Mircea Cartarescu: “He escrito siempre poesía como una forma de libertad”
Presentamos parte del discurso que realizó el escritor rumano al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2022.
Andrés Osorio Guillott
Mircea Cartarescu abrió el pasado 26 de noviembre la edición número 36 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara con un discurso centrado en un mundo sin poesía y sobre la crisis que esto representa para nuestro tiempo y las sociedades del presente.
El Cartarescu del presente suele ser asociado a la prosa y la novela, pero basta con escucharlo y con leerlo entre líneas para comprender que la poesía sigue presente, que no necesita ser explícita para ser transversal en su obra. Empezó con la escritura en verso, y de su arte habla reiteradamente, y la muestra más reciente es su discurso al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, y que llamó En defensa de la poesía.
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El rumano empezó así su discurso: “En su diálogo La República, Platón imagina lo que para él sería la ciudad ideal, pero que nosotros, con la desventurada experiencia de todas las sociedades utópicas puestas en prácticas desde aquella época, denominamos más bien una cárcel ideal. Era la ciudad cuyos dirigentes tenían derecho a mentir por el bien del pueblo, en la que el control sobre cada ciudadano era total y abarcaba todos los aspectos de la vida, en la que no existía el derecho a la libertad de expresión, en la que los mejores guerreros eran recompensados con las mujeres más bellas en un proceso de eugenesia social que anticipaba el nazismo. Todo ello en nombre de una sociedad inerte, paralizada, donde el individuo era tan solo una pieza indispensable en el mecanismo del estado. Todos los estados totalitarios imaginados a lo largo del tiempo han compartido algo de la pesadilla de la república de Platón.
En aquel mundo, el filósofo incluía también a los artistas, poetas y músicos, cuyo papel era celebrar el estado y a sus dirigentes. Solo se admitían, en la música, las tonalidades mayores, heroicas, optimistas, y estaba terminantemente prohibido alejarse de ellas. Una modificación del modo musical, decía Platón en una de sus páginas más asombrosas, era peligrosa porque podía provocar el vuelco del sistema social. El poder del arte no ha sido jamás expuesto con tanto recelo y espanto. Para el filósofo griego, la música no es un placer de los sentidos, tampoco puro hedonismo, sino que es una fuerza terrible, revolucionaria, que los estados deben temer”.
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Eta Hrubaru y Marian Ochoa de Eribe, que tradujeron, editaron y escribieron el prólogo del libro Poesía esencial, la antología poética de Cartarescu, señalan la influencia de la poesía norteamericana y de la Generación Beat en los versos del rumano, que ha tenido no solo en su poesía sino también en su prosa una fijación y un cuestionamiento constante por la libertad.
Cartarescu continúa su discurso diciendo: “Si la música tiene un potencial subversivo y es capaz de trastornar el orden social, la poesía es más temible aún. En la ciudad-estado platónica, los únicos poetas admitidos son los oficiales, los laureados, que cantan himnos y odas a la grandeza de la ciudad. Su partitura está estrictamente regulada, su discurso estético es uno e invariable. El poeta libre, con un discurso plural, ese que imita todas las voces de la ciudad, no encuentra hueco en el orden preestablecido. Él es llamado ante los gobernantes, que se inclinan ante él y reconocen su genio, pero le ruegan que abandone la ciudad, porque no resulta útil en ella. No son genios lo que necesita la sociedad ideal, sino conformistas. El genio es incontrolable y, por ello, subversivo. Él provoca el cambio que más temen los legisladores. Él introduce en la ciudad el desasosiego, la duda, la ironía, el sarcasmo, la sublevación, a fin de cuentas. Él expresa, como decía Kafka sobre su propio arte, la “negatividad” en un mundo de sonrisas felices dibujadas en globos. La literatura, escribía también el autor praguense, no tiene que consolar ni alegrar, sino que debe despertar las conciencias. Debe ser un hacha que rompa el hielo de la mente de las personas”.
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Dicen Hrubaru y Ochoa de Eribe: “En el poema todo construye sentido. Pero el sentido construido a través de unos medios distintos a las palabras, menos evidente en la página, constituye un espacio de libertad donde suceden las complicidades del poeta con el lector, el lugar que da cabida a la poesía. Mircea Cărtărescu es un modelo para su generación y para las que vendrán después, pero él no puede ser imitado. De él se puede aprender, sin embargo, la más poderosa lección de poesía, de escritura. La más fascinante lección de libertad y osadía para aquel que se enfrenta a un poema, a un libro de poesía. A cualquier obra de arte, al fin y al cabo”.
Una lección de libertad que Cartarescu reafirmó en su discurso: “La poesía no es entretenimiento y el poeta no es, como piensan tantos todavía, un inadaptado con la cabeza en las nubes. Incluso en las formas aparentemente inofensivas, como un soneto de amor o un poema sobre la naturaleza, la poesía resulta subversiva en los mundos sometidos a un control estricto, pues esos poemas están impregnados de libertad interior. Incluso en ellos existe el fermento de la insurrección y de la desobediencia”.
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Defender la poesía por su belleza, porque ella da también para la prosa una sensación de leer en una balsa en el que las olas suben y bajan. Defender a la poesía por ese despertar de consciencia que señala Cartarescu y que causa una sensación de epifanía cuando aborda a quien la escribe y a quien la lee. Abandonar la aureola que mencionaba Charles Baudelaire para perderle el miedo a la poesía, pero no para subestimar y olvidarla como sucede en nuestro tiempo.
