Lorenza Böttner, la artista manca que tenía alas
La chilena Lorenza Böttner fue mencionada por Roberto Boleño y Pedro Lemebel como un personaje más en sus obras. En 2014 el crítico y curador Paul B. Preciado se encontró con una imagen de los Juegos Paralímpicos de Barcelona, 1992, que lo llevó a rescatar la obra de la artista.
María Paula Lizarazo
En los noventa, tanto Roberto Bolaño como Pedro Lemebel incluyeron en sus escritos un personaje que ante ojos distraídos podía pasarse por alto. Bolaño le llamaba Lorenzo y Lemebel, Lorenza.
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En los noventa, tanto Roberto Bolaño como Pedro Lemebel incluyeron en sus escritos un personaje que ante ojos distraídos podía pasarse por alto. Bolaño le llamaba Lorenzo y Lemebel, Lorenza.
Se trataba de Ernst Böttner, nacido en Punta Arenas, Chile, en 1959 y nacida, una vez más, como artista en Europa y bajo el nombre de Lorenza. “Lorenza era un continuo reír en nubes de vaho que evaporaban su boca pintada. De Chile le quedaba muy poco, solamente cierta sombra en la mirada, al recordar el chispazo trágico de aquella tarde en que perdió los dos brazos”, escribió Lemebel en Lorenza (las alas de la Manca).
Cuando Böttner tenía ocho o diez años (es incierto) hubo un día en el que vio un pájaro a pocos metros de él, sobre un alambre. Se acercó muy sigilosamente, pero agarrándolo recibió una descarga eléctrica de aquel alambre que, en realidad, era un cable de alta tensión. El niño se desplomó y el pájaro desapareció del lugar. Los días siguientes la gangrena trepaba, cada vez más, centímetro a centímetro, por los brazos de Böttner hasta que no hubo de otra que amputárselos. Los hombros le quedaron con cicatrices abiertas, como quebrados. Y fue hasta algunos años después que la madre se lo llevó para Alemania y allá lograron que sus hombros quedaran lisos y finos, como si fuera la materia de una escultura.
Desde el día de la amputación volvió a descubrir el mundo. Aprendió a dibujar y a pintar con sus pies. Y con el tiempo, no sólo usaba su cuerpo -sus pies- para su arte, sino que este fue deviniendo parte de sus obras. Dice Lemebel que “Ernest reemplazó las manos perdidas por sus pies, que desarrollaron todo tipo de habilidades, en especial la pintura y el dibujo. Pero luego fue derivando la plástica hacia una cosmética travesti que hizo crecer las alas calcinadas de su pequeño corazón homosexual. Estudió arte clásico, posó como modelo e hizo de su propia corporalidad una escultura en movimiento. Un relieve mocho, volado de la ruina urbana. Un desdoblamiento de la arquitectura europea. Una cariátide suelta. Entonces nació Lorenza Böttner. El nombre femenino fue la última pluma que completó su ajuar travestí”.
En Alemania Lorenza Böttner trabajó pinturas, fotografías y performances. De vez en vez aparecía exhibiendo su gran obra, que era su cuerpo, en las calles de ciudades como Nueva York y Barcelona. Uno de sus performances más recordados es el de Berlín de 1982, cuando simuló una Venus de Milo, pintada de blanco, a la entrada de un museo y sólo después de un rato empezó a moverse y la gente notó que era un cuerpo vivo el que mimetizaba la quietud de la Venus clásica.
En medio de los performances, su madre siempre estaba con ella y era quien recibía las monedas. “Lorenza tiene copyright”, decía, y los espectadores la podían fotografiar si pagaban. Nunca se hizo un registro riguroso de su obra, en parte por las barreras que ponía su madre y porque algunos críticos veían en sus instalaciones propuestas terapéuticas propias de una persona sin brazos.
Hasta que en 2014 un filósofo y curador la descubrió. El español Paul B. Preciado estaba preparando un curso sobre el cuerpo en prácticas artísticas y literarias creadas en el periodo posterior al régimen de Franco; le interesaban las obras que tuvieran que ver con disidencias y disfuncionalidades.
En medio de su investigación revisaba material de archivo y llegó a una portada de 1992 del diario ABC, en la que se mostraba una figura sin brazos como la imagen de los Juegos Paralímpicos de Barcelona. La imagen estaba acompañada por el titular: “Un actor chileno disminuido físico, llamado Lorenza Böttner, dará vida a la mascota Petra”. Preciado Siguió buscando sobre aquel personaje y encontró una investigación del académico estadounidense Carl Fischer, en la que aseguraba que la artista había fallecido en 1994 en Múnich por sida. Aunque Lemebel dejó escrito que fue en 1993. Y en Estrella Distante, Bolaño insinuó que fue un suicidio.
