Pablo Neruda a 50 años de su muerte: el poeta que vivió todas las vidas
El 23 de septiembre de 1973, Pablo Neruda falleció en Santiago de Chile, 12 días después del golpe militar de Augusto Pinochet. Un homenaje al poeta que se negó a ser catalogado. El Neruda plural, rico, infinito, que intentó abarcarlo todo.
Daniela Cristancho
Exactamente 14 días después de que Augusto Pinochet se tomara por la fuerza el poder político en Chile, en las calles de Santiago se vivió la primera manifestación en contra de la dictadura. Cientos de hombres y mujeres se atrevieron a gritar, por primera vez desde el golpe, el nombre de Salvador Allende. Dos días antes había muerto Pablo Neruda. Los militares siguieron de cerca la caravana que acompañó el recorrido del féretro hacia el Cementerio General, pero eso no impidió que la gente se solidarizara con la Unidad Popular. Una voz repetía los nombres de Allende y Neruda y la multitud contestaba: ¡Presente! ¡Ahora y siempre!
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Exactamente 14 días después de que Augusto Pinochet se tomara por la fuerza el poder político en Chile, en las calles de Santiago se vivió la primera manifestación en contra de la dictadura. Cientos de hombres y mujeres se atrevieron a gritar, por primera vez desde el golpe, el nombre de Salvador Allende. Dos días antes había muerto Pablo Neruda. Los militares siguieron de cerca la caravana que acompañó el recorrido del féretro hacia el Cementerio General, pero eso no impidió que la gente se solidarizara con la Unidad Popular. Una voz repetía los nombres de Allende y Neruda y la multitud contestaba: ¡Presente! ¡Ahora y siempre!
Aunque el acto de oposición fue breve, la despedida del poeta fue fiel a lo que él defendió hasta el último de sus días en la tierra. La vida de Pablo Neruda, que terminó hoy hace 50 años, estuvo marcada, entre tantas otras tintas, por los versos y por un claro compromiso político en contra del fascismo. La suya fue una vida hecha de todas las vidas, como él mismo lo escribió en sus memorias. “Una vida hecha de todas las vidas del poeta”.
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“Al sur de mi poesía está la soledad; al norte, el pueblo”, dijo Neruda en su conferencia “Viaje alrededor de mi poesía”. “La soledad es la madre de mi primera poesía”. En ese sur, donde nacieron sus versos, está una infancia atravesada por gotas de lluvia, caballos, insectos y amapolas. Por un padre que lo llevó a conocer el mar y que, cuando le mostró su primer poema, preso de la angustia y la tristeza, le preguntó de dónde lo había copiado. “Qué soledad la de un pequeño niño poeta, vestido de negro, en la frontera espaciosa y terrible”, escribió.
Desde muy joven lo embargaron los llamados del amor. “El hombre perdido en la marea del origen, se agarra a las espinas del amor con una ansiedad de pequeño ser que se ahoga en el agua de la noche profunda”. Y pronto esos llamados quedarían inmortalizados en libros como “Crepusculario”(1923) y “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” (1924), que se publicaron antes de que Neruda cumpliera 20 años, mientras estudiaba pedagogía en francés, en la capital de Chile.
La impresión de su primer libro la describió como un momento arrobador. “Ningún artesano puede tener, como el poeta la tiene, por una sola vez durante su vida, esta embriagadora sensación del primer objeto creado con sus manos, con la desorientación aún palpitante de sus sueños”. De ese primer libro, “Crespusculario”, quedó indeleble “Farewell” como poema inmortal.
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También muy pronto llegó el norte de su poesía: el pueblo. Siempre atento a su tiempo, en el Instituto Pedagógico de Santiago de Chile, se vinculó con ciertos círculos anarquistas. Luego, cuando dejó la vida como estudiante y empezó a viajar por el mundo como cónsul, terminó de cimentar sus convicciones políticas.
