Marvel Moreno y la sexualidad como sinónimo de libertad
En ‘El Encuentro y otros relatos’, al igual que en otras obras de la autora barranquillera, viven personajes que subvierten las normas sociales en cuanto a la intimidad.
Daniela Cristancho Serrano
Hace poco descubrí, reorganizando la biblioteca de la casa, un tesoro: El encuentro y otros relatos, un libro de cuentos de Marvel Moreno. Con curiosidad observé la ilustración de la portada, un dibujo de Pablo Picasso, de aquella primera edición, de 1992. Ojeé el contenido, un total de once cuentos que, al sumergirme en ellos, me despertaron la misma reflexión que tuve al leer El tiempo de las Amazonas hace unos años: la forma como la autora construye personajes que al rededor de la subversión sexual y la libertad que esta implica.
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Hace poco descubrí, reorganizando la biblioteca de la casa, un tesoro: El encuentro y otros relatos, un libro de cuentos de Marvel Moreno. Con curiosidad observé la ilustración de la portada, un dibujo de Pablo Picasso, de aquella primera edición, de 1992. Ojeé el contenido, un total de once cuentos que, al sumergirme en ellos, me despertaron la misma reflexión que tuve al leer El tiempo de las Amazonas hace unos años: la forma como la autora construye personajes que al rededor de la subversión sexual y la libertad que esta implica.
Ya lo había pensado con los personajes de la novela póstuma de Moreno: Gaby, Virginia e Isabel, tres primas que viven en el París de los años setenta y que exploran los límites del deseo y las relaciones de pareja. Sobre todo en la figura de Gaby se hace evidente el interés por cuestionar el orden moral característico de los vínculos amorosos. Gaby y Luis, su esposo, prometen amarse como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Así rompen con la monogamia que impone el matrimonio y deciden amar a otros, tratando de siempre privilegiar la relación que tienen entre ellos. Pero la idea de la subversión sexual también se nota en personajes secundarios, como Malta, una mujer que, en muchas escenas, se muestra más como un objeto erótico. “Raúl Pérez no lograba calmar su enojo. La amante de Luis, Malta, le habían dicho que se llamaba, se comportaba como si buscara atraer la atención de los automovilistas del Bois de Boulogne. Con el descote hasta el ombligo y las piernas abiertas se parecía a las protagonistas de las películas pornográficas. [...] Las mujeres así se llevaban a un hotel a escondidas, en lugar de exhibirlas y acariciarlas en público”, se lee en la novela.
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La idea regresó al leer, por primera vez, los cuentos de Moreno, llenos de personajes que, con desparpajo, violan las reglas sociales, morales o espirituales relacionadas con la sexualidad. En Una taza de té en Augsburgo, el cuento que inaugura el libro, la protagonista Miranda Castro es una hermosa mujer que le encantaba “vencer el pudor” y que, al reconocerse como lesbiana, opta por el modelaje como carrera profesional. “Había cumplido veinte años y tenía conciencia de ser lesbiana. Siempre había ocultado esa particularidad para no chocar a su padre ni darles motivos de crítica a quienes reprochaban a Lucio Castro el haberla adoptado. Volverse maniquí acariciaba su narcisismo y le ofrecía un terreno de caza ideal. Le gustaban las mujeres, pero no podía establecer con ellas ninguna relación afectiva”. Y aunque Castro no tiene la fortaleza de asumir su sexualidad a lo largo del relato y prefiere resguardarse en los brazos de un profesor de la Universidad de Massachusetts, el que ella pueda identificarse como una mujer homosexual, en su intimidad, en la época en la que se desarrolla el cuento constituye un acto subversivo.
Pero quizás el personaje que hace lo propio de la forma más obvia en El encuentro y otros relatos es Ana Victoria, la figura principal del cuento La peregrina. Esta última palabra, de por sí, ya tiene raíces ligadas con la libertad. De acuerdo con Antonio Ortega Carrillo de Albornoz, se le llamaba peregrinos a aquellos “hombres libres que habitaban dentro de los límites del Imperio romano, sin ser ciudadanos en sentido estricto”. En la historia de Moreno, la peregrina es una mujer ninfómana, que vive su sexualidad ignorando por completo las normas que le trata de imponer su madre, profundamente religiosa, y las expectativas sociales propias de la alta clase a la que pertenecen. Ana Victoria gozaba de nueve o diez aventuras por día y le daba poca o ninguna importancia a la apariencia física o el origen social de sus parejas, le bastaba con que fueran hombres “capaces de amarla sin agresividad ni miedo”.
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A Ana Victoria la tiene sin cuidado que la sociedad y su familia esperen que ella sea una mujer recatada y frígida. Tiene un único acto aparentemente convencional: se casa y tiene dos hijos. Sin embargo, al igual que Gaby en El tiempo de las Amazonas su matrimonio no implica un contrato de exclusividad. “Cuando [Juan Miguel] se enamoró de Ana Victoria y ella le contó la verdad le pareció divertido. A él le fascinaban las Amazonas, le dijo, pero como había un juramento de por medio, lo mejor era casarse cuanto antes y que la fiesta continuara [...] Fue una madre buena y, de no ser por sus amantes, habría podido ser una buena esposa. De todos modos su marido no le pedía fidelidad, sino que estuviera disponible cuando él la deseara. Juan Miguel y ella aprendieron a conocerse y a respetarse y con el tiempo se convirtieron en los mejores amigos del mundo”.
Y es esto último lo que más subversivo encuentro, más allá de que Moreno construya personajes que son abiertamente homosexuales en una época donde esto los condenaba socialmente o ninfómanos en un contexto donde la religión coopta cada espacio, es la libertad que tienen muchos de ellos para formar sus propias reglas en lo que respecta a sus vínculos sexo afectivos. Coincido con Álex Arturo Osorio Ramírez cuando analiza los cuentos de la autora barranquillera y concluye que “la sexualidad y el erotismo como tal, deben contribuir a la liberación tanto de hombres y mujeres como a posibilitarles el encuentro consigo mismos”.
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