Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Al principio, la palabra
Desde niña escribe. No olvida las cartas que le escribía a su padre y, como a los quince años, a su primer novio.
Con estas palabras comienza la carta que el 25 de mayo de 2015 le escribió a un amigo de toda su vida. La primera de una correspondencia de tres años que compiló su libro Aguas de estuario (2020):
“Ya sabes, soy justamente como el Pacífico. Tengo esa manía de estar en calma y de repente armar unas olas grandes y fuertes, que golpean y cambian al final el paisaje. Cosas que le pasan a la gente, los giros de la luna, o simplemente la vida, me han hecho tomar una decisión que a muchos les parece extraña, pero que para nosotros es casi obvia. Y quiero contártelo anticipadamente.
A partir de la primera semana de julio, mi marido, mis gatas y yo y a no viviremos más en Medellín. Seremos habitantes de Bahía Solano. Nos vamos a vivir el sueño mientras lo hacemos. Me gustaría contarte todo esto personalmente, poder ver tu rostro mientras te hablo, y que vieras el mío. Disfruto mucho escribirte, pero mirarte mientras te hablo es como leerte dos veces [...]”.
Esa primera carta alude al umbral entre un ciclo y otro: luego de más de una década viviendo en Medellín, dejó la ciudad para regresar a Bahía Solano.
Le puede interesar leer sobre: Lorenza Böttner, la artista manca que tenía alas
Hasta antes de Aguas de estuario, para Velia Vidal la correspondencia no era un proyecto literario: escribía cartas para explorar su intimidad. Hoy se completan diecisiete años de escribirle cartas a su esposo, algo que hace desde cuando empezaron a salir.
Tiene consciencia de la palabra desde niña. Su primera infancia la vivió con sus abuelos paternos. Sus tíos, por lo jóvenes que eran, se volvieron sus hermanos. La palabra en su familia “para algunos se convirtió en discursos políticos y para otros en literatura, pero siempre la casa era como un ágora. Mi abuela es una mujer muy fuerte y muy clara, y siempre me habló claro y directo, siempre tuvimos conversaciones muy serias desde que yo era niña. Y mi familia materna es una familia donde también la palabra es muy importante -la palabra en narración oral-: se cuentan muchos cuentos; y la palabra cantada, casi todos cantan”.
Cuando sus tíos se fueron a la universidad a Bogotá, en las vacaciones traían libros de filosofía y literatura clásica que con el tiempo fue leyendo. Mientras tanto, ella en el colegio leía el libro completo de la clase de Español. Aunque la importancia de la palabra le fue heredada de su familia, sola se fue haciendo lectora y decidió estudiar Comunicación social y periodismo en la Universidad de Antioquia.
Cuando regresó a Bahía Solano, en 2015, ya había trabajado en el sector cultural público de Medellín, pero ante la escasez del Estado en el Chocó, tenía claro que quería emprender: “No sabía en qué, pero por suerte vino Federico García Lorca ayudarme”. Creó la organización de gestión cultural Motete, en referencia al canasto heredado de sus ancestros que se cuelga en la frente y se descuelga en la espalda: “lo que planteamos es que toda la vida hemos llenado los motetes con comida para el cuerpo -plátano o pescado- y que hay que llenar los motetes con comida para el alma: el arte y la cultura, por eso nuestro slogan es: contenidos que tejen. Mi motivación tuvo que ver con que al regresar al Chocó, al principio, era muy observadora: creo que es la época de mi vida en la que he hablado menos. Y eso me hizo entender que la transformación que requiere el Chocó tiene que ver con que sus ciudadanos y ciudadanas desarrollen el pensamiento crítico. Hay que avanzar en la garantía de derechos, por supuesto; pero si estos avances en la garantía de derechos son solamente proyectos de infraestructura, proyectos de ley, políticas públicas, y los ciudadanos no tienen claro cómo se ejerce una ciudadanía activa, no son cuestionadores del modelo de desarrollo, no son cuestionadores de su situación actual y no son capaces de pensar y proyectar dónde quieren estar como individuos y como sociedad mañana, ninguna de estas cosas, ni los proyectos de infraestructura, ni las políticas públicas van a representar una transformación real. Para qué trabajo en acciones como mejorar la vivienda o mejorar la salud o entregar subsidios o en procesos asistenciales si sé que eso se va a agotar y no va a representar una transformación profunda hasta tanto los ciudadanos y ciudadanas ejerzan una postura crítica, una ciudadanía activa y, ¿qué es lo que nos permite construir ciudadanías activas y críticas?: la cultura y en especial la lectura”.
