Myrna Cunningham: feminismo y medicina para la lucha indígena
Cunnihgham, la primera médica cirujana del pueblo indígena Miskitu de Nicaragua, y quien ha participado en procesos en político y sociales vinculados a la lucha por los derechos de las mujeres y de los pueblos indígenas, habló sobre su recorrido para reconocerse como parte de esas luchas.
Samuel Sosa Velandia
Hablemos sobre la iniciativa del “Círculo de la Palabra”. ¿Cuál es el propósito de este proyecto?
El “Círculo de la Palabra” es una iniciativa del Fondo Pawanka, que es liderado por pueblos indígenas en el mundo. Busca revitalizar los conocimientos tradicionales de estos pueblos y contribuir, de esa forma, a que puedan avanzar hacia el buen vivir, hacia un desarrollo con su propia identidad, libremente determinado. En ese contexto, desde el año 2018 hemos venido promoviendo procesos de revitalización de las lenguas de los pueblos indígenas, ya que la lengua es lo más íntimo, lo más cercano de estos pueblos. Tenemos más de 400 personas de 50 países articulados, conectándose entre ellos e identificando nuevos términos, nuevas palabras, nuevas formas de expresarse desde sus propias culturas.
¿Cuál es el valor de la palabra y el lenguaje para usted y para la comunidad de la que proviene?
El lenguaje, a través de símbolos y términos, resume la cosmovisión de cada pueblo. Resumen la forma en que los pueblos indígenas vemos el mundo, esa íntima relación entre los seres humanos y la naturaleza. Pero también resume la capacidad de pervivencia y resiliencia de los pueblos indígenas. No importa cuáles hayan sido los factores impuestos desde afuera sobre nuestros pueblos y nuestras culturas para que desaparezcan. Desde el espacio más íntimo del hogar, la relación entre madres, abuelas, hijos e hijas es lo que ha garantizado que la lengua todavía sobreviva. La lengua es, diría yo, la expresión de nuestra supervivencia como pueblos.
Su trayectoria ha estado enfocada en la lucha por los pueblos indígenas, pero también en la defensa de los derechos de las mujeres. ¿En qué momento reconoció que ese era el camino que quería seguir en su vida?
Creo que cuando terminé de estudiar Medicina en la universidad y regresé nuevamente a mi territorio, a un hospital pequeño y aislado en la frontera entre Honduras y Nicaragua, me di cuenta de que lo que había aprendido en la universidad me servía para resolver muchos problemas de salud, pero empezaron a llegar pacientes cuyas enfermedades no entendía. Eran situaciones que solo podían curar los curanderos. Al comenzar esa relación entre la medicina tradicional y la medicina occidental, me di cuenta de la riqueza cultural de mi pueblo. Definitivamente, si no había un diálogo intercientífico, un diálogo en el que yo, como médica, y las curanderas y parteras, como médicas tradicionales, articuláramos, no íbamos a poder entender ni resolver los problemas de nuestro pueblo.
¿Y el hecho de reconocerse como mujer feminista que defiende a su pueblo le ha traído problemas?
Obviamente. El primer desafío tiene que ver con nuestros propios pueblos, que han tenido un modelo de colonización que ha priorizado el patriarcado. Aunque las mujeres hemos jugado un papel importante en la reproducción cultural y en la vida espiritual de nuestros pueblos, se impone que el hombre toma las decisiones y participa en el mundo externo para hablar en nuestro nombre. Entonces, diría que uno de los primeros espacios que las mujeres indígenas enfrentamos es el del hogar y la comunidad, donde se suele utilizar nuestra cosmovisión, tradiciones y cultura para callarnos y no permitirnos asumir nuestro rol. El segundo tiene que ver con el propio espacio feminista, donde el resto de las mujeres no indígenas creen que el feminismo tiene que ver principalmente con los derechos individuales de las mujeres y no entienden que, para nosotras, debe haber una interrelación entre derechos como persona, mujer indígena y derechos colectivos de nuestros pueblos.
¿Alguna vez ha pensado en retirarse?
En un mundo tan complejo, la discriminación racial y étnica está a la orden del día. Pero también como mujer y como una profesional que ve la medicina como una carrera de salud intercultural, hay muchos desafíos y sí, he dudado. Pero la verdad es que cuando uno recuerda a la viejita en la comunidad que no ha podido salir nunca, que sigue hablando su idioma y que sigue teniendo esperanzas en que sus nietos, sus bisnietos van a tener una vida mejor, resiste. Cuando uno ve esa capacidad de las mujeres indígenas de articularse y ayudarse unas a otras, uno no tiene permiso para rendirse.
