Mahmud Darwish, un poeta del exilio
Considerado por muchos como el poeta nacional de Palestina, aunque ese fue un sobrenombre que nunca aceptó, este año se cumplen 80 años del natalicio de Mahmud Darwish.
María Paula Lizarazo
¿Quién soy yo, sin exilio?
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¿Quién soy yo, sin exilio?
Extraño como el río al borde del río...El agua
me ata a tu nombre. Nada me retorna de mi lejanía
a mi palmera: ni la paz ni la guerra.
Nada me incorpora a los Evangelios.
Nada... nada relumbra desde la costa del flujo
y el reflujo entre el Tigris y el Nilo.
Nada me desembarca de los navíos del faraón.
Nada me porta o me hace portar una idea: ni la nostalgia
ni la promesa. ¿Qué hacer? ¿Qué
hacer sin exilio y sin una larga noche
que escrute el agua?
El agua
me ata
a tu nombre.
Nada me lleva de las mariposas de mi sueño
a mi realidad: ni la tierra ni el fuego. ¿Qué
hacer sin las rosas de Samarcanda? ¿Qué
hacer en un lugar que pule los cantos con sus piedras
lunares? Ambos somos ligeros, como nuestras casas,
en los vientos lejanos. Somos amigos de los seres
extraños entre las nubes... dos restos de
la gravitación de la tierra de identidad. ¿Qué haremos? ¿Qué
haremos sin exilio y sin una larga noche
que escrute el agua?
El agua
me ata
a tu nombre.
No queda de mí más que tú, y no queda de ti
más que yo, un extraño que acaricia el muslo de su extraña. ¡Oh,
extraña! ¿Qué haremos con la tranquilidad que
nos queda y con una siesta entre dos mitos?
Nada nos lleva: ni el camino ni la casa.
¿Este camino ha sido siempre igual,
o nuestros sueños lo han cambiado
tras hallar, entre los mongoles, un caballo
en la colina?
¿Qué haremos?
¿Qué
haremos
sin
exilio?
***
Algunos reporteros aseguran que no hay un solo palestino que no sepa quién fue Mahmud Darwish. Otros, que un número importante de palestinos puede recitar de memoria sus poemas.
También hay quienes lo han considerado el poeta nacional de Palestina. Ese sobrenombre le molestaba. Le molestaba que sus lectores aseguraran lo que él escribiría sin siquiera haberlo publicado. Y aunque después del siglo XX ya no se hablara de poetas nacionales en algunos lugares de Occidente, este término, que aún hoy le acuñan, da cuenta de una de las complejidades palestinas contemporáneas: reconocerse como una nación.
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1941. Birwa, cerca de Acre, región de Galilea, en Palestina. Hijo de una familia de campesinos. De sus primeros años Darwish recordaba apenas la cara de cansancio de su padre tras largas jornadas labrando la tierra. Corriendo entre los campos, yendo a la escuela y viendo el rostro de su padre, así fue su infancia hasta 1948, cuando se hizo efectivo el Plan de Partición de Palestina para la creación de un Estado judío.
Ese año la familia de Darwish tuvo que desalojar sus tierras, ya sin el padre, y aquel poblado de memorias desapareció del mapa. Después de poco más de un año regresaron clandestinamente. Darwish terminaría sus estudios de primaria y secundaria en una Palestina que ya no era la Palestina que conoció. Y ante la incertidumbre de la juventud y el devenir del país, leería versos del Cantar de Cantares, de Lorca, del mismo Corán y leería también, por primera vez, a Sófocles y Esquilo.
“¿Que qué es la poesía? Sé qué es la poesía hasta antes de que me preguntes, cuando haces la pregunta ya no lo sé. Como el sabor de una manzana: conoces su sabor hasta que te preguntan a qué sabe”, respondió la pregunta obligada de cada poeta, en una entrevista con France Culture, de Radio France, un año antes de su muerte.
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Darwish entró y salió de la cárcel más de una vez y tuvo más de un altercado con la fuerza pública. La primera vez en 1961, ejerciendo ya como periodista, fue encarcelado por salir sin permiso de su casa en Jaffa. Después, en 1964, provocó a un policía diciéndole “apunte: soy árabe”, frase con la que tituló un poema de su primer libro, Hojas de olivo, publicado ese año. Y así fueron pasando sus días, entre reportería, cárceles y escritura. Sus estancias en las cárceles siempre fueron indefinidas, sin cargos que lo llevaran a un juicio.
