Marc Eichmann Perret: “Nadie es tan bueno ni tan malo como cree”
En esta entrega de la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos una entrevista con el ingeniero Marc Eichmann Perret.
Isabel López Giraldo
Orígenes
Mis padres son primera generación de suizos en Colombia. Mi padre llegó de veinte años, mi mamá tres años después, ese día se casaron y nueve meses más tarde nací yo. Viajaron mucho siendo jóvenes hasta que yo tenía unos seis años. Inicialmente mi padre manejó una empresa de tres empleados, nos fuimos para Europa y volvimos cuando se le presentó la oportunidad de comprar una compañía en el país: Panalpina.
Colegio
Tuve una infancia muy feliz. Estudié en el Helvetia y vivimos en Calatrava, al lado del colegio. De las cosas que recuerdo es que a mí siempre me despertaba el timbre para ir a clase, por lo mismo llegaba tarde. Tenían instaurada la sabatina que consiste en que, con cada cinco retrasos, se debe estudiar en sábado, y yo no falté a ninguno. Los cursos en el colegio eran relativamente pequeños, en mi salón éramos dieciocho personas y nos graduamos dos cursos en los que sumados contábamos ocho hombres y veinte mujeres, por lo mismo resultaba imposible ser más consentidos.
Por otro lado, fui el más pequeño del salón, en edad y en tamaño, hasta el último año. Fui el chiquito al que le cascaban y me tocaba hacer alianzas con los grandes para que me protegieran. Cuando me estiré tuve dos años para “desquitarme”. El barrio donde viví era cerrado con treinta niños jugando, así pues, llegaba a hacer mis tareas y salía. Hoy en día los amigos del barrio guardamos una relación muy entrañable.
Durante mi época de colegio me enfoqué en los números pues me causaban mucha dificultad las ciencias sociales, lo que me llevó a decidirme por ingeniería mecánica, sumado al test de orientación vocacional, pero nunca debí haberla estudiado. Realmente me iba bien en física, me gustaba lo práctico, las relaciones públicas, el contacto con la gente.
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Universidad de los Andes
Me presenté a la Universidad de los Andes, me fue muy bien en el examen de admisión y llegué a la casa con el resultado y sintiéndome muy feliz. No olvido que era el día del partido Brasil contra Italia en el mundial del 82 y recuerdo que lo vimos en un televisor muy pequeñito. Luego tuve esta conversación con mi padre:
-¿Usted quiere estudiar?
-Claro que sí papá, por eso fui a los Andes.
-Pues, déjeme decirle que usted se va para Suiza.
Suiza
Viajé a Suiza a los dieciséis años, donde el choque fue muy fuerte no solo por dejar el hotel mamá, sino porque allá se gradúan del colegio a los veinte años. Así pues que entré a hacer un curso de nivelación en matemáticas.
Recuerdo que llegué a casa de una señora mayor, pero no le resulté muy simpático porque me bañaba todos los días, lo que le significaba una cuenta de agua altísima. Claro, la comida estaba incluida: siempre hacía tres pedazos de carne y uno diminuto para mí. Desesperado, a los seis meses salí de ahí.
Conseguí un puesto en residencias estudiantiles y viví el proceso de adaptación. Esa fue la época del desorden, pues las condiciones estaban dadas: la edad, el lugar, el momento de la vida. Pasé el preuniversitario que resultó bastante exigente, solo lograba entrar al pregrado el 10% de los aspirantes, y yo estuve entre ellos.
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Lausana
Adelanté dos años de ingeniería mecánica en la Escuela Politécnica Federal de Lausana, una universidad bastante dura, de gente seca. La verdad, Suiza es un país muy complicado para alguien joven y que quiere destrozar el mundo, pero encuentra que lo que no es prohibido es obligatorio. No hay espacio de movimiento para nada.
Montreal
Me encontré con un programa de intercambio con las universidades de Quebec, donde no tenía que pagar y a los que pasaban los de mejor promedio. Así pues, los últimos cuatro meses me concentré a estudiar. Entonces terminé mi carrera en McGill en Montreal.
Montreal es una ciudad espectacular, de otro mundo. Conservo muchos de los amigos que hice en esa época. La universidad tiene un enfoque más práctico. Conté con tan buena suerte que el primer año de vacaciones volví a Colombia y en una fiesta conocí a quien hoy en día es mi esposa. Recuerdo que la había invitado un amigo a la fiesta, pero esto no generó disgusto en él.
Teniendo la posibilidad de quedarme en Suiza o en Canadá, decidí volver al país por mi novia que estudiaba Derecho en la Javeriana. Durante primero y segundo año la llevaba, la traía y, cuando estaba en tercer año, nos casamos. El día de su grado me encontré en la recepción a uno de sus profesores, Rafael Nieto, se me acercó y me dijo: “Oiga, felicitaciones por el grado, pero yo no lo he visto en clase”.
Westinghouse
Comencé a trabajar de ingeniero mecánico en la Westinghouse, pero eso no me era importante, sino el hecho de estar recién casado y todo lo que significaba para el momento de mi vida. Lo que ocurrió después fue que pusieron una bomba en los bajos de las instalaciones de la empresa, era1990, si mal no recuerdo, por lo que la compañía se fue de Colombia.
Así pues, en mi nueva búsqueda de trabajo vendí maquinaria. He tenido muchos empleos interesantes, pero quizás este ha sido el más significativo de todos. Hacía correrías por todo el país en las diferentes industrias, y estreché vínculos con mucha gente. Todo me resultaba muy divertido. Era un ingeniero mecánico que sabía de mecánica y de absolutamente nada más, entonces necesitaba ganar experiencia.
