Mary Grueso: “Las enseñanzas y el cariño de los abuelos nunca se olvidan”
Nueva entrega de nuestro especial “Fuera del papel”. Esta vez, hablamos con Mary Grueso, que publicó el libro “Agüela, se fue la nuna” (Panamericana), sobre el rol de los abuelos en nuestra infancia.
Andrés Osorio Guillott
Mary Grueso aún se sabe de memoria los versos que dicen: “Hace tiempo se fue la primavera... / ¡Llegó el invierno, fúnebre y sombrío! / Ave fue nuestro amor, ave viajera, / ¡y las aves se van cuando hace frío!”. Es un poema que se llama “A solas”, de Ismael Enrique Arciniegas. Lo recuerda porque letras como esas las declamaba Eustaquia Romero, su mamá, mientras cocía, cocinaba o realizaba cualquier oficio en su hogar. Si me lo preguntan, la poesía es eso que se va forjando en el brillo de los ojos de una niña como la que fue Mary viendo a su madre declamar en medio de las actividades más cotidianas. Ahí nacen el asombro y la inquietud por el mundo.
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Mary Grueso aún se sabe de memoria los versos que dicen: “Hace tiempo se fue la primavera... / ¡Llegó el invierno, fúnebre y sombrío! / Ave fue nuestro amor, ave viajera, / ¡y las aves se van cuando hace frío!”. Es un poema que se llama “A solas”, de Ismael Enrique Arciniegas. Lo recuerda porque letras como esas las declamaba Eustaquia Romero, su mamá, mientras cocía, cocinaba o realizaba cualquier oficio en su hogar. Si me lo preguntan, la poesía es eso que se va forjando en el brillo de los ojos de una niña como la que fue Mary viendo a su madre declamar en medio de las actividades más cotidianas. Ahí nacen el asombro y la inquietud por el mundo.
Pero la literatura no solo llegó a Grueso por su mamá, sino también por su papá, don Wilfrido Grueso, que era un narrador de cuentos. La gente de su barrio se reunía para escuchar los relatos de su padre. Cobija, almohada y total disposición para sumergirse en esas historias que muchos no terminaban de escuchar porque con el paso de los minutos se quedaban dormidos.
Mary Grueso recuerda también “el don de la palabra” de Quintiliano y Julio Romero, tíos por parte de su mamá. La oralidad que ella tanto quiere defender y rescatar como un rasgo identitario de las comunidades del Pacífico colombiano, la entendió precisamente heredándola de su familia.
Muchas veces es el duelo el que nos conduce a buscar con cierto desespero un lugar para el desahogo, para intentar tapar el vacío que queda en un espacio tan profundo en el pecho que no sabemos bien dónde queda, pero sabemos que ahí está porque se escucha el eco de quien se fue. Y en el caso de Mary Grueso fue la muerte de su esposo la que provocó que ella tomara un lápiz y un papel, y se sentara a escribir para entender la dimensión y el alcance de todo lo que estaba sintiendo.
“Sonríe”, eso fue lo último que su esposo le dijo, y fue lo último que él hizo. Al parecer le ha hecho caso hasta hoy, porque cada respuesta y cada poema que declama va acompañando de una sonrisa tan dulce como una cocada de yuto. “Yo no encontraba salida. Vino la letra a mí, vino la poesía. Yo me levantaba por la noche a escribir lo que sentía, los momentos que habíamos pasado juntos, los de dificultades, todo. Fue una forma de sanación”, cuenta Grueso”.
Agüela, se fue la nuna (Panamericana) es una de las novedades de esta edición de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. No conmoverse quizás es imposible, sobre todo si, como a uno de los personajes, a nosotros también nos tocaron unos abuelos que nos alimentaron la imaginación y edificaron ese vasto edificio de una infancia alegre gracias a ellos.
Este libro es un homenaje a esa imaginación y esa nobleza de la mirada de niño, pero también al cuidado y al amor particular de los abuelos, de manera que sobre esto último hablamos con Mary Grueso en esta nueva entrega de Fuera del papel.
Usted habla de la importancia de la tradición oral. ¿Eso tiene que ver con la abuela, uno de los personajes de este libro?
Todo está relacionado. En nuestras comunidades, la abuela tiene un papel fundamental y preponderante. “Usted tenga su hijo que aquí se cría. No le ponga cuidado si el hombre no se hace cargo”, nos decían antes. No importaba que esos hijos no tuvieran un papá que se hiciera cargo porque los abuelos se encargarían de ayudarnos a criarlo. Entonces, la abuela para mí es fundamental porque en mis comunidades los padres de uno se hacen cargo, si así lo amerita la circunstancia de los nietos. Yo vivía en Buenaventura y mis papás vivían en Zarzal. Y mis hijos no veían la hora de salir de vacaciones para correr a donde los abuelos.
¿Qué piensa usted de la sabiduría que otorga la vejez?
La sabiduría viene a través del tiempo. En nuestro caso, esa sabiduría se va entregando por medio de la oralidad. Mi mamá me enseñó a cocinar el arroz a través de la palabra hablada. Yo actualmente no sé medir cuánta agua le debo echar al arroz, siempre tengo que hacerlo con las pulgadas que ella me dijo que debía tener en cuenta.
¿Por qué puede ser importante para un niño la figura de sus abuelos?
Los abuelos ya corrieron bastante, ya están cumpliendo su ciclo, ya criaron, y los nietos llegan a sucederlos. Las enseñanzas de los abuelos no se olvidan, el cariño tampoco. Es un lazo que no se puede desprender. Aunque son muy alcahuetas, terminan enseñando lo básico, que son los valores. Hay que enseñar primero sobre el amor, y eso lo enseña ese vínculo.
Hablemos de la ternura en ese vínculo, en este caso de un niño explicándole a la abuela que la luna se fue porque ya no la ve reflejada en el agua…
El agua es el espejo de la luna. La abuela en el cuento busca una respuesta salomónica. Los abuelos tenemos que buscarles una salida a las preguntas de los nietos, hay que enseñarles a mar, porque así van a tener en cuenta las enseñanzas de la abuela y no van a cometer errores que la hagan sufrir a ella. En nuestras comunidades tenemos desde la primera infancia la música, y ella sigue siendo importante, por eso también aparece en el libro cuando se habla de arrullo, de currulao, y la canción termina con un poema, que es también fundamental en el proceso de enseñanza.
¿Cómo es su relación con la vejez?
Yo me miro y digo: “No friegue, ¿cómo cambia uno así?”. Yo tenía 1,70 de estatura, 60 de cintura, 92 de busto y 112 de cadera. Tenía un tremendo cuerpo y unos ojos claros, pero ahora ya ni ojos claros. Mi cintura, mejor dicho, mi cadera, ya no, ya el metro ni alcanza. Soy consciente de eso y me da mucha risa. No me asusto, no me preocupo. Creo que ya he caminado y he dejado huellas en mi paso por la tierra. No me gustaría sufrir esas enfermedades que lo dejan a uno inválido. Me gustaría un paro cardíaco que me arregle el problema rapidito.
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Mary Grueso afirma que siempre que termina una entrevista le gusta regalar un poema. Y este fue el que nos dejó: “Anoche estuve pensando cómo agarrar una estrella para dársela a mi madre, y que se vista con ella. Luego salió la luna con su vestido de plata, y entonces estuve pensando que mejor le regalo plata. Pero mejor le pregunto a ella de qué se quiere vestir, si de oro, o de plata, o del amor que hay en mí”.
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