Miguel Hernández y la poesía “para la libertad”
Este mes se cumplen 111 años del natalicio de Miguel Hernández, poeta perseguido por el franquismo, quien escribió que “para la libertad sangro, lucho, pervivo”. Presentamos un ensayo sobre Cancionero y romancero de ausencias, el poemario que escribió en donde pasó sus últimos años de vida: la prisión de Alicante.
María Paula Lizarazo
El 30 de octubre de 1910, nacía en Orihuela el tercer hijo del matrimonio de Miguel Hernández Sánchez y Concepción Gilabert Giner. Nombrado como su padre, Miguel Hernández Gilabert creció entre realidades precarias de la España de comienzos de siglo. Su familia vivía, o intentaba vivir, de la cría de ganado.
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El 30 de octubre de 1910, nacía en Orihuela el tercer hijo del matrimonio de Miguel Hernández Sánchez y Concepción Gilabert Giner. Nombrado como su padre, Miguel Hernández Gilabert creció entre realidades precarias de la España de comienzos de siglo. Su familia vivía, o intentaba vivir, de la cría de ganado.
Cuando cumplió nueve años, comenzó su educación formal en las Escuelas del Ave María, suscritas al Colegio de Santo Domingo. Pero a los 15 años, por la escasez económica, su padre le exigió dejar los estudios y ayudar con el oficio del pastoreo. Desde entonces, Miguel Hernández comenzó una formación autodidacta en la tradición literaria. Pasaba jornadas enteras a la intemperie, cuidando el ganado, leyendo a Virgilio, Paul Verlaine y San Juan de la Cruz, también escribiendo poemas sueltos. Con el tiempo se integró a la tertulia literaria de Orihuela, celebrada en una panadería de la ciudad; allí se hizo amigo de Ramón Sijé, a quien años más tarde le dedicaría su poema “Elegía a Ramón Sijé”.
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En 1931 viaja por primera vez a Madrid, en donde conoce y se vuelve amigo de Federico García Lorca, Carmen Conde y Pablo Neruda. Se aproxima también a la lectura de la tradición del Siglo de Oro español y, en cuanto a su escritura, se inscribe en la tradición gongorina, emparentándose con el resto de poetas de la Generación del 27. Hacia 1934 se instala del todo en Madrid como redactor de prensa y luego pasa a trabajar en el proyecto de solidaridad cultural Misiones Pedagógicas, junto a María Zambrano, Luis Cernuda, entre otros.
En La canonización del diablo: Baudelaire y la estética moderna en España, de Luis T. González del Valle, se presenta que a finales del siglo XIX y comienzos del XX, la literatura española estuvo aparentemente aislada del resto de emergencias poéticas occidentales. No obstante, para González del Valle, Baudelaire influenció en la Generación del 98, pues percibe una suerte de conciencia moderna por parte de los poetas modernistas, con miras a la crisis social y estética que el avasallamiento de la máquina de la modernidad implicó en la vida del ser humano y en la situación de España en concreto. Esta lectura baudelairiana pervive hasta la Generación del 27.
Hacia 1939 empezaría la errancia de Miguel Hernández por varias prisiones hasta su muerte, a los 32 años.
Tenía 29 años y ya había publicado los poemarios Perito en luna, El rayo que no cesa y Viento del pueblo, y las obras teatrales Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras, El torero más valiente, Los hijos de la piedra, El labrador de más aire y Teatro en guerra. Intentaba entrar a Portugal, pero al no tener papeles las autoridades migratorias lo detuvieron: “Por pasar de España a Portugal sin autorización”. Resulta que cuando estaba próximo a pasar la frontera, vendió un reloj que Vicente Alexaindre la había dado como regalo de bodas. Y fue el hombre que se lo compró, quien lo acusó por cinco pesetas.
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Pasados cinco días, al enterarse de que era un perseguido de Franco, los portugueses lo regresaron a España.
En esos últimos años de prisión y enfermedad escribió su Cancionero y romancero de ausencias, que se publicaría póstumamente. Algunos críticos han encontrado en el poemario tres aspectos transversales relacionados con la biografía del poeta: la residencia de Miguel Hernández en Madrid, la Guerra civil y su abandono del dogma católico.
En El mundo, el texto y el crítico (1982), Edward Said define el concepto de mundaneidad como un acontecimiento. Dicho de otro modo, para Said, las obras literarias surgen como un acontecimiento, es decir, están inscritas en ciertos contextos -sociales, políticos, artísticos (la tradición, incluso)- en medio de los cuales emergen; pero estos acontecimientos, al ser reconocidos o recibidos en tales contextos, se ven de una u otra forma afectados o transformados pues a estos se exponen: “los textos son mundanos, son hasta cierto punto acontecimientos, e incluso cuando parecen negarlo, son parte del mundo social, de la vida humana y, por supuesto, de momentos históricos en los que se sitúan y se interpretan” (15).
Siguiendo este sentido, la crítica que ha significado a Miguel Hernández como un poeta panfletario de la Guerra civil española o que lo ha reducido a su dialogismo con los poetas del Siglo de Oro, “se ha apartado de su público constitutivo, los ciudadanos de la ciudad moderna [...]. [Desarrollando] toda una jerga preciosista, y sus formidables complejidades oscurecen las realidades sociales que, por extraño que pueda parecer, favorecen un academicismo de modos de excelencia muy alejado de la vida cotidiana” (Said).