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Croydon
Al papá de un amigo del barrio, presidente de Croydon, le terminaron el contrato y por indemnización recibió el taller que hacía los moldes para las suelas. Me llamó a decirme: “Necesito que me ayude a manejar esta empresa”.
Fue mi primera experiencia gerencial. Me pasó como a mi padre que a los veintiún años había manejado una empresa, pero sin ninguna herramienta. Es decir, yo no sabía lo que era la contabilidad ni sabía de personal ni de nada diferente a lo que había estudiado.
Era una época muy difícil. En la presidencia de César Gaviria llegó la apertura que hizo que importaran calzado a cincuenta centavos de dólar. La tensión se sintió hasta en la casa, por lo que al cabo de dos años pensé que eso no tenía sentido y sugerí vender. Nuevamente me quedé en la calle.
Ventas
Me llamaron de la empresa anterior. En esta ocasión comencé a vender puentes grúa, tuve que iniciar el negocio, volver a organizarlo, y obtuve muy buenos resultados. Iniciamos con el 10% del mercado y cuando me retiré, a los dos años y medio, ya teníamos el 70%. Conté con jefes magníficos, lo que ayuda muchísimo, y la competencia no era tan dura, pues se trataba de pequeñas firmas importadoras. Mostrar esos resultados me permitió hacer el MBA.
Le estábamos vendiendo máquinas a Industrias Capitol, de autopartes, donde Álvaro Quinche era el director de mantenimiento. Yo llegaba siempre a la portería y me anunciaba con el celador diciéndole: “Por favor Álvaro Quinche en la extensión dos”.
Pero el día que íbamos a cerrar el negocio llegué con el dueño de la empresa y se repitió la escena, solo que en esta ocasión el celador se volteó a preguntarme de parte de quién. Le respondí: “Soy Marc Eichmann de Imocom”.
Tomó el interno y dijo: “Doctor Quinche, viene el Marqués de Nemocón”.
Era una época feliz, porque si bien tenía que vender, lo hice sin preocupaciones.
Diego y Mariana
Luego llegó a nuestras vidas Diego, el primogénito. Y mi señora se convirtió en una gran protagonista en mi vida profesional, me hizo reflexionar diciéndome: “Bueno, ¿y de aquí para dónde vas?”.
No sabía cuál podía ser mi futuro en la empresa, pues por encima mío estaba el dueño.
Dijo mi señora: “Empecemos a aplicar afuera”.
Pasaron dos años más y nació Mariana. Con Diego y Mariana en la casa todo era una dicha y el reto de sacarlos adelante era enorme.
Universidad de Virginia
Aplicamos al MBA en la Universidad de Virginia, donde mi señora adelantaría su maestría en Leyes.
Viajamos en familia a estudiar. Cuadramos los horarios de clases para atender nuestra responsabilidad con los niños. Durante la semana estudiamos a reventar y les dedicábamos los fines. Cuando fuimos a dejarlos al jardín recuerdo que lloraron sin parar, nosotros también, pero calladitos, sin que nos vieran. No fue fácil para ninguno, pero la exigencia nos hizo madurar y ponernos serios.
Fui adquiriendo un estilo propio, con la fuerza de la personalidad, del tesón, de la rigurosidad y el buen trato.
Enron
Mientras mi señora terminaba su maestría trabajé en una empresa, tristemente famosa, Enron. Comencé en Washington, donde permanecí ocho meses haciendo lobby, pero de alto nivel. Alguna vez me senté a la mesa con Bill Clinton, siendo él presidente. Impulsé desarrollos de termoeléctricas e hidroeléctricas para todo el mundo. Pude ver el tema político desde cerca. Las reuniones me enseñaron muchísimo.
Durante ese tiempo me quedaba en la casa de mi hermano, mi señora vivía a tres horas y yo viajaba los fines de semana para compartir con ella y con los niños. Luego me trasladaron a Houston, destino al que llegué con toda mi familia.
Mi área fue la de finanzas, que dentro de la organización no era muy querida pues nos obligaba a parar muchos de los proyectos de los desarrolladores. Desde ahí veíamos todo lo que pasaba, cómo se hacían las inversiones y hasta cierto punto también veíamos el manejo contable que le estaban dando. Pero el presidente de la compañía decía que todo iba muy bien.
Llegué a la plataforma de trading para negociar derivados donde se vendían doscientos mil millones de dólares al año. Y comenzaron los escándalos por el precio de la acción. En tres meses la compañía se quebró.
Un domingo, mientras veíamos televisión, se dio la noticia. La empresa me debía una plata importante entre bonos y cuentas que no recuperamos. En los Estados Unidos despachan a la gente con tres mil quinientos dólares, ni un centavo más. El desorden en las oficinas del lunes siguiente no tiene nombre. Mi jefe me dio instrucciones en una hoja escrita a mano de cómo proceder con las personas a cargo. Parecía una feria, pues todos tomaban elementos promocionales para llevárselos, pero al mismo tiempo la gente lloraba desconsolada pues había confiado su pensión a las acciones de la compañía.
Por mi parte, contaba con que me darían un tiempo para organizarme, pero no fue así. Como mi señora no estaba tan contenta en Houston porque no podía ejercer como abogada en Texas, vendimos la casa y los carros. En esa época mi suegro estaba enfermo, por lo mismo mi señora me dijo: “Me voy para Colombia, ¿vienes?”
Llegamos con la idea de que íbamos a conseguir puesto de inmediato, lejos de la realidad. Entonces vivimos por seis meses en casa de mis papás.
