Pablo Felipe Robledo: “Terminé amando tanto el Derecho que no quise ser político”
En esta entrega de la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos una entrevista con el abogado Pablo Felipe Robledo, quien ha sido viceministro de Justicia y superintendente de Industria y Comercio.
Isabel López Giraldo
¿Quién es Pablo Felipe Robledo más allá de lo que hace?
Buena pregunta. Una persona con un gran amor por las regiones. Soy un provinciano, sencillo, sin grandes aspiraciones distintas a hacer bien lo que hago en cada momento de la vida: si estoy dictando clase en la universidad, que sea un buen profesor; si soy abogado litigante, que es a lo que me he dedicado durante la mayor parte de mi vida, que sea un buen abogado; si soy un funcionario público, ser uno bueno, dedicado e incondicional con la causa de servirle a la sociedad.
No tengo aspiraciones de dinero ni de poder ni de fama, sino de lo que he mencionado, que lo que yo haga lo haga bien. Todo lo demás es accesorio.
Soy súper exigente, trabajador, podría decir que exageradamente trabajador, aunque me gusta tener tiempo libre para mí, para hacer, muchas veces, lo que me gusta, así pues, si en una época soy deportista, entonces busco tener tiempo para jugar tenis todo el tiempo; en otra he sido pescador y he querido ir muchas veces a pescar; en otro momento de mi vida he sido rumbero, entonces el tiempo libre lo dedico a eso. Me da por épocas el tema, ese soy yo.
Cuando una persona es tan exigente, maneja unos grados de estrés importantes. ¿Es su caso?
Me estreso fundamentalmente cuando no estoy muy seguro de qué es lo que debo hacer, cuando tengo dudas. Cuando tengo claro lo que debo hacer, así sea difícil hacerlo o decidirlo, soy mucho menos estresado. Para citar un ejemplo, yo fui viceministro de Justicia durante dos años, era mucho más estresado al principio que al final; fui superintendente de Industria y Comercio y estuve muy estresado al principio, menos estresado cuando tuve que tomar las decisiones más importantes; luego a mí no me generan estrés las decisiones por importantes que sean, sino la incertidumbre de estar apenas conociendo el oficio.
Cuando se asumen este tipo de responsabilidades de tan grandes dimensiones, ¿dónde se encuentra el polo a tierra y cómo se logra equilibrio?
En saber que uno está haciendo lo correcto, ese es un polo a tierra; no creerse el cuento de que uno es muy importante o que uno resulte ser imprescindible es otro polo a tierra o que uno va a estar aquí toda la vida. El polo a tierra es saber que estamos prestados en estos cargos; no podemos olvidar que de un cargo público se vuelve a la calle y ese es el polo a tierra; es también tener conciencia de que mucha gente lo puede hacer bien y que el cargo no es propio.
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¿Quiénes fueron las personas que influyeron en usted, para que sea hoy lo que es?
En lo personal, mis padres y mis profesores de tenis, a ellos les debo buena parte de lo que soy.
Mi papá Gustavo Robledo Chavarriaga, manizaleño, ingeniero civil, senador por Caldas, fue un gran constructor de los barrios que están al lado del Estadio de Fútbol en Pereira como Corales, La Villa Olímpica, el Parque Industrial, con la firma Robledo, Toro, Mejía. Me enseñó muchas cosas como la conciencia de servicio, el amor por la política, el honor de servirle al país y a la gente, y las grandes recompensas que ello genera. Recibí una gran herencia en ese sentido de él. Quería que yo fuera ingeniero, de hecho, una decisión difícil fue decirle que yo quería estudiar Derecho, pensé que lo iba a golpear, pero no le dio tan duro porque de alguna manera él era un abogado frustrado, lo que llaman “ingenieros litigantes”. Mi mamá, una mujer sin mayores pretensiones de poder, muy amorosa con sus hijos, es un ama de casa de quien aprendí muchas cosas importantes de la vida.
Cuando a mis doce o trece años mis padres se separaron, me quedé viviendo con mi mamá y todos los días jugué tenis cuatro horas pues quise ser tenista profesional. Entonces el entrenador se convirtió en alguien muy importante en mi vida: se comparte tiempo, experiencias, se viaja jugando torneos que, cuando se ganan, se viven unas alegrías impresionantes y, cuando se pierden, solo momentos difíciles, pero de gran reflexión. El deporte lo que genera finalmente es una constancia y una disciplina que cuando se tiene, trasciende en todo, en el estudio, en el trabajo. El deporte enseña a levantarse de nuevo cuando se cae.
