La representación de un victimario en la cultura colombiana
En la literatura, en general en la cultura, ha habido varias representaciones de uno de los mayores criminales de nuestra historia. Un ensayo para intentar comprender los alcances que ha tenido la figura del capo del Cartel de Medellín en nuestra sociedad.
Andrés Osorio Guillott
No dejo de pensar en el estado en el que cayó el país que hace 30 años se celebró y se agradeció la muerte de un ser humano, pero no de un ser humano cualquiera, porque no fue cualquiera, sino de uno que hizo mucho daño y dejó secuelas que aún hoy parecen difíciles de borrar. La dimensión de la figura del mayor capo del narcotráfico es tan grande que incluso tres décadas después se siguen viendo los alcances de sus acciones. Aún hoy hay mucho por contar, y mucho por reflexionar.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
No dejo de pensar en el estado en el que cayó el país que hace 30 años se celebró y se agradeció la muerte de un ser humano, pero no de un ser humano cualquiera, porque no fue cualquiera, sino de uno que hizo mucho daño y dejó secuelas que aún hoy parecen difíciles de borrar. La dimensión de la figura del mayor capo del narcotráfico es tan grande que incluso tres décadas después se siguen viendo los alcances de sus acciones. Aún hoy hay mucho por contar, y mucho por reflexionar.
Creo que quienes hemos podido salir del país, hemos tenido que pasar por el incómodo momento en que sus acentos extranjeros nos preguntan de dónde somos, y todos decimos “de Colombia”, a lo que muchos responden “oooh, Pablo Escobar, yes, yes”. Y desesperamente buscamos decir: “no, no, la tierra de Gabriel García Márquez, de Shakira, de Falcao”. Siempre buscamos otros referentes, no importa cuales, pero cualquiera servirá para seguir limpiando las manchas que dejó el que fue el narcotraficante más buscado y famoso del mundo.
Hay que coger con lupa todo lo que fue su vida y su figura, y hay que hacerlo para no hacer eco o apología de todo lo que causó. Sin embargo, ignorar su influencia y no preguntarnos por la manera en que hemos representado su rol en nuestra historia es cometer un atentado contra las memorias de las víctimas y en general de una sociedad que todavía padece la narcocultura.
Puede leer: Hace 30 años murió un victimario, pero quienes importan son sus víctimas
Ya hablaremos de la narcocultura. Por ahora veamos cómo la figura del capo del narcotráfico ha tenido una representación en la cultura colombiana, pues rastrearlo en la literatura, el arte o el cine nos puede ayudar a reflexionar no solo sobre su símbolo para nuestra sociedad, sino también sobre la manera en que abordamos ese concepto tan amplio y tan difuso como lo es “el mal”.
En el ensayo “Consumos culturales, imaginarios y heroicidad en la representación icónica de Pablo Escobar”, escrito por Juan Carlos Patiño, el autor hace un recorrido sobre las distintas formas en que hemos podido conocer la representación del capo y en la que muchos han consumido productos que comercializan la imagen del narco. La revisión de obras testimoniales, periodísticas y de ficción, las producciones para cine y televisión y la oferta de los llamados “narcotours” o de camisetas, vasos o accesorios con el rostro de Escobar han ido generando un fenómeno social y cultural.
Por ejemplo, Patiño afirma que “las producciones cinematográficas y televisivas han contribuido de manera significativa a aumentar el aura del imaginario que se tiene del narcotraficante y, por la misma vía, a identificar vanamente a Colombia con la producción y venta de drogas ilegales, tanto para el público nacional como internacional”. Así, el autor hace referencia a novelas como Escobar, el patrón del mal o la serie de Netflix, Narcos, como producciones que han sido exitosas y que han generado ese carácter icónico alrededor de la figura del victimario.
Liliana Ramírez, profesora de Literatura latinoamericana, narrativa colombiana, y teoría de la Universidad Javeriana, asegura que “La representación de Pablo Escobar ha sido, pues, una cosa muy presente en la cultura colombiana. En muchas cosas. Está en las camisetas, está en la música, está en muchas partes. Y siempre ha sido como esa tensión entre el victimario monstruoso y el otro, el santo. Siempre ha sido como esa disputa. Me parece que además siempre ha sido una disputa muy encuadrada en cosas comerciales. Que más que en realidad tratar de hacer como justicia o tener cuidado con la representación misma, se le saca como partido”.
Le recomendamos este documental sobre algunas víctimas del capo del narcotráfico: De cero: la vida después de resistir al narcotráfico
Y esto tiene que ver con una de las conclusiones que hace Patiño en su ensayo cuando señala que “Las representaciones de la vida de Escobar han generado interés porque las narrativas construidas han atraído a las audiencias a través de la heroización de sus acciones. Su carácter aurático ha traspasado fronteras gracias al arquetipo de hombre humilde que progresa, enfrenta al poder gubernamental, obtiene lo que quiere sin importar los obstáculos e incluso por el imaginario dual de bondad y maldad en la que se enmarcan sus conductas. Este último aspecto refleja que el prendamiento de las audiencias a las representaciones comerciales de Escobar está atravesado por una conciencia icónica que pone en segundo plano la comprensión moral de sus acciones criminales”.