Banca de inversión
Retomé mi vida laboral en Banca de Inversión, con Juan Esteban Calle, quien fue después mi jefe en UNE. Poco a poco nos fuimos adaptando, pero tuve que retirarme por una pelea entre los socios. Por fortuna, en esta ocasión los clientes comenzaron a buscarme.
Telefónica
Trabajé por mi cuenta durante seis meses hasta que me llamaron de Telefónica, en ese momento Telecom. Aquí aprendí algo que me sirvió toda la vida.
Cuando los españoles compraron Telecom montamos el controller de tal forma que entendimos la empresa con respecto a sus metas, supimos cómo andaba en cada una de sus líneas de negocio. Esa es una herramienta muy valiosa porque todo gerente debe saber controlar una compañía desde lo financiero.
Parecía más un emprendimiento, la verdad no estaba muy convencido, pero permanecí por casi siete años. Es una organización muy política, había cosas con las que no me sentía tan a gusto.
TGI
Después de haber sido controller corporativo en Telefónica, llegué a Movistar atendiendo temas de estrategia comercial. Luego pasé al antiguo Ecogás, TGI, como vicepresidente de estrategia y nuevos negocios. A los tres meses de estar en el cargo, Petro llegó a la Alcaldía de Bogotá, por lo mismo empecé a recibir la gente del empalme y decidí buscar otras oportunidades profesionales.
Une
En ese tiempo continué con mi emprendimiento desde donde hice la valoración y venta de Aires, la optimización de la venta de Seguros Agrícola, de Banco Superior; porque alcancé a atender a más de veinte empresas. Continué con los mandatos hasta que me vinculé a UNE, esto fue así por tratarse de un cargo público.
Viajaba en familia por Europa cuando recibí la llamada de Aníbal Gaviria, a quien había conocido en mi trabajo en la fábrica de Licores de Antioquia y en la estructuración del Metro de Medellín. Él acababa de nombrar a Juan Esteban Calle como gerente de EPM.
Encontré una organización con gente muy capaz y con una gran ventaja sobre las empresas de telecomunicaciones que había conocido anteriormente, con un gran sentido de pertenencia, no solo por la empresa, sino por la ciudad de Medellín. Sin embargo, la organización estaba bajo ataque desde el flanco político por parte del concejal Guerra que hacía acusaciones infundadas sobre corrupción. Recuerdo que en mi primera junta directiva se presentó el Plan de negocio de la iniciativa más grande de su historia, consistía en desplegar una operación móvil.
Di prioridad a fortalecer el equipo humano alineado con la cultura empresarial. UNE siempre fue una excelente empresa de un punto de vista técnico e ingenieril, pero en mis primeras reuniones con los altos ejecutivos me di cuenta de que era necesario concentrarse en la excelencia financiera.
Implementamos nuevos procesos de control y optimización, donde los distintos gastos e inversiones requerían la aprobación del área financiera con base en un presupuesto detallado. Rápidamente logramos racionalizar los gastos y la rotación de clientes, incrementando significativamente la rentabilidad de las ocho filiales de la compañía. Hablando este lenguaje común, las diferentes áreas de la empresa empezaron a trabajar como equipo, de forma coordinada.
Para mejorar los procesos, en especial los de atención al cliente, contratamos a la Universidad de los Andes para capacitación en optimización estadística de procesos dirigida a más de doscientos funcionarios. De esta iniciativa se mejoraron más de quinientos procedimientos de atención al cliente, haciendo de UNE la empresa de mejor servicio en Colombia, de lejos. El equipo iba bien, muy bien.
El mejoramiento continuo de los procesos que se dio como consecuencia del trabajo en equipo que incrementó significativamente las ganancias. Con Juan Esteban Calle y con la junta directiva seguimos teniendo dudas sobre el futuro del sector de telecomunicaciones. Un análisis estratégico detallado que realizamos en los primeros seis meses nos hizo pensar que, con la tasa de cambio, las empresas de comunicación en el mundo con su rentabilidad a la baja, lo mejor para el municipio era disminuir su exposición.
Empezamos entonces los contactos con diferentes jugadores del sector para la consecución de un socio estratégico, con la convicción de que una eventual transacción debería ser estructurada específicamente para el potencial socio, para maximizar el retorno de la compañía. Fueron interminables viajes al exterior que nos llevaron a iniciar un proceso con Millicom.
Mientras tanto tuvimos que dar de baja activos en los estados financieros de la compañía, para hacer posible una transacción. La junta directiva que inicialmente se sintió atacada por la velocidad que le imprimimos al proceso, fue determinante en su éxito. Tomamos la decisión de surtir un proceso abierto, de frente a la ciudad, a pesar de que podría con esto estársele brindando información a la competencia local sobre la transacción.
Personalmente el proceso fue muy desgastante, en especial la aprobación en el Concejo de Medellín para iniciar negociaciones. La solidez del apoyo de la organización y sus funcionarios nos permitieron sacarlo adelante pese a la oposición férrea de los tres sindicatos principales que movilizaron a los sectores de izquierda y algunos concejales oportunistas que quisieron aprovechar políticamente esta decisión de negocio.
A medida que iba avanzando la negociación, se fueron haciendo más necesarios los trámites con las autoridades para las aprobaciones de rigor. El lobby de nuestros competidores fue desleal con el fin de evitar la transacción, por medio de la presión en el Ministerio de Telecomunicaciones y otras entidades como la Comisión Nacional de Televisión. Esto hizo que tuviera que estar por lo menos un día a la semana en Bogotá, además del fin de semana, lo que me permitió compartir con mi familia que no se había trasladado a Medellín.