¿Profesionalmente, quién ha influido en usted?
La gente con la que he trabajado y mis jefes. He tenido muy poquitos, pero grandes jefes: Ramiro Bejarano, fui su asistente en la oficina de abogados y su secretario privado en el DAS; Germán Vargas Lleras, fui su viceministro de Justicia; Juan Carlos Esguerra, fui su viceministro. Y obviamente, el presidente Juan Manuel Santos, de quien aprendí la tranquilidad para tomar decisiones y la ponderación. De todos he recibido muy importantes enseñanzas.
Trato de aprender algo positivo de cada persona que conozco. Y también me fijo mucho en las cosas que me desagradan de la gente para no incorporarlas en mí. Me gusta ver que se me pega lo bueno y me rebota lo malo de la gente que conozco.
¿Cómo define su vocación de vida y qué significa el Derecho para Pablo Felipe Robledo?
¡Es una pasión! Comencé a estudiar derecho porque quería ser político y después terminé amando tanto el Derecho que no quise ser político sino abogado litigante y eso fue lo que hice durante quince años. Luego pasé al sector público, pero prestado, pues mi gran aspiración es volver siempre al ejercicio de mi profesión y a dictar clases en la universidad, como ocurre actualmente. El derecho es apasionante, de hecho, no he tenido ni tengo, aspiración política alguna.
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¿Cuál era ese atractivo de la vida política?
Los dos mundos pueden ser increíbles, pero yo terminé amando el derecho y el litigio; el tener la posibilidad de ayudarle a alguien a solucionar un problema, la dialéctica y la fundamentación que hay en cada caso me son apasionantes, así pues, yo tengo vena de abogado litigante. He dictado clase toda la vida y lo que enseño es Derecho Procesal que es precisamente el arte de litigar; es lo que corre por mis venas.
¿Se mediría en las urnas alguna vez?
No creo, el mundo electoral no es lo mío.
Pero podría pasar, si se complementa lo que hace con la función pública.
Me parece una opción que no es para mí.
¿Cómo llega a trabajar en el gobierno?
Tengo una cercanía personal, profesional y política con Germán Vargas Lleras y estuve en su campaña presidencial en 2010 como miembro del comité jurídico. Cuando perdimos las elecciones, el presidente Santos lo invitó a ser ministro del Interior y de Justicia. Éramos dos viceministros, en Interior Aurelio Iragorri y yo en Justicia, allí estuve un año.
Creamos el Ministerio de Justicia y llegó Juan Carlos Esguerra, quien me invitó a continuar siendo viceministro, y estuve otro año. Cuando pensaba que iba a regresar a mi vida pasada, la de abogado litigante y profesor, me llamó el presidente Santos y me ofreció ser superintendente de Industria y Comercio, que acepté sin pensarlo. Recuerdo haberle dicho: “Presidente, si usted me hubiera preguntado a mí qué quería, le hubiera dicho que me nombrara en ese cargo”.
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¿Y por qué?
Porque yo conocía esa entidad en mi ejercicio profesional, conocía los temas y me parecía francamente importante lo que allí se hacía. Además, sabía que la Superindustria tenía más futuro que pasado.
¿Cuáles diría que han sido los mayores retos que ha afrontado en la vida y cuáles las mayores satisfacciones que ha tenido?
Varios retos. De joven, mi reto fue ser tenista profesional y no lo logré; me dejó la satisfacción de haber jugado bien un deporte, de haber tenido una juventud alejada de las drogas, del trago, del cigarrillo. Yo era absolutamente juicioso y consagrado al tenis, lo que me regaló una juventud muy sana y muy privilegiada de estar todo el día pensando en un deporte, lo que poca gente puede hacer. La gran frustración fue no haberlo logrado después de haberme levantado durante una década todos los días de la vida a entrenar. Ese sueño no se iba a poder cumplir y llegó otra etapa en la vida que era estudiar.
Después de graduarme de la universidad, el reto más importante fue haber empezado a litigar muy joven, a los veinticinco años, por mi propia cuenta y riesgo, y sobrevivir. Logré un muy satisfactorio ejercicio profesional que me servirá toda la vida, pues ese oficio lo sé hacer, que es mi tranquilidad.
