María Luisa Carnelli: Las letras de la ofensa
Sin importar qué tanto pundonor hay en ellas, la lista de canciones de enojo y desamor, que han gozado de gran popularidad, es extensa. Sin embargo, no muchas de ellas han sido escritas por mujeres. En ese paisaje despoblado aparece María Luisa Carnelli, reseñada como “la primera letrista del tango”.
Julia Díaz Santa
Si el padre oía, iban a tener un problema. Le habían quitado la bocina al gramófono para escuchar el disco sin amplificación. Tenían que acercar la oreja para alcanza a descifrar el sonido que emitía el roce de la aguja contra el acetato. Tenían que hacerlo de esa forma, porque si el padre captaba un simple murmullo de tango en su casa, podían lamentarlo.
Entonces, una de las hermanas se puso a bailar, simulando que percibía los rezongos del bandoneón. Exageraba con su cuerpo, porque no sabía bien cómo se bailaba esa música de arrabal. Luego sonó la puerta, sintieron la voz grave del hombre que volvía del trabajo. Cerraron todo rápidamente, escondieron el disco y tomaron los libros de la biblioteca. La risa nerviosa los delataba.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo el padre, con voz honda.
Nadie respondió.
La madre también debió pasar un mal rato. A lo mejor fue interrogada hasta el cansancio. “Julia, ¿qué estaba pasando aquí?”, fue tal vez la pregunta incisiva. “No sé”, quizá respondió ella. Posiblemente trató de salvar a su progenie, o posiblemente no. Quién sabe si se esforzó en convencer al hombre de que los chicos, sobre todo las niñas, habían estado tranquilas, resolviendo las tareas del colegio.
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Entonces ¿cómo supo él que la hermana había estado bailando tango? Quizás uno de los hermanos abrió la boca. O quizás alguien de la servidumbre. ¿Tenían servidumbre las familias burguesas de comienzos del siglo XX en Argentina? Creo que sí.
Por si acaso, años después, María Luisa Carnelli, una de las hermanas de aquella escena, contó en una entrevista el desenlace de lo sucedido, en esa tarde de tangos sin bocina: una tremenda paliza, para aleccionar a la chica. Y de paso, a todos los que en su familia pensaran relacionarse con esa “música de prostíbulos”. El tango era, en ese entonces, esa expresión popular que algunos sectores de la sociedad veían con desprecio.
Ella también recordaría esa escena, quién sabe, cuando terminó de escribir las letras de sus primeros tangos.
“Ya van pa’ dos meses
que me abandonaste
y ahí está la pieza
como la dejaste.
Polvo del olvido
desciende constante,
desde que te has ido
yo no he vuelto a entrar”.
Todo eso era motivo suficiente para que ella decidiera firmar sus obras con un seudónimo masculino y no con su verdadero nombre. Se ocultó bajo la firma de Luis Mario o Mario Castro. Acaso fue la manera más rápida de evitar todos los obstáculos. Había nacido en 1898 y pertenecía a una familia burguesa, en La Plata, Argentina.
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Tenía unos 29 años cuando escribió el primer tango, uno de sus más famosos. Fue convocada para esa tarea por Raúl González Tuñón, su pareja de la época. Él, a su vez, había sido llamado por su hermano Enrique González Tuñón para el encargo. La encomienda, que pasó de mano en mano, venía en principio del poeta Carlo Muñoz, quien se vio en aprietos para cumplir con la petición de ponerle letra a un tango del gran Julio de Caro.
“Lamentablemente, De Caro en sus memorias da como autor a Muñoz, pero la letra la escribí yo”, recordaría en una entrevista.
“Sos un malevo sin lengue,
sin pinta ni compadrada,
sin melena recortada,
sin milonga y sin canyengue.
Al elemento bacán batiste reo chamuyo...
¡Lindo parlamento el tuyo
pa’ volcarlo en un gotán!”.
Qué más da, “El malevo”, como se titula ese tango con términos del lunfardo, es solo uno de los muchos puntos en la línea cronológica de una mujer que escribió y publicó cuentos y poemas, se casó, tuvo un hijo, se separó, viajó por 24 países y fue corresponsal para un diario argentino, desde España, durante la guerra civil.
“Escribí letras de tango porque sobreviven más, por su popularidad y porque con la letra de ‘Cuando llora la milonga’, de Filiberto, gané más que publicando ocho libros”, también dijo un día.
Contó después que se indignó cuando le cambiaron la palabra “fiel” por “cruel”.
“Y como un corazón,
el hueco de un zaguán,
recoge la oración
que triste dice fiel mujer.
Lloró la milonga,
su antigua pasión,
parece que ruega
consuelo y perdón”.
Fanática de Mary Pickford, su vida tiene tintes de hazaña. A su arrojo y convicción política se suma su trayectoria en la cerrada industria musical. Cabe recordar que, según Marta Savigliano, profesora de la Universidad de California, en su texto Malevos llorones y percantas retobadas: “Menos del 2 % de los tangos fueron escritos por mujeres, y menos del 4 % de los tangos fueron puestos en labios de mujeres”.
“Julia, ¿qué estaba pasando aquí?”, a lo mejor fue la pregunta incisiva del padre a la madre. Y es muy probable que esa haya sido la pregunta que él le hizo a la poeta muchas veces, al percatarse de que su hija “padecía” un probable antifascismo femenino, a través de su papel durante la Guerra Civil Española. “María Luisa, ¿qué está pasando aquí?”.