La transacción de fusión de UNE fue un éxito. Al municipio de Medellín le entraron más de 1.4 billones de pesos por medio de EPM y con ellos se mejoró la calidad de vida de sus habitantes. Desgraciadamente, días antes de la transacción, en un partido de fútbol en una finca recibí una patada del novio de mi hija que se complicó en una septicemia que me impidió participar en la ceremonia de cierre de la transacción. Además de esto, la tensión de la transacción me generó una hipertensión que ya está bajo control.
La transacción fue espectacular y me la gocé muchísimo. Mi equipo en UNE fue definitivo para el cierre, así como la colaboración de EPM. Sin embargo hoy la veo solo como el deber cumplido y la oportunidad que recibí de haber trabajado con muy buenos seres humanos que la sacaron adelante independientemente de los riesgos que les significaba.
Academia
He sido profesor en el MBA de Los Andes y de la Sergio Arboleda. La academia es mi plan retiro. Escribo semanalmente una columna en La República. Aquí el tema es forzarse, alimentar esa tenacidad en cosas que construyen.
No se debe ser el líder inspirador que sale constantemente en el periódico, sino ser aquel que, aplicando metodologías y procesos, permite que la gente pueda hacer su trabajo y que la compañía funcione.
Reflexiones
¿Qué manejo le da a la frustración?
No echándome la culpa. Pienso que eso hace parte de mis imperfecciones, tengo que mejorar y sigo para delante.
¿Cómo entiende el miedo?
Como un mecanismo que lo hace a uno mover para cambiarse por impulso.
Cuando alcanza un logro, ¿se premia?
Sí, como el año sabático, porque se deben recargar fuerzas y tomar impulso. Lo combino con el hecho de que, nadie es tan bueno ni tan malo como cree, lo que sí puede resultar bueno o malo son los sentimientos.
La gente es mucho más normal y los eventos de la gente son mucho más mundanos que lo que dejan conocer de sus líderes. La sociedad entrega ejemplos de líderes perfectos o demoníacos.
No es que uno esté tan cerca de los extremos sino que éstos no están tan lejos de lo que uno cree y eso tiene sus implicaciones prácticas. No hay que luchar por imposibles porque los logros se alcanzan en un caminar paso a paso.
¿Editaría algo del camino recorrido?
Muchas cosas, sobre todo de cuando era joven, cuando se toman muchos caminos sin una dirección clara. Si yo hubiera recibido un buen coaching a mis veinticinco años, me hubiera ahorrado diez de vida infructuosa. Ahora, la pasé bueno y no puedo arrepentirme de eso, pero sí hay decisiones que pudieron ser tomadas diferente, pues tampoco tenía las herramientas que hoy.
Afortunadamente tengo mi ancla a tierra en mi casa, que es mi señora: trabajó en el Banco Mundial, fue abogada en Estados Unidos, asesora del Superintendente Financiero en Colombia, tuvo oficina en la 7ma con 72. De repente un día me dijo: “Me cansé de esto, voy a hacer artista”.
Hoy expone en todo el mundo. Eso también ayuda y muchísimo, cuando tienes gente de esas características alrededor.
¿Cuál es su nivel de aversión al riesgo?
No tengo. De dónde, cuando cambio de sector cada tres años. Pienso que el riesgo es un concepto sobrevalorado. Si uno no se infla, no lo revienta un pinchazo.
Habló de súper héroes. ¿Cuál es su criptonita?
Está en la casa, es mi señora y tiene el mismo efecto en positivo. Me acerco a ella y me calmo. Nuevamente, es mi ancla.
¿Cómo se proyecta?
Cada vez más entiendo que el crecimiento no está solo en las empresas, sino que hay muchos otros escenarios, uno de ellos, aportando a la sociedad. Me veo como el abuelito, cercano a la gente, que pasa a empujar un poco menos y a enfocarse un poco más en la calidad de las relaciones poniéndolas como factor primordial. Por eso quisiera terminar dictando clases.
¿Cuál es el mejor consejo recibido y ofrecido?
Depende a quién. Pienso que un consejo no es algo que se resuelva en una frase, un consejo de una frase no existe. Existe una relación con una persona a la cual pueda uno guiar. Ese es otro de los dogmas que tenemos, que una frase te cambiará toda la vida. La única que me ha cambiado toda la vida fue una frase que tomó un proceso: ¡Sí, acepto!
La mejor manera de ayudarle a una persona es enseñándole a ser reflexiva en el vivir.
Más que palabras se debe brindar ejemplo, porque eso impacta muchísimo. Es lo que yo he recibido.
¿Cuál es su verdadero sentido de la existencia?
Creo que finalmente es sentirse bien porque, directa o indirectamente, se está ayudándole a la comunidad.
De nuevo, no creo en esas ideas grandilocuentes, como “mi meta en la vida es unificar Francia”. Creo que las metas deben ser mucho más personales.
¿Qué debería decirse de usted el día de mañana?
Me imagino que cuando uno está en su lecho de muerte, en el momento en que se le va la chispa, cuando la luz se lo lleva a uno, dependiendo del estado de ánimo y de la tranquilidad que se tenga en ese momento, es como va a pasar de ahí en adelante.
Quedo en manos de los que me sobrevivan.
Cuando le escucho decir repetidas veces “rigor”, me pregunto si ¿alguna vez se ha reventado?
Sí. Pero porque no tenía las herramientas en ese momento. Recuerdo una conversación en la casa de mis padres. En una cena mi mamá le dice a mi papá:
-Usted le exigió desde muy niño.