El participar de un Gobierno brinda la oportunidad de hacer cosas para mucha gente, para los ciudadanos del común, para el país. En la Superintendencia obtuve logros importantes.
Es una entidad que le exige ser muy integral, pues tiene responsabilidades de inspección, vigilancia, control.
Es un cargo muy complejo, una entidad muy poderosa, con muchas funciones, con una gran capacidad sancionatoria y que tiene a su cargo cosas muy importantes como la libre competencia, el derecho de los consumidores, el habeas data de los colombianos, la propiedad industrial. Una entidad que sin lugar a dudas es muy importante para el desarrollo económico del país y para su futuro.
Usted le dio al país noticias de gran trascendencia y se me ocurre preguntarle, ¿cómo puede un consumidor evidenciar si existen acuerdos de precios?
Para un consumidor es difícil darse cuenta de que puede haber un cartel empresarial. Nuestros propios estudios e indagaciones, y los mismos empresarios son nuestra principal fuente de información; llegan datos muy importantes que dan síntoma de que puede haber una cartelización en determinado sector y eso hace que nosotros nos metamos a las empresas, las inspeccionemos, a sus computadores, a sus correos electrónicos y encontremos pruebas.
Pero eso de la delación está pasando gracias a las sanciones que se aplicaron.
El hecho de que empresarios que están siendo investigados delaten su participación en presuntos carteles empresariales, es nuevo. Allí algunos de esos empresarios fueron a la Superintendencia, confesaron y adjuntaron pruebas. Eso se debe fundamentalmente a que hoy las sanciones dejaron de ser ridículas y pasaron a ser muy importantes. Antes, quien violara la libre competencia, tenía una multa de mil millones, plata del pasado, a setenta y cinco mil millones de pesos. Cuando se brindan beneficios para que una empresa se ahorre total o parcialmente esas sanciones es un verdadero aliciente para delatar.
Se deduce que lo que al país y a los nacionales les funciona son las multas millonarias.
Pero en todas partes del mundo. En estos temas el tener unas entidades fortalecidas en su presupuesto, en su personal, en su capacidad de investigar, sancionatoria, de actuar, hace que hayan menos violaciones de la Ley; cuando su capacidad es débil, la posibilidad de que investiguen es mínima y si lo hacen con una sanción ridícula no hay ningún aliciente para que nadie deje de violar la Ley, al contrario, cuando eso pasa son invitaciones del propio Estado a la gente a que lo haga y ese es el mundo en que vivíamos, hoy es distinto.
Creo que tuvimos una entidad alejada de la corrupción. Los funcionarios que trabajaron conmigo y quienes tomaron las decisiones están alejadas de esos temas. Yo procuré recibir a todos quienes están investigados y me piden una cita y nadie ha ido a plantearme un tema de plata o sobornos o intimidaciones. Eso me tuvo muy orgulloso de la entidad para la cual trabajé.
¿En qué se usa la plata de las multas?
Se paga a nombre de la Superindustria, con esa plata se constituyen bonos de tesorería y queda a disposición del Ministerio de Hacienda, no hace parte de su presupuesto; se deja bajo custodia, pero no se puede utilizar. Como todas las entidades, la Superindustria tiene un presupuesto aprobado por el Congreso que para la fecha en que trabajé era de $180 mil millones de pesos, de los cuales $60 mil millones correspondían a ingresos propios, que son las tasas que se cobran por los trámites de propiedad industrial como marcas, patentes y demás. Los otros $120 mil millones son transferencias de Presupuesto General de la Nación.
La Superindustria que me correspondió no era la misma de antes, en ese momento tenía más presente y futuro que pasado. Era una entidad de cincuenta años, pero paquidérmica, sin presupuesto, sin gente, sin capacidad sancionatoria, es decir, a los anteriores superintendentes les tocó una entidad inoperante. El gobierno le triplicó el presupuesto y desde el mismo Plan Nacional de Desarrollo del año 2010 tuvo todo un capítulo para su fortalecimiento. Un país serio desde el punto de vista económico debe proteger la libre competencia, para que la economía de mercado funcione bien, dinamiza los sectores, hace atractiva la inversión nacional y extranjera.
¿Su gestión le implicó asumir riesgos personales?
