“Las elecciones de hoy no buscan el cerebro, sino el estómago de los votantes”
Michel Maffesoli, sociólogo francés, acaba de publicar su libro “La transfiguración de lo político”. En entrevista, señala cómo las emociones están desplazando a la racionalidad.
Pablo Cuartas*
El sociólogo Michel Maffesoli (Hérault, 1944), antiguo titular de la Cátedra Durkheim en la Sorbona, acaba de publicar en Francia (Éditions du Cerf) una segunda edición de su libro La transfiguración de lo político (Herder, 2005). En el prefacio, que actualiza las ideas principales del libro y ofrece pistas para un relectura contemporánea, Maffesoli insiste en la necesidad de considerar la “cultura del sentimiento” como parte esencial de un nuevo orden social y político, alejado del primado de la razón y cada vez más expuesto a la vibración de las pasiones colectivas. ¿Estamos ante el fin del “ideal democrático”? ¿Crisis del racionalismo como fundamento de la representación política? Estas y otras preguntas se desprenden de un libro clave para entender un desacuerdo creciente entre las clases políticas y la sociedad civil.
¿Cuál es la causa y el efecto del “ideal democrático”?
Ante todo hay que recordar que debemos esa expresión a Hannah Arendt, quien dedicó una parte sustancial de su trabajo a mostrar cómo se elaboró en el siglo XIX un “ideal democrático”, ideal lentamente construido en países europeos con sistemas políticos diferentes. Hay que recordar además que el siglo XIX constituye una continuación de la Revolución francesa y, en gran parte de Europa, a partir de 1848, da lugar a Estados-nación y al consecuente despertar de los nacionalismos. En Francia, en particular, tuvimos las revoluciones de 1830, 1848 y 1870, siendo esta última la que puso fin al mandato de Napoleón III. En ese contexto, Arendt muestra cómo, trátese de una democracia, de una monarquía o incluso de una dictadura, todas esas revueltas son una tentativa de alcanzar ese “ideal democrático”. Y muestra cómo, además, en línea con el siglo de la luces, tal ideal exigía tener una “representación filosófica”; es decir, un conjunto de ideas que pudieran ser compartidas por una mayoría. De ese modo, por la vía de la persuasión racional, la “representación filosófica” se convertía en “representación política”.
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Por mi parte, lo que intento mostrar es que este esquema, por loable que sea, está en vía de saturación. En lo que respecta a Francia —pero me temo que esto puede extrapolarse a otros países, incluyendo a Colombia—, ya no hay “representación filosófica”; es decir, conjuntos de ideas, y, en consecuencia, tenemos niveles de abstencionismo gigantescos. Sin entrar en detalles, cuando uno suma todas las formas de abstención, descubre al final de cuentas que cualquier candidato elegido popularmente —presidente, senador, etc.— representa a una minoría. En ese caso, claro, estamos bastante lejos del “ideal democrático”. Es entonces el fin de una época.
Mi hipótesis es que el “ideal democrático” será remplazado por un “ideal comunitario”, dada la crisis, además, de los Estados-nación. A esa forma más o menos unitaria le seguiría más bien una especie de mosaico de pequeñas comunidades, específicas en sí mismas pero integradas con cierta coherencia. Creo que mundialmente, aún desde una perspectiva geopolítica, estamos asistiendo a algo de ese orden.
¿La “cultura del sentimiento” participaría entonces de esa crisis del “ideal democrático”, basado en la razón?
En efecto, podemos constatar una crisis del racionalismo que estaba en la base de ese “ideal democrático”. Pero, en realidad, están en crisis todos sus pilares. El individualismo, tomado aquí a la manera de Michel Foucault, es decir, la unidad sobre la cual se elaboraron todas las instituciones del siglo XIX (la salud, la educación, la cárcel, el matrimonio, etc.). Tres ejemplos de la importancia cultural del individualismo: en filosofía, el cogito ergo sum cartesiano; en religión, la reforma protestante (en particular, el hecho de poder interpretar la Biblia individualmente y sin necesidad de un intermediario eclesiástico, lo que da acceso a un Dios para cada quien); en política, la idea educativa de Rousseau, que consiste en hacer de cada uno un individuo autónomo (que sigue sus propias leyes). Podríamos ilustrar este proceso con una frase de Max Weber: “Racionalización generalizada de la existencia”. O podríamos pensar en Taylor y la racionalización del mundo del trabajo, lo que quiere decir que esa racionalización fundamentaba la vida cotidiana y la vida económica.