Le dije a mi papá:
-Y te agradezco por eso (brotan lágrimas de emoción).
Orígenes
Mis padres son primera generación de suizos en Colombia. Mi padre llegó de veinte años, mi mamá tres años después, ese día se casaron y nueve meses más tarde nací yo. Viajaron mucho siendo jóvenes hasta que yo tenía unos seis años. Inicialmente mi padre manejó una empresa de tres empleados, nos fuimos para Europa y volvimos cuando se le presentó la oportunidad de comprar una compañía en el país: Panalpina.
Colegio
Tuve una infancia muy feliz. Estudié en el Helvetia y vivimos en Calatrava, al lado del colegio. De las cosas que recuerdo es que a mí siempre me despertaba el timbre para ir a clase, por lo mismo llegaba tarde. Tenían instaurada la sabatina que consiste en que, con cada cinco retrasos, se debe estudiar en sábado, y yo no falté a ninguno. Los cursos en el colegio eran relativamente pequeños, en mi salón éramos dieciocho personas y nos graduamos dos cursos en los que sumados contábamos ocho hombres y veinte mujeres, por lo mismo resultaba imposible ser más consentidos.
Por otro lado, fui el más pequeño del salón, en edad y en tamaño, hasta el último año. Fui el chiquito al que le cascaban y me tocaba hacer alianzas con los grandes para que me protegieran. Cuando me estiré tuve dos años para “desquitarme”. El barrio donde viví era cerrado con treinta niños jugando, así pues, llegaba a hacer mis tareas y salía. Hoy en día los amigos del barrio guardamos una relación muy entrañable.
Durante mi época de colegio me enfoqué en los números pues me causaban mucha dificultad las ciencias sociales, lo que me llevó a decidirme por ingeniería mecánica, sumado al test de orientación vocacional, pero nunca debí haberla estudiado. Realmente me iba bien en física, me gustaba lo práctico, las relaciones públicas, el contacto con la gente.
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Universidad de los Andes
Me presenté a la Universidad de los Andes, me fue muy bien en el examen de admisión y llegué a la casa con el resultado y sintiéndome muy feliz. No olvido que era el día del partido Brasil contra Italia en el mundial del 82 y recuerdo que lo vimos en un televisor muy pequeñito. Luego tuve esta conversación con mi padre:
-¿Usted quiere estudiar?
-Claro que sí papá, por eso fui a los Andes.
-Pues, déjeme decirle que usted se va para Suiza.
Suiza
Viajé a Suiza a los dieciséis años, donde el choque fue muy fuerte no solo por dejar el hotel mamá, sino porque allá se gradúan del colegio a los veinte años. Así pues que entré a hacer un curso de nivelación en matemáticas.
Recuerdo que llegué a casa de una señora mayor, pero no le resulté muy simpático porque me bañaba todos los días, lo que le significaba una cuenta de agua altísima. Claro, la comida estaba incluida: siempre hacía tres pedazos de carne y uno diminuto para mí. Desesperado, a los seis meses salí de ahí.
Conseguí un puesto en residencias estudiantiles y viví el proceso de adaptación. Esa fue la época del desorden, pues las condiciones estaban dadas: la edad, el lugar, el momento de la vida. Pasé el preuniversitario que resultó bastante exigente, solo lograba entrar al pregrado el 10% de los aspirantes, y yo estuve entre ellos.
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Lausana
Adelanté dos años de ingeniería mecánica en la Escuela Politécnica Federal de Lausana, una universidad bastante dura, de gente seca. La verdad, Suiza es un país muy complicado para alguien joven y que quiere destrozar el mundo, pero encuentra que lo que no es prohibido es obligatorio. No hay espacio de movimiento para nada.
Montreal
Me encontré con un programa de intercambio con las universidades de Quebec, donde no tenía que pagar y a los que pasaban los de mejor promedio. Así pues, los últimos cuatro meses me concentré a estudiar. Entonces terminé mi carrera en McGill en Montreal.
Montreal es una ciudad espectacular, de otro mundo. Conservo muchos de los amigos que hice en esa época. La universidad tiene un enfoque más práctico. Conté con tan buena suerte que el primer año de vacaciones volví a Colombia y en una fiesta conocí a quien hoy en día es mi esposa. Recuerdo que la había invitado un amigo a la fiesta, pero esto no generó disgusto en él.
Teniendo la posibilidad de quedarme en Suiza o en Canadá, decidí volver al país por mi novia que estudiaba Derecho en la Javeriana. Durante primero y segundo año la llevaba, la traía y, cuando estaba en tercer año, nos casamos. El día de su grado me encontré en la recepción a uno de sus profesores, Rafael Nieto, se me acercó y me dijo: “Oiga, felicitaciones por el grado, pero yo no lo he visto en clase”.
Westinghouse
Comencé a trabajar de ingeniero mecánico en la Westinghouse, pero eso no me era importante, sino el hecho de estar recién casado y todo lo que significaba para el momento de mi vida. Lo que ocurrió después fue que pusieron una bomba en los bajos de las instalaciones de la empresa, era1990, si mal no recuerdo, por lo que la compañía se fue de Colombia.
Así pues, en mi nueva búsqueda de trabajo vendí maquinaria. He tenido muchos empleos interesantes, pero quizás este ha sido el más significativo de todos. Hacía correrías por todo el país en las diferentes industrias, y estreché vínculos con mucha gente. Todo me resultaba muy divertido. Era un ingeniero mecánico que sabía de mecánica y de absolutamente nada más, entonces necesitaba ganar experiencia.