En eso el país también ha mejorado. Los gobiernos serios respaldan las decisiones de los organismos de control y yo no recibí sino respaldo con la instrucción de hacer mi trabajo independientemente de quién se vea afectado por él. No tuve instrucción en contrario. Tampoco creo que un gobierno serio sea capaz de darla y mucho menos un superintendente serio sea capaz de recibirla. Yo hice mi trabajo. Tengo que decir que el respaldo del propio Presidente Santos fue determinante.
Es un cargo para un técnico que entienda la política, que entienda cómo se mueve el país. Así podrá salir a explicar y defender sus decisiones, pero también sabrá cuándo tomarlas. Eso es importante.
¿Cómo lograr que todo lo que Usted logró en la Superintendencia permanezca en el tiempo, que no haya un revés?
Esto no tiene reversa. Lo que se hizo en fortalecimiento y las decisiones que se tomaron les ponen un gran reto a todos los superintendentes del futuro, y la sociedad le exigirá contundencia, capacidad de investigar, capacidad de sancionar y de hacer bien las cosas.
Cuando las entidades adquieren una dinámica, es muy difícil que no sigan funcionando bien porque entran en un círculo virtuoso. Mi mayor satisfacción será ver que futuros superintendentes rápidamente hagan que con su trabajo uno pase al olvido; triste sería que el país se quedara añorando un exfuncionario, eso no puede ser, eso no es serio ni positivo.
¿Cómo se proyecta en el mediano y largo plazo? ¿Además del litigio se dedicará a escribir?
Estoy en eso, va muy adelante. Es sobre derecho procesal, a raíz de que una de las cosas más importantes que he hecho es que durante diez años como académico y como viceministro ayudé a concebir y hacer realidad el Código General del Proceso.
¿Qué quiere dejar en las personas que se acercan a Usted?
El buen ejemplo. Que la gente sea apasionada por lo que hace, que interiorice que debe contribuir a tener un mejor país y que se entusiasme con el servicio público. Mucha gente piensa que no vale la pena, tienen temores, pero difiero. En lo personal, que me perciban como lo que soy, alguien amable y agradable, pero estricto y decidido.
Yo lo visualizo en el Ministerio de Justicia.
Eso no depende ni de ti ni de mí. Yo ya estuve allá, jajaja.
¿Quién es Pablo Felipe Robledo más allá de lo que hace?
Buena pregunta. Una persona con un gran amor por las regiones. Soy un provinciano, sencillo, sin grandes aspiraciones distintas a hacer bien lo que hago en cada momento de la vida: si estoy dictando clase en la universidad, que sea un buen profesor; si soy abogado litigante, que es a lo que me he dedicado durante la mayor parte de mi vida, que sea un buen abogado; si soy un funcionario público, ser uno bueno, dedicado e incondicional con la causa de servirle a la sociedad.
No tengo aspiraciones de dinero ni de poder ni de fama, sino de lo que he mencionado, que lo que yo haga lo haga bien. Todo lo demás es accesorio.
Soy súper exigente, trabajador, podría decir que exageradamente trabajador, aunque me gusta tener tiempo libre para mí, para hacer, muchas veces, lo que me gusta, así pues, si en una época soy deportista, entonces busco tener tiempo para jugar tenis todo el tiempo; en otra he sido pescador y he querido ir muchas veces a pescar; en otro momento de mi vida he sido rumbero, entonces el tiempo libre lo dedico a eso. Me da por épocas el tema, ese soy yo.
Cuando una persona es tan exigente, maneja unos grados de estrés importantes. ¿Es su caso?
Me estreso fundamentalmente cuando no estoy muy seguro de qué es lo que debo hacer, cuando tengo dudas. Cuando tengo claro lo que debo hacer, así sea difícil hacerlo o decidirlo, soy mucho menos estresado. Para citar un ejemplo, yo fui viceministro de Justicia durante dos años, era mucho más estresado al principio que al final; fui superintendente de Industria y Comercio y estuve muy estresado al principio, menos estresado cuando tuve que tomar las decisiones más importantes; luego a mí no me generan estrés las decisiones por importantes que sean, sino la incertidumbre de estar apenas conociendo el oficio.
Cuando se asumen este tipo de responsabilidades de tan grandes dimensiones, ¿dónde se encuentra el polo a tierra y cómo se logra equilibrio?