¿Cree que, con el paso del tiempo, ha habido disposición por parte de los hombres para sentarse a conversar sobre estos asuntos que afectan a las mujeres? ¿O sigue habiendo una resistencia a escuchar y una adherencia a las líneas patriarcales?
Hay muchas iniciativas que las organizaciones mixtas han promovido para escuchar los planteamientos de las mujeres indígenas. La mayoría de las redes u organizaciones de pueblos indígenas en América Latina y el Caribe han comenzado a incluir mecanismos dentro de sus normas comunitarias que aseguren la participación de las mujeres. Por ejemplo, en mis comunidades hemos visto cómo la administración de justicia, que estaba regida principalmente por hombres, ahora asegura la participación de mujeres en cargos de liderazgo. Se han establecido acuerdos escritos para que los derechos de las mujeres prevalezcan en casos de violaciones. Aunque el proceso no es tan rápido como quisiéramos, sí hay avances.
Hablemos un poco sobre el valor de la hermandad para las mujeres indígenas y para las mujeres feministas que crean una familia extendida más allá de los lazos de sangre.
En nuestras comunidades, puedo recordar a mujeres como Olaya, Albertina, y Prudencia. Son mujeres que han estado luchando durante más de dos décadas contra la violencia que siguió a la guerra en nuestro país. Se han unido con mujeres de más de 100 comunidades promover el Foro de Mujeres Indígenas. En este foro, más de 1,000 mujeres se reúnen con los jueces de 115 comunidades para llegar a acuerdos, dialogar con el gobierno regional y otras instancias del Estado. Estas mujeres han logrado transformar sus relaciones comunitarias, cambiar leyes y promover que su enfoque de justicia, que asume el pluralismo jurídico, sea ahora una política regional.
También admiro a las mujeres Mutesa en Colombia. Han enfrentado diversos desafíos y han demostrado que el emprendimiento no es individual sino colectivo. Su trabajo combina la biodiversidad con la cultura y siempre piensan en cómo ayudar a sus hermanas que aún viven en comunidades. He visto mujeres increíbles en los altos de Chiapas, México, que han transformado el sistema educativo en sus comunidades. Ahora, las niñas en esas escuelas asumen con orgullo su identidad y buscan maneras de vincularse con el resto del mundo mientras se mantienen fieles a sus raíces. Además, mujeres no indígenas también se han sumado a la lucha de las mujeres indígenas. Cuando creamos el Fondo Pawanka, logramos una alianza con mujeres no indígenas que han cambiado la relación entre la filantropía y los pueblos indígenas, confiando en que somos nosotros quienes podemos tomar las mejores decisiones.
Hablemos sobre la iniciativa del “Círculo de la Palabra”. ¿Cuál es el propósito de este proyecto?
El “Círculo de la Palabra” es una iniciativa del Fondo Pawanka, que es liderado por pueblos indígenas en el mundo. Busca revitalizar los conocimientos tradicionales de estos pueblos y contribuir, de esa forma, a que puedan avanzar hacia el buen vivir, hacia un desarrollo con su propia identidad, libremente determinado. En ese contexto, desde el año 2018 hemos venido promoviendo procesos de revitalización de las lenguas de los pueblos indígenas, ya que la lengua es lo más íntimo, lo más cercano de estos pueblos. Tenemos más de 400 personas de 50 países articulados, conectándose entre ellos e identificando nuevos términos, nuevas palabras, nuevas formas de expresarse desde sus propias culturas.
¿Cuál es el valor de la palabra y el lenguaje para usted y para la comunidad de la que proviene?
El lenguaje, a través de símbolos y términos, resume la cosmovisión de cada pueblo. Resumen la forma en que los pueblos indígenas vemos el mundo, esa íntima relación entre los seres humanos y la naturaleza. Pero también resume la capacidad de pervivencia y resiliencia de los pueblos indígenas. No importa cuáles hayan sido los factores impuestos desde afuera sobre nuestros pueblos y nuestras culturas para que desaparezcan. Desde el espacio más íntimo del hogar, la relación entre madres, abuelas, hijos e hijas es lo que ha garantizado que la lengua todavía sobreviva. La lengua es, diría yo, la expresión de nuestra supervivencia como pueblos.
Su trayectoria ha estado enfocada en la lucha por los pueblos indígenas, pero también en la defensa de los derechos de las mujeres. ¿En qué momento reconoció que ese era el camino que quería seguir en su vida?