“Y, sin embargo, humillada y disuelta en el tejido social, casi desaparecida como profesión y como arte, la poesía sigue siendo omnipresente y ubicua como el aire que nos envuelve. Pues, antes que una fórmula y una técnica literaria, la poesía es un modo de vida y una forma de mirar el mundo. Expulsados de nuevo de la ciudad-estado, los poetas han aprendido a luchar con las mismas armas de la civilización que los condena. Han comprendido la alegría del anonimato, la alegría de la autosuficiencia de producir textos para unos cuantos amigos, han aprendido a protegerse de la brutalidad del mundo circundante y de la vulgaridad del éxito. Nada es más discreto, más admirable y más triste, en cierto sentido, que el poeta de hoy, el último artesano en un mundo de copias sin original, como escribía Baudrillard, el último ingenuo en un mundo de arribistas.
Revolucionaria, profética y ubicua como el aire, la poesía ha iluminado también toda mi vida. No he sido nunca otra cosa que poeta. Incluso mis novelas son, de hecho, poemas. He escrito siempre poesía como una forma de libertad, de solidaridad, de empatía para con todos los hombres. He escrito en contra de las guerras y las discriminaciones de toda índole. He escrito para los que leen poesía y para los que jamás leen poesía”, concluyó Cartarescu en su discurso.
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Mircea Cartarescu abrió el pasado 26 de noviembre la edición número 36 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara con un discurso centrado en un mundo sin poesía y sobre la crisis que esto representa para nuestro tiempo y las sociedades del presente.
El Cartarescu del presente suele ser asociado a la prosa y la novela, pero basta con escucharlo y con leerlo entre líneas para comprender que la poesía sigue presente, que no necesita ser explícita para ser transversal en su obra. Empezó con la escritura en verso, y de su arte habla reiteradamente, y la muestra más reciente es su discurso al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, y que llamó En defensa de la poesía.
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En aquel mundo, el filósofo incluía también a los artistas, poetas y músicos, cuyo papel era celebrar el estado y a sus dirigentes. Solo se admitían, en la música, las tonalidades mayores, heroicas, optimistas, y estaba terminantemente prohibido alejarse de ellas. Una modificación del modo musical, decía Platón en una de sus páginas más asombrosas, era peligrosa porque podía provocar el vuelco del sistema social. El poder del arte no ha sido jamás expuesto con tanto recelo y espanto. Para el filósofo griego, la música no es un placer de los sentidos, tampoco puro hedonismo, sino que es una fuerza terrible, revolucionaria, que los estados deben temer”.
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Cartarescu continúa su discurso diciendo: “Si la música tiene un potencial subversivo y es capaz de trastornar el orden social, la poesía es más temible aún. En la ciudad-estado platónica, los únicos poetas admitidos son los oficiales, los laureados, que cantan himnos y odas a la grandeza de la ciudad. Su partitura está estrictamente regulada, su discurso estético es uno e invariable. El poeta libre, con un discurso plural, ese que imita todas las voces de la ciudad, no encuentra hueco en el orden preestablecido. Él es llamado ante los gobernantes, que se inclinan ante él y reconocen su genio, pero le ruegan que abandone la ciudad, porque no resulta útil en ella. No son genios lo que necesita la sociedad ideal, sino conformistas. El genio es incontrolable y, por ello, subversivo. Él provoca el cambio que más temen los legisladores. Él introduce en la ciudad el desasosiego, la duda, la ironía, el sarcasmo, la sublevación, a fin de cuentas. Él expresa, como decía Kafka sobre su propio arte, la “negatividad” en un mundo de sonrisas felices dibujadas en globos. La literatura, escribía también el autor praguense, no tiene que consolar ni alegrar, sino que debe despertar las conciencias. Debe ser un hacha que rompa el hielo de la mente de las personas”.
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Una lección de libertad que Cartarescu reafirmó en su discurso: “La poesía no es entretenimiento y el poeta no es, como piensan tantos todavía, un inadaptado con la cabeza en las nubes. Incluso en las formas aparentemente inofensivas, como un soneto de amor o un poema sobre la naturaleza, la poesía resulta subversiva en los mundos sometidos a un control estricto, pues esos poemas están impregnados de libertad interior. Incluso en ellos existe el fermento de la insurrección y de la desobediencia”.
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“Y, sin embargo, humillada y disuelta en el tejido social, casi desaparecida como profesión y como arte, la poesía sigue siendo omnipresente y ubicua como el aire que nos envuelve. Pues, antes que una fórmula y una técnica literaria, la poesía es un modo de vida y una forma de mirar el mundo. Expulsados de nuevo de la ciudad-estado, los poetas han aprendido a luchar con las mismas armas de la civilización que los condena. Han comprendido la alegría del anonimato, la alegría de la autosuficiencia de producir textos para unos cuantos amigos, han aprendido a protegerse de la brutalidad del mundo circundante y de la vulgaridad del éxito. Nada es más discreto, más admirable y más triste, en cierto sentido, que el poeta de hoy, el último artesano en un mundo de copias sin original, como escribía Baudrillard, el último ingenuo en un mundo de arribistas.
Revolucionaria, profética y ubicua como el aire, la poesía ha iluminado también toda mi vida. No he sido nunca otra cosa que poeta. Incluso mis novelas son, de hecho, poemas. He escrito siempre poesía como una forma de libertad, de solidaridad, de empatía para con todos los hombres. He escrito en contra de las guerras y las discriminaciones de toda índole. He escrito para los que leen poesía y para los que jamás leen poesía”, concluyó Cartarescu en su discurso.
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