Noticias

Últimas Noticias

    Política

    Judicial

      Economía

      Mundo

      Bogotá

        Entretenimiento

        Deportes

        Colombia

        El Magazín Cultural

        Salud

          Ambiente

          Investigación

            Educación

              Ciencia

                Género y Diversidad

                Tecnología

                Actualidad

                  Reportajes

                    Historias visuales

                      Colecciones

                        Podcast

                          Cromos

                          Vea

                          Opinión

                          Opinión

                            Editorial

                              Columnistas

                                Caricaturistas

                                  Lectores

                                  Blogs

                                    Suscriptores

                                    Suscriptores

                                      Beneficios

                                        Tus artículos guardados

                                          Somos El Espectador

                                            Estilo de vida

                                            La Red Zoocial

                                            Gastronomía y Recetas

                                              La Huerta

                                                Moda e Industria

                                                  Tarot de Mavé

                                                    Autos

                                                      Juegos

                                                        Pasatiempos

                                                          Horóscopo

                                                            Música

                                                              Turismo

                                                                Marcas EE

                                                                Colombia + 20

                                                                BIBO

                                                                  Responsabilidad Social

                                                                  Justicia Inclusiva

                                                                    Desaparecidos

                                                                      EE Play

                                                                      EE play

                                                                        En Vivo

                                                                          La Pulla

                                                                            Documentales

                                                                              Opinión

                                                                                Las igualadas

                                                                                  Redacción al Desnudo

                                                                                    Colombia +20

                                                                                      Destacados

                                                                                        BIBO

                                                                                          La Red Zoocial

                                                                                            ZonaZ

                                                                                              Centro de Ayuda

                                                                                                Newsletters
                                                                                                Servicios

                                                                                                Servicios

                                                                                                  Descuentos

                                                                                                    Idiomas

                                                                                                    EE ADS

                                                                                                      Cursos y programas

                                                                                                        Más

                                                                                                        Blogs

                                                                                                          Especiales

                                                                                                            Descarga la App

                                                                                                              Edición Impresa

                                                                                                                Suscripción

                                                                                                                  Eventos

                                                                                                                    Foros El Espectador

                                                                                                                      Pauta con nosotros en EE

                                                                                                                        Pauta con nosotros en Cromos

                                                                                                                          Pauta con nosotros en Vea

                                                                                                                            Avisos judiciales

                                                                                                                              Preguntas Frecuentes

                                                                                                                                Contenido Patrocinado
                                                                                                                                25 de febrero de 2023 - 03:00 p. m.

                                                                                                                                Memento Mori (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                                Dijo que el cementerio era el único lugar en el que podía descansar su cabeza. Allí nadie la juzgaba, ni trataba de adoctrinarla sobre cómo ser una niña buena de la alta sociedad destinada a casarse con un igual. “Prefiero la muerte”, me dijo, con unos ojos cristalinos.

                                                                                                                                Jimmy Arias

                                                                                                                                Citas planeadas sin planear en un cementerio, bajo una efigie con la leyenda “Memento mori”: ““Recuerda que morirás”.
                                                                                                                                Foto: Canva
                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                Vistos en retrospectiva, fuimos la colisión de dos clichés. Yo, el adolescente raro, enjuto y taciturno, que prefería pasarse las vacaciones de verano deambulando por el cementerio de su pueblo, y ella, la niña problema de una familia acomodada, y rebelde sin causa, con lances de gótica.

                                                                                                                                Moira era pálida y delgada, de pelo muy negro y enormes ojos verdes. Si no fuera porque nos veíamos siempre a las 2 PM, cualquiera la hubiera tomado por una aparición más del camposanto. Además, siempre iba de negro. Jeans y chaqueta negra, o jeans negros y suéter gris oscuro. El máximo derroche de color que le vi lucir fue una hebillita verde (verde oscuro) que un día usó para evitar un mechón de cabello que siempre se le posaba, estratégicamente, sobre el ojo izquierdo, dándole un aire de picardía. Me recordaba una de esas muñequitas manga.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                Hasta su nombre sonaba a criatura mitológica, a perdición y deseo, a alucine y a puñal de negro terciopelo.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Las nuestras fueron citas planeadas sin planear, es decir, sabíamos que habríamos de acudir al sitio de siempre, a la misma hora, y que, invariablemente, nos veríamos, pero ninguno de los dos se atrevía a disparar un ‘mañana nos vemos’ o un ‘hasta mañana’.