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En mi opinión, también ese mundo de la racionalización generalizada y del individualismo está llegando a su fin. Para bien y para mal, lo que vemos es más bien un clima emocional. ¡Con mucha frecuencia para mal!, si pensamos en las riñas de los suburbios, en lo que pasó en el Stade de France durante la final de la Champions League, etc. Nos guste o no, son muestras de un orden social dominado más por lo emocional que por el racionalismo. Es, de manera más amplia, un retorno de los afectos, la emoción, las pasiones. Es necesario que el mundo universitario, pero sobre todo el mundo político, reflexione sobre este retorno de lo emocional.
¿Cuál sería el rasgo fundamental de la transfiguración de lo político en el mundo contemporáneo?
Uno de los fenómenos más llamativos de las elecciones es la “teatralización”, que consiste no en solicitar el cerebro sino el estómago de los votantes. Son ocasiones excepcionales para ver lo que Debord llamaba “sociedad del espectáculo” y Baudrillard, “simulacro”. O, antes que ellos, Pascal, cuando desarrolla el concepto de “divertimento”.
Pero, en el fondo, fue Platón quien habló en Las leyes de la “teatrocracia”, que aparece cuando se degenera la democracia en la polis griega. Por otro lado, en los levantamientos populares se expresa también este aspecto emocional, mucho más importante en tales circunstancias que el recurso al racionalismo.
¿Qué papel cumplen las redes sociales en ese contexto?
Tomemos una palabra de moda: el contagio. Y —“al César lo que es del César”— reconozcamos que Baudrillard había hablado, mucho antes de todo lo que ha pasado con la pandemia, de la “viralidad”. Más allá de la palabra que usemos (contagio, viralidad, difracción, etc.), vemos una difusión de la protesta, la contestación y, posiblemente, del deseo profundo de un cambio de sociedad. Las redes sociales juegan ahí un papel fundamental. Es ahí que se produce la “epidemia”, en términos de opinión pública.
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Nuestra época se define por la conjunción entre lo arcaico y el desarrollo tecnológico. Lo arcaico es el deseo de estar con otros, participar de emociones comunes, impregnarse de este clima emocional colectivo; el desarrollo tecnológico, que sirve a ese propósito arcaico y lo potencia, es internet, las redes sociales, las tecnologías de la comunicación, etc. Yo, lector apasionado de Tomás de Aquino, he encontrado en internet grupos de discusión sobre su obra que ya no existen ni en la Sorbona.
*Profesor de la Universidad Autónoma de Manizales.
El sociólogo Michel Maffesoli (Hérault, 1944), antiguo titular de la Cátedra Durkheim en la Sorbona, acaba de publicar en Francia (Éditions du Cerf) una segunda edición de su libro La transfiguración de lo político (Herder, 2005). En el prefacio, que actualiza las ideas principales del libro y ofrece pistas para un relectura contemporánea, Maffesoli insiste en la necesidad de considerar la “cultura del sentimiento” como parte esencial de un nuevo orden social y político, alejado del primado de la razón y cada vez más expuesto a la vibración de las pasiones colectivas. ¿Estamos ante el fin del “ideal democrático”? ¿Crisis del racionalismo como fundamento de la representación política? Estas y otras preguntas se desprenden de un libro clave para entender un desacuerdo creciente entre las clases políticas y la sociedad civil.
¿Cuál es la causa y el efecto del “ideal democrático”?
Ante todo hay que recordar que debemos esa expresión a Hannah Arendt, quien dedicó una parte sustancial de su trabajo a mostrar cómo se elaboró en el siglo XIX un “ideal democrático”, ideal lentamente construido en países europeos con sistemas políticos diferentes. Hay que recordar además que el siglo XIX constituye una continuación de la Revolución francesa y, en gran parte de Europa, a partir de 1848, da lugar a Estados-nación y al consecuente despertar de los nacionalismos. En Francia, en particular, tuvimos las revoluciones de 1830, 1848 y 1870, siendo esta última la que puso fin al mandato de Napoleón III. En ese contexto, Arendt muestra cómo, trátese de una democracia, de una monarquía o incluso de una dictadura, todas esas revueltas son una tentativa de alcanzar ese “ideal democrático”. Y muestra cómo, además, en línea con el siglo de la luces, tal ideal exigía tener una “representación filosófica”; es decir, un conjunto de ideas que pudieran ser compartidas por una mayoría. De ese modo, por la vía de la persuasión racional, la “representación filosófica” se convertía en “representación política”.