Sin embargo, a pesar de su osadía en la prensa y en la guerra, hubo una ofensa que ella, como hija, quiso ahorrarle a su querido viejo. Se percató de que él nunca se diera cuenta de que varios de los tangos que sonaron y aún suenan en la Argentina eran compuestos por ella. Incluso “Pa’l cambalache”, cantado por el ícono mundial Carlos Gardel.
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Si el padre oía, iban a tener un problema. Le habían quitado la bocina al gramófono para escuchar el disco sin amplificación. Tenían que acercar la oreja para alcanza a descifrar el sonido que emitía el roce de la aguja contra el acetato. Tenían que hacerlo de esa forma, porque si el padre captaba un simple murmullo de tango en su casa, podían lamentarlo.
Entonces, una de las hermanas se puso a bailar, simulando que percibía los rezongos del bandoneón. Exageraba con su cuerpo, porque no sabía bien cómo se bailaba esa música de arrabal. Luego sonó la puerta, sintieron la voz grave del hombre que volvía del trabajo. Cerraron todo rápidamente, escondieron el disco y tomaron los libros de la biblioteca. La risa nerviosa los delataba.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo el padre, con voz honda.
Nadie respondió.
La madre también debió pasar un mal rato. A lo mejor fue interrogada hasta el cansancio. “Julia, ¿qué estaba pasando aquí?”, fue tal vez la pregunta incisiva. “No sé”, quizá respondió ella. Posiblemente trató de salvar a su progenie, o posiblemente no. Quién sabe si se esforzó en convencer al hombre de que los chicos, sobre todo las niñas, habían estado tranquilas, resolviendo las tareas del colegio.
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Entonces ¿cómo supo él que la hermana había estado bailando tango? Quizás uno de los hermanos abrió la boca. O quizás alguien de la servidumbre. ¿Tenían servidumbre las familias burguesas de comienzos del siglo XX en Argentina? Creo que sí.
Por si acaso, años después, María Luisa Carnelli, una de las hermanas de aquella escena, contó en una entrevista el desenlace de lo sucedido, en esa tarde de tangos sin bocina: una tremenda paliza, para aleccionar a la chica. Y de paso, a todos los que en su familia pensaran relacionarse con esa “música de prostíbulos”. El tango era, en ese entonces, esa expresión popular que algunos sectores de la sociedad veían con desprecio.
Ella también recordaría esa escena, quién sabe, cuando terminó de escribir las letras de sus primeros tangos.
“Ya van pa’ dos meses
que me abandonaste
y ahí está la pieza
como la dejaste.
Polvo del olvido
desciende constante,
desde que te has ido
yo no he vuelto a entrar”.
Todo eso era motivo suficiente para que ella decidiera firmar sus obras con un seudónimo masculino y no con su verdadero nombre. Se ocultó bajo la firma de Luis Mario o Mario Castro. Acaso fue la manera más rápida de evitar todos los obstáculos. Había nacido en 1898 y pertenecía a una familia burguesa, en La Plata, Argentina.
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Tenía unos 29 años cuando escribió el primer tango, uno de sus más famosos. Fue convocada para esa tarea por Raúl González Tuñón, su pareja de la época. Él, a su vez, había sido llamado por su hermano Enrique González Tuñón para el encargo. La encomienda, que pasó de mano en mano, venía en principio del poeta Carlo Muñoz, quien se vio en aprietos para cumplir con la petición de ponerle letra a un tango del gran Julio de Caro.
“Lamentablemente, De Caro en sus memorias da como autor a Muñoz, pero la letra la escribí yo”, recordaría en una entrevista.
“Sos un malevo sin lengue,
sin pinta ni compadrada,
sin melena recortada,
sin milonga y sin canyengue.
Al elemento bacán batiste reo chamuyo...
¡Lindo parlamento el tuyo
pa’ volcarlo en un gotán!”.
Qué más da, “El malevo”, como se titula ese tango con términos del lunfardo, es solo uno de los muchos puntos en la línea cronológica de una mujer que escribió y publicó cuentos y poemas, se casó, tuvo un hijo, se separó, viajó por 24 países y fue corresponsal para un diario argentino, desde España, durante la guerra civil.
“Escribí letras de tango porque sobreviven más, por su popularidad y porque con la letra de ‘Cuando llora la milonga’, de Filiberto, gané más que publicando ocho libros”, también dijo un día.
Contó después que se indignó cuando le cambiaron la palabra “fiel” por “cruel”.
“Y como un corazón,
el hueco de un zaguán,
recoge la oración
que triste dice fiel mujer.
Lloró la milonga,
su antigua pasión,
parece que ruega
consuelo y perdón”.
Fanática de Mary Pickford, su vida tiene tintes de hazaña. A su arrojo y convicción política se suma su trayectoria en la cerrada industria musical. Cabe recordar que, según Marta Savigliano, profesora de la Universidad de California, en su texto Malevos llorones y percantas retobadas: “Menos del 2 % de los tangos fueron escritos por mujeres, y menos del 4 % de los tangos fueron puestos en labios de mujeres”.
“Julia, ¿qué estaba pasando aquí?”, a lo mejor fue la pregunta incisiva del padre a la madre. Y es muy probable que esa haya sido la pregunta que él le hizo a la poeta muchas veces, al percatarse de que su hija “padecía” un probable antifascismo femenino, a través de su papel durante la Guerra Civil Española. “María Luisa, ¿qué está pasando aquí?”.
Sin embargo, a pesar de su osadía en la prensa y en la guerra, hubo una ofensa que ella, como hija, quiso ahorrarle a su querido viejo. Se percató de que él nunca se diera cuenta de que varios de los tangos que sonaron y aún suenan en la Argentina eran compuestos por ella. Incluso “Pa’l cambalache”, cantado por el ícono mundial Carlos Gardel.
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