                                                                                                                                Le recomendamos: Mi manta negra (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                                Pero ahí estábamos, charlando hasta que el reloj marcaba las 6 PM, hora en la cual Abelardo, el velador del cementerio, cerraba la entrada principal del mismo. Y, justamente, Abelardo era el único testigo de nuestros remedos de cita, con su caminar cansino y alguna herramienta al hombro, mirándonos de reojo, comprobando, a lo mejor, que no hubiéramos profanado alguna tumba o nos manoseáramos dentro del mausoleo de la Familia Kirstein-Velasco, nuestro favorito.

                                                                                                                                Y, la verdad, imposible pensar en un mejor escenario para el encontronazo de nuestras existencias: una mole enorme, de granito gris, que coronaba una efigie de la muerte, encapotada, y blandiendo su guadaña puntiaguda. Debajo, para rematar, la leyenda “Memento mori”: “Recuerda que morirás”. Perfecto. Otro cliché, otro guiño alcahueta y burlón del destino.

                                                                                                                                A mí, lo que más me gustaba de esa imagen era el fondo de la capucha de la Parca, que nunca se lograba ver por completo, por mucho que me empinara, como si el artesano hubiese querido plasmar la eternidad misma. Y así, alelado en los ojos inexistentes de la calaca, me sorprendió Moira, susurrándome al oído: “impresionante, ¿no?”. Claro, el susto fue mayúsculo y caí de culo en el suelo, de piedrecitas sueltas y tierra polvorienta.

                                                                                                                                Read more!
                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                Moira, fiel a su persona, solo sonrió satisfecha, y me tendió una de sus manitas de porcelana, para ayudarme a incorporar, completamente ruborizado por la vergüenza y anonadado por semejante espanto aparición.

                                                                                                                                —¿Estás bien?

                                                                                                                                —Sí, no te preocupes—, le respondí, carraspeando y limpiándome la tierra del pantalón.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Aquella primera vez hablamos de lo lógico: ¿por qué diablos un par de adolescentes estaba en un panteón a media tarde, como si se tratara de un parque cualquiera? ¿No les molestaban los ocasionales mosquitos, o la soledad o el silencio aplastante o incluso una que otra vaharada apestosa de carne en descomposición? ¿Por qué no, más bien, se iban al cine? Y admito que acaricié la idea alguna vez, pero la deseché de inmediato ante el temor de que rompiera algo de la frágil estructura de lo que fueran nuestros esporádicos encuentros.

                                                                                                                                Le podría interesar: Saldrá una colección de clásicos de Roald Dahl junto a la versión editada

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Dijo que el cementerio era el único lugar en el que podía descansar su cabeza. Allí nadie la juzgaba, ni trataba de adoctrinarla sobre cómo ser una niña buena de la alta sociedad destinada a casarse con un igual, preferiblemente terrateniente o político, o una nauseabunda mezcla de los dos. “Prefiero la muerte”, me dijo, con unos ojos cristalinos.

                                                                                                                                Entre tanto, yo huía del mal humor de mi madre, cabeza de familia, con tres polluelos por alimentar y sin trabajo fijo. Era el panteón o el manicomio. Tristemente literal en cualquiera de nuestros casos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                A Moira, además del cine de horror y de la música de Bauhaus o Joy Division (que en aquel entonces yo no tenía idea de quienes eran o como sonaban), le fascinaba correr en ropa interior, bajo la lluvia; la Coca Cola, tan fresca y fría, que la hiciera lagrimear, y ponerse siempre los mismos Adidas negros. Según me confesó, su terapia permanente era horadar, con el dedo gordo de su pie derecho, un agujerito que se había constituido en su único calmante contra la ansiedad. “Mejor que el Xanax”, aseguró. No obstante, también solía robarse los ansiolíticos y las pastillas para dormir de su mamá para vendérselos a sus amigas de la escuela.