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Croydon
Al papá de un amigo del barrio, presidente de Croydon, le terminaron el contrato y por indemnización recibió el taller que hacía los moldes para las suelas. Me llamó a decirme: “Necesito que me ayude a manejar esta empresa”.
Fue mi primera experiencia gerencial. Me pasó como a mi padre que a los veintiún años había manejado una empresa, pero sin ninguna herramienta. Es decir, yo no sabía lo que era la contabilidad ni sabía de personal ni de nada diferente a lo que había estudiado.
Era una época muy difícil. En la presidencia de César Gaviria llegó la apertura que hizo que importaran calzado a cincuenta centavos de dólar. La tensión se sintió hasta en la casa, por lo que al cabo de dos años pensé que eso no tenía sentido y sugerí vender. Nuevamente me quedé en la calle.
Ventas
Me llamaron de la empresa anterior. En esta ocasión comencé a vender puentes grúa, tuve que iniciar el negocio, volver a organizarlo, y obtuve muy buenos resultados. Iniciamos con el 10% del mercado y cuando me retiré, a los dos años y medio, ya teníamos el 70%. Conté con jefes magníficos, lo que ayuda muchísimo, y la competencia no era tan dura, pues se trataba de pequeñas firmas importadoras. Mostrar esos resultados me permitió hacer el MBA.
Le estábamos vendiendo máquinas a Industrias Capitol, de autopartes, donde Álvaro Quinche era el director de mantenimiento. Yo llegaba siempre a la portería y me anunciaba con el celador diciéndole: “Por favor Álvaro Quinche en la extensión dos”.
Pero el día que íbamos a cerrar el negocio llegué con el dueño de la empresa y se repitió la escena, solo que en esta ocasión el celador se volteó a preguntarme de parte de quién. Le respondí: “Soy Marc Eichmann de Imocom”.
Tomó el interno y dijo: “Doctor Quinche, viene el Marqués de Nemocón”.
Era una época feliz, porque si bien tenía que vender, lo hice sin preocupaciones.
Diego y Mariana
Luego llegó a nuestras vidas Diego, el primogénito. Y mi señora se convirtió en una gran protagonista en mi vida profesional, me hizo reflexionar diciéndome: “Bueno, ¿y de aquí para dónde vas?”.
No sabía cuál podía ser mi futuro en la empresa, pues por encima mío estaba el dueño.
Dijo mi señora: “Empecemos a aplicar afuera”.
Pasaron dos años más y nació Mariana. Con Diego y Mariana en la casa todo era una dicha y el reto de sacarlos adelante era enorme.
Universidad de Virginia
Aplicamos al MBA en la Universidad de Virginia, donde mi señora adelantaría su maestría en Leyes.
Viajamos en familia a estudiar. Cuadramos los horarios de clases para atender nuestra responsabilidad con los niños. Durante la semana estudiamos a reventar y les dedicábamos los fines. Cuando fuimos a dejarlos al jardín recuerdo que lloraron sin parar, nosotros también, pero calladitos, sin que nos vieran. No fue fácil para ninguno, pero la exigencia nos hizo madurar y ponernos serios.
Fui adquiriendo un estilo propio, con la fuerza de la personalidad, del tesón, de la rigurosidad y el buen trato.
Enron
Mientras mi señora terminaba su maestría trabajé en una empresa, tristemente famosa, Enron. Comencé en Washington, donde permanecí ocho meses haciendo lobby, pero de alto nivel. Alguna vez me senté a la mesa con Bill Clinton, siendo él presidente. Impulsé desarrollos de termoeléctricas e hidroeléctricas para todo el mundo. Pude ver el tema político desde cerca. Las reuniones me enseñaron muchísimo.
Durante ese tiempo me quedaba en la casa de mi hermano, mi señora vivía a tres horas y yo viajaba los fines de semana para compartir con ella y con los niños. Luego me trasladaron a Houston, destino al que llegué con toda mi familia.
Mi área fue la de finanzas, que dentro de la organización no era muy querida pues nos obligaba a parar muchos de los proyectos de los desarrolladores. Desde ahí veíamos todo lo que pasaba, cómo se hacían las inversiones y hasta cierto punto también veíamos el manejo contable que le estaban dando. Pero el presidente de la compañía decía que todo iba muy bien.
Llegué a la plataforma de trading para negociar derivados donde se vendían doscientos mil millones de dólares al año. Y comenzaron los escándalos por el precio de la acción. En tres meses la compañía se quebró.
Un domingo, mientras veíamos televisión, se dio la noticia. La empresa me debía una plata importante entre bonos y cuentas que no recuperamos. En los Estados Unidos despachan a la gente con tres mil quinientos dólares, ni un centavo más. El desorden en las oficinas del lunes siguiente no tiene nombre. Mi jefe me dio instrucciones en una hoja escrita a mano de cómo proceder con las personas a cargo. Parecía una feria, pues todos tomaban elementos promocionales para llevárselos, pero al mismo tiempo la gente lloraba desconsolada pues había confiado su pensión a las acciones de la compañía.
Por mi parte, contaba con que me darían un tiempo para organizarme, pero no fue así. Como mi señora no estaba tan contenta en Houston porque no podía ejercer como abogada en Texas, vendimos la casa y los carros. En esa época mi suegro estaba enfermo, por lo mismo mi señora me dijo: “Me voy para Colombia, ¿vienes?”
Llegamos con la idea de que íbamos a conseguir puesto de inmediato, lejos de la realidad. Entonces vivimos por seis meses en casa de mis papás.