En saber que uno está haciendo lo correcto, ese es un polo a tierra; no creerse el cuento de que uno es muy importante o que uno resulte ser imprescindible es otro polo a tierra o que uno va a estar aquí toda la vida. El polo a tierra es saber que estamos prestados en estos cargos; no podemos olvidar que de un cargo público se vuelve a la calle y ese es el polo a tierra; es también tener conciencia de que mucha gente lo puede hacer bien y que el cargo no es propio.
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¿Quiénes fueron las personas que influyeron en usted, para que sea hoy lo que es?
En lo personal, mis padres y mis profesores de tenis, a ellos les debo buena parte de lo que soy.
Mi papá Gustavo Robledo Chavarriaga, manizaleño, ingeniero civil, senador por Caldas, fue un gran constructor de los barrios que están al lado del Estadio de Fútbol en Pereira como Corales, La Villa Olímpica, el Parque Industrial, con la firma Robledo, Toro, Mejía. Me enseñó muchas cosas como la conciencia de servicio, el amor por la política, el honor de servirle al país y a la gente, y las grandes recompensas que ello genera. Recibí una gran herencia en ese sentido de él. Quería que yo fuera ingeniero, de hecho, una decisión difícil fue decirle que yo quería estudiar Derecho, pensé que lo iba a golpear, pero no le dio tan duro porque de alguna manera él era un abogado frustrado, lo que llaman “ingenieros litigantes”. Mi mamá, una mujer sin mayores pretensiones de poder, muy amorosa con sus hijos, es un ama de casa de quien aprendí muchas cosas importantes de la vida.
Cuando a mis doce o trece años mis padres se separaron, me quedé viviendo con mi mamá y todos los días jugué tenis cuatro horas pues quise ser tenista profesional. Entonces el entrenador se convirtió en alguien muy importante en mi vida: se comparte tiempo, experiencias, se viaja jugando torneos que, cuando se ganan, se viven unas alegrías impresionantes y, cuando se pierden, solo momentos difíciles, pero de gran reflexión. El deporte lo que genera finalmente es una constancia y una disciplina que cuando se tiene, trasciende en todo, en el estudio, en el trabajo. El deporte enseña a levantarse de nuevo cuando se cae.
¿Profesionalmente, quién ha influido en usted?
La gente con la que he trabajado y mis jefes. He tenido muy poquitos, pero grandes jefes: Ramiro Bejarano, fui su asistente en la oficina de abogados y su secretario privado en el DAS; Germán Vargas Lleras, fui su viceministro de Justicia; Juan Carlos Esguerra, fui su viceministro. Y obviamente, el presidente Juan Manuel Santos, de quien aprendí la tranquilidad para tomar decisiones y la ponderación. De todos he recibido muy importantes enseñanzas.
Trato de aprender algo positivo de cada persona que conozco. Y también me fijo mucho en las cosas que me desagradan de la gente para no incorporarlas en mí. Me gusta ver que se me pega lo bueno y me rebota lo malo de la gente que conozco.
¿Cómo define su vocación de vida y qué significa el Derecho para Pablo Felipe Robledo?
¡Es una pasión! Comencé a estudiar derecho porque quería ser político y después terminé amando tanto el Derecho que no quise ser político sino abogado litigante y eso fue lo que hice durante quince años. Luego pasé al sector público, pero prestado, pues mi gran aspiración es volver siempre al ejercicio de mi profesión y a dictar clases en la universidad, como ocurre actualmente. El derecho es apasionante, de hecho, no he tenido ni tengo, aspiración política alguna.
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¿Cuál era ese atractivo de la vida política?
Los dos mundos pueden ser increíbles, pero yo terminé amando el derecho y el litigio; el tener la posibilidad de ayudarle a alguien a solucionar un problema, la dialéctica y la fundamentación que hay en cada caso me son apasionantes, así pues, yo tengo vena de abogado litigante. He dictado clase toda la vida y lo que enseño es Derecho Procesal que es precisamente el arte de litigar; es lo que corre por mis venas.
¿Se mediría en las urnas alguna vez?
No creo, el mundo electoral no es lo mío.
Pero podría pasar, si se complementa lo que hace con la función pública.
Me parece una opción que no es para mí.
¿Cómo llega a trabajar en el gobierno?