                                                                                                                                Mi extremo máximo había sido robarme un par de gallinas en un pueblo cercano, para ayudarle en algo a mi mamá. ¿Así o más patéticos? ¿Así o más diferentes?

                                                                                                                                Solo una vez nos tocamos. Y aún hoy, 20 años después, siento en la piel el yerto hormigueo que me causaron sus deditos en torno a mi antebrazo. La piel se me erizó, un rayo de hielo me atravesó el pecho, y hasta di un respingo, pobre idiota, y ella, de inmediato, me soltó.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Le sugerimos: Palmar: el nuevo festival que florece en la sucursal del cielo

                                                                                                                                Ya no sé si sucedió durante mis vacaciones escolares del 86 o del 87 o del 89. Igual, ya no importa. Lo único que cuenta es que tuve la fortuna de que Moira me dejara una huella mucho más allá de los terrenos de la memoria. No temo exagerar. Moira estaba hecha del mismo material de los sueños, como dicen. Hecha de las mismas gazas engañosas de la nostalgia y el delirio.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Después de cada encuentro, siempre volvía a mi realidad tercermundista con la firme convicción de que había sido el último. Para qué hacerse ilusiones. Y, en efecto, una tarde cualquiera, Moira desapareció para siempre. Esperé y esperé, aguanté y aguanté, hasta las 6:10 PM. Hasta que Abelardo me devolvió, de un solo puntapié, al reino de lo tangible.

                                                                                                                                —Oiga joven, ya el cementerio cerró, necesito que se vaya.

                                                                                                                                —Sí, claro, disculpe una pregunta. No ha visto hoy a la niña con la que siempre charlamos aquí…

                                                                                                                                —¿Cuál niña? Usted siempre está aquí hablando solo, y pues yo no lo molesto porque me da pesar, ¿sí me entiende?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Y no me queda de otra que sentarme en uno de los escalones del mausoleo de los Kirstein-Velasco. Sorpresa, miedo, terror… tristeza. Todas, y tal vez ninguna, porque, de inmediato, Abelardo se transforma en una burbuja, de carne carcajeante, vestida de overol azul mugriento.

                                                                                                                                —Tranquilo, no se ponga pálido, respire. Ja, ja, ja. La niña Moira se fue del país con su familia, dicen que al papá lo iban a secuestrar. Ya sabe, la historia de siempre.

                                                                                                                                Si la sangre ya hubiera renovado su cauce por mi cuerpo púber habría molido a golpes al maldito sepulturero. Pero el mazazo en el corazón aún me mantenía petrificado, como otra efigie de granito a los pies de la muerte encapuchada.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                —La cara que puso joven. Ja, ja, ja. Vea, tómesela suave, que eso igual no iba para ningún lado. Ya sabe, la gente rica es mejor de lejitos. Uno no debe mirar tan alto. Ja, ja, ja. Haga como yo, que me conformé con la tierra, y lo que debajo se esconde.

                                                                                                                                Y quizá tenía razón el imbécil de Abelardo. Pero hay cuchilladas que bien vale la pena acariciar. Quimeras a las cuales vale la pena seguir adorando, aunque el tiempo y la razón opinen lo contrario.

                                                                                                                                Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

                                                                                                                                Citas planeadas sin planear en un cementerio, bajo una efigie con la leyenda “Memento mori”: ““Recuerda que morirás”.
                                                                                                                                Foto: Canva
                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                Vistos en retrospectiva, fuimos la colisión de dos clichés. Yo, el adolescente raro, enjuto y taciturno, que prefería pasarse las vacaciones de verano deambulando por el cementerio de su pueblo, y ella, la niña problema de una familia acomodada, y rebelde sin causa, con lances de gótica.

