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                                                                                                                                Opinión: La cara opaca del Museo del Oro

                                                                                                                                Juan Guillermo Martín*, especial para El Espectador

                                                                                                                                El Museo del Oro resguarda la colección orfebre más grande de Colombia. Una colección que inició el Banco de la República en 1939, cuando adquirió el famoso poporo quimbaya. A partir de ese momento, el Banco se convirtió en el primer comprador de piezas de oro huaqueadas en el país, con la noble misión de impedir que estas cayeran en manos de coleccionistas o terminaran en exhibiciones o depósitos de otros museos, en el exterior. Esta colección fue creciendo, pero mantuvo su carácter reservado hasta 1959, cuando finalmente la Junta Directiva decidió abrir una sala de exhibición al público. A partir de ese momento se consolida como uno de los museos más importantes del país y referente internacional del mito de El Dorado. A la fecha, ostenta una colección de más de 34.000 objetos de oro, además de otros tantos miles de líticos y de piezas cerámicas. Con ella se ha podido difundir nuestro pasado, en más de un centenar de exhibiciones itinerantes, en distintas ciudades del mundo.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                La Constitución Política de Colombia, en su artículo 72, precisa que el patrimonio arqueológico conforma la identidad nacional y por ello pertenece a la Nación. Se trata de un patrimonio inalienable, inembargable e imprescriptible. La Ley 397 de 1997, modificada por el artículo 3 de la Ley 1185 de 2008, precisa el concepto de patrimonio arqueológico como “aquellos muebles o inmuebles que sean originarios de culturas desaparecidas, o que pertenezcan a la época colonial, así como los restos humanos y orgánicos relacionados con esas culturas”. Con esta última ley se reguló la posibilidad de tenencia, que significa que museos, tanto públicos como privados, así como cualquier ciudadano, puedan tener colecciones arqueológicas legalmente, sin ser sus dueños, siempre y cuando cumplan con las obligaciones de registro, manejo y seguridad de dichos artefactos. Este procedimiento fue regulado mediante el Decreto 1080 de 2015.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Hace unos meses, luego de terminar un artículo sobre arqueología marítima con un colega, pensamos que sería bueno ilustrar la navegación prehispánica con una imagen de la famosa balsa muisca, otra de las piezas emblemáticas del museo. Aunque tengo imágenes de esta pieza por mis visitas al museo, no tienen la calidad para una publicación científica. Por ello me dirigí por correo al Museo del Oro para solicitar dicha imagen. La respuesta inicial fue insólita. Me obligaban a remitir el manuscrito, para que ellos, no menciona quienes, evaluaran el contenido de nuestro documento y decidieran si nos compartían la imagen o no. Mi respuesta inmediata fue la de negarme a enviar el manuscrito, que ya fue evaluado por pares académicos en la revista, reiterando mi solicitud, teniendo en cuenta que es una pieza arqueológica, patrimonio de la Nación, no del Banco, y en ese sentido patrimonio de todos. De inmediato recibí una respuesta amable de su directora, que me explicó que hay un procedimiento institucional que se debe cumplir, aclarándome, eso sí, que aunque las piezas son patrimonio arqueológico de la Nación, las fotos son propiedad del Banco.

                                                                                                                                Posteriormente, me derivó con otra funcionaria que me contactó, me hizo llenar un formulario con el título del artículo, nombre de la revista y otras cosas más. Luego de enviar la información me pidió unos requisitos que estaban pendientes como el certificado de existencia y representación legal y copia de la identificación del representante legal de la revista. Una insólita exigencia para una publicación científica que, en ningún caso, exige documentos de esta índole a ningún autor. La práctica normal, aceptada internacionalmente, es la de precisar la autoría intelectual y patrimonial en la cita de los créditos de las imágenes de quien toma la foto o de la institución que la cede. Sobra decir que el trámite no lo adelanté para evitar hacer el ridículo.

                                                                                                                                Por ahora queda claro que el patrimonio arqueológico no es de todos, que las fotos de las piezas arqueológicas de la Nación, le pertenecen al Banco de la República, y que es esta institución la que decide en qué publicaciones aparecen sus imágenes (ya que los investigadores no podemos tomarlas), asumiendo derechos que no le corresponden. Una posición elitista y discriminatoria que hemos vivido numerosos investigadores, nacionales e internacionales, que buscamos aportar al conocimiento del pasado de este país y compartirlo de distintas maneras. Al final, estrategias que se complementan y que podrían potencializarse si el Museo del Oro y el Banco de la República revisan y corrigen sus políticas al respecto, haciéndolas inclusivas, facilitando y promoviendo el desarrollo de la investigación de las colecciones, y garantizando el acceso al conocimiento, un derecho compartido de todos los colombianos.