Tengo una cercanía personal, profesional y política con Germán Vargas Lleras y estuve en su campaña presidencial en 2010 como miembro del comité jurídico. Cuando perdimos las elecciones, el presidente Santos lo invitó a ser ministro del Interior y de Justicia. Éramos dos viceministros, en Interior Aurelio Iragorri y yo en Justicia, allí estuve un año.
Creamos el Ministerio de Justicia y llegó Juan Carlos Esguerra, quien me invitó a continuar siendo viceministro, y estuve otro año. Cuando pensaba que iba a regresar a mi vida pasada, la de abogado litigante y profesor, me llamó el presidente Santos y me ofreció ser superintendente de Industria y Comercio, que acepté sin pensarlo. Recuerdo haberle dicho: “Presidente, si usted me hubiera preguntado a mí qué quería, le hubiera dicho que me nombrara en ese cargo”.
Le sugerimos leer la Historia de Vida: Martha Senn se conmueve a través de su pluma
¿Y por qué?
Porque yo conocía esa entidad en mi ejercicio profesional, conocía los temas y me parecía francamente importante lo que allí se hacía. Además, sabía que la Superindustria tenía más futuro que pasado.
¿Cuáles diría que han sido los mayores retos que ha afrontado en la vida y cuáles las mayores satisfacciones que ha tenido?
Varios retos. De joven, mi reto fue ser tenista profesional y no lo logré; me dejó la satisfacción de haber jugado bien un deporte, de haber tenido una juventud alejada de las drogas, del trago, del cigarrillo. Yo era absolutamente juicioso y consagrado al tenis, lo que me regaló una juventud muy sana y muy privilegiada de estar todo el día pensando en un deporte, lo que poca gente puede hacer. La gran frustración fue no haberlo logrado después de haberme levantado durante una década todos los días de la vida a entrenar. Ese sueño no se iba a poder cumplir y llegó otra etapa en la vida que era estudiar.
Después de graduarme de la universidad, el reto más importante fue haber empezado a litigar muy joven, a los veinticinco años, por mi propia cuenta y riesgo, y sobrevivir. Logré un muy satisfactorio ejercicio profesional que me servirá toda la vida, pues ese oficio lo sé hacer, que es mi tranquilidad.
El participar de un Gobierno brinda la oportunidad de hacer cosas para mucha gente, para los ciudadanos del común, para el país. En la Superintendencia obtuve logros importantes.
Es una entidad que le exige ser muy integral, pues tiene responsabilidades de inspección, vigilancia, control.
Es un cargo muy complejo, una entidad muy poderosa, con muchas funciones, con una gran capacidad sancionatoria y que tiene a su cargo cosas muy importantes como la libre competencia, el derecho de los consumidores, el habeas data de los colombianos, la propiedad industrial. Una entidad que sin lugar a dudas es muy importante para el desarrollo económico del país y para su futuro.
Usted le dio al país noticias de gran trascendencia y se me ocurre preguntarle, ¿cómo puede un consumidor evidenciar si existen acuerdos de precios?
Para un consumidor es difícil darse cuenta de que puede haber un cartel empresarial. Nuestros propios estudios e indagaciones, y los mismos empresarios son nuestra principal fuente de información; llegan datos muy importantes que dan síntoma de que puede haber una cartelización en determinado sector y eso hace que nosotros nos metamos a las empresas, las inspeccionemos, a sus computadores, a sus correos electrónicos y encontremos pruebas.
Pero eso de la delación está pasando gracias a las sanciones que se aplicaron.
El hecho de que empresarios que están siendo investigados delaten su participación en presuntos carteles empresariales, es nuevo. Allí algunos de esos empresarios fueron a la Superintendencia, confesaron y adjuntaron pruebas. Eso se debe fundamentalmente a que hoy las sanciones dejaron de ser ridículas y pasaron a ser muy importantes. Antes, quien violara la libre competencia, tenía una multa de mil millones, plata del pasado, a setenta y cinco mil millones de pesos. Cuando se brindan beneficios para que una empresa se ahorre total o parcialmente esas sanciones es un verdadero aliciente para delatar.
Se deduce que lo que al país y a los nacionales les funciona son las multas millonarias.