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Por mi parte, lo que intento mostrar es que este esquema, por loable que sea, está en vía de saturación. En lo que respecta a Francia —pero me temo que esto puede extrapolarse a otros países, incluyendo a Colombia—, ya no hay “representación filosófica”; es decir, conjuntos de ideas, y, en consecuencia, tenemos niveles de abstencionismo gigantescos. Sin entrar en detalles, cuando uno suma todas las formas de abstención, descubre al final de cuentas que cualquier candidato elegido popularmente —presidente, senador, etc.— representa a una minoría. En ese caso, claro, estamos bastante lejos del “ideal democrático”. Es entonces el fin de una época.
Mi hipótesis es que el “ideal democrático” será remplazado por un “ideal comunitario”, dada la crisis, además, de los Estados-nación. A esa forma más o menos unitaria le seguiría más bien una especie de mosaico de pequeñas comunidades, específicas en sí mismas pero integradas con cierta coherencia. Creo que mundialmente, aún desde una perspectiva geopolítica, estamos asistiendo a algo de ese orden.
¿La “cultura del sentimiento” participaría entonces de esa crisis del “ideal democrático”, basado en la razón?
En efecto, podemos constatar una crisis del racionalismo que estaba en la base de ese “ideal democrático”. Pero, en realidad, están en crisis todos sus pilares. El individualismo, tomado aquí a la manera de Michel Foucault, es decir, la unidad sobre la cual se elaboraron todas las instituciones del siglo XIX (la salud, la educación, la cárcel, el matrimonio, etc.). Tres ejemplos de la importancia cultural del individualismo: en filosofía, el cogito ergo sum cartesiano; en religión, la reforma protestante (en particular, el hecho de poder interpretar la Biblia individualmente y sin necesidad de un intermediario eclesiástico, lo que da acceso a un Dios para cada quien); en política, la idea educativa de Rousseau, que consiste en hacer de cada uno un individuo autónomo (que sigue sus propias leyes). Podríamos ilustrar este proceso con una frase de Max Weber: “Racionalización generalizada de la existencia”. O podríamos pensar en Taylor y la racionalización del mundo del trabajo, lo que quiere decir que esa racionalización fundamentaba la vida cotidiana y la vida económica.
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En mi opinión, también ese mundo de la racionalización generalizada y del individualismo está llegando a su fin. Para bien y para mal, lo que vemos es más bien un clima emocional. ¡Con mucha frecuencia para mal!, si pensamos en las riñas de los suburbios, en lo que pasó en el Stade de France durante la final de la Champions League, etc. Nos guste o no, son muestras de un orden social dominado más por lo emocional que por el racionalismo. Es, de manera más amplia, un retorno de los afectos, la emoción, las pasiones. Es necesario que el mundo universitario, pero sobre todo el mundo político, reflexione sobre este retorno de lo emocional.
¿Cuál sería el rasgo fundamental de la transfiguración de lo político en el mundo contemporáneo?
Uno de los fenómenos más llamativos de las elecciones es la “teatralización”, que consiste no en solicitar el cerebro sino el estómago de los votantes. Son ocasiones excepcionales para ver lo que Debord llamaba “sociedad del espectáculo” y Baudrillard, “simulacro”. O, antes que ellos, Pascal, cuando desarrolla el concepto de “divertimento”.
Pero, en el fondo, fue Platón quien habló en Las leyes de la “teatrocracia”, que aparece cuando se degenera la democracia en la polis griega. Por otro lado, en los levantamientos populares se expresa también este aspecto emocional, mucho más importante en tales circunstancias que el recurso al racionalismo.
¿Qué papel cumplen las redes sociales en ese contexto?
Tomemos una palabra de moda: el contagio. Y —“al César lo que es del César”— reconozcamos que Baudrillard había hablado, mucho antes de todo lo que ha pasado con la pandemia, de la “viralidad”. Más allá de la palabra que usemos (contagio, viralidad, difracción, etc.), vemos una difusión de la protesta, la contestación y, posiblemente, del deseo profundo de un cambio de sociedad. Las redes sociales juegan ahí un papel fundamental. Es ahí que se produce la “epidemia”, en términos de opinión pública.
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Nuestra época se define por la conjunción entre lo arcaico y el desarrollo tecnológico. Lo arcaico es el deseo de estar con otros, participar de emociones comunes, impregnarse de este clima emocional colectivo; el desarrollo tecnológico, que sirve a ese propósito arcaico y lo potencia, es internet, las redes sociales, las tecnologías de la comunicación, etc. Yo, lector apasionado de Tomás de Aquino, he encontrado en internet grupos de discusión sobre su obra que ya no existen ni en la Sorbona.
*Profesor de la Universidad Autónoma de Manizales.