                                                                                                                                * Arqueólogo y profesor universitario.

                                                                                                                                El Museo del Oro resguarda la colección orfebre más grande de Colombia. Una colección que inició el Banco de la República en 1939, cuando adquirió el famoso poporo quimbaya. A partir de ese momento, el Banco se convirtió en el primer comprador de piezas de oro huaqueadas en el país, con la noble misión de impedir que estas cayeran en manos de coleccionistas o terminaran en exhibiciones o depósitos de otros museos, en el exterior. Esta colección fue creciendo, pero mantuvo su carácter reservado hasta 1959, cuando finalmente la Junta Directiva decidió abrir una sala de exhibición al público. A partir de ese momento se consolida como uno de los museos más importantes del país y referente internacional del mito de El Dorado. A la fecha, ostenta una colección de más de 34.000 objetos de oro, además de otros tantos miles de líticos y de piezas cerámicas. Con ella se ha podido difundir nuestro pasado, en más de un centenar de exhibiciones itinerantes, en distintas ciudades del mundo.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                La Constitución Política de Colombia, en su artículo 72, precisa que el patrimonio arqueológico conforma la identidad nacional y por ello pertenece a la Nación. Se trata de un patrimonio inalienable, inembargable e imprescriptible. La Ley 397 de 1997, modificada por el artículo 3 de la Ley 1185 de 2008, precisa el concepto de patrimonio arqueológico como “aquellos muebles o inmuebles que sean originarios de culturas desaparecidas, o que pertenezcan a la época colonial, así como los restos humanos y orgánicos relacionados con esas culturas”. Con esta última ley se reguló la posibilidad de tenencia, que significa que museos, tanto públicos como privados, así como cualquier ciudadano, puedan tener colecciones arqueológicas legalmente, sin ser sus dueños, siempre y cuando cumplan con las obligaciones de registro, manejo y seguridad de dichos artefactos. Este procedimiento fue regulado mediante el Decreto 1080 de 2015.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Hace unos meses, luego de terminar un artículo sobre arqueología marítima con un colega, pensamos que sería bueno ilustrar la navegación prehispánica con una imagen de la famosa balsa muisca, otra de las piezas emblemáticas del museo. Aunque tengo imágenes de esta pieza por mis visitas al museo, no tienen la calidad para una publicación científica. Por ello me dirigí por correo al Museo del Oro para solicitar dicha imagen. La respuesta inicial fue insólita. Me obligaban a remitir el manuscrito, para que ellos, no menciona quienes, evaluaran el contenido de nuestro documento y decidieran si nos compartían la imagen o no. Mi respuesta inmediata fue la de negarme a enviar el manuscrito, que ya fue evaluado por pares académicos en la revista, reiterando mi solicitud, teniendo en cuenta que es una pieza arqueológica, patrimonio de la Nación, no del Banco, y en ese sentido patrimonio de todos. De inmediato recibí una respuesta amable de su directora, que me explicó que hay un procedimiento institucional que se debe cumplir, aclarándome, eso sí, que aunque las piezas son patrimonio arqueológico de la Nación, las fotos son propiedad del Banco.

                                                                                                                                Posteriormente, me derivó con otra funcionaria que me contactó, me hizo llenar un formulario con el título del artículo, nombre de la revista y otras cosas más. Luego de enviar la información me pidió unos requisitos que estaban pendientes como el certificado de existencia y representación legal y copia de la identificación del representante legal de la revista. Una insólita exigencia para una publicación científica que, en ningún caso, exige documentos de esta índole a ningún autor. La práctica normal, aceptada internacionalmente, es la de precisar la autoría intelectual y patrimonial en la cita de los créditos de las imágenes de quien toma la foto o de la institución que la cede. Sobra decir que el trámite no lo adelanté para evitar hacer el ridículo.

                                                                                                                                Por ahora queda claro que el patrimonio arqueológico no es de todos, que las fotos de las piezas arqueológicas de la Nación, le pertenecen al Banco de la República, y que es esta institución la que decide en qué publicaciones aparecen sus imágenes (ya que los investigadores no podemos tomarlas), asumiendo derechos que no le corresponden. Una posición elitista y discriminatoria que hemos vivido numerosos investigadores, nacionales e internacionales, que buscamos aportar al conocimiento del pasado de este país y compartirlo de distintas maneras. Al final, estrategias que se complementan y que podrían potencializarse si el Museo del Oro y el Banco de la República revisan y corrigen sus políticas al respecto, haciéndolas inclusivas, facilitando y promoviendo el desarrollo de la investigación de las colecciones, y garantizando el acceso al conocimiento, un derecho compartido de todos los colombianos.

                                                                                                                                * Arqueólogo y profesor universitario.

                                                                                                                                Por Juan Guillermo Martín*, especial para El Espectador

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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