Fue en 1936 cuando atravesó el momento cúspide: la Guerra Civil Española, esa vorágine que asesinó a su amigo Federico García Lorca y que lo hizo tomar partido por el movimiento republicano. Se hizo antifascista, ayudó a los inmigrantes españoles desde París y Chile y en 1945 se convirtió en militante del partido comunista.
Sus poemas se volvieron armas y banderas de lucha. “Hay que leerlos como lo que fueron, como cantos de circunstancia, porque creyó que su poesía debía ponerse al servicio del pueblo, de las causas más justas y qué mejor manera de acompañar esas luchas que con las obras que salían de la mente y de las manos de un poeta”, reflexionó el librero y editor Álvaro Castillo.
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El compromiso de Neruda con la liberación de su propio pueblo lo llevó a ser candidato a la presidencia en 1969 y luego a adherirse a Salvador Allende en su campaña. Cuatro años después, en febrero de 1973, el poeta, ya enfermo, recibió la última visita del presidente en su casa de Isla Negra. La sombra de todo en contra de lo que había luchado ya se asomaba, la opresión se hacía palpable.
En sus últimos días, Neruda se reencontró con las palabras de Gabriela Mistral, a quien conoció en Temuco cuando era directora del Liceo de Niñas. Matilde Urrutia, la última esposa del poeta, contó que lo encontró en su biblioteca, frente a la chimenea, leyendo “Desolación”: “¿No crees, dijo, que estamos en vísperas de una guerra civil? Yo le tranquilicé: la situación era tensa y delicada, pero ya habría alguna salida”.
El 11 de septiembre, se enteraron por radio del asesinato de Allende y la toma de La Moneda. Ocho días después, el poeta ya estaba hospitalizado. Las circunstancias de su muerte física aun no son claras. Desde 2011, se investiga si Neruda murió por envenenamiento, en vez de por complicaciones con su cáncer. Manuel Araya, quien fue su chofer y una de las últimas personas que lo vio con vida, insiste en que el poeta los llamó a él y a Matilde a decirles que un doctor le había puesto una inyección en el estómago y que estaba en profundo dolor. Lo cierto es que de estar vivo, hubiera resultado incómodo para la recién instaurada dictadura. “Neruda hubiera sido terrible para Pinochet, como Ernesto Cardenal, para Anastasio Somoza, en Nicaragua, un símbolo poético, un rechazo”, explicó el poeta José Luis Díaz-Granados.
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El norte y el sur de su poesía, el pueblo y la soledad, Neruda fue el tipo de poeta que encarna múltiples poetas. El Neruda plural, rico, infinito, que intentó abarcarlo todo. “Soy pueblo, pueblo innumerable”, dice en “Canto general”. La poesía de Neruda fue existencialista, surrealista, elemental, política, periodística. Su obra tiene múltiples registros y posibilidades de lectura, como explicó Castillo.
“A Pablo Neruda le disgustaba tremendamente que discriminaran o condicionaran su poesía. Detestaba escuchar afirmaciones como: ‘yo prefiero el Neruda de los Veinte poemas de amor... al Neruda de los Cantos a Stalingrado’. Él decía: la poesía es una y yo, su autor, soy el mismo”, dijo Díaz-Granados. En “Confieso que he vivido”, el libro de memorias en el que trabajó antes de morir, Neruda asegura que no sabe responder qué es su poesía: “Es más fácil preguntar a mi poesía quién soy yo”.
Así le escribió a un caballo de madera que acariciaba de camino a casa en su infancia, al verlo décadas después: “Cuando salí de esta ciudad escribía yo versos sobre el amor y sobre la noche, cantos ensimismados que en mí se producían como la semilla lenta de los cereales. Cambió muchas veces mi poesía. Se tiñó con el humo de las ciudades, tomó la voz de las reuniones humanas, sirvió también de arma y de bandera. Pero no quiero ser definitivamente catalogado, metido en un el cajón de los dogmas de nuestra época. Quiero cambiar perpetuamente, nacer perpetuamente”.
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