En 1971 se exilió. Vivió en Moscú y en El Cairo, en donde colaboró con el diario Al-Ahram, luego se fue a Beirut hasta 1982. Y después, pasó temporadas en Túnez, Amman, París y regresó a El Cairo y de allí se fue a Ramallah, al norte de Cisjordania, para establecerse: “El exilio es parte de mí. Cuando vivo en el exilio llevo mi tierra conmigo. Cuando vivo en mi tierra, siento el exilio conmigo. La ocupación es el exilio. La ausencia de justicia es el exilio. Permanecer horas en un control militar es el exilio. Saber que el futuro no será mejor que el presente es el exilio. El porvenir es siempre peor para nosotros. Eso es el exilio”.
Desde 1973 Darwish integró la Organización para la Liberación de Palestina. Pero se retiró veinte años después con los Acuerdos de Oslo entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina. Junto a otros pensadores, como Edward Said, consideró que esos diálogos de paz no se estaban realizando en igualdad de condiciones y que así mismo serían los resultados.
Entre esas dos décadas, en 1988, redactó una declaración de independencia que proponía Yaser Arafat sobre las fronteras que se estipularon en 1967. El proyecto tenía a Jerusalén Este como capital, pero nunca obtuvo reconocimiento internacional pese a que, por primera vez desde 1948, el mandato palestino reconocía el derecho del Estado de Israel a existir en la región.
Por entonces, Darwish consideraba que en la poesía no debía cumplir ningún papel: “No. En poesía, ninguno. Mi papel está fuera del poema. Mi papel está aquí, con los ciudadanos, con los combatientes”.
El tiempo corría, y su escritura y su pensamiento hacían eco de ello. En la década del 90 se fue transformando su poesía. Quería esforzarse “más en la estética, no sólo en reflejar la realidad. Intento humanizar nuestra causa”. En 1997 declaró que “la poesía palestina ha tomado consciencia de que debe humanizar sus temas y pasar del objeto –Palestina– al sujeto”.
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Y ya hacia la década del 2000 afirmó que “para escribir poesía pura hay que liberarse de la presión de la Historia, aunque sé que no es posible. Quiero que mi poesía se acerque a la música, algo que todos pueden entender. Y que mi país sea libre. Entonces podré decir cosas buenas de Israel. Entonces podré elegir el exilio, si quiero. Deseo que mi país tenga una vida normal. No quiero ni héroes ni víctimas”.
Y sus consideraciones sobre el exilio se fueron expandiendo. “El exilio es más que un concepto geográfico. Puedes ser un exiliado en tu patria, en tu casa, en una habitación. No es sólo una cuestión palestina”.
Establecido en Ramallah, en el 96 inauguró el centro cultural Jalil Sakatini en un edificio que la Autoridad Nacional Palestina compraría un año más tarde. Allí albergó una biblioteca y tuvo lugar la sede principal de la revista literaria Al-Karmel, dirigida por el poeta, hasta que en 2002 “los soldados israelíes destrozaron parte de los archivos. No lo perdí todo. Sólo fue una revancha porque había recibido a una delegación de escritores, entre ellos José Saramago, Wole Soyinka y Juan Goytisolo”, comentaría en una entrevista con El País de España.
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Ese año escribió su poemario Estado de sitio. Lo escribió -decía- con tanques debajo de su casa, incluso, podía afirmar que vivió su vida con tanques debajo de su casa, pero que escribió y el exilio fue parte de esa escritura y su escritura parte de ese exilio. Y que cuando vio que por medio de la diplomacia no habría grandes cambios, el centro cultural se hermanó con su obra. Y añadía que aunque fuera una ilusión, la poesía lo había conducido a la libertad, a otro sitio más grato y que entonces había entendido, en esos instantes de libertad, que aunque un poema no cambie el mundo, reside junto a la esperanza, y que la esperanza es, a fin de cuentas, “la fuerza indómita del débil”.