Pero en todas partes del mundo. En estos temas el tener unas entidades fortalecidas en su presupuesto, en su personal, en su capacidad de investigar, sancionatoria, de actuar, hace que hayan menos violaciones de la Ley; cuando su capacidad es débil, la posibilidad de que investiguen es mínima y si lo hacen con una sanción ridícula no hay ningún aliciente para que nadie deje de violar la Ley, al contrario, cuando eso pasa son invitaciones del propio Estado a la gente a que lo haga y ese es el mundo en que vivíamos, hoy es distinto.
Creo que tuvimos una entidad alejada de la corrupción. Los funcionarios que trabajaron conmigo y quienes tomaron las decisiones están alejadas de esos temas. Yo procuré recibir a todos quienes están investigados y me piden una cita y nadie ha ido a plantearme un tema de plata o sobornos o intimidaciones. Eso me tuvo muy orgulloso de la entidad para la cual trabajé.
¿En qué se usa la plata de las multas?
Se paga a nombre de la Superindustria, con esa plata se constituyen bonos de tesorería y queda a disposición del Ministerio de Hacienda, no hace parte de su presupuesto; se deja bajo custodia, pero no se puede utilizar. Como todas las entidades, la Superindustria tiene un presupuesto aprobado por el Congreso que para la fecha en que trabajé era de $180 mil millones de pesos, de los cuales $60 mil millones correspondían a ingresos propios, que son las tasas que se cobran por los trámites de propiedad industrial como marcas, patentes y demás. Los otros $120 mil millones son transferencias de Presupuesto General de la Nación.
La Superindustria que me correspondió no era la misma de antes, en ese momento tenía más presente y futuro que pasado. Era una entidad de cincuenta años, pero paquidérmica, sin presupuesto, sin gente, sin capacidad sancionatoria, es decir, a los anteriores superintendentes les tocó una entidad inoperante. El gobierno le triplicó el presupuesto y desde el mismo Plan Nacional de Desarrollo del año 2010 tuvo todo un capítulo para su fortalecimiento. Un país serio desde el punto de vista económico debe proteger la libre competencia, para que la economía de mercado funcione bien, dinamiza los sectores, hace atractiva la inversión nacional y extranjera.
¿Su gestión le implicó asumir riesgos personales?
En eso el país también ha mejorado. Los gobiernos serios respaldan las decisiones de los organismos de control y yo no recibí sino respaldo con la instrucción de hacer mi trabajo independientemente de quién se vea afectado por él. No tuve instrucción en contrario. Tampoco creo que un gobierno serio sea capaz de darla y mucho menos un superintendente serio sea capaz de recibirla. Yo hice mi trabajo. Tengo que decir que el respaldo del propio Presidente Santos fue determinante.
Es un cargo para un técnico que entienda la política, que entienda cómo se mueve el país. Así podrá salir a explicar y defender sus decisiones, pero también sabrá cuándo tomarlas. Eso es importante.
¿Cómo lograr que todo lo que Usted logró en la Superintendencia permanezca en el tiempo, que no haya un revés?
Esto no tiene reversa. Lo que se hizo en fortalecimiento y las decisiones que se tomaron les ponen un gran reto a todos los superintendentes del futuro, y la sociedad le exigirá contundencia, capacidad de investigar, capacidad de sancionar y de hacer bien las cosas.
Cuando las entidades adquieren una dinámica, es muy difícil que no sigan funcionando bien porque entran en un círculo virtuoso. Mi mayor satisfacción será ver que futuros superintendentes rápidamente hagan que con su trabajo uno pase al olvido; triste sería que el país se quedara añorando un exfuncionario, eso no puede ser, eso no es serio ni positivo.
¿Cómo se proyecta en el mediano y largo plazo? ¿Además del litigio se dedicará a escribir?
Estoy en eso, va muy adelante. Es sobre derecho procesal, a raíz de que una de las cosas más importantes que he hecho es que durante diez años como académico y como viceministro ayudé a concebir y hacer realidad el Código General del Proceso.
¿Qué quiere dejar en las personas que se acercan a Usted?
El buen ejemplo. Que la gente sea apasionada por lo que hace, que interiorice que debe contribuir a tener un mejor país y que se entusiasme con el servicio público. Mucha gente piensa que no vale la pena, tienen temores, pero difiero. En lo personal, que me perciban como lo que soy, alguien amable y agradable, pero estricto y decidido.
Yo lo visualizo en el Ministerio de Justicia.
Eso no depende ni de ti ni de mí. Yo ya estuve allá, jajaja.