las almas para entrar en el cielo, y algunas hasta lanzaron injurias contra Florencia Aguirre por distraer a uno de los guardianes y entorpecer el trabajo. <Con esa boca usted no va a entrar a ningún cielo>, grito ella arrugando el entrecejo, pero sin moverse de su sitio. Y después de notar que los ángeles guardianes estaban atareados con sus labores y las almas estaban lelitas con ellos se dio cuenda de que podría escabullirse por un ladito y entrar sin ser percibida- <El que no arriesga un huevo no saca un pollo>, se dijo. Al entrar vio que todo era un enorme valle de nubes, que tenían múltiples funciones. Servían de sillas, de mesas y hasta de hamacas y había una tenue iluminación amarilla, total. Y al mirar para cada lado daba la impresión de que aquel valle era infinito. < ¿Dónde estará Dios? >, dijo en voz baja y tratando de pasar lo más desapercibida posible, pero le fue imposible, no podía evitar las miradas de sorpresa de las buenas almas que estaban en el cielo, pero esto no le preocupaba tanto como que algún ángel la pillara en su aventura. De modo que, estuvo muy atenta para esconderse ágilmente detrás de cualquier nube en cuanto viera a alguno. Y cuando se sentía segura aprovechaba para irse de alma en alma preguntando por el paradero de Dios, pero la respuesta siempre fue la misma: <Dios está en todas partes>. Florencia Aguirre ya no sabía cuánto tiempo llevaba en el cielo tratando de entrevistar a Dios. No había sol ni luna que le marcara el principio y el final de los días. Empezó a sentirse desesperada, frustrada y hasta molesta. Sintió que su misión estaba al borde del fracaso cuando vio pasar frente a sus narices a María Félix, la mísmisma doña. Incluso después de la muerte conservaba esa fuerza en la mirada, ese aire intimidante que siempre la rodeaba traspasando incluso la pantalla. Caminaba a paso lento pero firme, reflexiva y con un gesto complaciente. Fue en ese momento cuando Florencia Aguirre pensó que mientras encontraba a Dios podría aprovechar el tiempo para entrevistar a las grandes figuras del cine, la música, la pintura, la literatura. Todos aquellos ídolos que no pudo conocer en vida pero que ahora conocía después de la muerte. Con una prudencia gentil se acercó hasta la estrella del cine de oro mexicano y le solicitó una breve entrevista. Hablaron por largo rato y muy amenamente de todas sus películas desde ‘El Peñón de las Ánimas’ hasta ‘La generala’, no dejaron de lado la historia de los amores de ‘La doña’, quien también recordó a viva voz sus viajes alrededor del mundo y el amor de sus fanáticos. Podrían haberse pasado la eternidad sumergidas en el refugio del recuerdo cuando Florencia Aguirre le preguntó por otras estrellas de su época. Le manifestó su admiración por los charros de aquellos tiempos y quiso presentarse con Pedro Infante. María Félix no tuvo problema y la llevó hasta donde se encontraba el mentado. Vestido con su traje de charro, impecable, con el sombrero bien puesto, Pedro Infante recibió amablemente a la periodista. Al igual que con la famosa actriz, Florencia Aguirre mantuvo una extensa y detallada conversación con el cantante, removiendo en el baúl de los recuerdos los mejores momentos de su vida en la Tierra. Satisfecha con el trabajo realizado, pero deseosa por escucharlo cantar a grito herido allí en el mismo cielo, Florencia Aguirre le pidió encarecidamente que entonara para ella una muy querida canción. Fue entonces cuando Pedro Infante cantó ‘Deja que salga la luna’ y no había interpretado ni dos estrofas cuando un grupo de ángeles se le unió en el espectáculo y lo acompañaron musicalmente. Florencia Aguirre se sobresaltó al verse descubierta en su misión, pero los ángeles andaban tan concentrados en su papel de músicos que ni siquiera la notaron. Cuando nuevamente se dispersaron por el cielo en un estallido de aplausos, la periodista exhaló tranquila. Agradecida con la amabilidad y disponibilidad de sus entrevistados, Florencia Aguirre se dedicó a vagar por el cielo hablando con pintores, políticos, escritores hasta que el tiempo se le fue pasando mientras que en la Tierra se preguntaban cuánto le faltaría para llegar al cielo.