Las cartas de amor de Gonzalo Arango
Las cartas de Gonzalo Arango a Julieta González en la década de 1950 reflejan algunas obsesiones que después el poeta expresaría en su obra literaria.
Andrés Osorio Guillott
¿Y para qué el amor? Entonces muchos abrirán los ojos y se indignarán porque el amor no tendría que pensarse en términos de utilidad, o con un fin particular. No. El amor para exponerse, para apasionarse, para que sea el mejor de los pretextos para convencerse de algo, no necesariamente de ese alguien a quien se le expresa cariño. El amor como se lo manifestó Gonzalo Arango a Julieta González en la década de 1950 cuando él apenas terminaba su bachillerato y ya empezaba a vislumbrar entre sus confesiones las preguntas y obsesiones que años después marcarían la línea del nadaísmo y su obra literaria.
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¿Y para qué el amor? Entonces muchos abrirán los ojos y se indignarán porque el amor no tendría que pensarse en términos de utilidad, o con un fin particular. No. El amor para exponerse, para apasionarse, para que sea el mejor de los pretextos para convencerse de algo, no necesariamente de ese alguien a quien se le expresa cariño. El amor como se lo manifestó Gonzalo Arango a Julieta González en la década de 1950 cuando él apenas terminaba su bachillerato y ya empezaba a vislumbrar entre sus confesiones las preguntas y obsesiones que años después marcarían la línea del nadaísmo y su obra literaria.
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“Mi muchachita: escribirte y hablar contigo, es la única compensación a estos trabajos fatigosos de mis estudios. He luchado rebasando toda potencia que me acredita como humano; yo tengo a diferencia de muchos, una pasión irresistible por lo que amo, o tal vez sea que la fuerza con lo que hago se deba a mis escasos pero nobles amores: tu personita y los libros. Mi vida de hoy es como un péndulo que no se moviliza sino entre estos dos extremos; yo no quiero que la vida me traiga nuevas sensaciones, ajenas a estos dos objetos amables”.
Epístolas de este tipo se leen en el libro Cartas a Julieta (1950), del Fondo Editorial Universidad EAFIT. Un documento que se logró gracias a que la misma Julieta González entregó los escritos de Gonzalo Arango, que por aquel entonces tenía 19 años. Un puñado de mensajes que dan cuenta de los primeros momentos de la obra literaria del poeta antioqueño, de los instantes en que empezó a decidir o reafirmar las ideas que conformarían con el paso de los años su aporte a la cultura colombiana.
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“Para qué existir si carecemos del estímulo fundamental, el amor?”, se lee en una carta del 1 de marzo de 1950. Y más adelante, cuando Arango expresa su tristeza por no haber recibido respuesta de Julieta, expresa: “La negación de tu carta es para mí, Julieta, como la negación de la misma vida; porque para mí no es vida, buscar una cosa querida y no encontrarla, sino más bien negación, desesperación, angustia; y esta es la realidad última de mis días”.
Por ese tiempo Gonzalo Arango abandonó sus vacaciones en Andes, su tierra natal, para terminar sus estudios de bachillerato en el Liceo de la Universidad de Antioquia. En aquel entonces, el joven escritor empezó a agudizar su cercanía con el existencialismo, y esas palabras de angustia y desesperación bien lo reflejaban. “Sabemos que existimos, pero no sabemos lo que mañana será nuestra existencia” (..) Tengo fe entonces para salvarme y así cumplir un precepto de San Pablo, ojalá la fe, sea la cuerda que me sostenga, para no dejarme precipitar en el abismo”, se lee en una carta del 9 de marzo de 1950.
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Sus primeros triunfos, como él los llamaba, se los dedicaba a Julieta, un amor que poco duró, pues en agosto de 1950 se enteró de la decisión de ella de ingresar a un convento. Ese mes se detuvieron las cartas y con ellas un primer fin a ese estímulo fundamental que lo apartaba de su angustia ante la constante pregunta por su destino y por el mensaje que debía dejarle a la humanidad. Sin embargo, el género epistolar, como bien lo anota Juan Luis Mejía Arango en el prólogo del libro, no terminaría ahí, pues el nadaísta se comunicaría por este medio con personas como Fernando Botero, Eduardo Jaramillo Escobar, Jesús Arbeláez, entre otras.
Ser elegido presidente del Centro Literario Porfirio Barba Jacob o redactor de Colombia Joven fueron algunas de las victorias que le dedicó Gonzalo Arango a Julieta González. Además de las cartas, el escritor antioqueño le dedicaba canciones que se escuchaban en “Radio Nutibara”, y que él le anunciaba con anterioridad, tal como lo hizo en una posdata del 23 de mayo, cuando le dijo que sintonizara la emisora “de seis a seis y media, te dedicaré un programa musical, con tres de nuestras canciones: Peregrino de amor, Rondalla e Instante. Todas las palabras parecen escogidas para ti”.
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Gonzalo Arango dejó entrever en sus ansías de recibir respuestas de Julieta y en el temor de perder su amor una angustia que nunca se iría de él. De sus preguntas y vacíos surgirían los sentimientos de desesperanza que plasmó años después en sus poemas, en Adiós al nadaísmo, cuando escribió por ejemplo que: “Dios mío, sálvame de esta paz difunta. / Devuélveme la esperanza y el sufrimiento. / Dame fe en una causa aunque sea perdida.” Y en esa búsqueda de respuestas, en su afán por entender el destino del ser humano, estuvo también explorando su espiritualidad, esa que fue encontrando su camino cuando la muerte estuvo cerca de él, cuando perdió a uno de sus seres queridos y le confesó a Julieta que: “tomando en cuenta la muerte como un fenómeno natural, como un designio que emana de la Providencia, e inclusive, teniendo la esperanza en un destino superior que compense las miserias de este mundo, he optado por una resignación cristiana, para no caer en la desesperación. No podemos vivir de los muertos, abandonando nuestra propia vida; feliz ella que se desligó de las ataduras de la muerte, para juntarse a las del Paraíso”.