                                                                                                                                Moira era pálida y delgada, de pelo muy negro y enormes ojos verdes. Si no fuera porque nos veíamos siempre a las 2 PM, cualquiera la hubiera tomado por una aparición más del camposanto. Además, siempre iba de negro. Jeans y chaqueta negra, o jeans negros y suéter gris oscuro. El máximo derroche de color que le vi lucir fue una hebillita verde (verde oscuro) que un día usó para evitar un mechón de cabello que siempre se le posaba, estratégicamente, sobre el ojo izquierdo, dándole un aire de picardía. Me recordaba una de esas muñequitas manga.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                Hasta su nombre sonaba a criatura mitológica, a perdición y deseo, a alucine y a puñal de negro terciopelo.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Las nuestras fueron citas planeadas sin planear, es decir, sabíamos que habríamos de acudir al sitio de siempre, a la misma hora, y que, invariablemente, nos veríamos, pero ninguno de los dos se atrevía a disparar un ‘mañana nos vemos’ o un ‘hasta mañana’.

                                                                                                                                Le recomendamos: Mi manta negra (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                                Pero ahí estábamos, charlando hasta que el reloj marcaba las 6 PM, hora en la cual Abelardo, el velador del cementerio, cerraba la entrada principal del mismo. Y, justamente, Abelardo era el único testigo de nuestros remedos de cita, con su caminar cansino y alguna herramienta al hombro, mirándonos de reojo, comprobando, a lo mejor, que no hubiéramos profanado alguna tumba o nos manoseáramos dentro del mausoleo de la Familia Kirstein-Velasco, nuestro favorito.

                                                                                                                                Y, la verdad, imposible pensar en un mejor escenario para el encontronazo de nuestras existencias: una mole enorme, de granito gris, que coronaba una efigie de la muerte, encapotada, y blandiendo su guadaña puntiaguda. Debajo, para rematar, la leyenda “Memento mori”: “Recuerda que morirás”. Perfecto. Otro cliché, otro guiño alcahueta y burlón del destino.

                                                                                                                                A mí, lo que más me gustaba de esa imagen era el fondo de la capucha de la Parca, que nunca se lograba ver por completo, por mucho que me empinara, como si el artesano hubiese querido plasmar la eternidad misma. Y así, alelado en los ojos inexistentes de la calaca, me sorprendió Moira, susurrándome al oído: “impresionante, ¿no?”. Claro, el susto fue mayúsculo y caí de culo en el suelo, de piedrecitas sueltas y tierra polvorienta.

                                                                                                                                Read more!
                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                Moira, fiel a su persona, solo sonrió satisfecha, y me tendió una de sus manitas de porcelana, para ayudarme a incorporar, completamente ruborizado por la vergüenza y anonadado por semejante espanto aparición.

                                                                                                                                —¿Estás bien?

                                                                                                                                —Sí, no te preocupes—, le respondí, carraspeando y limpiándome la tierra del pantalón.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Aquella primera vez hablamos de lo lógico: ¿por qué diablos un par de adolescentes estaba en un panteón a media tarde, como si se tratara de un parque cualquiera? ¿No les molestaban los ocasionales mosquitos, o la soledad o el silencio aplastante o incluso una que otra vaharada apestosa de carne en descomposición? ¿Por qué no, más bien, se iban al cine? Y admito que acaricié la idea alguna vez, pero la deseché de inmediato ante el temor de que rompiera algo de la frágil estructura de lo que fueran nuestros esporádicos encuentros.

                                                                                                                                Le podría interesar: Saldrá una colección de clásicos de Roald Dahl junto a la versión editada

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Dijo que el cementerio era el único lugar en el que podía descansar su cabeza. Allí nadie la juzgaba, ni trataba de adoctrinarla sobre cómo ser una niña buena de la alta sociedad destinada a casarse con un igual, preferiblemente terrateniente o político, o una nauseabunda mezcla de los dos. “Prefiero la muerte”, me dijo, con unos ojos cristalinos.