Preciado siguió buscando, pero no había nada de sus obras ni rastros de exposiciones. Halló una edición de 1973 de la revista chilena Mampato, que en esos años era editada por Isabel Allende, en la que había una nota titulada “Un muchacho ejemplar” y decía: “(Ernst) apareció un día en la oficina a entregar sus dibujos como colaboración a la revista. Estaba de paso en Santiago con su mamá, ya que en pocos días más tomaría un avión que lo llevaría a Alemania”. Más allá, no había mucho.
El fragmento de Bolaño da algunas pistas sobre la vida de Böttner, pero nada de su obra: “Años después supe una historia que me hubiera gustado contarle a Bibiano, aunque por entonces ya no sabía a dónde escribirle. Es la historia de Petra y de alguna manera es a Soto lo que la historia del doble de Juan Stein es a nuestro Juan Stein. La historia de Petra la debería contar como un cuento: Érase una vez un niño pobre de Chile... El niño se llamaba Lorenzo, creo, no estoy seguro, y he olvidado su apellido, pero más de uno lo recordará, y le gustaba jugar y subirse a los árboles y a los postes de alta tensión. Un día se subió a uno de estos postes y recibió una descarga tan fuerte que perdió los dos brazos. Se los tuvieron que amputar casi hasta la altura de los hombros. Así que Lorenzo creció en Chile y sin brazos, lo que de por sí hacía su situación bastante desventajosa, pero encima creció en el Chile de Pinochet, lo que convertía cualquier situación desventajosa en desesperada, pero esto no era todo, pues pronto descubrió que era homosexual, lo que convertía la situación desesperada en inconcebible e inenarrable.
Con todos esos condicionantes no fue raro que Lorenzo se hiciera artista. (¿Qué otra cosa podía ser?) Pero es difícil ser artista en el Tercer Mundo si uno es pobre, no tiene brazos y encima es marica. Así que Lorenzo se dedicó por un tiempo a hacer otras cosas. Estudiaba y aprendía. Cantaba en las calles. Y se enamoraba, pues era un romántico impenitente. Sus desilusiones (para no hablar de humillaciones, desprecios, ninguneos) fueron terribles y un día —día marcado con piedra blanca- decidió suicidarse”.
Después de varios intentos y de buscar aquí y allá, Preciado llegó a la casa de la madre de Büttner, en Múnich, en donde estaba archivado todo el trabajo de su hija: “Creo que fue Lorenza quien me encontró a mí y no yo quien encontré a Lorenza. Su trabajo daba materialidad a todo un conjunto de prácticas de disidencia sexual y corporal sobre las que yo había estado trabajando de forma teórica durante años”, afirmó Preciado en una entrevista con la revista chilena Palabra Pública.
El español ha defendido la obra de Böttner ante los reduccionismos que la clasifican como hándicap-art. Debía “combatir la visión exotizante y patalógica con que se suelen mirar los cuerpos trans y con diversidad funcional, en vistas a lograr que la obra de Lorenza fuera reconocida como ‘arte’”. Para el curador, la chilena conformó una propuesta artística en la que el cuerpo se recrea, como una obra que fluye constantemente, desde su transexualidad, emulando esos tránsitos de su propia identidad. Encontró diálogos y continuidades entre sus fotografías, pinturas y performances y para 2018 curó la exposición Réquiem por la norma, primera retrospectiva de Lorenza Böttner. Escribió que sus trabajos se “caracterizan por el uso de la autoficción, la imitación disidente de los estilos visuales de la historia del arte, la experimentación corporal y la crítica de la distancia disciplinaria entre los géneros —entre pintura y danza, entre performance y fotografía, pero también entre masculino y femenino, entre objeto y sujeto, entre activo y pasivo, entre válido e inválido (...). “¿En qué marco de representación puede un cuerpo hacerse visible como humano? ¿Quién tiene el derecho a representar? ¿Quién es representado? ¿Puede una imagen conceder o denegar agencia política a un cuerpo? ¿Cómo puede un cuerpo construir una imagen para convertirse en sujeto político? ¿Hay alguna diferencia estética entre una imagen hecha con la mano y una hecha con el pie, o bien esa diferencia traduce una posición de poder? Estas son las preguntas con las que nos confronta la obra visual y performativa de Lorenza Böttner”.
Lorenza Böttner volvió un par de veces a Chile. La última fue en 1990, en la que en una tarde de domingo se instaló afuera de la galería Bucci de Santiago, en una calle por la que la gente pasaba viendo vitrinas. Proyectó su sombra manca en las paredes de la galería y unas horas más tarde despegó en un avión del lugar al que nunca quiso volver.