Hace poco se estrenó en Netflix la serie documental Cómo se convirtieron en capos de la mafia. Allí, hay un capítulo dedicado a Pablo Escobar. La serie divide cada capítulo en los “pasos” que llevaron a este tipo de personajes a constituir su poder y su imagen. En el caso del capo colombiano, señalan cómo el hecho de buscar aceptación popular podía legitimar sus acciones o, al menos, desviar la atención sobre sus actos delictivos. La construcción de un barrio, las donaciones de dinero o mercado o incluso el apoyo a un club de fútbol fueron algunas de las estrategias que precisamente fueron convirtiendo a Escobar, para muchos, en una especie de héroe que, sin importar el origen de su riqueza, era avalado por una parte de la sociedad.
Ese es incluso un fenómeno que vemos hoy por hoy. La ausencia del Estado en muchos lugares del país llevó a que los símbolos de autoridad vinieran del crimen organizado, y para muchos no importa si quienes les ofrecen ayudas económicas son reconocidos como criminales, pues dadas las necesidades y problemáticas, lo más importante es que alguien les garantiza modos de supervivencia.
Pero no nos desvíemos del tema. Para Carlos Germán van der Linde, profesor de la facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de La Salle, “Pablo Escobar, como sujeto histórico, pues puede ser deplorable, tachable, indeseable y todo lo que usted quiera. Pero la función del arte no es hacer valoraciones morales y políticas de entrada. El tipo es súper potente para pensarlo como un personaje artístico, como un objeto de arte. Así como Hitler, por ejemplo. Hitler también es un tipo detestable, pero súper poderoso como un personaje para explorar en narrativas cinematográficas o literarias, cuentísticas, lo que sea. Entonces, si yo lo entiendo así, pues puedo aprovechar un montón lo que ese personaje me ofrece. Y luego lo que debo hacer es una conversión a la literatura y una distancia y una reelaboración de ese sujeto. Porque si no lo hago, pues no hago literatura. Estaría haciendo, yo qué sé, un retrato sociológico o histórico. Estaría haciendo otra vaina. Y esto que acabo de decir, pues tiene también un correlato con respecto a la recepción. Es decir, lo que mencioné primero se refiere a la creación. Con respecto a la recepción es, yo no me puedo privar del personaje solo que porque era malo, o si no, las obras literarias se nos vuelven únicamente, yo qué sé, cuadernos evangelizadores o alguna vaina así”.
Le puede interesar: Cartel de Medellín contra El Espectador: el capitán del barco que no pudieron hundir
Y para sustentar lo dicho por van der Linde, está la opinión de Jorge Franco, autor de novelas como Rosario Tijeras, El cielo a tiros, Paraíso Travel, entre otras. Para el escritor colombiano “Escobar se ha presentado, que yo conozca, en los géneros de la ficción y la no ficción. No sé si exista en la poesía o en la dramaturgia. En la no ficción, va desde lo testimonial hasta lo investigativo. Yo resaltaría La parábola de Pablo, de Alonso Salazar. Se representa a Escobar en la literatura colombiana por haber sido un personaje determinante de nuestra historia reciente. De hecho, yo creería que la historia de Medellín se parte en dos, antes y después de la muerte de Escobar. He plasmado la violencia y la conducta social relacionada con el narcotráfico porque forma parte de la historia de mi ciudad que he vivido. La he abordado de manera directa en dos de mis libros, Rosario Tijeras y El cielo a tiros, y de manera tangencial en los demás”.
La memoria siempre es un territorio en disputa. Y quizá siempre es mejor hablar de memorias para reconocer que la conjunción de todas va formando eso que llamamos Historia. Y al ser un territorio en disputa contiene el encuentro de versiones y posturas que pueden ser contrapuestas, pero que son necesarias en ese mismo espacio para abarcar la mayor cantidad de ángulos posibles. Esto es importante porque Escobar tiene muchos símbolos, muchas representaciones. Y vemos que aunque cueste creerlo, para muchos tiene incluso connotaciones “positivas”. Y negarlo es precisamente acomodar la historia según nuestros intereses. No se trata de exaltarlo, o de hacer una apología de él, ese siempre será un riesgo, claro, pero para comprender por ejemplo ese fenómeno de merchandising, es menester revisar el imaginario que se construyó para hacer de la imagen de Escobar un ícono popular.
Para van der Linde “La maldad es un perfil que importa mucho en las artes, los villanos, porque gustan tanto. Claro, algo como The Joker, un archienemigo, lo disfrutamos porque como no tiene un referente concreto en la realidad, entonces pensamos que es abstracto. Pero pues psicópatas hay en todas partes. Entonces, el asunto es que nosotros tenemos a este Pablo Escobar como un sujeto. Un sujeto de realidad y segundo, que como somos colombianos, entonces queremos olvidarnos un poco de esa historia. El otro asunto es que hablar de este tipo no necesariamente es una apología a él. Pero sí puede ser una oportunidad para pensar artística y filosóficamente una concreción del mal. Y eso tiene una vitalidad antropológica, teológica, estética grandísima. Y hoy en día hay otra cosa que no tiene dimensión estética, pero quiere decir que sí está circulando muy vivamente en la cultura. Y es que Pablo Escobar es una imagen merchandising porque, claro, al ser un outsider, pues se vuelve un referente. Como lo pudieron ser los bandidos del lejano oeste”.