Creo que cuando terminé de estudiar Medicina en la universidad y regresé nuevamente a mi territorio, a un hospital pequeño y aislado en la frontera entre Honduras y Nicaragua, me di cuenta de que lo que había aprendido en la universidad me servía para resolver muchos problemas de salud, pero empezaron a llegar pacientes cuyas enfermedades no entendía. Eran situaciones que solo podían curar los curanderos. Al comenzar esa relación entre la medicina tradicional y la medicina occidental, me di cuenta de la riqueza cultural de mi pueblo. Definitivamente, si no había un diálogo intercientífico, un diálogo en el que yo, como médica, y las curanderas y parteras, como médicas tradicionales, articuláramos, no íbamos a poder entender ni resolver los problemas de nuestro pueblo.
¿Y el hecho de reconocerse como mujer feminista que defiende a su pueblo le ha traído problemas?
Obviamente. El primer desafío tiene que ver con nuestros propios pueblos, que han tenido un modelo de colonización que ha priorizado el patriarcado. Aunque las mujeres hemos jugado un papel importante en la reproducción cultural y en la vida espiritual de nuestros pueblos, se impone que el hombre toma las decisiones y participa en el mundo externo para hablar en nuestro nombre. Entonces, diría que uno de los primeros espacios que las mujeres indígenas enfrentamos es el del hogar y la comunidad, donde se suele utilizar nuestra cosmovisión, tradiciones y cultura para callarnos y no permitirnos asumir nuestro rol. El segundo tiene que ver con el propio espacio feminista, donde el resto de las mujeres no indígenas creen que el feminismo tiene que ver principalmente con los derechos individuales de las mujeres y no entienden que, para nosotras, debe haber una interrelación entre derechos como persona, mujer indígena y derechos colectivos de nuestros pueblos.
¿Alguna vez ha pensado en retirarse?
En un mundo tan complejo, la discriminación racial y étnica está a la orden del día. Pero también como mujer y como una profesional que ve la medicina como una carrera de salud intercultural, hay muchos desafíos y sí, he dudado. Pero la verdad es que cuando uno recuerda a la viejita en la comunidad que no ha podido salir nunca, que sigue hablando su idioma y que sigue teniendo esperanzas en que sus nietos, sus bisnietos van a tener una vida mejor, resiste. Cuando uno ve esa capacidad de las mujeres indígenas de articularse y ayudarse unas a otras, uno no tiene permiso para rendirse.
¿Cree que, con el paso del tiempo, ha habido disposición por parte de los hombres para sentarse a conversar sobre estos asuntos que afectan a las mujeres? ¿O sigue habiendo una resistencia a escuchar y una adherencia a las líneas patriarcales?
Hay muchas iniciativas que las organizaciones mixtas han promovido para escuchar los planteamientos de las mujeres indígenas. La mayoría de las redes u organizaciones de pueblos indígenas en América Latina y el Caribe han comenzado a incluir mecanismos dentro de sus normas comunitarias que aseguren la participación de las mujeres. Por ejemplo, en mis comunidades hemos visto cómo la administración de justicia, que estaba regida principalmente por hombres, ahora asegura la participación de mujeres en cargos de liderazgo. Se han establecido acuerdos escritos para que los derechos de las mujeres prevalezcan en casos de violaciones. Aunque el proceso no es tan rápido como quisiéramos, sí hay avances.
Hablemos un poco sobre el valor de la hermandad para las mujeres indígenas y para las mujeres feministas que crean una familia extendida más allá de los lazos de sangre.
En nuestras comunidades, puedo recordar a mujeres como Olaya, Albertina, y Prudencia. Son mujeres que han estado luchando durante más de dos décadas contra la violencia que siguió a la guerra en nuestro país. Se han unido con mujeres de más de 100 comunidades promover el Foro de Mujeres Indígenas. En este foro, más de 1,000 mujeres se reúnen con los jueces de 115 comunidades para llegar a acuerdos, dialogar con el gobierno regional y otras instancias del Estado. Estas mujeres han logrado transformar sus relaciones comunitarias, cambiar leyes y promover que su enfoque de justicia, que asume el pluralismo jurídico, sea ahora una política regional.
También admiro a las mujeres Mutesa en Colombia. Han enfrentado diversos desafíos y han demostrado que el emprendimiento no es individual sino colectivo. Su trabajo combina la biodiversidad con la cultura y siempre piensan en cómo ayudar a sus hermanas que aún viven en comunidades. He visto mujeres increíbles en los altos de Chiapas, México, que han transformado el sistema educativo en sus comunidades. Ahora, las niñas en esas escuelas asumen con orgullo su identidad y buscan maneras de vincularse con el resto del mundo mientras se mantienen fieles a sus raíces. Además, mujeres no indígenas también se han sumado a la lucha de las mujeres indígenas. Cuando creamos el Fondo Pawanka, logramos una alianza con mujeres no indígenas que han cambiado la relación entre la filantropía y los pueblos indígenas, confiando en que somos nosotros quienes podemos tomar las mejores decisiones.