Banca de inversión
Retomé mi vida laboral en Banca de Inversión, con Juan Esteban Calle, quien fue después mi jefe en UNE. Poco a poco nos fuimos adaptando, pero tuve que retirarme por una pelea entre los socios. Por fortuna, en esta ocasión los clientes comenzaron a buscarme.
Telefónica
Trabajé por mi cuenta durante seis meses hasta que me llamaron de Telefónica, en ese momento Telecom. Aquí aprendí algo que me sirvió toda la vida.
Cuando los españoles compraron Telecom montamos el controller de tal forma que entendimos la empresa con respecto a sus metas, supimos cómo andaba en cada una de sus líneas de negocio. Esa es una herramienta muy valiosa porque todo gerente debe saber controlar una compañía desde lo financiero.
Parecía más un emprendimiento, la verdad no estaba muy convencido, pero permanecí por casi siete años. Es una organización muy política, había cosas con las que no me sentía tan a gusto.
TGI
Después de haber sido controller corporativo en Telefónica, llegué a Movistar atendiendo temas de estrategia comercial. Luego pasé al antiguo Ecogás, TGI, como vicepresidente de estrategia y nuevos negocios. A los tres meses de estar en el cargo, Petro llegó a la Alcaldía de Bogotá, por lo mismo empecé a recibir la gente del empalme y decidí buscar otras oportunidades profesionales.
Une
En ese tiempo continué con mi emprendimiento desde donde hice la valoración y venta de Aires, la optimización de la venta de Seguros Agrícola, de Banco Superior; porque alcancé a atender a más de veinte empresas. Continué con los mandatos hasta que me vinculé a UNE, esto fue así por tratarse de un cargo público.
Viajaba en familia por Europa cuando recibí la llamada de Aníbal Gaviria, a quien había conocido en mi trabajo en la fábrica de Licores de Antioquia y en la estructuración del Metro de Medellín. Él acababa de nombrar a Juan Esteban Calle como gerente de EPM.
Encontré una organización con gente muy capaz y con una gran ventaja sobre las empresas de telecomunicaciones que había conocido anteriormente, con un gran sentido de pertenencia, no solo por la empresa, sino por la ciudad de Medellín. Sin embargo, la organización estaba bajo ataque desde el flanco político por parte del concejal Guerra que hacía acusaciones infundadas sobre corrupción. Recuerdo que en mi primera junta directiva se presentó el Plan de negocio de la iniciativa más grande de su historia, consistía en desplegar una operación móvil.
Di prioridad a fortalecer el equipo humano alineado con la cultura empresarial. UNE siempre fue una excelente empresa de un punto de vista técnico e ingenieril, pero en mis primeras reuniones con los altos ejecutivos me di cuenta de que era necesario concentrarse en la excelencia financiera.
Implementamos nuevos procesos de control y optimización, donde los distintos gastos e inversiones requerían la aprobación del área financiera con base en un presupuesto detallado. Rápidamente logramos racionalizar los gastos y la rotación de clientes, incrementando significativamente la rentabilidad de las ocho filiales de la compañía. Hablando este lenguaje común, las diferentes áreas de la empresa empezaron a trabajar como equipo, de forma coordinada.
Para mejorar los procesos, en especial los de atención al cliente, contratamos a la Universidad de los Andes para capacitación en optimización estadística de procesos dirigida a más de doscientos funcionarios. De esta iniciativa se mejoraron más de quinientos procedimientos de atención al cliente, haciendo de UNE la empresa de mejor servicio en Colombia, de lejos. El equipo iba bien, muy bien.
El mejoramiento continuo de los procesos que se dio como consecuencia del trabajo en equipo que incrementó significativamente las ganancias. Con Juan Esteban Calle y con la junta directiva seguimos teniendo dudas sobre el futuro del sector de telecomunicaciones. Un análisis estratégico detallado que realizamos en los primeros seis meses nos hizo pensar que, con la tasa de cambio, las empresas de comunicación en el mundo con su rentabilidad a la baja, lo mejor para el municipio era disminuir su exposición.
Empezamos entonces los contactos con diferentes jugadores del sector para la consecución de un socio estratégico, con la convicción de que una eventual transacción debería ser estructurada específicamente para el potencial socio, para maximizar el retorno de la compañía. Fueron interminables viajes al exterior que nos llevaron a iniciar un proceso con Millicom.
Mientras tanto tuvimos que dar de baja activos en los estados financieros de la compañía, para hacer posible una transacción. La junta directiva que inicialmente se sintió atacada por la velocidad que le imprimimos al proceso, fue determinante en su éxito. Tomamos la decisión de surtir un proceso abierto, de frente a la ciudad, a pesar de que podría con esto estársele brindando información a la competencia local sobre la transacción.
Personalmente el proceso fue muy desgastante, en especial la aprobación en el Concejo de Medellín para iniciar negociaciones. La solidez del apoyo de la organización y sus funcionarios nos permitieron sacarlo adelante pese a la oposición férrea de los tres sindicatos principales que movilizaron a los sectores de izquierda y algunos concejales oportunistas que quisieron aprovechar políticamente esta decisión de negocio.
A medida que iba avanzando la negociación, se fueron haciendo más necesarios los trámites con las autoridades para las aprobaciones de rigor. El lobby de nuestros competidores fue desleal con el fin de evitar la transacción, por medio de la presión en el Ministerio de Telecomunicaciones y otras entidades como la Comisión Nacional de Televisión. Esto hizo que tuviera que estar por lo menos un día a la semana en Bogotá, además del fin de semana, lo que me permitió compartir con mi familia que no se había trasladado a Medellín.