Contando con la mundaneidad propuesta por Said, para trasladarnos a Cancionero y romancero de ausencias, es pertinente agregar cómo Baudelaire concibió la noción de poeta moderno. Si bien se interrelaciona con el sobrepaso de la ciudad moderna sobre los individuos, “la crítica acepta que la imaginación de muchos escritores modernos se nutre de las diversas imágenes proyectadas por la ciudad moderna y de los variados personajes que en ella pululan [...] es decir, el artista moderno, a través del estímulo urbano, consigue acceder a una realidad superior” (González del Valle 38). Por esta conceptualización cabe añadir lo que Baudelaire entendió como bohemio; en palabras de González del Valle, los bohemios son sujetos críticos, son
individuos que repudian la vida burguesa a la vez que exaltan su libertad personal y demuestran su rebeldía contra la sociedad que les rodea y en la cual ellos observan el predominio de la vulgaridad. En su individualismo y desobediencia, los bohemios se oponen a la injusticia social siguiendo pautas de conducta con claros antecedentes románticos. Con frecuencia, el mundo en que se desenvuelven los bohemios es un inframundo que refleja la pobreza económica y ética que prevalece en su vida cotidiana y los ambientes en los que se mueven: las redacciones de los periódicos y los cafés. (38)
Con esta lectura de los postulados baudelairianos es que se pretende proponer una interpelación en cuanto a la mundaneidad de la obra de Miguel Hernández, relacionando así sus experiencias vitales con el contexto socioeconómico que lo cobijó.
Miguel Hernández se ubicó como un observador de su tiempo dialogando con -es decir, adhiriendo, refutando o balanceándose- la tradición literaria española. Por ejemplo, la obra dramatúrgica Los hijos de la piedra evoca el levantamiento de los mineros asturianos de 1934, y tiene en cuenta también las jornadas del campesinado, del pastoreo, en últimas, del trabajador explotado, dando cuenta de la postura que asumió frente a los momentos sociales en los que vivía. Esta obra consta de tres actos, el primero con dos fases y los otros con tres; cada acto equivale a una estación: verano, otoño e invierno. No hay tiempo primaveral, no hay posibilidades de un renacer, por el contrario, todo va pereciendo en la degradación del paisaje, mostrando, pues, una adopción del reiterado atardecer de la tradición española.
En Cancionero y romancero de ausencias escribe sobre lejanía con su esposa Josefina Manresa y sus hijos. La poesía era lo que tenía para ofrecerles, como refleja el conocido poema “Nanas de la cebolla”, que unas décadas posteriores cantaría Joan Manuel Serrat. El poemario se ha compilado mediante la enumeración de los poemas y, más allá de la intervención externa en su proceso de edición (considerando que es un libro póstumo), hay una clara continuidad en el curso de los poemas.
Inicialmente, los poemas seis y siete podrían leerse en clave de la Guerra civil y el tópico de la muerte:
[6]
El cementerio está cerca
de donde tú y yo dormimos,
entre nopales azules;
pitas azules y niños
que gritan vívidamente
si un muerto nubla el camino.
De aquí al cementerio, todo
es azul, dorado, límpido.
Cuatro pasos, y los muertos.
Cuatro pasos, y los vivos.
Límpido, azul y dorado, se hace allí remoto el hijo.
La presencia de un yo poético que describe su intimidad, conlleva que desde dicha intimidad se posibilite la reflexión sobre un binarismo entre vida y muerte que, por lo visto, también está presente en “Toro” de Perito en Lunas, difiriendo en que ahora la poesía se construye y emerge no como una celebración en torno a este festejo sangriento inmerso en la tradición española, sino un lamento ante el escenario desolado del campo de batalla.
En el poema siete, el “yo” poético se vuelve sobre sí en un campo semántico de la muerte que lo invade y se hace enigma de su propia reflexión:
[7]
Sangre remota.
Remoto cuerpo,
dentro de todo:
dentro, muy dentro
de mis pasiones,
de mis deseos.
De otro lado, los poemas veinticuatro y veinticinco establecen una relación significativa entre el sujeto poético y el lector.
[24]
Una fotografía.
Un cartón inexpresivo,
envuelto por los meses en los rincones íntimos.
Un agua de distancia quiero beber:
gozar un fondo de fantasma.
Un cartón me conmueve.
Un cartón me acompaña.
La fotografía enunciada le permite al lector una visión breve y profunda de la situación que pretende exponer la voz poética: se trata de una situación de innegable soledad, en la que la voz poética establece una relación con “un cartón inexpresivo” que le posibilita alimentar su arte imaginativo: le permite un poema y le permite la memoria.
Tal relación entre voz poética y lector, se prolonga en el poema veinticinco, pues se presupone una escucha ante la aparente historia de quien llega con tres heridas:
[25]
Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
La historia de quien llega con las tres heridas, que “propone un diálogo en voz baja con un lector que toma asiento y se dispone a escucharlo” (dice el crítico Florentino Castro Guisasola), integra también la posibilidad de ese “yo” poético que encuentra lugar para hablar enseguida de que en el poema la enunciación ya ha exigido un escucha.
El sendero poético de Miguel Hernández, nos sugiere un poeta moderno en cuanto que pensó la realidad social que conoció, sin dejar de dialogar con la tradición literaria que le precedió. La mundaneidad en su obras se ve atravesada por las contingencias que enfrentó su subjetividad: desde el joven poeta y pobre que escribía a sol y lluvia mientras cuidaba el ganado, hasta el preso político que le canta en soledad y dolor a su esposa y su hijo.
Algunos de sus poemas son un continuo hilo que enrolla enigmas sobre la naturaleza, la vida y la muerte, lo español, la tradición literaria española; a modo de acontecimiento es como sus convicciones sociopolíticas se delatan en su obra y en su acción de vida: la relación vida - obra es entonces el tejido resultado de la época que Hernández supo leer -como igual supo leer a sus maestros de antaño, como Lope de Vega, Góngora y Quevedo-, entendiéndola también como un acontecimiento que había de surgir de lo que fuera que convocaran los tiempos precedentes.