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                                                                                                                                Los nombres del río (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                                Detrás del río y cerca de las colinas y los valles ganaderos, Justiniano oye el eco contenido de los disparos y de los gritos lejanos. Nuevamente combates. ¿Es el ejército, los paras, los guerrillos? “Al río no le importa”.

                                                                                                                                Juan Felipe Dueñas B.

                                                                                                                                Río Atrato. Imagen de referencia para el cuento 'Los nombres del río'.
                                                                                                                                Foto: Nicolás Achury González - Nicolás Achury González
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                “El loquito Justiniano” le dicen en el pueblo. Tiene sesenta y dos años, poco pelo y el poco que tiene, es liso y negro como las hilachas descolgadas de un cedro viejo a la sombra; tiene una sonrisa incompleta y un rostro opaco y entristecido por los muchos años de duelo. ¿Aún recuerda a sus papás? “Sí, cuando se los llevó el río, hace no sé… cincuenta años”. Los vio partir de madrugada en un pequeño barco de pescadores con la promesa de regresar por él, días después. A cargo de Justiniano quedó el joven párroco del pueblo. De Jesús y María – sus padres– nunca se volvió a saber nada. Solo regresaron a él como un par de voces gastadas o como un recuerdo doloroso que atravesaba su cabeza como un delicado disparo.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Detrás del río y cerca de las colinas y los valles ganaderos, Justiniano oye el eco contenido de los disparos y de los gritos lejanos. Nuevamente combates. ¿Es el ejército, los paras, los guerrillos? “Al río no le importa”. La rutina del pueblo cambió desde hace unos meses atrás cuando la violencia acampó en sus orillas: un alcaraván gorjea su dolor, un perro callejero se queja, un gato de cementerio maúlla porque no lo dejan dormir, un cerdo chilla antes de morir, una abeja zumba entre un ciruelo y un jazmín de río, una gallina criolla cacarea sin fuerza, un camión de leche frena, un cura sin edad predica sin determinación, una mujer gime y maldice, un jornalero escupe y también maldice; una radiola solitaria entristece, unos pasos doloridos y jóvenes bailan bullerengue, una olla de frijoles negros pita, unos niños descalzos cantan y rezan, un carnicero silencioso silba, una leña seca se quema, un bebé nuevo grita; una hoja de un carbonero cae rota al agua, una canoa se hunde, un disparo retumba. “Hoy debe llegar uno”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Le sugerimos: Bernandine Evaristo y Aurora Vergara Figueroa: Las dos mujeres de libros

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “El río no esconde hombres sin nombre. El río no espera, no siempre es paciente. Él escupe sus secretos”. Justiniano recuerda a sus padres alejarse para siempre sin decir adiós, “espéranos”. Río ancho, río largo, río sin tiempo. Ya ha lavado y limpiado con desinfectante el cuerpo derrotado que, con mucho esfuerzo, entierra al lado de los otros que ha ido recogiendo desde que regresó nuevamente y se encontró un pueblo sangrando. “Todos los hijos de la guerra son hijos del río, no hay NN, ni desconocidos, solo hermanos”.

                                                                                                                                Justiniano repite en voz alta: “José María, María Helena, José Andrés, María Antonia, Domingo de Jesús, María Clara, Salvador, Jesús Guillermo, Álvaro José, Carlos José, María Clemencia, María Jesús”. Luego, al joven que murió horas atrás lo bautiza con el nombre de Jesús María. Su nombre queda escrito sobre la tierra mojada de una noche que morirá y de una tierra que se secará.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

                                                                                                                                Río Atrato. Imagen de referencia para el cuento 'Los nombres del río'.
                                                                                                                                Foto: Nicolás Achury González - Nicolás Achury González
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                “El loquito Justiniano” le dicen en el pueblo. Tiene sesenta y dos años, poco pelo y el poco que tiene, es liso y negro como las hilachas descolgadas de un cedro viejo a la sombra; tiene una sonrisa incompleta y un rostro opaco y entristecido por los muchos años de duelo. ¿Aún recuerda a sus papás? “Sí, cuando se los llevó el río, hace no sé… cincuenta años”. Los vio partir de madrugada en un pequeño barco de pescadores con la promesa de regresar por él, días después. A cargo de Justiniano quedó el joven párroco del pueblo. De Jesús y María – sus padres– nunca se volvió a saber nada. Solo regresaron a él como un par de voces gastadas o como un recuerdo doloroso que atravesaba su cabeza como un delicado disparo.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Justiniano repite en voz alta: “José María, María Helena, José Andrés, María Antonia, Domingo de Jesús, María Clara, Salvador, Jesús Guillermo, Álvaro José, Carlos José, María Clemencia, María Jesús”. Luego, al joven que murió horas atrás lo bautiza con el nombre de Jesús María. Su nombre queda escrito sobre la tierra mojada de una noche que morirá y de una tierra que se secará.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Por Juan Felipe Dueñas B.

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