                                                                                                                                Entre tanto, yo huía del mal humor de mi madre, cabeza de familia, con tres polluelos por alimentar y sin trabajo fijo. Era el panteón o el manicomio. Tristemente literal en cualquiera de nuestros casos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                A Moira, además del cine de horror y de la música de Bauhaus o Joy Division (que en aquel entonces yo no tenía idea de quienes eran o como sonaban), le fascinaba correr en ropa interior, bajo la lluvia; la Coca Cola, tan fresca y fría, que la hiciera lagrimear, y ponerse siempre los mismos Adidas negros. Según me confesó, su terapia permanente era horadar, con el dedo gordo de su pie derecho, un agujerito que se había constituido en su único calmante contra la ansiedad. “Mejor que el Xanax”, aseguró. No obstante, también solía robarse los ansiolíticos y las pastillas para dormir de su mamá para vendérselos a sus amigas de la escuela.

                                                                                                                                Mi extremo máximo había sido robarme un par de gallinas en un pueblo cercano, para ayudarle en algo a mi mamá. ¿Así o más patéticos? ¿Así o más diferentes?

                                                                                                                                Solo una vez nos tocamos. Y aún hoy, 20 años después, siento en la piel el yerto hormigueo que me causaron sus deditos en torno a mi antebrazo. La piel se me erizó, un rayo de hielo me atravesó el pecho, y hasta di un respingo, pobre idiota, y ella, de inmediato, me soltó.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Le sugerimos: Palmar: el nuevo festival que florece en la sucursal del cielo

                                                                                                                                Ya no sé si sucedió durante mis vacaciones escolares del 86 o del 87 o del 89. Igual, ya no importa. Lo único que cuenta es que tuve la fortuna de que Moira me dejara una huella mucho más allá de los terrenos de la memoria. No temo exagerar. Moira estaba hecha del mismo material de los sueños, como dicen. Hecha de las mismas gazas engañosas de la nostalgia y el delirio.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Después de cada encuentro, siempre volvía a mi realidad tercermundista con la firme convicción de que había sido el último. Para qué hacerse ilusiones. Y, en efecto, una tarde cualquiera, Moira desapareció para siempre. Esperé y esperé, aguanté y aguanté, hasta las 6:10 PM. Hasta que Abelardo me devolvió, de un solo puntapié, al reino de lo tangible.

                                                                                                                                —Oiga joven, ya el cementerio cerró, necesito que se vaya.

                                                                                                                                —Sí, claro, disculpe una pregunta. No ha visto hoy a la niña con la que siempre charlamos aquí…

                                                                                                                                —¿Cuál niña? Usted siempre está aquí hablando solo, y pues yo no lo molesto porque me da pesar, ¿sí me entiende?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Y no me queda de otra que sentarme en uno de los escalones del mausoleo de los Kirstein-Velasco. Sorpresa, miedo, terror… tristeza. Todas, y tal vez ninguna, porque, de inmediato, Abelardo se transforma en una burbuja, de carne carcajeante, vestida de overol azul mugriento.

                                                                                                                                —Tranquilo, no se ponga pálido, respire. Ja, ja, ja. La niña Moira se fue del país con su familia, dicen que al papá lo iban a secuestrar. Ya sabe, la historia de siempre.

                                                                                                                                Si la sangre ya hubiera renovado su cauce por mi cuerpo púber habría molido a golpes al maldito sepulturero. Pero el mazazo en el corazón aún me mantenía petrificado, como otra efigie de granito a los pies de la muerte encapuchada.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                —La cara que puso joven. Ja, ja, ja. Vea, tómesela suave, que eso igual no iba para ningún lado. Ya sabe, la gente rica es mejor de lejitos. Uno no debe mirar tan alto. Ja, ja, ja. Haga como yo, que me conformé con la tierra, y lo que debajo se esconde.

                                                                                                                                Y quizá tenía razón el imbécil de Abelardo. Pero hay cuchilladas que bien vale la pena acariciar. Quimeras a las cuales vale la pena seguir adorando, aunque el tiempo y la razón opinen lo contrario.

                                                                                                                                Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

                                                                                                                                Por Jimmy Arias

                                                                                                                                Ver todas las noticias
                                                                                                                                Read more!
                                                                                                                                Read more!
                                                                                                                                Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
                                                                                                                                Aceptar