Le invitamos a ver: Dante Alighieri: 700 años de la muerte del poeta
La escritura y una afrenta a los estereotipos
Vidal no ignora que el proceso de esclavitud fue una ruptura de prácticas ancestrales africanas. Pero apunta que hay que darle la vuelta a aquello, que las manifestaciones sincréticas actuales dan cuenta de la mezcla y del movimiento y del valor del sentido colectivo que pervive entre las comunidades. Para ella, la escritura es indivisible de su territorio: “La selva del Chocó es hostil, a veces la romantizamos, pero es muy hostil. El mar Pacífico no es pacífico, nada más impreciso que eso. Y con todo y esa hostilidad es el lugar donde hacemos la vida, es el lugar donde nos sentimos propios, justamente por tener la posibilidad de construir una autonomía; nos sentimos en casa; como somos mayoría afroindígena no hay diferencia entre uno y otro. Hemos aprendido a adaptarnos a ese territorio e inevitablemente eso termina en la escritura. No hay forma de que no esté ahí: cuando escribo de cosas distintas, que aparentemente no son del territorio o que no son los elementos naturales del territorio, cuando escribo de situaciones que tienen que ver con el conflicto o escribo de situaciones que tienen que ver con otras prácticas culturales o que no están tan determinadas por el territorio, pues resulta que la afectación del conflicto sí está relacionada. Es indivisible. El territorio texto es una metáfora del territorio físico, del que yo también soy metáfora, entonces, en el territorio del texto esta metáfora se vuelve palabras”.
Ha participado en convocatorias de escritura creativa como el Diplomado Pacífico de Escritura Creativa, en el que escribió su cuento “Bajo el Yarumo”. Y además de Aguas de estuario, ha publicado Oír somos río, otro libro epistolar, de viajes, en el que le cuenta a la antropóloga alemana Godula Buchholz sobre su viaje por el río San Juan en 2017: un trayecto en el sentido contrario al que hizo la antropóloga en 1959.
De Oír somos río acaba de presentarse una edición bilingüe en español y alemán para la que Vidal fue a visitar a Buchholz a su país. Y en la escritura, como en sus trayectos, el viaje se completó, dando lugar a un “palíndromo de ida y vuelta”.
Le sugerimos: Posada-Swafford: ‘La crisis ambiental se afronta poniéndole atención a la ciencia’
En cuanto a los estereotipos y la exotización del Pacífico y sus oralituras, asume una voz crítica: “Tradicionalmente no hemos estado en la literatura y cuando hemos estado somos narrados por otros y la oralidad, incluso bajo la idea de que es muy poderosa, ha sido una herramienta de exclusión, ha sido una forma también de confinarnos exclusivamente a una forma de lenguaje y a una forma de literatura -porque ahora decimos que es literatura, antes no decíamos que lo oral era literatura-. Nosotros éramos los de la oralidad, los de la música, los de los cuentos cantados, los de las coplas, los de las danzas, lo que se reproduce una y otra vez en la palabra dicha pero no es escrito y lo que no es escrito no existe: es lo que nos han repetido, entonces es una forma muy sutil de decir ‘ustedes quédense ahí donde está lo que no existe’. Yo digo que tenemos que ser capaces de preservar nuestra oralitura, pero trascender (y escribir nuestras narraciones tradicionales, por supuesto), escribir también de lo que sea, de lo que nos plazca, de lo que nos dicte el deseo porque no puede ser que después de haber cargado y llevado tantas cadenas ahora también estemos obligados a escribir exclusivamente sobre la relación con el territorio, a escribir exclusivamente sobre racismo, sobre los conflictos que vivimos en nuestras regiones. Tenemos que poder escribir con libertad: de eso se trata también la libertad; y eso incluye, primero, poder estar en los libros, poder estar en las editoriales; hay un círculo que romper porque una excusa muy frecuente es: ‘pero es que ellos no escriben porque ellos son orales’ o ‘es que allá en esa región no encontramos escritores’. Resulta que justamente por la baja calidad de la educación en el Chocó no hay una facultad de literatura, no hay un curso ni un taller de escritura creativa. Ahora tenemos una pequeñísima librería que se monta una vez al año y luego está por WhatsApp, digital. Y esas cosas son fundamentales para que pueda haber escritura. Es un círculo vicioso que se tiene que romper con acciones como la promoción de la lectura y la promoción de la escritura y se tiene que romper con acciones deliberadas, con la posibilidad de buscar los autores afros como yo y decir ‘hay que ponerlos en este lugar’ porque de eso se trata: de intentar cerrar la brecha que históricamente ha existido. Entonces: implica acciones deliberadas para romper el círculo que nos lleva a no estar en la escritura, acciones deliberadas de editoriales como Laguna de publicar una mujer afro, la decisión de no confinar lo afro como exclusivamente oral. No podemos seguir refieriendo lo afro desde el estereotipo de sólo la música, la danza y las prácticas orales, también hay escritores y escritoras afro que entienden además el derecho de contar su propia historia y de escribir de lo que les plazca”.