La transacción de fusión de UNE fue un éxito. Al municipio de Medellín le entraron más de 1.4 billones de pesos por medio de EPM y con ellos se mejoró la calidad de vida de sus habitantes. Desgraciadamente, días antes de la transacción, en un partido de fútbol en una finca recibí una patada del novio de mi hija que se complicó en una septicemia que me impidió participar en la ceremonia de cierre de la transacción. Además de esto, la tensión de la transacción me generó una hipertensión que ya está bajo control.
La transacción fue espectacular y me la gocé muchísimo. Mi equipo en UNE fue definitivo para el cierre, así como la colaboración de EPM. Sin embargo hoy la veo solo como el deber cumplido y la oportunidad que recibí de haber trabajado con muy buenos seres humanos que la sacaron adelante independientemente de los riesgos que les significaba.
Academia
He sido profesor en el MBA de Los Andes y de la Sergio Arboleda. La academia es mi plan retiro. Escribo semanalmente una columna en La República. Aquí el tema es forzarse, alimentar esa tenacidad en cosas que construyen.
No se debe ser el líder inspirador que sale constantemente en el periódico, sino ser aquel que, aplicando metodologías y procesos, permite que la gente pueda hacer su trabajo y que la compañía funcione.
Reflexiones
¿Qué manejo le da a la frustración?
No echándome la culpa. Pienso que eso hace parte de mis imperfecciones, tengo que mejorar y sigo para delante.
¿Cómo entiende el miedo?
Como un mecanismo que lo hace a uno mover para cambiarse por impulso.
Cuando alcanza un logro, ¿se premia?
Sí, como el año sabático, porque se deben recargar fuerzas y tomar impulso. Lo combino con el hecho de que, nadie es tan bueno ni tan malo como cree, lo que sí puede resultar bueno o malo son los sentimientos.
La gente es mucho más normal y los eventos de la gente son mucho más mundanos que lo que dejan conocer de sus líderes. La sociedad entrega ejemplos de líderes perfectos o demoníacos.
No es que uno esté tan cerca de los extremos sino que éstos no están tan lejos de lo que uno cree y eso tiene sus implicaciones prácticas. No hay que luchar por imposibles porque los logros se alcanzan en un caminar paso a paso.
¿Editaría algo del camino recorrido?
Muchas cosas, sobre todo de cuando era joven, cuando se toman muchos caminos sin una dirección clara. Si yo hubiera recibido un buen coaching a mis veinticinco años, me hubiera ahorrado diez de vida infructuosa. Ahora, la pasé bueno y no puedo arrepentirme de eso, pero sí hay decisiones que pudieron ser tomadas diferente, pues tampoco tenía las herramientas que hoy.
Afortunadamente tengo mi ancla a tierra en mi casa, que es mi señora: trabajó en el Banco Mundial, fue abogada en Estados Unidos, asesora del Superintendente Financiero en Colombia, tuvo oficina en la 7ma con 72. De repente un día me dijo: “Me cansé de esto, voy a hacer artista”.
Hoy expone en todo el mundo. Eso también ayuda y muchísimo, cuando tienes gente de esas características alrededor.
¿Cuál es su nivel de aversión al riesgo?
No tengo. De dónde, cuando cambio de sector cada tres años. Pienso que el riesgo es un concepto sobrevalorado. Si uno no se infla, no lo revienta un pinchazo.
Habló de súper héroes. ¿Cuál es su criptonita?
Está en la casa, es mi señora y tiene el mismo efecto en positivo. Me acerco a ella y me calmo. Nuevamente, es mi ancla.
¿Cómo se proyecta?
Cada vez más entiendo que el crecimiento no está solo en las empresas, sino que hay muchos otros escenarios, uno de ellos, aportando a la sociedad. Me veo como el abuelito, cercano a la gente, que pasa a empujar un poco menos y a enfocarse un poco más en la calidad de las relaciones poniéndolas como factor primordial. Por eso quisiera terminar dictando clases.
¿Cuál es el mejor consejo recibido y ofrecido?
Depende a quién. Pienso que un consejo no es algo que se resuelva en una frase, un consejo de una frase no existe. Existe una relación con una persona a la cual pueda uno guiar. Ese es otro de los dogmas que tenemos, que una frase te cambiará toda la vida. La única que me ha cambiado toda la vida fue una frase que tomó un proceso: ¡Sí, acepto!
La mejor manera de ayudarle a una persona es enseñándole a ser reflexiva en el vivir.
Más que palabras se debe brindar ejemplo, porque eso impacta muchísimo. Es lo que yo he recibido.
¿Cuál es su verdadero sentido de la existencia?
Creo que finalmente es sentirse bien porque, directa o indirectamente, se está ayudándole a la comunidad.
De nuevo, no creo en esas ideas grandilocuentes, como “mi meta en la vida es unificar Francia”. Creo que las metas deben ser mucho más personales.
¿Qué debería decirse de usted el día de mañana?
Me imagino que cuando uno está en su lecho de muerte, en el momento en que se le va la chispa, cuando la luz se lo lleva a uno, dependiendo del estado de ánimo y de la tranquilidad que se tenga en ese momento, es como va a pasar de ahí en adelante.
Quedo en manos de los que me sobrevivan.
Cuando le escucho decir repetidas veces “rigor”, me pregunto si ¿alguna vez se ha reventado?
Sí. Pero porque no tenía las herramientas en ese momento. Recuerdo una conversación en la casa de mis padres. En una cena mi mamá le dice a mi papá:
-Usted le exigió desde muy niño.
Le dije a mi papá:
-Y te agradezco por eso (brotan lágrimas de emoción).