Nos podrá causar dolor, escozor, vergüenza, y es apenas natural que eso nos ocurra, pues fueron muchas las heridas que dejó el capo, y es precisamente por esas heridas que no podemos ignorar su paso por la historia y las consecuencias que tuvo cada uno de sus actos. Franco explica este punto afirmando que “Si vamos a escribir sobre la historia reciente de Colombia, tenemos el derecho, y la necesidad, de abordar figuras como la de Escobar. Uno de los fines de la literatura, ya sea local o universal, es contarnos a nosotros mismos como sociedad, como cultura, como idiosincrasia. Y si el narcotráfico fue, y sigue siendo, parte de nuestra historia, pues ahí entran ese tipo de personajes. Escribir sobre ellos sin hacer apología es una responsabilidad del autor. La línea es muy delgada y hay que tener cuidado de no traspasar esa frontera. Siempre he dicho que en la ficción el autor no debería emitir juicios morales, solo mostrar. A menos que haya un personaje que necesite emitir esos juicios, pero no debe quedar en la voz del autor. En lo no ficción no estoy tan seguro. Creo que ahí sí hay espacio para el juicio moral de parte del autor”.
Van der Linde menciona un punto que en términos literarios no es menor. “Sin esa figura no habría literatura de narcotráfico, obviamente, pero tampoco habría literatura de sicarios. Y eso es importantísimo porque el sicario también es otro sujeto histórico, otro sujeto de la cultura, que también tiene un potencial gigante para las artes narrativas. Y es una contracara de lo que nosotros somos como sociedad”.
Le sugerimos: Bomba al avión de Avianca: historia de una viuda 30 años después del acto terrorista
La sicaresca, un término que se le adjudica a Héctor Abad Faciolince, hace referencia a un género que se fue consolidando en la literatura colombiana a finales del siglo XX. Precisamente novelas como Rosario Tijeras o como La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, hacen parte de la inclusión de un relato muy cercano a la novela urbana, pero que ilustraba ese fenómeno de los sicarios, de los jóvenes que se convirtieron en asesinos a sueldo. El narcotráfico precisamente aprovechó muchas de las debilidades estatales para sacar provecho, y ante la falta de oportunidades que tenían -y todavía- muchos adolescentes y jóvenes, empezaron a pagarles sumas que no iban a poder conseguir fácilmente con tal de matar a quienes obstruían sus intereses. Un drama en todo sentido por el crecimiento de la violencia y el reflejo de unas generaciones que encontraron en el crimen un sustento de vida.
Vamos terminando y para eso no podemos pasar por alto la narcocultura o la narcoestética. No solo son las series, las películas, las canciones, las camisetas, también es la estética de la cotidianidad. Las camionetas blindadas y de alta gama, las joyas, la quizá exagerada ornamentación en las fachadas, entre otras cosas, dan cuenta de una necesidad por demostrar la opulencia y el poder que puede otorgar el dinero. Adriana Cobo, en un artículo de Esfera Pública que a su vez fue citado en una nota de la Revista Semana hace siete años, explica que la narcoestética es “ostentosa, exagerada, desproporcionada y cargada de símbolos que buscan dar estatus y legitimar la violencia. Sería deseable que la arquitectura no fuera uno de sus medios [pero] me pregunto cómo pensar específicamente en la arquitectura del narcotráfico, no como un grupo de edificios ilegales y de mal gusto, sino como un compendio de evidencias útiles para arquitectos. La estética del narcotráfico en Colombia ya no pertenece solamente al narcotráfico sino que forma parte del gusto popular, que la ve con ojos positivos y la copia, asegurando su continuidad en el tiempo y en las ciudades. Así como la legalización de las drogas supone encarar y regular un problema con una estrategia diferente a la penalización, la inclusión de la estética del narcotráfico [puede ser] una fuente de construcción de la ciudad”.
“El narcotráfico transformó a Colombia en lo social, cultural, económico y hasta en lo religioso. Y Escobar fue el papá de esa coyuntura. La presencia del narcotráfico tuvo secuelas en los momentos históricos más importantes de las últimas décadas en Colombia. La toma del Palacio de Justicia por el M-19, la definición de la Constitución del 91, las elecciones políticas, incluyendo las presidenciales, hasta el día de hoy. Influye en la subsistencia de grupos guerrilleros, paramilitares y otros más al margen de la ley. Y hay un comportamiento mafioso generalizado y vigente en todo el país. Contar la Colombia reciente, sin incluir la injerencia del narcotráfico, sería contarla a medias. Por supuesto, no es un tema obligado en la literatura, ninguno lo es, pero así no se plasme en la narración, hay que considerar que los autores contemporáneos, y posiblemente sus personajes, caminamos, vivimos y respiramos en un país predominantemente mafioso”, concluye Jorge Franco.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